Atizar el fuego es irresponsable

La última discusión sobre Sijena, esta vez centrada en el pueblo de Villanueva y los sucesos del 36, comenzó en realidad con algo que no tenía nada que ver con esto. El inicio de todo fue un artículo de Guillermo Fatás en el Heraldo que no iba sobre ese asunto (lo enlazo aquí porque en la web del Heraldo no lo colgaron). El catedrático comentaba una noticia aparecida pocos días antes en El País, que recogía declaraciones interesadas de los dos conservadores del Museo de Lérida, y enviaba un mensaje: la historia del expolio de Sijena es una, aunque con muchos episodios y matices, y no hay que caer en la trampa de trocearla «y centrarla cada vez en un episodio suelto», porque eso «solo es bueno para sus depredadores».

Siguiendo precisamente esa táctica (lo que no quiere decir que yo lo tache de depredador), en lugar de contestar al tema del artículo, el conservador Albert Velasco respondió en Twitter centrándose en una línea concreta, un comentario absolutamente lateral al asunto de fondo: al referirse a la destrucción del monasterio en la guerra, acotaba Fatás que se produjo «por fuerzas milicianas procedentes de Barcelona bajo la autoridad del gobierno catalán». Dejo aquí «foto» del artículo y del detalle de ese comentario:

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20160906_211908Hecho: el tema se desvía hacia esa frase y se obvia el tema de fondo. Estos fueron los comentarios de Velasco como reacción, que traduzco y pongo luego en captura. Recuerden que hay que leerlos de abajo arriba:

En el tema de Sijena, hay gente que habla a lo bruto. Hoy, Guillermo Fatás, catedrático de la Universidad de Zaragoza y miembro de la Real Academia de la Historia. El Dr. Fatás publica hoy un artículo de opinión en el Heraldo de Aragón sobre el tema de Sijena. Habla del incendio en la Guerra Civil. Ay.
Desde Aragón demasiadas veces se pone énfasis en que el monasterio fue quemado por una columna anarquista venida de Barcelona. Pero las mismas voces nunca recuerdan que la misma columna, por el camino, dejó un rastro de destrucción brutal en tierras catalanas.
Este académico «de prestigio» va un paso más allá y habla de «fuerzas milicianas procedentes de Barcelona BAJO LA AUTORIDAD DEL GOBIERNO CATALÁN». Da pena y vergüenza ajena cómo profesionales de la historia, catedráticos de universidad, se prestan a este juego absurdo. Y después dicen que vamos de victimistas y que vemos anticatalanismo donde no lo hay. Si esto no es anticatalanismo, ya me diréis qué es.

velasco sobre fatásComo los comentarios puestos en Twitter por el conservador fueron injustos, Fatás le respondió una semana más tarde, con otro artículo en Heraldo.

CradGeLWYAA0llaLa respuesta de Fatás en el Heraldo del domingo siguiente negaba el anticatalanismo. Su afirmación, dice el catedrático, viene sustentada en el hecho, recogido por la historiografía de todo color, incluida la independentista, que da fe de que el presidente de la Generalitat, Lluís Companys, dio soporte a la creación del Comité Central de Milicias Antifranquistas. Que nombró a dos delegados para que representaran en él al Govern, uno de ellos como jefe militar, y que eso evidencia que el CCMA quedó vinculado directamente a él. De manera que, sí, esas fuerzas milicianas quedaban, como había dicho en su primer artículo, bajo la autoridad del gobierno catalán.

Velasco se indigna entonces porque entiende que lo que dice Fatás es que la Generalitat apoyaba las destrucciones hechas por las columnas de milicianos que salieron de Barcelona hacia Aragón y, en concreto, la destrucción de Sijena. Anuncia que esa «vergüenza» no va a quedar sin respuesta y varios días después publica, en una suerte de respuesta indirecta, un artículo en la Tribuna de El País. Pero en lugar de contestar al tema, de nuevo se desvía hacia otra cosa. Y no habla de Companys ni trata de desmentir su soporte al Comité de Milicias Antifranquistas, sino que centra el discurso en afirmar que no fueron las columnas libertarias las que quemaron Sijena, sino los propios vecinos de Villanueva. ¿Qué tiene que ver esto con lo anterior? ¿Nada? Nada.

O bueno, sí: es una nueva pieza que añadir en el empeño sostenido de transmitir un único mensaje al personal, y es que todo lo que hace Aragón, o viene de allí, tiene un único origen que es el anticatalanismo.

Así que ya tenemos otra bronca nueva montada en un momento, todo el personal concentrado en defenderse de la acusación infundada de Velasco*, el pueblo de Villanueva ofendidísimo y los catalanes descerebrados (ojo: no digo «los catalanes en su conjunto», digo «los catalanes descerebrados», que los hay, como en todas partes) indignados porque fíjese usted qué barbaridad, nos han acusado de incendiarios y resulta que «no fuimos nosotros» sino que «fueron ellos».

Recordemos la frase de Fatás que encabezaba este post: fragmentarlo todo, desviar la atención en temas parciales, es lo mejor para quien no quiere analizar de verdad el fondo del asunto, ni dar argumentos sólidos que defiendan la postura de la Generalitat, ni abordar el problema que supone incumplir una sentencia en un Estado de Derecho, etc.

Pero todo suma en el objetivo de atizar el fuego. No sabemos quién prendió la mecha en el 36, pero está claro quién tiene interés en provocar incendios en el corazón de la gente ochenta años más tarde. Es una irresponsabilidad alucinante.

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*Infundada, sí: Velasco se basa en la Causa General, que él mismo reconoce que no es fiable, pero que en este caso reconoce como válida porque dice que Julio Arribas Salaberri, secretario de Sijena en el momento de estallar la guerra, y que publicó un libro sobre la historia del monasterio en 1975, refrenda lo dicho en esa Causa. En esta última se responsabiliza de la quema del monasterio a «casi la mayoría de vecinos», pero Arribas no dice o sugiere, ni por lo más remoto, nada semejante. Si Velasco trabajara con los criterios y metodología de la «ciencia histórica» a la que él mismo alude, analizaría más fuentes (las hay) antes de lanzar semejante acusación, o como mínimo haría una referencia más completa a las dos principales que presenta (la Causa y el libro de Arribas), donde constan más testimonios que resquebrajan una afirmación tan contundente y dañina. Les pongo todas las páginas que hablan de este episodio de la guerra, fotografiados del libro de Arribas. No sé ustedes, pero yo ahí no encuentro nada que permita sustentar la afirmación de la Causa General:

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Ya habrán visto ustedes: en el pueblo les sobraban casas a las monjas para refugiarse, y el duro comité local les permitió marcharse tranquilamente del pueblo. Según Velasco, el pueblo en su mayor parte incendió el monasterio pero dio refugio a las monjitas en sus casas y el comité no les tocó ni un pelo. Muy coherente. Hubo 392 votos de derechas frente a 31 de izquierdas en febrero del 36, pero luego todos juntos se fueron a quemar el monasterio. Y esperaron para ello quince días, según la fecha que aparece en la Causa General (que en la versión de Arribas fue más tarde), sorprendentemente, cuando podían haberlo hecho nada más producirse el golpe militar, que fue lo que ocurrió en media España. Aquí aguardaron, sin embargo, a la llegada de gentes violentas venidas de fuera que, afirma Arribas, «convulsionaron a toda la población».

Me parece que para armar su artículo en El País, Velasco no acudió al texto original de Julio Arribas sino a la versión sui generis que se da en una web delirante, «Més Vibrant», cuyo enlace les dejo aquí para que juzguen ustedes mismos el nivelazo. En concreto, hay un artículo sobre Sijena que cuenta lo siguiente:

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Si se toman la molestia en comparar esa seudo-cita con el original, verán que las variantes son sustanciales. En esta web se cargan las tintas contra los del pueblo haciendo ver que es eso lo que escribió Arribas, PERO ESO NO ES LO QUE ESCRIBIÓ ARRIBAS. ¡Está mintiendo! Un historiador tiene que tener criterio a la hora de elegir las fuentes, y procurar que no te nublen el cerebro las ideas preconcebidas: los prejuicios. Ni siquiera la foto que aparece ahí es de Sijena. Flipante todo.

Deduzco que Velasco se basó en esta página porque sigue a pies juntillas otra falacia que se dice en otro artículo, y es que en 1977 el Instituto de Estudios Sijenenses, radicado en Villanueva de Sijena, reeditó el libro de Arribas pero omitiendo, «extrañamente», los pasajes que supuestamente inculpaban a los del pueblo:

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«Pese a que es el mismo texto, punto por punto, se omite toda referencia a este hecho», dice Jordi Matilló, administrador de la página, a quien me abstendré de calificar. Velasco dice, en su artículo, que «Extrañamente, en la reedición de su libro por parte del Instituto de Estudios Sijenenses, aparecida solamente dos años después, se suprimieron todos los detalles de los hechos».

