El Bronx, las galletas y los tiempos

«El Bronx» en mi pueblo es la calle de los bares de marcha. O al menos lo era, verdaderamente, cuando yo moceaba. Es una calle un poco apartada, que baja hacia la carretera desde una placeta que llamamos «del Brasil», porque de siempre el único bar que había habido allí era el Bar Brasil. Que era un bar de los de toda la vida, de tomarte un vino o unas olivas o una anchoa y sacarte (básicamente, los abuelos) la silla a la puerta para sentarte en ella al revés, cruzando los brazos sobre el respaldo.

Tendría yo unos quince años cuando abrieron en esa calle, que por entonces todavía se llamaba «Ruiz de Alda», el primer pub: el Pika’s. Era muy moderno, muy ochentero, todo en blanco y negro, con módulos de espejo, una barra larga, pufs para sentarte y la música, moderna también, puesta a toda castaña. Molaba. Como quedaba muy a desmano del resto de los bares (salvo del Brasil), la gente decía: «Pero dónde va este mozo a abrir allí un paf, casi en Barrio Fuera, si no va a ir ni dios».

Huy, ni dios: todo cristo. Todo cristo joven, se entiende. Cambiamos rápidamente el Hans, que era el garito donde se juntaba la chiquillería moceta, por aquel otro. De modo que, acto seguido, fueron abriendo más bares en la calle. El siguiente fue el Parrot’s. (Ay, el Parrot’s… Nuestro cuartel general durante años y años.) Luego vinieron el 21, el Krass, el Music… Una puerta sin otra, un bar. El Bronx.

Entre semana, íbamos casi todos los días. Nosotros, en concreto, ya lo he dicho, al Parrot’s. No hacía falta quedar: bajabas y siempre había alguien, o no tardaban en acudir. Café o caña, tabaco, charlas, risas, confidencias, chispa, proyectos, bromas, buena música… Si no había gente de tu cuadrilla daba igual: te juntabas con los afines. Y lo bueno de un pueblo es que la afinidad se puede dar con gente de diversa condición, ideas o edad: yo tenía amigos de 15 a 60 años, aprox. De derechas y de izquierdas, ricos y pobres, pijos y hippies. Para que luego digan que en un pueblo hay menos oportunidades de tratar con gente. (De hecho, era una de las cosas que yo llevaba mal cuando me vine a estudiar a Zaragoza: primero, que había que quedar previamente: sitio, día y hora, lo que reducía bastante la espontaneidad y la sorpresa; luego, que casi no había más opción que quedar con los de la Facultad, esto es, los de tu edad, tu clase, tu pequeño grupo de conocidos. Mal, lo llevaba mal. Me parecía un poco pobre.)

En el Bronx, el fin de semana era la juerga loca. Tampoco hacía falta quedar, obviamente. De nuevo, bajabas y ya está. Los bares estaban de bote en bote, y básicamente eso era lo que hacías dentro: pegar botes, trump, trump, y cantar a voz en cuello. Beber y fumar como posesos y, para hablar, a la calle. Si cogías un capazo (trad.: te quedabas hablando un rato largo con alguien) y perdías a la cuadrilla, daba igual: te los encontrabas al rato. Y si no, también daba igual.

Madreeeee, qué juergaaaaas, qué historiaaaaas… (Aquí, el puntito abuela Cebolleta.)

Fueron los tiempos gloriosos de mi peña, La Choldra, una peña atípica que reunía a gente muy variopinta, toda ella genial, y que en principio, como curiosidad, estaba integrada por una mayoría de chicos y muy pocas chicas, aunque luego, conforme el personal se fue echando novia, la cosa se igualó bastante.

