EL CASO SIJENA ES EL MUNDO AL REVÉS

Como ocurrió en tantos otros lugares, no solo de Aragón sino también de Cataluña y del resto de España, el monasterio de Sijena fue despojado de su patrimonio en sucesivas oleadas y por diferentes medios, algunos legales y otros no; pero no dejó de ser un despojo. En el caso de Sijena, el ataque más bestia se produjo con la guerra, pero incluso después, hasta mediados de los años 90, se siguió desgajando, vendiendo y dispersando su patrimonio, sobre todo después de que muriera la última priora en 1974.

En Aragón hemos tenido que ir con mucho cuidado para no hablar de expolio, porque si alguien lo hacía se nos echaban encima: no teníamos derecho a pronunciar esa palabra. No había que herir susceptibilidades, de modo que si el alcalde de Villanueva decía que el monasterio lo quemaron «milicianos venidos de Cataluña», se consideraba un ataque insoportable; si Guillermo Fatás osaba señalar que el Comité de Milicias Antifascistas estaba bajo el mando del presidente de la Generalitat, Companys, se armaba la marimorena; y no digamos cuando Javier Lambán, presidente de Aragón en las dos anteriores legislaturas, se atrevió a decir que las pinturas murales del monasterio las arrancó «un catalán»…

Esos han sido todos los «ataques» que Cataluña ha recibido por parte de Aragón. Comparen ustedes, tirando de hemeroteca o de redes, lo que políticos y personalidades de la comunidad vecina han afirmado sobre este asunto. Pero, si no tienen tiempo o ganas de leer barbaridades, pueden optar por limitarse a echar un vistazo al manifiesto que hoy, 5 de septiembre de 2025, se ha entregado en el MNAC con el apoyo de más de 10.000 firmas y de unas 50 asociaciones (la mayoría de poquísima entidad, eso sí), en el que se pide que se evite «la sustracción» de las pinturas murales de Sijena del museo barcelonés para devolverlas al monasterio, su lugar de origen.

No solo se habla contundentemente de «expolio» por el hecho de que ese retorno vaya a producirse (el mundo al revés, 1)

…sino de que las pinturas de Sijena son «patrimonio catalán» (el mundo al revés, 2), de que se trata de una acción «colonialista» (el mundo al revés, 3) y de que Aragón «quiere romper la historia del arte catalán creando un relato aragonesista ficticio» (el mundo al revés, 4).

Podríamos seguir. Pero para qué. Se trata de darle la vuelta a todo; como a lo de la utilización política del litigio, cosa que supuestamente se hace desde Aragón porque «el anticatalanismo da votos», pero que nadie se preocupa en señalar en el sentido contrario, cuando es más que evidente: el tema da alas, y de qué modo, a las posturas independentistas, si lo «vendes» como un terrible agravio a Cataluña, una vez más víctima del malvado Estado español (y hay que hablar de que aquí «el malo» es el Estado, porque reconocer que tu antagonista es una comunidad autónoma más pobre que la tuya es un poco vergonzoso). De esto hay múltiples evidencias, pero pasan, al parecer, desapercibidas.

El elefante en la habitación solo se ve cuando se abre el foco: aunque hay casos en los que el Estado rapiñó patrimonio aragonés (señaladamente, cuando se decidió crear el Museo Arqueológico Nacional), la inmensa mayor parte de este patrimonio pasó a Cataluña por diversos medios: principalmente, venta (legal o ilegal, con su posterior reventa al extranjero en bastantes ocasiones) y traslados (en la guerra, o por decisión de la jerarquía diocesana de Lérida). De modo que centrar las reclamaciones en este sentido, hacia el este, no se basa en el anticatalanismo, o en la tan horriblemente cacareada catalanofobia (qué hartura con esto), sino en el sentido común.

La reclamación esta de las firmas la ha liderado una cosa que se llama «RevolucionemNos», que no parece que tenga un gran seguimiento y que lo que quiere es, cómo no, la independencia. Pero la apoya gente como el expresidente Quim Torra y otra expresidenta (del Parlament), Laura Borrás. Ellos hablan de anticatalanismo, de colonialismo hacia Cataluña, de expolio de «su» patrimonio, de lawfare en su contra. Y tenemos que aguantar que se nos acuse a nosotros de catalanofobia y de «reescribir la Historia». Es que tiene narices.

Han terminado cantando aquello del «bon cop de falç». Yo, sinceramente, les habría dado un bon cop de colleja a má oberta. Habría podido con todos, solo eran 23.

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Pseudohistóricos… y manipuladores

Hace unos años se publicó un librico, «Pseudohistoria contra Catalunya», que es una perla cultivada. La idea fue, inicialmente, según sus autores, combatir las tonterías del Institut Nova Història (esos que salen diciendo que todo el mundo fue catalán y que la verdadera historia de Cataluña ha sido ocultada por los españoles). Pero el caso es que debieron de pensar: «si escribimos solo contra el INH, nos vamos a comer los mocos; es más, nos quitamos público objetivo en el ámbito hipercatalanista…«, así que decidieron combinar sus críticas al INH con un apartado dedicado a la «pseudohistoria españolista», para compensar.

Esta parte no les salió muy bien: no encontraron a autores consolidados que quisieran colaborar en ello o se les echaron atrás cuando vieron de qué palo iba el libro, así que se lo tuvo que hacer prácticamente todo, él solo, uno de los dos coordinadores del volumen, Cristian Palomo, que por entonces acababa de terminar su tesis sobre el vocabulario político en la Guerra de Sucesión (!). O sea, alguien que no era especialista en los temas que abordaba.

Eso al libro le vino regulinchi, porque refutar a historiadores de peso por un recién horneado y, además, no especialista, era demasiado tomate (y determinó el retraso en la publicación de la obra: esperaban tenerla para 2017 y salió en 2020). Pero lo peor fue que no encontró historiadores aragoneses a los que criticar, a excepción de Antonio Ubieto y no recuerdo si alguno más, que creo que no. Lo que hizo fue criticar las columnas de opinión que salían en prensa; que podían ser estúpidas, no lo niego, pero eso no es una crítica «a la historiografía españolista». Pincharon en hueso y de qué manera, señores.

De hecho, esperaban «con ansia» una reacción del «españolismo» que nunca se produjo.

Si se han fijado en la imagen del índice, hay un «extra» en este bloque, que era, cómo no, un artículo sobre Sijena, debido al historiador Albert Velasco. (Alguien que, por cierto, se rasga las vestiduras cuando alguien escribe o lleva a cabo alguna actividad que no corresponda a su estricta especialidad académica, pero que no tiene empacho en escribir él sobre asuntos que nada tienen que ver con la suya, que es la pintura sobre tabla del siglo XV; de hecho, da clases en la Univ. de Lleida sobre Legislación de Patrimonio, tema que, como ven, no tiene nada que ver con su especialidad. Pero así son las cosas de la Ley del Embudo).

Bien. Ese artículo está escrito, básicamente, como un ataque a dos personas: Guillermo Fatás y yo. Lo anunció muy ufano en Twitter, supongo que esperando mi reacción inmediata. Sí, bueno, me dije «algún día tendré que escribir algo para contestar». Pero me daba una pereza inmensa. Hoy, sin embargo, me ha cogido el día tonto. He visto que les queda edición por vender, cinco años después, así que igual les hago algo de promoción.