Bien, vean los dos libros, el original y la «reedición»:

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Si comparan esta foto con la que aparece en la página «Més vibrant», donde se han puesto al mismo tamaño, verán que existe una «pequeña» diferencia: el libro editado en 1977 no es una reedición, sino una versión abreviadísima. No es que desaparezcan esos pasajes pretendidamente incómodos, sino que se reduce el texto a una quinta parte, aproximadamente.

Si el artículo de Velasco, publicado en uno de los periódicos más importantes de España, hubiera sido presentado como trabajo de curso en primero de carrera, el autor se habría llevado un suspenso rotundo y, por añadidura, un rapapolvo más rotundo aún.

Un último apunte: me temo que Velasco, aunque califica de «insigne» al monasterio de Sijena y afirma a cada rato que el discurso museográfico del Museo de Lérida hace un relato de la historia conjunta de los territorios de la diócesis, no ha estado allí. Lo deduzco de la siguiente afirmación, que hace en un artículo de El Punt Avui aparecido ayer:

Incluso se ha llegado a relacionar de forma indigna el incendio del monasterio y el posterior arranque de las pinturas murales efectuado por Gudiol. Y todo junto ha derivado en iniciativas tan esperpénticas como la de incluir esta desviada e interesada versión de los hechos en uno de los paneles informativos del monasterio.

Se refiere a este panel:

panelNo es «uno de los paneles informativos del monasterio». Es EL ÚNICO panel que hay en todo el recinto. Y solo habla de la Virgen del Coro. Esa es toda la grave acusación que se hace «a los catalanes».

Ha habido, en estos meses, quien ha dejado caer que la gente de Villanueva no conoce las piezas del monasterio que están en Lérida, pese a que están a sólo 75 km de distancia. De Lérida a Villanueva hay el mismo trecho, y me temo que hay muchos que tampoco lo han recorrido. Pero hacen mucho más ruido.

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No asustéis a las monjitas, que lo gordo son las joyas

Ayer volvió a salir en El País otro de esos artículos sobre Sijena que da gusto leer para luego despellejarlo. Como siempre, información desde Barcelona y de J. Á. Montañés. Se titula «Las monjas de Sijena ocultaron el paradero de 23 piezas» y ya desde el titular es todo un despropósito.

Resumo el contenido: las monjas de Sijena dejaron en depósito 23 piezas en el actual MNAC cuando se trasladaron de su monasterio a Barcelona, en los 70; luego, en 1993, levantaron el depósito y el MNAC se las devolvió, aunque antes las catalogó como bienes culturales. Al estar catalogadas, el propietario tiene que informar del paradero de las piezas, y resulta que eso es algo «que ahora se desconoce», según aseguran en la Generalitat. Por tanto, las monjas sanjuanistas se enfrentan a una sanción que podría ascender a 138.000 € «si la Generalitat pone en marcha el proceso sancionador», aunque de momento solo dicen: «Estamos estudiando el tema». Todo ello es una muestra «de las irregularidades en que han incurrido las monjas de Sijena», que tampoco informaron «de la salida de las piezas en 1970 desde el monasterio ni de su venta en 1983, 1992 y 1994».

Afilando las uñas. Por favor, esperen un momentito.

En 1970, en efecto, las monjas de Sijena se trasladaron a Barcelona, para pasar poco después al convento de Valldoreix. No sabemos qué piezas llevaron consigo, pero no fueron todas las que quedaban en su monasterio, ni mucho menos. Hubo otras que se movieron de allí después de que ellas se hubieron ido. En Villanueva de Sijena siempre han dicho que el obispo de Lérida mandó dos camiones a buscar cosas nada más producirse su marcha. Aunque esta tradición oral todavía está por probar documentalmente, hay un dato que indica que tal vez sea verdad, y es que parte de las piezas, bastantes más de las 44 que ahora deben devolverse por sentencia judicial, se llevaron a Lérida y no a Barcelona. Mal pudieron llevárselas consigo las monjitas, sobre todo porque eran muchas, pesadísimas y voluminosas: retablos, cuadros, mármoles, cajas sepulcrales… Todo eso que hoy está en Lérida (no expuesto en su gran mayoría, en contra de lo que afirma el periodista, por cierto).

Sí que se puede probar, sin embargo, que hubo material que se quedó entonces en Sijena y que en 1973 fue el actual MNAC el que mandó a dos operarios suyos a buscarlo para trasladarlo a Montjuic. Véase la factura que pasaron por gastos de desplazamiento, en la que se indica muy bien a qué fueron:

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Efectivamente, era y es necesario notificar a las autoridades cualquier traslado de bienes culturales; más que nada porque, si no se notifica, la cosa puede confundirse con un robo. En este caso, estaría bien saber si se hizo inventario de lo que se llevaron los técnicos del Museo de Barcelona, si se notificó este traslado de bienes a las autoridades y al obispado, cuáles fueron esos bienes que precisaron dos coches para ser trasladados y dónde están. Y, averiguado todo ello, «estudiar» si se promovía expediente sancionador contra el museo.

Los bienes que salieron del monasterio en 1970 fueron más de 120, cifra que calcula el periodista y que le sale de sumar los 97 que reclamó Aragón y los 23 que, dice, depositaron las monjas en el MNAC y se devolvieron después. Hay muchos más depositados tanto en Lleida como en Barcelona, desde luego. Pero me gustaría comunicar al autor del artículo que los objetos depositados directamente por la priora de Sijena, Angelita Opi, en el MNAC no fueron 23 sino algunos más. Concretamente, 116.

Tienen aquí el documento de ese depósito, conocido porque fue publicado por la prensa aragonesa hace ya tiempo. Se formalizó el 10 de abril de 1972 entre la priora, como ya se ha dicho, y el director del museo, Juan Ainaud de Lasarte. Pueden comprobar todo lo que digo si acceden al enlace que he puesto. La priora los entregó «para su custodia» y Ainaud se comprometió «a velar fielmente por su conservación e integridad». Entre los objetos depositados figuran los que relaciono a continuación.

No pasen la vista por encima, como solemos hacer todos cuando vemos una lista. Presten atención, léansela, porque ahí figura buena parte de las piezas que durante años nos han permitido hablar del «Tesoro de Sijena»:

  1. Corona grande de plata de la Virgen, con aureola de estrellas.
  2. Diadema de plata de la Virgen con una piedra grande engarzada en el centro.
  3. Corona de plata del Niño Jesús.
  4. Ramo de flores de plata, para la mano de la Virgen.
  5. Santa Paz de oro esmaltado y nácar, con piedras; con el Cristo de Piedad en el centro.
  6. Paz de plata con el Buen Pastor y dos ángeles.
  7. Paz de plata con Crucificado.
  8. Lignum Crucis de oro de estilo plateresco.
  9. Relicario de doble tapa para Sagradas Formas, con cruz con pie, grabada.
  10. Relicario de doble tapa para Sagradas Formas, con cruz de Malta grabada

11 a 22. Doce cruces de Malta de oro, de primera clase, sin piedras.
23 a 27. Cinco cruces de Malta de oro, con piedras y esmaltes, de primera clase.
28 a 36. Nueve cruces de Malta de oro, de segunda clase.
37 a 47. Once cruces de Malta de oro, de tercera clase, más un óvalo para cruz, sin ella.
48 y 49. Dos cruces grandes de plata.
50 a 53. Cuatro medias cruces grandes de plata.

Luego vienen relacionadas, con los números 54 a 74, las piezas del Belén, de plata, oro y marfil, que se hicieron famosas este año con el asunto de su salida a subasta, incautación por la policía y traslado a Zaragoza.

Además hay varias piezas de plata, bandejas, cálices, un «gran relicario de oro y plata con esmaltes, de estilo plateresco (al que le faltaban tres de las cuatro figuritas del pie), dos tapas de libro con relieves de plata, relicarios (parte de los cuales fueron vendidos y ha reclamado Aragón, que han sido devueltos), ornamentos y ropas (ídem), fragmentos de vajillas, loza y azulejos (ídem), y un lote de platos negros de madera.

De todo ese lote, en 1993 solo se devolvieron 23 piezas, que el periodista detalla («según una relación a la que ha tenido acceso» su periódico) y que, dice, están «en paradero desconocido»:

había seis relicarios, uno de ellos con restos que pertenecen, según los católicos, a la cruz de Jesucristo, y otro de San Juan Bautista; dos portapaces de plata, uno con el Buen Pastor y dos ángeles y otro con un crucifijo, dos cajitas eucarísticas, tres platos de cerámica, dos cucharas, un jarro, una tapa de libro, un niño Jesús de marfil, su cuna y varios elementos de un pesebre de plata.