Hace siglos que no bajo por el Bronx. Las últimas y extraordinarias veces, en un par de ocasiones muy señaladas, pude comprobar que las cosas han cambiado bastante. Claro. Para empezar, tengo más de 40 tacos. Pero no sólo he cambiado yo: el Bronx es otra cosa. Ahora, el bar de moda que siempre está hasta la bandera, pásmate, es el Brasil, único sitio donde puedes oír una música decente y no variaciones indistinguibles sobre «la jota del oso» (o sea: pumba, pumba, pumba). Para seguir, porque no sale ni una cuarta parte de la gente, que se queda en casa o bien en peñas alicatadas hasta el techo, con vitrocerámica, aire acondicionado y un arcón de esos que tan bien describe mi amigo Sonfór. Para acabar, es que entre semana aquello ya ni abre.

Han cerrado del todo algunos bares; uno de ellos, el Krass, de manera antológica: organizaron un fiestón de despedida donde invitaron a beber a los parroquianos, y los parroquianos llevaron también, a su vez, cosas para invitar; a uno de ellos, un pepo, se le ocurrió llevar para picar unas galletas hechas con maría… y la gente se cogió unos colocones de la hostia. Aunque lo bueno fue que, al día siguiente, al matrimonio mayor que se ocupaba de limpiar el bar les dio por zamparse aquellas galleticas tan ricas que habían sobrado y que se habían quedado en la barra, se pusieron de galletas hasta las cejas… y acabaron, claro, en Urgencias. Pagaría por saber cómo hostias les explicaron lo sucedido a los médicos.

Cuando me lo contaban, me acordaba del chiste: «Abuela, ¿has visto unas pastillas que había en mi mesilla?» «Jojojo… ¿Y tú, has visto los dinosaurios que hay por el pasilloooooo?».

Ay… El Bronx está en franca decadencia. Supongo que, ahora, un veinteañero me diría: y una mierda. Pero no. No soy sólo yo, no soy sólo yo. No es sólo que yo tenga ahora más años, ni se trata únicamente del consabido puntito Abuela Cebolleta. Aquellos fueron otros tiempos: otras inquietudes, un clarísimo ramalazo surrealista, abierto a todo, mucho más abierto que ahora.

En el ambiente de la calle y de los bares, como en muchas otras cosas (el instituto, la política, la vida ciudadana, las aspiraciones), creo que tuvimos la suerte de vivir una época excepcional. Coincidió en nosotros la apertura a la vida con la apertura que, en el país, se vivía tras la dictadura. Se mascaba otra cosa, que era sobre todo ilusionante. Ya sé que todo es cíclico, sí. Pero ahora todo es mucho más muermo. Y creo que va siendo hora de salir del valle.

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2 respuestas a El Bronx, las galletas y los tiempos

  1. jio dijo:

    jajajajajaa… te veo expresiones parecidas que he usado a veces para describir ciertas noches por mi blog sonrisero….

    no creo que todo sea más muermo ni que las épocas sean excepcionales, sino que lo que molaba era tener menos años, cambiamos con la edad, y a las diversiones les ocurre igual (en este año los jóvenes por tener nuestra edad de antes, nosotros por tener más años), y es la juventud la que pone el punto de locura de «aquellos tiempos»… sin embargo con la edad también salen nuevas diversiones y difrutadas con nuevas salsas…

    – hijoooo miooooooo…. mira a ver lo que te echan en la coca cola, que no siempre es sólo coca cola….
    – no mama, lo pido con un poquito de ron….
    – y si tus amigos se tiran por un puente…
    – sí, yo voy detrás.

    besicos.

    ya sabes, cañica en el 3 elementos para las historietas, buen sitio y buen fichaje redescubierto con guillermo. XD

  2. Miguel dijo:

    Hola Mari.

    He encontrado de pura casualidá tu blog. He estado leyendo algunas cosas pero tienes tantas que es pa mi un verdadero sofocón leerlas (cada vez soy mas vago para leer).
    Tienes que escribir algo sobre el Sepulcro 😉

    De cualquier manera yo lo que quería aquí es saludarte.

    Muchos besos.

    Tu primo Gato ( y también Cruzos)

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