En fin, es aquello de proyectar tus males en el otro, porque me acusa justamente de lo que él no para de hacer con el tema de Sijena y los bienes de las parroquias aragonesas: manipular. Lo vamos a ver en varios puntos seguidamente, juzguen ustedes. El original está en catalán, así que traduciré todos los textos al castellano. Las falsedades de Velasco van numeradas y los subrayados son míos.

Nº 1, pág. 182: [La autora] «no duda en culpabilizar del incendio a las milicias anarquistas salidas en diferentes columnas desde Barcelona, prescindiendo de las fuentes que demuestran la participación de los vecinos de la localidad en los hechos».

En nota, remite a la p. 92 de mi libro. Allí puede comprobarse que yo no culpabilizo, y menos sin duda, a las columnas.

Nº 2, misma página: «Incluso, para asentar su teoría, afirma que la localidad «fue pronto controlada por las columnas de milicianos anarquistas que salieron de Cataluña decididas a recuperar Aragón», detalle no documentado. Y en nota se remite a la página 88.

Yo no hablo de la localidad, sino de la parte oriental de la provincia de Huesca; y añado que «en el caso concreto de Sijena las fuentes no acaban de aclarar qué ocurrió en los días posteriores al alzamiento».

Nº 3, mismo párrafo: dice que ese “detalle no documentado” «le sirve [a la autora] para afirmar que el incendio se produjo cuando, supuestamente, estas columnas ya habían ocupado la villa, con un protagonismo secundario de los vecinos».

Remito a la primera imagen (pág. 92 de mi libro) para que se compruebe que yo no afirmo nada de eso.

Nº 4, mismo párrafo: «Estas suposiciones están hechas sin un soporte documental que las avale y a partir de conjeturas y deducciones».

Efectivamente, puesto que no hay claridad en las fuentes y sí muchos vacíos, lo que yo expreso son suposiciones y no afirmaciones. Pero me remito a los escritos de Julio Arribas Salaberri, de Josep Maria Gudiol, a los testimonios de vecinos recopilados por los historiadores Víctor Pardo y Herminio Lafoz, así como al del propio alcalde de Villanueva, Alfonso Salillas; a los testimonios reunidos en la Causa General y a un artículo de Álvarez Lopera. Por tanto, no son meras “conjeturas” hechas “sin soporte documental que las avale”.

Nº 5, misma página: [El libro] «padece algunos males por lo que hace a la metodología y el aparato crítico, que presentan graves carencias en determinados momentos. Lo vemos, por ejemplo, en el capítulo introductorio dedicado al monasterio, en que no encontramos ni una sola nota a pie de página donde se recojan las fuentes empleadas».

No estamos ante un error de metodología ni carencia de aparato crítico, pues se trata, como él mismo reconoce, de un capítulo introductorio, de carácter general, sobre la historia del monasterio y su descripción. La bibliografía es la existente sobre el monasterio, que, además de amplísima, no es el tema de mi investigación. En cualquier caso, el artículo de Velasco incurriría en la misma “grave carencia” que me imputa, pues desde la mitad de la página 175 hasta bien entrada la 178 no pone notas. Y, a diferencia de lo que ocurre con mi capítulo introductorio, en ellas se hacen afirmaciones inexactas o, mejor dicho, falsas.

Nº 6, pág. 183: «incurre en errores graves, como el de situar el inicio de la crisis del monasterio en el siglo XVIII, cuando trabajos previos como el de Regina Sáiz de la Maza habían situado el comienzo de este declive ya en el siglo XIV». Y remite a la pág. 16 de mi libro, donde se dice lo siguiente:

«A lo largo de tantos siglos de existencia tuvo naturalmente altibajos, pero su decadencia, que algunos historiadores datan demasiado pronto, no se inició hasta el siglo xviii».

No se trata de ningún error sino de algo que considero que fue así y que mantengo. Otros autores sitúan ese declive mucho antes, pero yo opino que no, aunque solo sea por la extraordinaria abundancia y calidad del arte que se mandó hacer y se atesoró en Sijena durante los siglos XIV, XV y XVI, y en buena medida también en el XVII. Todavía en el XVIII se encargó un monumental retablo mayor cuya envergadura y coste no parece que correspondan a un monasterio en decadencia, y menos si se arrastraba desde el XIV.

Nº 7, misma página: «se detectan a lo largo de la obra graves carencias bibliográficas». No es cierto. Pone como ejemplo no haber citado el dedicado a la misión del Institut d’Estudis Catalans al Pirineo en 1907, y remite a la pág. 46, donde doy otras referencias bibliográficas. Creo que no es necesario que argumente el hecho obvio de que esto es una estupidez.

También afirma que «ignoro» el estudio de Francesc Ainaud Escudero sobre el portapaz de Sijena robado del MNAC en 1991. No lo cito porque no viene al caso referenciar un estudio histórico sobre esa pieza, cuando lo que hago es aludir a que fue robada del museo. Es absurdo que se señalen estas cosas como “graves errores” o “graves carencias”.

Págs. 183 a 185: En ellas, Velasco aporta sus opiniones y juicios de valor, no datos; o sea, hace aquello de lo que me acusa. Tiene su gracia. Es el mío, dice, un tono «impropio de una publicación científica»; pero si repasamos sus propias publicaciones “científicas” sobre Sijena es evidente que ve la paja en ojo ajeno y no la viga en el propio. Su artículo en este libro es una muestra: ¿es propio de una “publicación científica” todas sus descalificaciones hacia mí, que como vamos viendo, además son falsedades o meras opiniones suyas?

Porque hay que decir que Velasco incluye este texto entre sus “publicaciones científicas”, tal como puede verse en su perfil de la web de la Universitat de Lleida…

Nº 8, págs. 184-185: afirma que critico a estudiosos catalanes que vivieron hace casi cien años «a partir de criterios actuales y presentándolos, casi, como personas que sentían animadversión por todo lo aragonés». No indica dónde hago yo eso, y es falso. Pone como ejemplo, eso sí, a Folch i Torres, a quien dice que dirijo «furibundas críticas «casi una obsesión»». Remite para demostrarlo a las páginas 84-85 y 47 de mi libro, que adjunto. Juzgue el lector si lo que encuentra en ellas son “furibundas críticas”.

Nº 9, pág. 185: respecto a la comparación que yo establezco entre la abundante dotación económica que se destinó a la restauración de Poblet y la escasísima o nula que se logró para Sijena, Velasco afirma: «Se pretende evidenciar un supuesto agravio dando a entender que se benefició al monasterio de Poblet por el hecho de ser un centro religioso ubicado en territorio catalán». Eso es una deducción que hace él. Me refiero varias veces a Poblet, y creo que queda bastante claro, para decir que se privilegiaban los lugares donde había dinero, avalados por personalidades con influencias y poder, máxime cuando Poblet no había sufrido destrucciones en la guerra. Lo demás lo pone Velasco de su cosecha.