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Dejando al margen que varias de ellas están en paradero perfectamente conocido, o sea, el Museo de Zaragoza, pues es allí donde fueron a parar la cuna de plata archifamosa con sus piezas complementarias (en total, son 14 las que están en Zaragoza; faltarían siete para que estuviera completo, según el documento de depósito), ¿dónde están los demás bienes del depósito que hizo Angelita Opi, todas esas joyas de oro macizo, algunas con pedrería? ¿Se informó de la formalización de este depósito a las autoridades? ¿Qué fue de las 37 cruces de Malta, de oro? ¿Y de las seis de plata? ¿Y de la cunita de ese Belén, que falta y era de oro? ¿Se sabe algo del gran relicario de oro y plata con esmaltes?

En el documento de depósito de 1972 se indica que todas esas piezas fueron inventariadas en los fondos del MNAC, con los números 114.001 a 114.181. Dígannos: ¿siguen en el museo? Yo no es que sea desconfiada de mi natural, pero hay casos, como éste, en los que la desconfianza está justificada. ¿Y por qué? ¿Por anticatalanismo? Oh, qué lástima no dar pie a La Excusa, pero no es por eso. Es porque una de las piezas más valiosas de ese depósito, la reseñada como «Santa Paz de oro esmaltado y nácar, con piedras, con el Cristo de Piedad en el centro», fue vendida en 1976, es decir, tras la muerte de la última priora de Sijena, al MNAC. Y de allí FUE ROBADA en 1991, en uno de los episodios más bochornosos de la historia del museo, pues tardaron más de un año en notificar el robo y, cuando de él se hizo eco la prensa, se denunció que las gestiones para aclarar lo sucedido habían sido de todo menos claras. Este era el portapaz, que no ha sido hallado aún:

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Y ésta, la noticia que salió en la prensa, en un medio tan poco sospechoso de anticatalanismo como La Vanguardia. También J. Á. Montañés le dedicó un artículo hace no mucho.

Bien, insisto: ¿y el resto? Parte de ese depósito está ahora en Sijena, fue devuelto por el MNAC entre las 53 piezas que entregaron al monasterio en julio, porque figuraban entre los bienes vendidos entre 1983 y 1994: ropas, ornamentos, algunas piezas menores (las que desde algunos ámbitos han sido denominadas «quincalla»). Vale, ¿y lo que no era quincalla, sino joyas valiosísimas? ¿Puede decir el MNAC dónde las tiene, puesto que fueron inventariadas? Y si están ahí, ¿verdaderamente son piezas destinadas a dormir el sueño de los justos durante décadas sin ser expuestas ni estudiadas, ni dadas a conocer? ¡No sabemos ni cómo son, no hay ni una bendita fotografía!

Una cosa más: el depósito en 1993 no lo levantaron las monjas de Sijena, a las que se acusa desde el mismo titular de la noticia de «ocultar el paradero» de esos bienes, sino la priora de Valldoreix, la avariciosa Pilar Sanjoaquín. Parte de esas piezas se las donó a una amiga, Pilar Alcalde, cuyos herederos siguen poseyéndolas, como se puso de manifiesto con la historia de la cuna. ¿Por qué no investigan todo eso? La amenaza de sanción a las monjas sanjuanistas que se hace ahora, ¿es porque se interesan por el paradero del patrimonio o por qué otro motivo?

Si la GenCat, ahora tan escandalizada, se hubiera interesado verdaderamente por el patrimonio, habría tenido que poner el grito en el cielo hace seis años, cuando se descubrió, tras el robo en una masía en Riudecols, que allí había piezas de Sijena y que el propietario de aquellas piezas y denunciante del robo mintió descaradamente cuando dijo que el relicario de Santa Waldesca, que reconocieron en Villanueva de Sijena cuando la historia trascendió a la prensa, no pertenecía al monasterio. En aquel momento, el alcalde de Villanueva, Alfonso Salillas, pidió por activa y por pasiva que se investigara a fondo por la procedencia de las piezas, y por cómo habían ido a parar a manos de ese señor. Pero entonces la Generalitat no dijo nada. Tampoco dijo gran cosa el Gobierno de Aragón, es cierto; pero sorprende que ahora la GenCat amenace con emprender un proceso sancionador contra las monjas sanjuanistas (que no tienen nada que ver con la responsable de este desaguisado, que fue la priora de Valldoreix), y entonces se quedara mudita y mirando hacia la tranquila línea del horizonte.

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Finalmente, y por puntualizar: señor Montañés, no se desconoce el paradero de 23 piezas, sino de 17. Así que la teórica sanción que habría que pedir a las monjitas sería menor de la que usted dice. Haga bien la cuenta, que hasta en eso estamos faltos de rigor.

Y un llamamiento al Gobierno de Aragón: tomen nota de todo esto, por favor. Pidan, que es necesario, que se identifiquen y localicen las joyas aquí mencionadas. Como no aparezcan, la sanción tendría que ser de fábula… y no sólo por un traslado sin notificar, sino por robo.

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¿De verdad se cuenta la historia de la Diócesis?

Otro de los mantras que estamos oyendo este verano es aquello de que en ningún otro lugar, salvo en el Museu de Lleida, se cuenta la historia de un territorio común entre Aragón y Cataluña, por el que se extendió la diócesis de Lérida y que durante ochocientos años estuvo unido, etc.

Bueno, a mí me parece que tanto como eso no es. Reconozco que cuando he estado sólo he visto la planta inferior, pero es ésa la que propiamente puede decirse que aborda esa historia, pues en la de arriba se expone material arqueológico, básicamente. Y en la planta «histórica» se habla, básicamente, de Lleida. De Lérida ciudad y, fundamentalmente, de su catedral y de la (magnífica) «Escola de Lleida» de escultura en piedra. De su irradiación e influencia en el área próxima y a veces no tan próxima (la verdad es que las obras son finísimas, preciosas, muy buenas; no es de extrañar que tuvieran tanto éxito ni que en el museo se le dedique amplio espacio).

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(Ya disculparéis por las fotos. No soy buena fotógrafa y en el Museu hay muy poquita luz. Demasiado poca, diría yo: hay que ser esforzado para leerse los textos.)

Sobre la catedral también se habla mucho. También es un lugar impresionante. Aunque lo que más se dice, y se repite y repite hasta que te cala en las meninges, es que en 1707 fue convertida en «caserna», o cuartel, y que aquello fue un desastre total. Lo fue, de hecho, aunque ya en la Edad Media había que tomar medidas (como que no hubiera más pilas bautismales en las parroquias de la ciudad) para que los vecinos de la ciudad se vieran obligados a subir hasta allí, porque está verdaderamente en un lugar más defensivo que urbano, en la cima del ‘turó’ más alto, y era fatigoso acudir allí a los oficios:

cat lleida padre villanueva 1 - copia

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cat lleida padre villanueva 2 - copia

(Texto del P. Villanueva en su Viage Literario a las Iglesias de España, de 1851.)

(Que la destrucción fue fuerte, sí. Pero también en la Aljafería de Zaragoza instalaron un cuartel y en cuanto se pudo se echó a los militares y se restauró el edificio. Lo mismo ha pasado con la Seu Vella. Vale.)

En fin, que lo que no se encuentra en el discurso museográfico es atención a los grandes centros artísticos medievales situados en Aragón, ni a su importancia histórica. Ni a Roda de Isábena, ni a Benabarre, y muy poco a Sijena. De Sijena se dice algo; del foco de Benabarre, nada; pero la omisión más grave es la de Roda, que no sólo compartió sede con Lérida durante muchísimo tiempo, sino que, pese a la traslación de la cabecera del obispado primero a Barbastro y luego a Lérida (en 1149), siguió siendo un centro potentísimo de cultura y arte. Pero-no-se-menciona. Nada más se expone una Biblia (preciosa) procedente de allí.

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Hay un solo panel sobre la Franja:

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En definitiva, de Aragón se exponen las piezas, pero no se hace ningún énfasis en su historia. Respecto de los frontales románicos, obras singulares de los siglos XII y XIII (Buira, Treserra, Berbegal), no se dedica nada a hablar de lo que la historiografía denomina «Escuela de la Ribagorza» ni a su irradiación. No se menciona la participación de Roda en la creación y consagración de obras capitales del arte medieval europeo, como son las iglesias del Valle de Boí. No se dice que en la segunda mitad del siglo XV el principal foco creador de retablos, con figuras tan relevantes como Pere García de Benabarre, Pere Espallargues y el Mestre de Viella, era Benabarre.

En lugar de eso, las menciones constantes son a «la plana de Lleida», «las tierras de Lleida» y el arte catalán. Aragón está ahí, en sus piezas, pero no aparece en el discurso museológico. Y debería estar. En lugar prioritario. No hace falta más que ver el mapa, en el propio museo, del territorio que ocupaba la diócesis en el siglo XV y del que quedó tras la segregación de las parroquias en 1995: vean lo que correspondía a tierras aragonesas.

es que era todo aragon, lo siento

Uno ve esos mapas y lo que piensa de inmediato es que era una diócesis fundamentalmente aragonesa con capital en Lleida. Lo siento, no se me viene a la cabeza otra cosa. Sin embargo el discurso museológico, lo que se lee en los textos que acompañan a las piezas, se centra en el arte catalán, Lérida ciudad y la Seu Vella (catedral vieja).

y mas arte catalunya y mas arte catalynyaHabría más cosas que contar, detalles jugosos que dejo fuera para no dispersar la atención. El tema es éste: díganme dónde se habla, en este discurso museológico, de una tierra común, de una cultura común. Lo he dicho más de una vez: las tierras de frontera son especialmente interesantes, especialmente ricas, porque en ellas se mezclan influencias de uno y otro lado. Leyendo la bibliografía que se dedica a esta mezcla en la Franja, sólo se detecta o pone énfasis en la influencia de un lado hacia el otro, adivinen de cuál a cuál. A la inversa, nada. Debe de ser el único caso en la Historia Mundial en el que pasa eso.

La historia de esa historia común está todavía por contar.

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Sijena, el chiringuito, las sobras, las cucharillas y la tesis (II)

De lo que escribió Carmen Berlabé en su post del día 20 en Facebook, hay cosas con las que no me meto, aunque no las comparta, porque son opiniones debatibles desde la razón. Ella da su opinión, la argumenta, ya está. Por ejemplo, cuando afirma que la declaración de Sijena como Monumento Nacional en 1923 no fue instada para salvaguardar su patrimonio artístico y que no se siguiera vendiendo, sino para «obtener recursos para las reparaciones que se estimaran necesarias». Yo no lo veo así, porque el hecho es que las ventas de patrimonio se frenaron. Hubo una excepción, señalada en el anterior post, pero la sangría de ventas de piezas importantísimas que se había producido hasta entonces se cortó, y la Junta de Museos de Barcelona, que estaba tratando por entonces de comprar las pinturas murales y la techumbre de la Sala Capitular, dejó de insistir en su empeño.

Lo que, desde luego, no es cierto es que las ventas anteriores a 1923 fueran «todas ellas de poca monta». Vaya que no. Antes de esa fecha (en 1918) se habían vendido a la Junta de Museos de Barcelona nada menos que el retablo de la Virgen de Sijena, también llamado «del Comendador», pieza importantísima del arte gótico, que se expone en el MNAC como una de las joyas de su colección. La noticia de su compra fue difundida con alborozo por la prensa, que señaló su carácter de obra excepcional. La nota difundida por la Junta de Museos decía:

La adquisición principal es el precioso retablo catalán de Santa Ma­ría, procedente del Monasterio de Sigena, en el Obispado de Lérida, y las tres tablas de la misma procedencia.

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También discute Berlabé que la declaración de Sijena como Monumento, y por tanto su protección legal, incluyera el patrimonio artístico mueble. Yo he rebatido esa opinión ya varias veces porque creo que no se sostiene, pero vaya, cada uno da sus argumentos y ya está.

Hay cosas, sin embargo, que no son argumentos sino recursos que vamos a llamar «raros». Les transcribo, por ejemplo, una parte de su texto (traducida al castellano):

Es muy discutible que la declaración incluyera los bienes muebles del monasterio, que la sentencia considera inmuebles y partes integrantes e inseparables del edificio […]. Yo no tengo nada claro que el lote de bienes entregados recientemente al monasterio, los que fueron vendidos en los años 1992 y 1994 a la Generalitat y al MNAC, integrado básicamente por palmatorias, tenedores, cucharas, relicarios, tapas de sopera, platos y otra vajilla, libros y pergaminos, además de algunos objetos textiles, tengan la consideración de inmuebles, ni que formen parte consustancial del edificio y de su embellecimiento. En todo caso, serían bienes muebles y consideramos, tal como se ha comentado antes, que estos bienes muebles no estaban contemplados en la declaración de monumento nacional.

Bueno, esto es divertido. Resulta que nos hemos partido el cobre, unos y otros, por un lote de cucharas, tenedores, vajilla, palmatorias y tapas de sopera. ¡Seremos tontos, oiga! Igual de tontos que fueron la GenCat y el MNAC, que pagaron cuarenta millones de pesetas por ese montón de tarros.

Estaría bien señalar, me parece, dos cosas. Una es el hecho de que, como ella misma dice, eran LOTES de objetos, es decir, que iban los más valiosos y los menos en un mismo conjunto cuando fueron vendidos. Si querías unos, habías de quedarte también con los otros. Y otra, que en ese lote había, como parte principal y más interesante, varios fragmentos de pinturas murales al fresco, unas románicas, otras góticas y otras del siglo XVI; unas puertas policromadas datadas en el siglo XIII, las del Palacio Prioral; y algún fragmento de urna funeraria de piedra, del XIV, tallada.

venta bienes 1992

 

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venta bienes 92 anexo derecho compra

Fue eso lo que se quería comprar, lo que se pagó, lo que principalmente interesaba desde el punto de vista de su valor artístico. Es cierto, como dice Berlabé, que las palmatorias y las cucharas o las tapas de sopera no pueden considerarse bienes inmuebles. Pero resulta que van en un lote con varias pinturas murales y con las puertas románicas del Palacio Prioral. Y eso sí es consustancial al edificio, sí forma parte de él. Como ella misma dice: «Una cosa es interpretar y otra, bien diferente, tergiversar». O callar lo que no interesa. Podemos debatir acerca de si los libros de coro o los pergaminos podían estar protegidos por ley o no, ser considerados así o asá; pero no plantear los hechos como usted lo hace, porque obvia lo fundamental.

Sigo con su texto. Afirma que «no interesa a la parte aragonesa que [estos bienes] sean muebles porque, para serlo, hace falta que se haya declarado así expresamente», tal como, dice, reconoce la sentencia de julio de 2016 (que es la de la reclamación de las pinturas de la Sala Capitular). «Yo no he leído ninguna mención expresa en la declaración de monumento nacional a estos bienes muebles», sigue diciendo Berlabé, «y por eso se entiende que interese convertir cucharillas, libros y vajilla variada en bienes inmuebles».

Señora Berlabé, tiene usted que fijarse en las fechas: la declaración de Sijena se produjo en 1923 y la ley que usted trae a colación para los bienes muebles es de 1985. ¿Le ha pasado desapercibido ese detalle? Sin embargo, en 1923 estaba vigente un ordenamiento legal que decía lo siguiente:

real decr 1923     real decr 1923 2

Terminaremos con una cita más, muy sabrosa para comentar pero que no le hacía falta para defender su postura, por ofensiva.

Creo que la gente de Aragón no habría de estructurar su identidad en las sobras de los catalanes [en el original, «restes de taula»; también podría traducirse como ‘migajas’]. Creo también que se merecen algo más que hacer bandera y bastión de arrancarnos cuatro cucharillas y, en el mejor de los casos, alguna pintura medieval.

Sra. Berlabé, lo que estamos haciendo es tratar de recuperar un lugar emblemático de nuestra historia, de devolverle una parte de su pasado esplendor, de restituir lo que le perteneció y fue enajenado ilegalmente. No rebañamos las sobras de nadie ni esta historia va de arrancarles a ustedes las cucharillas. Si consideran «sobras» o «migajas» ese patrimonio, no sé por qué ese empeño en retenerlo, ahí guardado bien oculto en las reservas, sin enseñárselo a nadie. Si así es como valoran esas obras, van a tener razón los que piden que vaya inmediatamente la policía a buscarlas. Y, más, no creo que sea muy apropiado que hable de construir identidades una de las principales responsables de un museo que, si prescindiera de las obras de procedencia aragonesa, se quedaría temblando. Cuestión que, me parece, es en el fondo su única preocupación.

Como usted misma dice, «Es fácil descalificar sin argumentos y, además, siempre habrá cerca ‘palmeros’ que aplaudirán la gesta y el gesto de ir contra Cataluña». Convertir todo lo que les molesta o no les gusta en «ir contra Cataluña» es lo que están haciendo ustedes desde el Museu de Lleida, creo yo que con bastante irresponsabilidad. Eso sí, reconozco que es comodísimo. Y que, a juzgar por lo que se puede leer en las redes y en la prensa, y a veces hasta en los políticos, les da resultado.

A mí, señora mía, me produce auténtica vergüenza.

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Sijena, el chiringuito, las sobras, las cucharillas y la tesis (I)

Carmen Berlabé, conservadora del Museu de Lleida, lleva unos días «a vueltas con Sijena» en Facebook. En su última entrega, del día 20 de agosto, escribe, dice,

porque en otra red social se me ha acusado de inventarme ventas de objetos artísticos y entiendo también que de inventarme la correspondiente documentación.

Y añade que en su tesis doctoral

documento y publico una venta de objetos artísticos del monasterio de Sijena con todos los permisos, que tiene lugar el año 1925; es evidente que esta venta no interesa lo más mínimo, y por eso estas voces dicen que me la he inventado (insisto, la venta y por lo que parece, la documentación), porque les desmonto el ‘chiringuito’ de la prohibición de vender después de la declaración de monumento nacional.