Nº 10, págs. 186-187: sobre el arranque de las pinturas del valle de Boí a partir de 1919. Velasco opina que abordo el caso de la salida al extranjero de las pinturas murales de Mur «con una finalidad espuria» y que planteo «una teoría «casi de la conspiración» que contradice lo que demuestran la documentación y los estudios recientes», pues afirmo que el arranque podía haberse evitado. «La argumentación desarrollada por ella, así como las sombras de sospecha que proyecta sobre las actuaciones de los agentes mencionados [Folch i Torres, la Junta de Museos y la Mancomunitat] no pasan de ser simples especulaciones revisionistas sin ningún tipo de fundamento documental».

Incluyo varias imágenes para desmentir estas afirmaciones. Lo que yo expongo está documentado, y las referencias correspondientes se incluyen en las notas a pie de página. La documentación es accesible en la web del Arxiu Nacional de Catalunya, y es contundente: tanto el arranque como la venta de esas pinturas a Boston podían haberse evitado. El propio Folch i Torres escribió en un informe: «Todo lo que hagamos para evitar que Mr. Pollak se lleve las pinturas, son dificultades que nos creamos nosotros mismos para ir a buscarlas mañana». Esto lo publicó ya en 1999 Maria Josep Boronat. ¿Tenía ella también una “finalidad espuria”?

De hecho, sí, va siendo hora de que se revise la versión unánime que afirma que el arranque de las pinturas del valle de Boí por la Junta de Museos se debió a que las de Mur se habían vendido en el extranjero: los arranques realizados por encargo de la Junta se llevaron a cabo entre 1919 y 1920, y la venta de los frescos de Mur se realizó en 1921. A mi vez, ¿qué clase de “finalidad espuria” puedo tener exponiendo esto?

Nº 11, pág. 187: protesta de que diga que el obispado de Lérida no ayudó en ningún momento a las monjas de Sijena. Le puede saber fatal leerlo, pero así fue. También dice que “criminalizo” a la Junta de Museos. Que diga dónde.

Nº 12, misma página: afirma que no conozco la actividad de la Junta de Museos, pues «yerra cuando afirma que el interés de la Junta por el arte medieval se inicia en 1917» porque «este interés se materializó de forma definitiva diez años antes». Y remite en nota a la obra de Boronat, entre otras.

Yo no digo que ese interés “se inicie” en 1917, sino que la Junta se interesó por el arte medieval sobre todo a partir de esa fecha; «por aquel entonces la Junta de Museos valoraba mucho menos el arte románico o gótico que el renacentista y barroco, por el que se pagaban cantidades diez veces más altas». Eso es lo que dice Boronat en su investigación, a la que Velasco remite (aunque da mal las referencias, las páginas que él dice no hablan del interés de la Junta por obras de ninguna época).

Nº 13, pág. 188: dice que acuso a la Generalitat «de querer engordar el patrimonio público a partir de expropiaciones de bienes, de ocultar deliberadamente las procedencias de las obras confiscadas o de querer apropiarse de patrimonio aragonés, ya que, según la autora, “buena parte del patrimonio aragonés se consideraba, de hecho, catalán”». Lo llama «peculiar fantasmagoría» y remite a las pp. 100-101 de mi libro.

Yo no estoy acusando a la Generalitat de lo que él dice; señalo que en la guerra, a partir de un decreto publicado en 1938, en el que se establecía que todo el patrimonio existente en ese momento en Cataluña pasaba a ser propiedad de la Generalitat, quedaban incluidos muchos bienes aragoneses trasladados a Cataluña para su protección con motivo de la guerra. Eso es un hecho incontrovertible para cuyo análisis sigo, además, lo publicado por Francisco Gracia y Glòria Munilla en su obra Salvem l’art! (2011), como se indica en la pertinente nota al pie, y añado varios ejemplos de lo publicado por la prensa y por el Butlletí dels Museus d’Art de Barcelona sobre el destino de todo aquel material para los museos.

Según Velasco, lo anterior me lleva «a efectuar un paralelismo con la actualidad y los litigios por los bienes artísticos aragoneses conservados en Cataluña, atendido que la situación descrita para 1936, según Menjón, “sigue ocurriendo a día de hoy”». Si se acude a las páginas a la que él remite en mi libro se comprueba que esto es una burda manipulación (una más).

Nº 14, misma página: «Su posicionamiento ideológico y el menosprecio hacia determinados altos cargos de la Generalitat quedan manifiestamente patentes en una lamentable afirmación que habla por sí sola y que exime de hacer cualquier comentario al respecto. Concretamente, cuando la autora hace referencia a unos informes redactados por Carles Pi i Sunyer y Pere Bosch Gimpera que trataban sobre la destrucción de patrimonio artístico, apunta que se redactaron “desde su cómodo exilio francés y londinense”». Remite a la pág. 289 de mi libro.

Solo está entresacando de ese comentario lo que le conviene: Pi i Sunyer y Bosch Gimpera atribuyen las destrucciones del arte durante la guerra a «la organización revolucionaria anarquista FAI, formada principalmente por gente fastidiosa no catalana, inmigrantes de zonas miserables de Murcia y Almería», mientras que el salvamento lo llevaron a cabo «los catalanes de origen». Y no se puede negar que el exilio de los altos representantes políticos, con asignaciones económicas aseguradas e importantes contactos en el exterior, fue mucho más cómodo que el que tuvo que afrontar la inmensa mayoría de los exiliados, cosa que también aclaro en el texto: su exilio fue privilegiado en comparación con el que padecieron los demás.

Nº 15, misma página: «Es lamentable, finalmente, el perfil interesado e irrespetuoso, rebosante de manifestaciones gratuitas, que Menjón ofrece» de Joan Ainaud de Lasarte. Remite a las páginas 196-203; si se acude a ellas, se comprobará que únicamente le acuso de alterar los hechos en un informe y de practicar una política de hechos consumados. Ambas afirmaciones son ciertas y están documentadas.

Nº 16, pág. 189: afirma Velasco que especulo con los conocimientos de Francisco Íñiguez, «a quien desacredita por haberse manifestado, en un momento dado, favorable a la permanencia de las pinturas murales de Sijena en Barcelona». Una vez más, no es así. No desacredito a Íñiguez sino que cuestiono su punto de vista, porque obviaba en su informe relevantes aspectos legales: disponía sobre unas obras de arte que tenían un dueño, la comunidad de Sijena, con el que no cuenta en absoluto.