Yo no sé a qué voces se refiere la Sra. Berlabé, pero la que le acusó de inventarse cosas fui yo. Acusación que mantengo.

Quien habló por primera vez de esa venta fue su compañero de trabajo, Albert Velasco, en Twitter, con la siguiente argumentación (traduzco del catalán y pongo debajo el pantallazo de los tuits, que deben leerse de abajo arriba):

Sobre Sijena, el argumento más importante de la jueza de Huesca es la declaración como Monumento Nacional en 1923 que, según ella, afecta a edificio y bienes. La jueza dice que la declaración de 1923 hizo que las monjas dejaran de vender, ya que los bienes estaban protegidos. Eso es FALSO. En 1925 se documentan más ventas de obras autorizadas por el Ministerio de Gracia y Justicia, el competente en este asunto.

Estas ventas están perfectamente documentadas y acreditadas en la tesis de Carmen Berlabé, así como la autorización del Ministerio. Si el Ministerio autorizaba estas ventas, eso quiere decir que los bienes no formaban parte de la declaración de Monumento Nacional de 1923. Todo esto tira por tierra la argumentación de la jueza de Huesca, que en la sentencia considera bienes y edificio integrantes de una misma unidad.

argumentos de velasco en twitter

Seguidamente, empleó la misma argumentación en un «hilo» de tuits que cruzó con APUDEPA, en el que afirma que esas ventas de 1925 ponen en entredicho los argumentos de la sentencia, que las autorizaciones del Ministerio de Gracia y Justicia y del Ministerio de Bellas Artes (ahora son dos) son clave y que la sentencia no las menciona; y que si dos ministerios autorizaron las ventas en 1925, quiere decir que no consideraban los bienes muebles como parte de la declaración de 1923. Para acreditar la existencia de esas ventas, remite nuevamente a la tesis de Berlabé, indicando el volumen y páginas donde consta la documentación al respecto, y ofreciendo el enlace a dicha tesis, que está en la red.

APUDEPA le responde muy bien, haciéndole ver dos cuestiones fundamentales: que los bienes declarados no es que no se pudieran vender, sino que para venderse necesitaban autorización administrativa; y que en la documentación que aporta Berlabé no se muestra que se produjeran ventas ni autorizaciones, sino que solo quedaba documentado el intento.

Pongo los pantallazos correspondientes:

1

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Habrán reparado ustedes en que se nombran varias veces esas autorizaciones que se dieron por un ministerio o dos para efectuar las susodichas ventas. Pues se queda uno a bolos cuando termina de leer ese hilo y ve lo siguiente:

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«Imagino» que las autorizaciones estarán. No sé ustedes, pero yo me quedé de piedra. Unas autorizaciones que «son la clave de todo», que «ponen en entredicho los argumentos de la sentencia», que «tiran por tierra la argumentación de la jueza de Huesca»… y que imagina que deben de estar en algún archivo o que las debieron de recibir directamente las monjas. O sea, que no están.

Como es natural, acudí a consultar la tesis de Berlabé, vol. III, pp. 646-683. Y me encontré con que, efectivamente, lo que se documenta ahí es un intento de venta por parte de las monjas, que no se había efectuado aún en mayo de 1926, y ni rastro de autorizaciones; que se pidieron, sí, pero que no sabemos si se llegaron a dar. En 1926, desde luego, no se tenían aún. La misma autora afirma (p. 646) que «parece que los objetos se pudieron vender», no que la venta se efectuase.

Lo que se documenta es que las monjas trataron de vender a un anticuario, Mariano Otal, cinco objetos que tenían depositados en el Museo de Zaragoza (una arqueta de hueso y madera del siglo XVI, unos candelabros de madera, una capa pluvial de tela, un frontal de tela y un cuadro de Santa Úrsula y las Once Mil Vírgenes, del siglo XVI). Que pidieron permiso al obispo para ello en octubre de 1925. Que pidieron también autorización a Madrid, que vino denegada, ese mismo mes. Que la volvieron a pedir al Ministerio de Instrucción y Bellas Artes en noviembre. Que del Ministerio devolvieron la solicitud en diciembre señalando que había que cumplir determinados requisitos legales. Que lo mismo contestaron a la priora desde el Obispado de Lérida, advirtiendo que si no se cumplían los trámites y prescripciones que mandaba la ley, quedarían todos sujetos a excomunión. Que les fue indicado a las monjas que el permiso no debía concederlo el Ministerio de Bellas Artes, sino el de Gracia y Justicia. Que se intentó conseguir permiso de este último ministerio en abril de 1926; para entonces ya se tenía autorización  eclesiástica. Que Mariano de Pano hizo la misma solicitud, indicando que se trataba de objetos «de escasa importancia artística», excepto dos de ellos, que habían de quedar en el Museo de Zaragoza. Que de Madrid se respondió en mayo exigiendo de nuevo que se acreditase que se cumplían los preceptos legales. Que las monjas perdieron la paciencia con tanta solicitud y tanta negativa y tanto papeleo. Y que el anticuario declaró que se comprometía a que los objetos «no salieran de la Nación».

En mayo de 1926, por tanto, no había ni venta ni autorización ninguna. Carmen Berlabé no puede afirmar, como hace con insistencia, que en 1925 se vendiera nada, y menos con ninguna clase de autorización ministerial. Puede ser que ella haya documentado todo eso después, aunque vistas las palabras de Velasco, que imagina que las autorizaciones deben de estar en algún lado, lo dudo; pero yo le he pedido que muestre esas autorizaciones ministeriales y no me ha contestado.

Las dos piezas destacables de ese lote, sin embargo, se vendieron. No en 1925 y no sabemos si con autorización o no. La arqueta está en el Museu Marés de Barcelona, no sabemos desde qué fecha. Y el cuadrito de Santa Úrsula está en el Museo de Zaragoza, donde consta como adquirido el 6 de diciembre de 1927, vendido por alguien que no era la priora del monasterio ni el anticuario Mariano Otal. Al final, pues, las monjas se salieron con la suya, después de desesperarse de intentar hacerlo por la vía legal. Si no consta autorización ministerial para esa venta, las dos piezas se pueden reclamar.

Lo que desde luego no ocurre es que esa venta ni esas autorizaciones «sean la clave de todo» ni echen por tierra ningún argumento de la sentencia. Porque el planteamiento de Velasco y Berlabé es erróneo: el primero dice que si había autorización ministerial para las ventas «quiere decir que no consideraban los bienes muebles como parte de la declaración de 1923» y la segunda habla de «la prohibición de vender» después de dicha declaración. Ambos saben que esto no es así. No está prohibido vender los bienes declarados; pero han de venderse cumpliendo una serie de requisitos legales, y con una autorización ministerial. Sin más. Plantear otra cosa sí es retorcer los argumentos y tergiversar, por no decir mentir.

En fin.

Me he centrado en el chiringuito y la tesis. Como esto está quedando muy largo, dejo las cucharillas y las sobras para una segunda parte.

 

 

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Sijena no os importa

A quienes tanto habláis de la historia común, de las relaciones de vecindad entre Lleida y Huesca, de los vínculos seculares entre la Catalunya de Ponent y el Aragón oriental, os digo que Sijena no os importa. Si os importara, consideraríais ese lugar un símbolo de la historia de Aragón y Cataluña, lo protegeríais como panteón real que fue de un monarca común y de grandes personajes de gestas compartidas; como primer Archivo Real, génesis del de la Corona de Aragón en Barcelona; como foco artístico impresionante que dio luz a algunas de las creaciones más sensacionales del arte medieval en la Península Ibérica.

Todo eso fue Sijena y debería seguir siéndolo. Porque el lugar estuvo vivo hasta 1970. Sus monjas dieron buena muestra de tenacidad en la defensa de un lugar que amaban y al que todos dieron la espalda en un momento dado. Sijena tiene una historia de más de 800 años y no estuvo descuidado hasta su incendio; y después de su incendio, fue habitado por las dueñas, que vivieron entre las ruinas dando ejemplo de valentía y dignidad, hasta que no pudieron más y, con excusa de unas obras, accedieron a salir de allí temporalmente.

De 833 años de vida, tuvo 15 de abandono: entre 1970 y 1985, en que volvió a ser habitado. Cuando se habla de la desidia y el abandono en que estuvo este lugar, vivediós que me sublevo. He llegado a leer a gente muy circunspecta afirmar que el monasterio fue abandonado cuando la Desamortización, o que «se ensorró» en 1990. Y si dijeran que las monjas comían niños crudos, sería lo mismo: este tipo de majaderías se recibe de forma acrítica, todo se da por bueno con tal de que abunde en el tópico del Aragón que no se preocupa por su patrimonio.

Si alguien se hubiera interesado de verdad por Sijena, entendería perfectamente que en Aragón peleemos por devolverle sus bienes. Es más, contribuiría a ello. Pero las palabras huecas es lo que tienen: que en realidad solo se usan como dardos.

No se preocupó por Sijena el obispo de Lérida. Nunca. El monasterio dependió de este obispado desde 1873, y el obispo solo mostró interés por él para hacerse con piezas para su museo, pero jamás para procurar su bienestar, ofrecerle recursos con los que mantener su patrimonio o buscarlos en la Administración para destinárselos. Construyó su museo, para eso sí hubo dinero. Su edificio seminario, su palacio episcopal, todo eso sí estaba bien conservado, no le faltaba nada. Para las parroquias a su cargo, cero. Para este monasterio emblemático en la historia, guardián de ricos tesoros artísticos durante siglos, símbolo, este sí, de una historia común, nada. Nada. Llevarse sí, aportar jamás.

Los sucesivos señores obispos se vendieron piezas del patrimonio de la diócesis cuando les convino y no por poco dinero (así, con el Terno de San Valero, por ejemplo, que no fue ni mucho menos la única pieza que se enajenó); ese dinero no fue a parar nunca a las parroquias ni a Sijena. En 1945, el que estaba en el cargo en ese momento escribía a la Don. Gral. Bellas Artes, a Madrid, para decir que Sijena se podría restaurar si se enajenaban bienes que tenían las monjas, entre ellos las pinturas y «la Silla de Doña Sancha»; cuando se dio cuenta de que esta silla, que no se llama de Doña Sancha sino de Doña Blanca, estaba en Lérida, la retiró de las posibles cosas que se podían vender para salvar el monasterio. Un monasterio, por cierto, que se tendría que haber restaurado por iniciativa de esa Don. Gral., sin que nadie se tuviera que vender nada. A mí todo esto me revuelve mucho las tripas.

El patrimonio artístico estaba a cargo del obispado, era su responsabilidad cuidarlo y velar por él, pero si algo se echó a perder la culpa fue de los aragoneses; lo que se salvó, tras 800 años de salvaguarda en su lugar, lo salvaron los catalanes.

Si quisierais a Sijena, si os importara, en lugar de llenaros la boca de palabras vacías estaríais ayudando a su recuperación. Como se recuperó Poblet (en la época franquista, por cierto), no solo arquitectónicamente sino, en la medida en la que se pudo, con la restitución de su patrimonio: ¿aquel empeño en recuperar Poblet, símbolo histórico tan importante, fue un acto noble de un pueblo culto que muestra amor por la historia y el arte, pero el empeño en recuperar Sijena es obcecación de tozudos aragoneses españolistas opusdeístas anticatalanes? ¡Venga ya!

Los únicos que nos hemos preocupado por Sijena hemos sido los aragoneses. Desde el momento en que empezó a peligrar su integridad, allá por 1835, las únicas muestras de interés por cuidarlo, protegerlo, restaurarlo, vinieron de Aragón y singularmente de Huesca. Ni Barcelona ni Lérida hicieron otra cosa que sacar de allí las piezas que había. Madrid pasaba olímpicamente de todo, como suele hacer con «provincias». Solos nosotros hemos cuidado y recuperado lo que hemos podido. No vengáis ahora con historias comunes que suenan a sarcasmo, y dejad de poner palos en las ruedas.

Y no busquéis argumentos cogidos por los pelos: el patrimonio de Sijena está, en su absoluta mayor parte, en Barcelona y Lérida. En Madrid, Toledo y otros lugares, tanto españoles como no, hay algunas piezas, pero casi se pueden contar con los dedos de una mano, mientras que en Cataluña son cientos. Y ni exhibís los bienes ni los dejáis ver ni los estudiáis, solo los atesoráis. Dejad de argüir el puñetero anticatalanismo, que eso no es más que un irresponsable afán incendiario, tremendamente dañino e injusto, azuzado con tal de preservar el propio interés.

Sí, alguno de los de la historia común ha ido a Sijena… para soltar veneno después en la prensa. Ese es el amor que tenemos por Sijena, el interés por preservar Sijena, la fraternidad de un territorio al que unen lazos nosequé, el referente íntimo al que llevamos treinta años yendo. Amos, anda. Que me dan ganas de sacar la mano de dar collejas y dejar a la Amparo Baró a la altura del barro.

 

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Mercè Ibarz y la humedad de Sijena

Mercè Ibarz publica hoy en El País un artículo sobre Sijena. Ella lleva, dice, treinta años yendo allí y nos recomienda que visitemos el monasterio pese a que no lo hace con mucha confianza, pues duda de que haya alguien a quien le interese el arte.

Afirma que hay tres buenas razones para plantearse la visita: la maravillosa arquitectura del monasterio, la de revivir una historia secular y la de ver qué podría pasar si se devuelven a su lugar de origen los frescos de su sala capitular. Pero, en realidad, escribe para contarnos que ha descubierto que en Sijena hay humedades, que esas humedades están ahí desde siempre porque el monasterio se fundó sobre una laguna y que ha decidido contarlo porque eso todo el mundo se lo calla.

A comienzos de año la Sra. Ibarz ya publicó un artículo sobre Sijena diciendo que para ella era ese lugar era «un referente íntimo», que lo había visitado mucho y que era ella quien se lo había dado a conocer a un montón de gente, incluidos sus paisanos, que son aragoneses, de Zaidín. Aunque, en realidad, lo que quería hacer era aprovechar para dar hostias a Aragón. En su día ya me reí de ese artículo porque incluía tantos errores de bulto que resultaba gracioso que Sijena fuese para ella un referente íntimo y asegurara haberse dedicado, precisamente, a darlo a conocer. Recomiendo a  todos aquellos que han conocido Sijena a través de la Sra. Ibarz que se busquen otra fuente de información.

Hoy me río también de este artículo. Insiste en que lleva treinta años yendo a ver el monasterio. Y en treinta años no se ha enterado de que la Sala Capitular de Sijena no tiene forma de L. Lo que tiene forma de L, señora mía, es el dormitorio de las monjas. La sala capitular tiene planta rectangular y cinco arcos diafragma que apoyan directamente en la pared. Esos arcos fueron reproducidos en el MNAC para colocar sobre ellos los bastidores con las pinturas arrancadas y restauradas, en un espacio que también reproduce aproximadamente la planta y dimensiones de la sala. Si usted está confundiendo de esa forma bochornosa la Sala Capitular  con el dormitorio, significa que ni ha visto la sala en Sijena ni ha visto tampoco sus pinturas en el MNAC. Llevan expuestas 55 años.

¿Quién es aquí la que no se interesa por el arte?

De historia tampoco andamos muy finos: le informaré, Sra. Ibarz, de que Sijena no estuvo vinculada al obispado de Lérida hasta 1873. Ese obispado no «rigió el monasterio durante ocho siglos». Si usted hubiera mantenido algún tipo de relación con Sijena durante treinta años, lo sabría perfectamente. Tampoco tuvo que ver nada el Opus Dei, ni su fundador (a quien no nombra, como si fuera Voldemort), ni Torreciudad, ni Belloch (esto me ha dado un particular ataque de risa) con la división del obispado de Lérida en 1995. Lo que hace no tener ni idea de historia y sí poco sentido crítico…

La Sra. Ibarz visita el monasterio y se entera del horario que tiene. Lo visita con una guía joven, dice, que es de Madrid; en realidad, es una de las monjitas de la Orden de Belén, que ocupa el monasterio en las últimas décadas, y se presta a dar ese servicio a los visitantes porque es muy amable. Ve unos agujeritos en la parte baja de los muros de la iglesia, que es un sistema que se suele utilizar para evitar las humedades en los monumentos restaurados, y le parece que por allí «mana la humedad varias veces al día». Los arquitectos deben de estar tirados por el suelo, doblados de la risa, ya, a estas alturas.

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(La foto es de Manel Miró. La Sra. Ibarz se imagina chorros de agua saliendo por los agujeritos.)

A mí, lo confieso, se me han saltado las lágrimas cuando he leído lo de que a las monjas las atacaban los mosquitos por doquier. Por favor, qué poca seriedad…

El monasterio era insalubre por húmedo, sí. Las monjas se quejaron de ello a lo largo  de toda su historia. Se hicieron dormitorios en alto, precisamente, para librarse de ella. Pero sufrían de reúma, de asma, etc. No de que les picaran los mosquitos. Y no fueron jamás una comunidad de clausura, ni se plegaron a las órdenes vaticanas que la impusieron a las congregaciones femeninas tras el Concilio de Trento, en el siglo XVI. Consiguieron dispensa papal porque eran unas señoras nobles en un monasterio de fundación real que defendieron siempre su independencia y la forma de vida que marcaba su regla desde el siglo XII, no porque les picaran los mosquitos o porque les molestara la humedad.