Nº 17, misma página: «La autora confiesa que se le ha denegado la consulta de toda documentación específica sobre las pinturas conservada en los archivos del museo […] pero llama la atención que publique […] numerosos materiales procedentes de estos expedientes». No remite a ninguna página, claro, pero debería haberlo hecho a la página 11, donde digo lo siguiente:

La relación más conflictiva ha sido la establecida con el MNAC, que se ha mostrado como una institución opaca desde el momento en que, lejos de facilitar la consulta de sus fondos documentales, como es preceptivo por ley para todos los archivos públicos, la dificulta o impide con diversas excusas o por el simple expediente de no responder a las solicitudes de permiso efectuadas. La jefa del Departamento de Gestión Documental y Archivo del MNAC me insistió de palabra y por escrito en que el museo no guarda ninguna documentación anterior a 1991 relacionada con las piezas que custodia, lo  que, de ser cierto, constituiría una irregularidad tan grave que sus consecuencias resultan inimaginables; con posterioridad adujo, sin embargo, que no se permitía su consulta debido a la existencia de un litigio sobre estas pinturas, lo que tampoco es aceptable como argumento. Tras un tenso episodio vivido en la misma biblioteca del museo en octubre de 2014, accedió a proporcionarme alguna documentación sobre la Exposición Internacional de Arte Románico de 1961, cuando se exhibieron por primera vez las pinturas de Sijena en Barcelona, y también pude consultar información relativa al proyecto museográfico renovado del MNAC en los años noventa. Pero no se me permitió ver los libros de registro, ninguna documentación específica sobre las pinturas, tampoco sus expedientes de conservación ni fotografías. Esa documentación existe, es importantísima y está referenciada en varias publicaciones (todas ellas de personal que trabaja en el propio museo), pero se halla vedada a los investigadores externos.

La información que publico es la extraída de esos dos expedientes señalados.

En nota, además, dice que he borrado mi blog, lo que, como es evidente, tampoco es cierto.

Nº 18, misma página: me acusa de no conocer la bibliografía sobre las pinturas arrancadas del refectorio del monasterio, que según él habían sido estudiadas y analizadas en 1988 por Isidre Puig». Dicho análisis consiste en 18 líneas en las que Puig reproduce textos de Mariano de Pano y Ricardo del Arco, añadiendo una breve alusión (5 líneas de esas 18) a que en el MNAC hay un fragmento que no se corresponde ni en temática ni en fecha con su supuesto autor. Si eso es haber “estudiado y analizado” las pinturas del refectorio, vamos listos.

Nº 19, pp. 189-190: dice que no sé reconocer una pieza procedente de Sijena, la bandejita gallonada que el MNAC compró en 1982 (ojo con la fecha) y que no se expone, aunque él dice que sí. Puede comprobarse en la web del museo:

Nº 20, pág. 190: nuevamente me acusa de dirigir una «furibunda crítica» al MNAC, que «llega a extremos insostenibles», pues dice que «lamento» que en 2012 unos fragmentos de pinturas murales de Sijena se emplearan para realizar prácticas de restauración.

Yo no “lamento” nada, simplemente doy ese dato, como puede leerse en la página 245 de mi libro. Lo que digo es esto:

Varios de ellos [de los fragmentos del ábside de la iglesia] sirvieron para efectuar prácticas de restauración a los becarios de la Escuela Superior de Conservación y Restauración de Cataluña, tal como puede comprobarse en la web del museo. En concreto, se trabajó en 2012 sobre uno con «santos y otras figuras» (ref. 200719) y sobre otro con «delfines» (ref. 200737).

Nº 21, misma página: «Todavía más contundente se manifiesta cuando se refiere a la pretendida ocultación de la procedencia de algunas de las pinturas murales del monasterio, que lleva a la autora a hablar de “robo” y “apropiación indebida”».

No es una pretendida ocultación: las pinturas profanas de Sijena se arrancaron en 1960 sin permiso de Bellas Artes, y se presentaron al año siguiente como procedentes de «Cataluña», «de un edificio arruinado cercano a Lérida», un «castillo o residencia señorial», y así puede verse en el catálogo de la muestra y en la guía del museo de 1973, entre otras publicaciones. Es un hecho muy grave que debería avergonzarle; sin embargo, carga contra mí. Es alucinante.

Nº 22, misma página: afirma que acuso a Montserrat Pagés «de efectuar afirmaciones deliberadamente incorrectas». Falso. Lo que yo digo es lo siguiente: «Montserrat Pagès ha estudiado este conjunto, consignando por supuesto su pertenencia a Sijena aunque sin hacer referencia a su deliberadamente incorrecta adscripción anterior»; adscripción anterior que, como hemos visto, se realizó desde su misma presentación al público en 1961. Pagès no hace referencia a ello. Velasco vuelve a mentir.

Nº 23, misma página: «Las acusaciones de negligencia en la conservación de la colección de pintura mural de la institución, igualmente, son desaforadas y demuestran importantes carencias en el conocimiento de la práctica disciplinaria». Las “acusaciones” no las hago yo; reproduzco lo que dicen los informes de los restauradores que estudiaron la colección de pinturas murales con motivo de la remodelación del museo entre los años 1987 y 1995. Véanse las págs. 270 a 278 de mi libro, donde figuran las citas de esos informes en sus notas al pie.

Por cierto, qué fijación con el término “desaforadas”…

Nº 24, misma página: «Acusar al museo de seccionar, en data reciente, en seis fragmentos el conjunto mural de Sant Climent de Taüll es de un absurdo que no merece la pena ni comentarlo». Que ese conjunto se seccionó en 6 fragmentos es algo que recoge el propio Butlletí del MNAC de 1993, monográfico sobre la operación de traslado de los ábsides durante las obras de restauración del edificio.

Nº 25, págs. 190-193: «Una de las tesis más desaforadas [¡y dale!] de la autora en todo el libro es la justificación que hace del posible traslado de los murales a Sijena […]. Menjón defiende que es viable porque dentro del museo se han movido en diferentes ocasiones y porque algunos fragmentos se han cedido a exposiciones temporales».

Yo no defiendo nada ni justifico nada. Expongo, simplemente, lo que ha ocurrido. Velasco remite a las páginas 267-278 de mi libro, que corresponden al capítulo “Traslados, préstamos y restauraciones”. Remito yo, asimismo, a ellas para que se pueda comprobar que en ningún momento justifico ni defiendo ningún traslado.

Nº 26, pág. 195: «otras de sus constantes es la crítica feroz a las instituciones, eruditos, coleccionistas y anticuarios que contribuyeron a la formación de los museos catalanes a principios del siglo XX […]. Recurre al tópico de presentar estos agentes como alguien que desposeyó a las clases populares de su patrimonio».

Respecto de esta última frase, así fue; respecto de la otra parte de la cita, critico que los anticuarios y eruditos se aprovecharan de la ignorancia de la gente, porque así fue y está bien demostrado, y frente a la constante crítica que se hace a la gente de los pueblos como desidiosos o aprovechados, o de que menospreciaban lo suyo, porque es injusto. Jamás se acusa de nada a los coleccionistas, todo lo contrario. Supongo que no se acusa a los pudientes porque cuando lo haces te pasa lo que a mí: que te ponen verde los velascos de la vida.

La cita que él inserta en relación con esto se refiere, además, al contexto de la guerra civil, sobre el que también se ha acusado a los de los pueblos por «no defender lo suficiente su patrimonio». Él dice: «la autora cae en un discurso impregnado de contenido político que presenta a las comunidades rurales como arcadias perfectas en las que el patrimonio era valorado y apreciado». Pero es evidente que decir, como yo hago, que en la guerra «hubo quien sufrió, mucho más que los eruditos, la pérdida de un patrimonio que era suyo y consideraban sagrado» no puede llevarle a decir que estoy presentando “una arcadia perfecta”.

Nº 27, pág. 196: me acusa de «manipulación» en relación con el caso del terno de San Valero, de Roda de Isábena, que el obispo de Lérida se vendió en 1922. «Menjón, sin prueba documental, afirma que la venta “ocasionó encendidas protestas de los vecinos de Roda, que desde luego no fueron atendidas ni por las instancias eclesiásticas ni por las civiles”. Sin embargo, lo que no menciona Menjón es que el terno se encontraba en Lérida desde época medieval […] por lo cual difícilmente los habitantes de Roda de Isábena podían reclamarlo con tanta vehemencia casi cinco siglos después de su salida del pueblo».

Puede que fuera “difícil”, pero así fue; y lo afirmo con pruebas documentales. Velasco las conoce, no puede acusarme de no tener pruebas. Por si no se han dado suficientes muestras ya, es otra prueba de que es él quien manipula.

Dice también que intención es hacer «herederos» del espíritu de los de Roda a los actuales vecinos de Villanueva de Sijena en su litigio para recuperar las obras del monasterio. ¿Pero de dónde se saca esto, de su imaginación?

Nº 28, pág. 197: Sobre la autoría del incendio del monasterio de Sijena, afirma que lo que persigo es, mediante «la exculpación de la población autóctona y la culpabilización de agentes externos», «esconder la participación de los vecinos en actos de violencia generados en el seno de la propia comunidad». «Este tipo de discursos presentan a los del pueblo como víctimas, a la vez que se les considera miembros de una comunidad imperturbable y sin fisuras que se vio afectada por la llegada de agitadores externos. La realidad, en cambio, es bastante más compleja». Y tanto que es más compleja, como para que Velasco haga semejante pirueta sobre algo que yo no he dicho: no excluyo la participación de los vecinos, lo que digo es que, como ocurrió en tantos otros pequeños pueblos, no pasó nada hasta que no llegó gente de fuera. Así lo relata Julio Arribas, autor de una Historia de Sijena en la que narra como testigo directo lo sucedido allí en los inicios de la guerra.

Él se basa, para negar toda participación externa en el incendio del monasterio, en un trabajo de Assumpta Castillo, «El forastero en la Guerra Civil española», publicado en 2016 en una revista de historia militar; pero obvia los estudios realizados por José Luis Ledesma, profesor de la Complutense y autor de obras como Los días de llamas de la revolución (2004).

Siguiendo su propia argumentación, pero en sentido inverso, también se podrían extraer conclusiones sobre su afán por exculpar a las milicias llegadas de Cataluña.

Toda esta información la envié al coordinador principal del libro, Vicent Baydal, por correo electrónico, pidiéndole su parecer, preguntándole quién estaba haciendo aquí «pseudohistoria». No recibí respuesta. Al menos, que quede aquí.

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Calendario 2025 Arte Aragonés Invisible

Os dejo un calendario para el próximo año que entra ya mismito, con una selección de 12 obras de arte medieval aragonés <<invisible>>, porque se halla en los almacenes de grandes museos y no se exponen. Son obras excelentes y es una pena que no se puedan ver; algunas tan destacadas como el retablo de la Virgen de Sijena, comprado por la Junta de Museos de Barcelona en 1918 y que ha figurado en el MNAC, hasta hace poco, como una de las obras más señaladas del periodo gótico. Y ahora, pues nada, ha ido a parar al almacén.

Cada mes muestra una obra. Las de este año están en el MNAC, pero hay muchas más en este y en otros grandes museos. Porque ese es el problema: que las reservas atesoran gigantescas cantidades de obras de arte que nunca se ven; que ni se exponen ni están en sus lugares de origen. Y eso es un sinsentido sobre el que alguna vez tenemos que hablar…

Son dos calendarios: uno de pared y otro en tamaño A5, para encuadernar si os apetece. Espero que os guste y os acompañe todo el año. Un 2025 que espero que sea muy feliz para todos.

https://drive.google.com/drive/folders/1yrkSbL-FPFkMlF0aPiKHJhO9Zu3lG2jx?usp=drive_link

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¿Dos piezas catalanas entre los bienes de Barbastro?

¿De verdad se han traído a Aragón, al Museo de Barbastro, desde el Museu de Lleida, dos piezas de procedencia catalana? Eso es lo que se ha dicho en redes, en algún programa de TV, algún medio digital… Les dejo un ejemplo, de la revista «El Temps de les Arts», y analizamos después los dos casos:

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Habrá que ver qué dice el Supremo, afirma el autor (Albert Velasco), porque es una de las cuestiones que más hacen cuestionar (sic) la imparcialidad del juez que ha juzgado (sic) el caso. Hay pruebas muy concluyentes, dice, que certificarían que estas piezas son de «las iglesias leridanas de Montagut y Vall-llebrerola, tal como demostró Carmen Berlabé en su tesis doctoral (2009)». Y pone link a la tesis. Ni hay pruebas de certifiquen esa procedencia ni la tesis de Berlabé demuestra nada, como veremos.

Las dos piezas en cuestión son un sagrario del siglo XV y un frontal de altar de seda del XVI. Vamos con este último, una obra que procede de Montanuy (Huesca) y que ahora se afirma que es de Montagut (Lleida). Es este:

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En su libro «Del Museu Diocesá al Museu de Lleida» (2028), Berlabé aduce que se produjo una confusión durante el traslado de los bienes del Museo de Lleida durante la guerra; que en los listados manejados por entonces, se indicaba que era de Montagut, pero que en un momento dado alguien anotó por error «Montanuy».

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Lo que no se indica es que la pieza lleva por detrás, cosida, una etiqueta ANTIGUA que certifica el envío «De la Parroquia de Montanuy para entregar al Rdo. D. Zeferino Escolá en el Seminario de Lérida». La confusión se produjo, pero al revés, en los listados de la guerra.

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Ceferino Escolá, por cierto, fue un cura ultramontano («faccioso», en el lenguaje de la época) que participó enérgicamente durante las guerras carlistas al menos desde 1875. En los tiempos del obispo Messeguer, y también después, fue vicerrector del Seminario Conciliar de Lérida.

Así que ya ven ustedes cómo de «concluyentes» fueron las pruebas presentadas en este caso por la parte catalana, ante las que el juez ejecutor Silverio Nieto «hizo oídos sordos» para «comprar» los «débiles, casi inexistentes» argumentos aragoneses…

Vamos ahora con el sagrario policromado del siglo XV, de la escuela de Pere García de Benabarre, procedente de Benavente de Aragón (Graus, Huesca), pero que se afirma que es de Vall-llebrerola. Es este:

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Que sea de Benavente es algo que se asume desde 1933, cuando José Soldevila Faro señaló la existencia de un sagrario gótico de esta procedencia en el Museo de Lérida. La mención es muy escueta, pero solo hay dos sagrarios góticos más en ese museo, y son de Durro y Esplugafreda.

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La supuesta procedencia de Vall-llebrerola se basa en esta carta (el doc es de C. Berlabé). ¿Esto es una prueba concluyente? El párroco envía «un sagrario», sin más. Por cierto, que estaba «arrinconado en el palomar de la rectoría», habría que entender que de la de Vall-llebrera.