Sijena fue fundado hace más de ochocientos años y siempre tuvo humedad. Y siempre tuvo pinturas, que antes de su incendio se conservaban prácticamente intactas. Es cierto que hay que garantizar unas condiciones perfectas para acogerlas de nuevo, que hoy no se cumplen. Yo, se lo digo en serio, preferiría que las pinturas se quedaran en Barcelona a que fueran llevadas a un sitio que las pusiera en peligro. Sé que el Gobierno de Aragón va a tener que invertir en lograr esas condiciones más dinero y más tiempo que el que inicialmente prevé, al menos según lo que se ha publicado en prensa. Pero poder hacerse, se puede, ya lo creo que se puede.

Unas consideraciones finales más:

1) En los dormitorios no había pinturas ennegrecidas por el humo guerracivilista;

2) La portada de la iglesia no tiene «adornos», si con eso se refiere a que no está esculpida, pero sí capiteles;

3) Esa portada no estuvo pintada;

4) El dormitorio no tiene «un formidable capitel en palmera», sino que algunos de los arcos diafragma que sustentaban la techumbre en esta sala se recogen juntos en un determinado punto y hacen el efecto de una palmera; ahí sí que no hay capiteles. Veo que sigue sin entenderlo, aunque ahora, por lo menos, ya no habla de «una planta románica en palmera», que era una cosa tronchante.

Monasterio de Sijena, Villanueva de Sijena- Archivo del Gobierno de Aragón

Monasterio de Sijena, Villanueva de Sijena- Archivo del Gobierno de Aragón

y 5) En los años 90 el monasterio fue restaurado. Lo fue cuando el Gobierno de Aragón asumió las competencias en Patrimonio. Años después puso dinero para continuar esa restauración Caja Madrid, no La Caixa. Y se restauró buena parte del edificio. Usted dice que no, que solo se hicieron viviendas para las monjas. No es cierto.

Señora Ibarz, qué poco rigor demuestra. Y qué mala leche. ¿Qué le pasa con Aragón?

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¿Pero se podía vender o no?

Observo en las últimas semanas, en algún muro de Twitter, que existe una gran confusión acerca de la posibilidad de que se pudieran vender o no los bienes del patrimonio de Sijena tras haber sido declarado Monumento Nacional. ¿Cómo puede decir la juez –se preguntan los confusos- que el patrimonio de Sijena era inseparable si se documentan muchos casos de ventas de piezas procedentes de otros monumentos nacionales efectuadas después de su declaración como tales? Y ha habido quien se ha lanzado a una frenética búsqueda de ejemplos que constaten esas ventas o “separaciones” de patrimonio (no sólo hay ventas), tratando de poner en duda la validez de la sentencia que declaró nulas las enajenaciones de bienes de Sijena entre 1983 y 1994.

“¿Dónde ponemos los límites? ¿Quién los pone?”, he leído en conclusión. La respuesta es muy fácil, queridos confusos: los límites los pone la ley. O, por mejor decir, las leyes, que hay varias y son muy claras. Se trata de que, cuando existe una declaración de Monumento o, actualmente, Bien de Interés Cultural (BIC), el patrimonio que se quiera enajenar ha de tener una autorización por parte de la Administración competente. Así, para según qué piezas no se autorizará la venta (el retablo mayor del Pilar no se vendería aunque se empeñaran los canónigos, por ejemplo) y para otras, que no se consideren piezas fundamentales aunque tengan interés histórico-artístico, se procurará que queden en manos públicas, es decir, que no vayan a parar a coleccionistas privados y se sustraigan así al derecho de la sociedad de acceder a ellos. En todo caso, al ser patrimonio protegido, la notificación de cualquier pretensión de venta de bienes de un Monumento Nacional/BIC es obligatoria.

Lo dicen las leyes todo el rato, una tras otra. La juez se remite hasta 1923, como puede verse:

sobre enajenaciones bienes 1923

Esas disposiciones se mantuvieron vigentes con la ley de Patrimonio de 1933 y con la de 1964. La juez es muy clara: se exigía una resolución expresa de la Administración para desafectar bienes de un monumento; y repite: “Sin un acto expreso de la Administración que tutela el monumento, no se puede vender parte del mismo”. En el caso de Sijena, no hubo tal resolución. Por eso, entre otras causas (no olvidemos que son varias), las ventas de su patrimonio han sido declaradas nulas de pleno derecho.

Eso, con la venta efectuada en 1983. Para las dos siguientes, que tuvieron lugar en 1992 y 1994, era ya aplicable la ley de patrimonio vigente ahora, promulgada en 1985. En esta se dice que “tendrán la consideración de bien de interés cultural los bienes muebles contenidos en un inmueble que haya sido objeto de dicha declaración y que esta los reconozca como parte esencial de su historia”. Para vender cualquiera de esos bienes, “deberá notificarlo al órgano de la Comunidad Autónoma correspondiente […] y al Ministerio de Cultura”.

Pero nadie notificó nada.

Ni siquiera era necesario que los bienes estuvieran declarados. El decreto de 1953 sobre comercio de obras de arte afirma que los vendedores debían “dar cuenta de la operación proyectada a la dirección General de Bellas Artes por escrito y con una antelación mínima de quince días” siempre que fueran piezas de precio superior a 50.000 pesetas; y en 1969 esa notificación se extiende a toda venta de objetos artísticos, aunque su precio fuera inferior. Con lo cual, concluye la juez, “en España, cualquier venta de un objeto artístico debía ser insinuada con antelación y por escrito a la Administración bajo pena de multa para que la Administración pudiera reaccionar a tiempo”.

Se pueden buscar todas las ventas de piezas que se quiera procedentes de monumentos declarados: en cada caso habrá que ver si contaron con autorización administrativa para ello o no. Si la tuvieron, las ventas fueron legales. Y si no la tuvieron, no. Así de simple.

Como colofón, es preciso hacer notar que no solo las ventas de ese patrimonio fueron ilegales, lo fue su mismo traslado en 1970. Esto es lo que dice la juez:

cuando las religiosas de Sijena abandonaron el Monasterio y se desplazaron al Monasterio barcelonés de Valldoreix, un buen número de piezas artísticas del Monasterio quedaron depositadas en el Museo Diocesano de Lérida y otras fueron llevadas directamente a Monasterio de Valldoreix o al MNAC, traslado que se realizó sin ninguna autorización administrativa previa y preceptiva de la administración competente que permitiese esta desmembración del Bien de Interés Cultural, al separarse bienes integrantes del mismo.

No notificar ese traslado de bienes es ya de por sí una irregularidad grave: no se pueden sacar cientos de piezas de un Monumento Nacional, o simplemente cientos de obras artísticas de un monasterio, muchas de ellas de gran valor histórico y artístico, sin dar cuenta de ello a la Administración. Fue tanto como llevárselo a escondidas.

De Sijena no solo salieron “cucharas, tenedores y platos rotos”, como he leído por ahí. Salieron también piezas importantísimas de nuestro patrimonio; un patrimonio que moralmente es de todos y legalmente de Sijena. Y a Sijena debe volver, pues es su casa.

 

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Sólo los muros desnudos

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Imagínense la idea: el Monasterio de Sijena se declaró Monumento Nacional en 1923, pero esa declaración sólo afectó a sus a su arquitectura «pelada». Quienes instaron su declaración para que fuera protegido, quienes elaboraron informes sobre los méritos que poseía para merecer tal declaración, sólo pensaron en sus muros desnudos. Y lo mismo quien la aprobó. Las pinturas murales de su Sala Capitular, que fueron las más extraordinarias de su tiempo en toda Europa y una de las creaciones más importantes del arte medieval en todo el mundo, no quedaban incluidas. Tampoco la techumbre que cubría la sala, obra maravillosa del arte dizque mudéjar, quizá islámico, que asombraba a todo aquel que la contemplase. Ni por supuesto su patrimonio artístico en general, tanto retablos como sepulcros, puertas o alhajas preciosas: todo eso quedó sin proteger. Se podía vender alegremente, sin más.

Las monjas podían haber dejado el monasterio vacío, raso, con sus paredes raspadas, sin puertas y ventanas, sin retablos ni coro ni vírgenes ni relicarios, siempre que mantuvieran la mera arquitectura en pie. Sólo estaban protegidas las bóvedas, las piedras, los cimientos.

¿Les parece una posibilidad real?

Pues en eso están empeñados los conservadores del Museo de Lérida, con tal de hacer ver que las ventas del patrimonio de Sijena efectuadas entre 1983 y 1994 a la Generalitat y al MNAC fueron legales. Nada que no fuera puramente arquitectónico, nada ajeno a la simple y llana materia con la que fueron construidos los edificios monásticos, estaba comprendida en la protección legal que otorgaba al Monumento su declaración como tal. Ni siquiera las pinturas murales: no son arquitectura, se podían vender sin ninguna clase de control por parte de nadie.

puertas palacio prioral, foto Juan Mora

Según ellos, el texto de la declaración lisa y lasa, «la que vale», no nombraba ningún elemento de arte mueble, así que cuando en la sentencia se afirma que la declaración de 1923 «recayó sobre el inmueble con todas sus partes integrantes», comprendiendo «sus cornisas, sus columnas, sus capiteles, sus bajorrelieves, los frescos o pinturas de sus paredes, sus puertas y, en general, todo aquello que se encuentra unido al inmueble formando parte del mismo», lo que hace es interpretar la ley con poco cuidado, de manera torticera e interesada. Por tanto, inválida y revisable. Y anticatalana.