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Con estas historias nos movemos. Es una pena. Y todo, porque el obispo Messeguer ocultó la procedencia de las piezas para que no le vinieran luego los pueblos con reclamaciones…

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Se ocultó su procedencia

El #MuseuDiocesàLleida y la #Generalitat se empeñan en afirmar que los bienes de las parroquias del Aragón oriental (#BienesdelaFranja) fueron comprados por el obispo Messeguer. Pero no fue así, y eso es lo que ha determinado también la sentencia. Una prueba de ello puede encontrarse en el propio boletín de la diócesis de Lérida, que se llamaba «Esperanza» y se guarda en las bibliotecas, para que lo pueda leer cualquiera.

Os pongo algunos ejemplos. El primero corresponde al boletín del 25 de agosto de 1920 (p. 196): observad que se afirma que los objetos no se regalan, sino que solo se depositan en el museo para su mejor conservación, «reservándose el dominio la parroquia». Y la posibilidad que se plantea sobre una posible venta no sería al obispado, sino a terceros (bonita posibilidad, por cierto: se venderán mejor porque estando en el museo serán más conocidos y aumentará su precio; qué bochorno).

Quiero señalar especialmente otro detalle, que no debe pasar desapercibido: esto que vemos son argumentos que se plantean desde el obispado para que «las dos o tres familias más influyentes de la población» convenzan a los fieles de que no pongan obstáculos a que las piezas artísticas de la parroquia se entreguen al museo de Lérida, porque es lo cierto, según podemos leer, que una de las «dificultades de no escasa monta» para que el obispo de Lérida lograse su objetivo era «la intromisión de los fieles», que se oponían a que se les llevaran del pueblo unos bienes que consideraban suyos. Prácticamente cada vez que «rascas» un poco en la documentación de estos episodios aparece la oposición de los feligreses; que nadie tuvo en cuenta, pero que estuvo ahí.

Otro ejemplo más, del mismo boletín (25 de febrero, 1921): se afirma los objetos deben ingresar en el Museo porque nada pierden con ello las parroquias, al mantener íntegros sus derechos. No se puede ser más claro. ¿Dónde están aquí las ventas, ni la más remota intención del obispo leridano de recurrir a ellas?

El obispado de Lérida, por cierto, no era un comerciante de antigüedades: estaba en un plano superior (y la Iglesia no podía comprarse bienes a sí misma). El obispo se limitaba a solicitar las piezas (o a mendigarlas incluso, según se lee en el boletín del 25 de junio de 1921, pag. 231).

Hay más ejemplos y no les quiero cansar. Acabaré con un pasaje muy ilustrativo de una publicación de Joan Fusté i Vila, primer conservador del museo leridano, quien se encargó de inventariar por primera vez las piezas acumuladas, que ya eran casi dos mil, en 1918 (la publicación es de 1925, aunque en ese pie de imprenta ponga 1924):

«En ningún museo, quizá, era tan difícil la catalogación como en el de Lérida. Descuidada con toda deliberación y sistemáticamente, aunque con un fin plausible, la anotación de la procedencia de las antigüedades para que nadie pudiera venir con inoportunas reclamaciones, y conociéndose por el Boletín solamente la de los que le parecía bien al excmo. Sr. obispo…»

Vaya. Bonita precaución.

Van dos consideraciones:

1. Si los bienes se hubieran vendido, nadie podía haber ido luego con reclamaciones.

2. Se reclaman 111 piezas aragonesas, pero ¿cuántas habrá? Aquella «precaución» tomada por el obispo Messeguer para ocultar la procedencia de lo que se llevaba al museo sigue siendo eficaz para dificultar al máximo las reclamaciones hasta el día de hoy. Lo peor de todo es que dificulta también el conocimiento de nuestra historia, de la historia del arte, de lo que cada lugar produjo y se esforzó en poseer para sus iglesias. Eliminar el contexto de una obra es arrebatarle su sentido y arruinar sus posibilidades de estudio; se actuó igual que quienes van con un detector de metales a un yacimiento arqueológico y extraen sus piezas sin tener en cuenta el entorno en el que aparecen: arruinan la pieza y arruinan el yacimiento. El obispo Messeguer hizo exactamente eso.

En el juicio en Barbastro se aportó documentación de archivo que pretendía demostrar que hubo ventas. Se presentó como la gran novedad, aunque no era tal. Como ven, basta con leerse lo que el propio obispado PUBLICÓ. Su lectura, insisto, es accesible en las bibliotecas. Y me parece que deja las cosas muy claras.

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Daroca para despistados

Este es un post dedicado especialmente a alguien que no conoce la iglesia de San Miguel de Daroca ni sus pinturas, pero no solo pontifica sobre ellas sino que las pretende utilizar como arma arrojadiza. Proporciono esta información gentilmente con la esperanza, seguramente vana, de hacer ver lo nefasto que es usar el patrimonio y la historia con fines políticos. Me refiero a esto, en concreto:

No es la primera vez que el sr. Velasco se refiere a las pinturas de Daroca, con idéntico objetivo: su utilización política.

Traduzco:

«En relación con el tema de Sijena, hay un caso que se me había pasado por alto y que ilustra muy bien sobre lo que hay detrás de la reclamación de las pinturas murales conservadas en el Museo Nacional de Arte de Cataluña.

Durante una restauración efectuada en 1946 en la iglesia de San Miguel de Daroca, declarada Monumento Nacional en 1931, aparecieron unas pinturas murales del siglo XIV. Se arrancaron y hoy se conservan en el museo de Zaragoza. El monasterio de Sijena fue declarado en 1923 y las pinturas se arrancaron en 1936. ¿Dónde está la diferencia?».

Bueno, hay diferencias notables, eso desde luego. Y también hay errores de bulto en los dos escritos reproducidos. Vamos a ello.

–Las pinturas murales de la iglesia de San Miguel de Daroca son conocidas de antiguo. No fueron descubiertas en los años 40.

–En su mayor parte se conservan in situ. Véase:

–En los años 40 se arrancó UN FRAGMENTO, que es el que se conserva en Zaragoza. La cosa fue así: después de la guerra, se impulsó la restauración de un muro dañado en una de las capillas, que conservaba un fragmento de pintura mural; Manuel Chamoso Lamas, comisario del SDPAN en los años 40, propuso su arranque para poder salvaguardarlo antes de restaurar ese muro. Y pidió ayuda al director del Museo de Barcelona (MNAC), que entonces era Xavier de Salas.

 

Tuvo que insistir, aquel hombre. Un mes más tarde de esa carta, y pese a la urgencia que transmite la solicitud de ayuda, aún no se había decidido nada. Chamoso imploraba.

–Parece ser que la restauración de la capilla se llevó a cabo, con otras partes de la iglesia, en 1946. No sabemos en qué fecha se procedió a arrancar las pinturas ni si finalmente el trabajo lo hizo Grau, pero podemos suponer que sí, pues el hecho es que se restauraron en el MNAC, y Manuel Grau i Mas era el restaurador de aquel museo.

–Las pinturas tardarían en volver. Su rastro se pierde hasta 1968: ese año fueron expuestas en el Museo del Louvre, en una muestra sobre arte gótico en Europa, y al acabar la exposición fueron entregadas al Museo de Zaragoza, como depósito del Ministerio de Cultura. El fragmento llegó dividido en dos secciones. Una se expone y otra no. La que se expone es esta:

Hay una gran diferencia respecto del caso de Sijena: en Daroca se arrancó solo un fragmento y se hizo con los parabienes de la Administración; la iniciativa la tomó la autoridad competente, sin irregularidades. Aun así, ya vemos el riesgo que corrió: una vez que salió de su lugar de origen, tardó 20 años en volver a Aragón.

¿Ustedes creen que toda esta explicación servirá para algo? Yo lo dudo. Pero no podía dejar de contarlo. Cada cierto tiempo necesito desmentir marrullerías, aunque esto sea el trabajo de Sísifo.

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Dos por tres calles (III)

Dejo aquí la respuesta que di el domingo 24 de junio, en el Diario del Altoaragón, al artículo publicado contra mí por Juan José Nieto el domingo anterior, en el mismo medio.

Solo quiero añadir, de momento, uno de los aspectos que quedó sin comentar en mi artículo, por falta de espacio: se queja el Sr. Nieto de que no le cito lo suficiente en mi libro sobre Sijena, lo mismo que a Español, y me recuerda que existe «un código deontológico
en el cual [sic] se debe citar correctamente, para no sacarles los méritos a otros». Le diría al Sr. Nieto que se aplique su propio consejo, porque en ese artículo lo incumple en dos ocasiones:

  1. El trabajo que realizó para la DGA no es solo suyo, sino que tiene otro autor, Juan Ramón Bosch Ferrer, a quien no nombra. Le está quitando el mérito a su compañero.
  2. Toda la información que ofrece sobre el intento de venta de un lote de piezas por las monjas de Sijena en 1925 sale de la tesis de Carmen Berlabé, conservadora del Museo de Lérida. Y no lo dice, con lo que parece que la documentación la aporta él. Suyos son, únicamente, los datos relacionados con la exposición de Sevilla de 1929.

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Dos por tres calles (II)

Segundo dato: no sé cómo se puede negar la existencia de una venta y a la vez pedir su nulidad. Es tremendo, esto.

1) En 1925, y son datos de nuevo publicados por Berlabé, cuya tesis está en red DESDE HACE AÑOS, las monjas intentaron vender un lote de objetos, entre los cuales solo había, que se sepa, dos piezas reseñables: una arqueta, que hoy está en el Museo Marès, y una tabla de las Once Mil Vírgenes que está en el Museo de Zaragoza.

2) Se me acusó ayer de afirmar, sin fundamento, que esas ventas existieron. Yo lo único que he dicho es que, contra lo que dijeron, en falso (y ya les di cera por eso), los conservadores del Museo de Lérida, NO HAY CONSTANCIA DE QUE SE DIERAN LOS PERMISOS NECESARIOS POR PARTE DE NINGÚN MINISTERIO. Que alguna venta hubo, es seguro. Os dejo, como prueba, la nota de inventario del Museo de Zaragoza, que da fe de que la tabla ingresó en enero de 1927 y fue vendida en diciembre.

De la arqueta del Marés no sabemos nada: opacidad total. En su web solo se dice que es una donación del propio Marés. Una donación del dueño del museo a su museo. Es tanto como no decir nada.

3) Si la arqueta se vendió en 1927 o en 1929, o después de 1929, DA IGUAL PARA EL CASO. Siempre fue después de 1923, que es lo que importa a la hora de efectuar la posible reclamación. Saber que estuvo en Sevilla en 1929 es chulo, pero a los efectos que tratamos ES ALGO COMPLETAMENTE IRRELEVANTE. Lo que hay que averiguar es cómo llegó a manos de Marés. Eso sí sería importante. Si hay dudas de que esa venta se produjo, confírmese, investíguese ANTES DE METERSE EN OTRO PLEITO, POR DIOS.

4) No pretendo mancillar «la santidad» de las monjitas de Sijena (algo parecido dixit Nieto ayer, no me dan ganas ni de comprobarlo, bohjgxz). De hecho, si alguien ha tenido la paciencia de leer todo lo que estos años atrás he escrito sobre el monasterio y el dichoso litigio, se habrá dado cuenta de que las defiendo. Cuando las tengo que defender, cuando tengo argumentos para hacerlo. Cuando no, no. Se llama ser honesto en la profesión, en este caso la mía, que es la de historiador.

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Dos por tres calles (I)

Una cosita sobre el artículo de J.J. Nieto, de ayer (al margen de las burradas que dice sobre mí, que de eso ya hablaremos). Es solo para que se vea el nivel que se marcan algunos. Se dice haber realizado un gran hallazgo: una tabla de la Santa Cena que procede del monasterio, y que, Nieto dixit, «no sabíamos que era de Sijena». Y que hay que reclamarla, gracias a este hallazgo. Hoy lo dice en el mismo diario altoaragonés el abogado Jorge Español.

Bueno. Dos detalles:

1) Se sabe que esa tabla es de Sijena al menos desde 1994: publicó el dato en esa fecha Carmen Berlabé. Al César lo que es del César. Pueden uds. localizar el artículo en la revista «Ilerda», núm. 51, de ese año, pág. 86. Valiente «hallazgo». Eso de que «no sabíamos que era de Sijena»… por favor, que no hable en plural. No lo sabía ÉL. 


2) Esa tabla figura como depósito. Al igual que el resto de las piezas que hoy están en Lérida, y que son bastantes. ¿Por qué se plantean reclamar una sola tabla? Si hay argumentos jurídicos para reclamar esa, los hay para reclamar las demás. Si no los hay, que mientras las dueñas de esas piezas (las monjas de San Juan de Jerusalén) no pidan levantar el depósito, no los hay, hagan el favor de ser prudentes.

Como indica Berlabé, esa pieza fue a parar a Lérida durante la guerra, como muchas otras de Sijena. Si hay posibilidad de recuperar ese patrimonio, la cosa tiene que ir por ahí: bienes llevados durante la guerra a Lérida que, en buena parte, no volvieron a Sijena.

Oigan, dejen de jugar unos y otros con Sijena, que es un tema muy serio. Trabajen con profesionalidad y sin buscar un protagonismo absurdo. Le están haciendo daño a la causa. Por favor, prudencia. Basta ya.

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Un retablo de Binaced, no de Lérida

¿Recuerdan la historia que les contaba aquí sobre el retablo de San Antón, procedente de Villanueva de Sijena, que algunos se empeñan en decir que perteneció a la Seu Vella de Lleida? Pues hoy traigo otro caso similar, el de un retablo que procede de Binaced (Huesca) pero que se pretende hacer pasar como de Lérida sin que haya para ello ninguna base, y digo ninguna base.