Hay que acudir al texto de esa declaración. ¿Lo quieren ver? Se publicó en el BOE de 27 de abril de 1923 (entonces se llamaba Gazeta de Madrid). Aquí les pongo una foto:

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Les pido que centren su atención en dos cosas: en la marca roja que hay al principio y en la parte inferior de la foto, la que va debajo de donde dice «SALVATELLA».

–La marca roja señala un hecho: la declaración de Sijena como Monumento se hizo «de conformidad con los informes emitidos por las Reales Academias de la Historia y de Bellas Artes de San Fernando». Creo que todo el mundo, salvo al parecer los conservadores del Museu de Lleida, entienden lo que eso significa: se declara el monumento no porque sí, sin más, sino porque se ha tenido en cuenta lo que dicen los informes señalados, de acuerdo con ellos.

–La parte inferior de la foto da fe de que la escueta declaración, en lugar de detallar de manera prolija todo aquello con lo que estaba conforme, lo que hace es simplemente reproducir los informes mismos en los que se basaba. Y en ellos se indica lo que para los académicos resultaba importante proteger, los méritos que acumulaba Sijena para merecer ser declarado Monumento Nacional.

El de Bellas Artes de San Fernando dice que, desde el punto de vista artístico, debe tenerse en cuenta para el dictamen toda la descripción de méritos elaborada por la Comisión Provincial de Monumentos de Huesca y que se contiene en el expediente, e indica:

Sólo la sala capitular, por su originalísima decoración y espléndida policromía de sus pinturas murales, por sus artesonados de riquísimos entrelazos mudéjares, portadas y esculturas, debe ser estimada como ejemplar único y sobresaliente en el arte hispano, pudiéndose decir otro tanto de la sala prioral y de la llamada de la Reina. No menos notables resultan los retablos, sillería y sepulcros  que asimismo contiene.

Por todo ello, esta Academia estima que el Monasterio de Sigena, en la provincia de Huesca, tan interesante por su historia como valioso por el caudal artístico que atesora, es digno por todos conceptos de ser declarado Monumento Nacional para sus especiales efectos.

Por si no había quedado claro, se reproduce seguidamente el informe de la Real Academia de la Historia, que alaba asimismo la memoria hecha por la Comisión Provincial de Monumentos de Huesca (redactada por Ricardo del Arco), en la que se basa, para concluir que sus méritos artísticos merecen protección. Cita el panteón real, las pinturas murales de la iglesia, la sillería del coro, la imagen de la Virgen titular, la sala capitular con su techumbre y rica decoración pintada («preciosa obra artística»), la sala prioral con su techumbre… Y añade:

Guardan el monasterio y su iglesia obras varias, artísticas y de recuerdo histórico, además de las enumeradas partes, todas ellas integrantes del Monumento, cuales son, entre otras, retratos de las nobles prioras y retablos, de los cuales menester es citar el del panteón real […]

Tales son, en breve síntesis apuntados, los méritos que distinguen al Monasterio de Sigena entre las egregias fundaciones y construcciones bellamente exornadas, y que justifican con creces la petición formulada por la Comisión de Monumentos de Huesca de que éste de que se trata sea declarado nacional.

Me parece que no puede estar más claro. También se lo parece a la juez que ha dictado la sentencia. Pero no se lo parece a los conservadores del Museu de Lleida, que estiman que si no se dice nada en el texto estricto de la declaración, todo lo que va detrás no se vale. Deben de pensar, quizá, que en la Gazeta de Madrid (BOE) se publicaron esos informes porque se encontraron con que había ahí un hueco tonto en blanco y a los de la imprenta no se les ocurrió mejor cosa que poner.

Sin ironías: no se puede sostener ese argumento. Pretender que Sijena solo fue protegido en su estricta arquitectura es absurdo. No hay más ciego que el que no quiere ver. Se están agarrando a un clavo ardiendo.

Miren: en 1904 se declaró Monumento Nacional la basílica del Pilar en Zaragoza (sobre la que debo un comentario específico). Este es el texto de su declaración:

declaracion el pilar

¿Se fijan? La declaración «estricta» no dice nada. Pero acto seguido se incluye el informe emitido sobre los méritos artísticos que justifican su declaración como monumento por parte de la Academia de Bellas Artes de San Fernando. Ahí se citan el coro, el retablo de Forment, las pinturas de Goya, la propia talla de la Virgen… Piezas que, según el peculiar juicio de los conservadores del Museu de Lleida no quedaron incluidas en la declaración, por lo que podrían venderse sin problemas. Solo quedaría protegido el edificio puramente dicho, su mera arquitectura, aunque resulte que los académicos juzguen, precisamente, que el edificio no tiene gran interés y que lo que sí interesa es su patrimonio artístico.

el pilar 2La sentencia que declara nulas de pleno derecho las ventas de patrimonio de Sijena efectuadas en 1983, 1992 y 1994 se basa en otros argumentos, como hemos dicho. A esos dedicaremos otro post.

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Me falta un Cristo para completar la colección

Alfonso Salillas recordaba el otro día, cuando se produjo el traslado de la cuna del Belén de Sijena al Museo de Zaragoza, cómo las monjas le dejaban jugar cuando era niño con las minúsculas campanillas que tiene esa pieza. Es un recuerdo sencillo, una simple anécdota, pero ilustra muy bien la enorme diferencia que existe en el trato que se da al patrimonio por parte de quienes lo tienen como suyo, la gente de los pueblos a los que esos bienes pertenecieron, y por parte de quienes sólo ven en él su valor artístico o material, desde un enfoque meramente académico o técnico. Qué distinto es decir “Esa Virgen era la patrona de mi pueblo” o “Esa talla románica completa nuestra colección”.

Uno ve en un museo, cualquiera de ellos, una vitrina llena de vírgenes románicas y se pregunta qué hacen ahí, de qué sirve acumular unas tallas que al formar parte de una serie han perdido su sentido. «La Virgen de tal lugar» se convirtió en «una pieza escultórica del siglo XIII» metida con otras compañeras en una vitrina, una más. Los turistas pasan delante de ellas, les dedican una mirada durante unos segundos, quizá escuchan un comentario genérico en la audioguía, y pasan a otra cosa. A la siguiente vitrina, esta vez llena de cruces y cálices, o a la decimoséptima pared con retablos colgados.

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Los museos de arte antiguo han ejercido un papel importantísimo en la conservación del patrimonio en épocas en las que sufrió peligro de deterioro, venta o desaparición por distintos motivos. Es cierto, es incuestionable, y es su mayor mérito. Pero llevan cumpliendo esa función unos cien años, algunos mucho menos, mientras que los pueblos han conservado ese patrimonio durante siglos y siglos. Los eruditos, académicos y coleccionistas no valoraron, por ejemplo, el arte románico hasta tiempos relativamente recientes; por el contrario, lo despreciaron y tacharon como “arte bárbaro”. En los pueblos, sin embargo, aquellas toscas imágenes fueron respetadas siempre, permanecieron inmunes a los variables criterios académicos porque eran suyas, formaban parte de su identidad, habían sido veneradas durante generaciones y a su intercesión se acudía en la zozobra. Daba igual que fueran feas o bonitas, valiosas o no, de un siglo o de otro, de madera o metal, denostadas o ensalzadas en los libros. Se trataba de otra cosa más honda y auténtica. Los mejores guardianes del arte fueron esos pueblerinos que no entendían de criterios estilísticos y que invariablemente han sido y son denostados, menospreciados por los ámbitos cultos.

Tan menospreciados que, a menudo, ni siquiera pusieron el nombre del lugar de procedencia de las piezas que iban entrando a los museos: qué más daba, qué importaba, era una buena tabla gótica, o una preciosa cruz procesional, o un relicario… que acrecentaban la colección. Hay cientos, miles de piezas expuestas en los museos cuyo origen se desconoce.

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Quizá el caso más extremo sea el del Museu Marès, del que proceden las fotografías que ilustran este texto, cuyas colecciones son excesivas, mareantes, resultado de una acumulación obsesiva de su dueño, que llegó a las 66.000 piezas. Alli, las esculturas románicas comparten espacio con series inacabables de llaves, pipas de fumador, bicicletas antiguas, bastones, abanicos, pianolas, clavos… Pero, en el fondo, la impresión de collage absurdo tarda en olvidársenos tras la visita a la mayoría de los museos.

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