El retablo en cuestión, que debió de estar dedicado a la Virgen, se ha datado en el segundo tercio del siglo XV y es uno de los casos singulares en los que se sabe quién fue autor, pues va firmado: «Iacobus Ferrarii», es decir, Jaime o Jaume Ferrer. Desmontado quizás en el siglo XVIII, cuando se construyó la actual iglesia parroquial, las tablas que quedaban en el pueblo a finales del siglo XIX pasaron a Lérida por orden del obispo Josep Meseguer, que había fundado el Museo Diocesano hacía pocos años. En ese museo siguen. Son tres tablas, una de ellas con dos escenas, que representan el Nacimiento y la Epifanía, la Ascensión y Pentecostés. Solo he conseguido foto medio decente de las dos primeras tablas, es esta (y procede de aquí):

¿Se fijan en que en la parte inferior de la foto está la firma? Huy, eso vuelve locos a los historiadores, mamma mía. De hecho, a partir de ahí se ha podido identificar al autor de otros retablos similares y trazar su personalidad artística, deslindarla de otras similares y establecer una saga de pintores de apellido Ferrer… (bueno, esto último todavía no es una prueba superada: hay muchas discrepancias entre los estudiosos, pero no vamos a entrar en ese tema, que nos desviamos).

La cuestión es que en 1893, por orden del obispo Meseguer, el párroco de Binaced preparó para su envío a Lérida unas tablas góticas que servían como puerta de un armario de la sacristía de la iglesia, una de las cuales, al parecer por culpa de ese uso, estaba estropeada. Tardaron a salir del pueblo porque el alcalde se opuso a que se las llevaran y se creó un conflicto en el que el obispo, indignado, respondió que no pensaba «consentir que ningún alcalde me impida la jurisdicción y derechos que tengo de administrar los bienes de la Iglesia»;* riñó también al párroco por no haber sido más sigiloso con la operación, y éste se disculpó y le echó la culpa al carpintero.

Todos estos datos proceden de la tesis de Carmen Berlabé, conservadora del Museu de Lleida, que está en la red. Iba a poneros un pantallazo del documento en el que el párroco se disculpa y acusa al carpintero de haberse ido de la lengua, pero como se ponen tantas restricciones al uso de esa tesis, tendréis que buscar vosotros mismos el documento (por otra parte, incompleto) para comprobar lo que digo: está en el vol. 2, pág. 134.

Las tablas no llegarían a Lérida hasta 1898 ó 1899, año en el que el boletín eclesiástico de la diócesis da noticia del ingreso de seis tablas procedentes de Binaced. A las dos del armario, pues, se habían añadido cuatro más. Desde 1929 se apuntó como procedencia de esas tablas concretas, por parte de los responsables del museo, la iglesia de Binaced. Y atendiendo, como planteó en los años 90 Berlabé, a que en los inventarios antiguos llevan el número 244, y que las piezas correspondientes a los números 243 y 245, esto es, la anterior y la posterior, son también de Binaced, parece que es altamente probable que esa sea, verdaderamente, su procedencia. Se admite comúnmente, de hecho, que así es.

Pero hay dos problemas. Uno, que, no entiendo por qué motivo, cuando los estudiosos se refieren a estas obras hablan de «las tablas de la Natividad y la Epifanía del Museu de Lleida», o «la tabla firmada de Jaume Ferrer», o términos similares que evitan nombrar a Binaced. Y, dos, que se afirma que esas tablas serían originariamente de la Seu Vella de Lleida y que debieron de llevarse a Binaced en el siglo XVIII, cuando la catedral vieja fue desacralizada, pues todo el turó donde se asienta fue destinado para usos militares.

Ya he indicado al principio que esta última afirmación no tiene NINGUNA base. No hay nada que nos permita suponer que fue así. Simplemente, se dice que fue así y punto.

Les recomiendo que echen un vistazo al trabajo escrito por el mayor estudioso de la pintura de los Ferrer, el profesor Isidro Puig, sobre este particular. Así tendrán idea de hasta qué punto esa supuesta procedencia de la Seu Vella es una falacia que no se sustenta en nada. El trabajo en cuestión es este:

En la pag. 230, Puig nos informa de que en 1978, en el catálogo de una exposición que acompañó a la celebración del Congrés de Cultura Catalana, en la Seu Vella, alguien, no sabemos quién, indicó en la ficha de esta pieza: «Correspon a un retaule que segurament fou d’aquesta Seu». «Corresponde a un retablo que seguramente fue de esta Seo». Nada más. No se dice por qué ni por qué no. No sabemos quién lo dijo. Simplemente esa frase se puso en un pequeño catálogo de una exposición titulada Què és i què ha estat la cultura catalana. Y a eso se agarraron los demás como a un clavo ardiendo: Gudiol, Alcolea, Yarza admite la posibilidad con interrogante… Ni un solo argumento, documento o base que permita sostener tal afirmación, ni entonces ni hasta hoy.

«Lo más importante es la asignación que desde entonces se hace de estas obras a la Seu Vella de Lleida», dice Isidro Puig en la p. 231 de su libro. Un origen que él también acepta, aun reconociendo que no hay constancia documental alguna para ello (p. 228). Y lo acepta como acto de fe: «creemos firmemente», afirma, que tanto estas tablas como otros retablos cuyo análisis se incluye en el libro, «fueron realizados para unas capillas de la Seu Vella de Lleida durante el primer tercio del siglo XV». Lo único que aporta para secundar esta posibilidad es una apreciación que me abstendré de comentar, porque se comenta por sí sola: la de que

el nivel estilístico y la calidad plástica que exhiben las obras que nos ocupan hace difícil pensar tuviera [sic] otro destino que no fuera la misma Seu Vella.

Ya. Como que no hay obras magníficas por pueblos de todo el país, pequeños, grandes y diminutos. Debieron de ser hechas todas para las grandes catedrales de las ciudades y luego repartidas por ahí.

Que sí, que he dicho que no iba a hacer comentarios. Ya me callo.

Como la atribución infundada a la Seu Vella de estas obras la cortapegan otros autores, va calando como cierta poco a poco; con decir que «lo afirma fulano», que es experto o profesor, ya está. Pero ya ven ustedes el fundamento con el que se hacen las cosas a veces: ninguno.

Sin embargo, en la web del Museu de Lleida, Diocesà i Comarcal, lo que se indica sobre estas tablas es lo siguiente:

Ya les he dicho más arriba que se busca la manera de llamar a estas tablas de cualquier modo que no sea «retablo de Binaced». Incluso si se pone en duda su origen, es curioso que con el retablo de Albatàrrec, que se encuentra en la misma situación que el de Binaced, es decir, que de él también se afirma que su origen pudo ser la Seu Vella con idéntico fundamento (ninguno), eso no pasa: este sí es nombrado como «retablo de Albatàrrec». Me pregunto por qué.

De modo que así se consuma el expolio más radical que puede hacerse: el de negar la procedencia, la pertenencia, el impulso que hizo posible la obra. No es solo que la pieza no esté donde debería estar, que alguien se la llevase a otro lugar, que no se quiera devolver. Es algo más profundo: que te digan que no es tuya, que el nombre del lugar de origen se borre por completo, que se le asigne un origen falso e infundado. Es negar que fue aragonesa. A la brava, sin fundamento, negarlo sin más. Y va calando.

 

*Cosa que, por cierto, es un argumento sólido en favor de la postura aragonesa en la reclamación de los «Bienes de la Franja», entre los que se incluyen estas tablas; pues el obispo está reconociendo que él es quien dispone a voluntad del patrimonio de la diócesis. Siendo así, sostener que el obispo compraba los bienes para el museo es más que difícil, como han reconocido siempre los especialistas en derecho canónico en este litigio.

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