¿Dos piezas catalanas entre los bienes de Barbastro?

¿De verdad se han traído a Aragón, al Museo de Barbastro, desde el Museu de Lleida, dos piezas de procedencia catalana? Eso es lo que se ha dicho en redes, en algún programa de TV, algún medio digital… Les dejo un ejemplo, de la revista «El Temps de les Arts», y analizamos después los dos casos:

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Habrá que ver qué dice el Supremo, afirma el autor (Albert Velasco), porque es una de las cuestiones que más hacen cuestionar (sic) la imparcialidad del juez que ha juzgado (sic) el caso. Hay pruebas muy concluyentes, dice, que certificarían que estas piezas son de «las iglesias leridanas de Montagut y Vall-llebrerola, tal como demostró Carmen Berlabé en su tesis doctoral (2009)». Y pone link a la tesis. Ni hay pruebas de certifiquen esa procedencia ni la tesis de Berlabé demuestra nada, como veremos.

Las dos piezas en cuestión son un sagrario del siglo XV y un frontal de altar de seda del XVI. Vamos con este último, una obra que procede de Montanuy (Huesca) y que ahora se afirma que es de Montagut (Lleida). Es este:

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En su libro «Del Museu Diocesá al Museu de Lleida» (2028), Berlabé aduce que se produjo una confusión durante el traslado de los bienes del Museo de Lleida durante la guerra; que en los listados manejados por entonces, se indicaba que era de Montagut, pero que en un momento dado alguien anotó por error «Montanuy».

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Lo que no se indica es que la pieza lleva por detrás, cosida, una etiqueta ANTIGUA que certifica el envío «De la Parroquia de Montanuy para entregar al Rdo. D. Zeferino Escolá en el Seminario de Lérida». La confusión se produjo, pero al revés, en los listados de la guerra.

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Ceferino Escolá, por cierto, fue un cura ultramontano («faccioso», en el lenguaje de la época) que participó enérgicamente durante las guerras carlistas al menos desde 1875. En los tiempos del obispo Messeguer, y también después, fue vicerrector del Seminario Conciliar de Lérida.

Así que ya ven ustedes cómo de «concluyentes» fueron las pruebas presentadas en este caso por la parte catalana, ante las que el juez ejecutor Silverio Nieto «hizo oídos sordos» para «comprar» los «débiles, casi inexistentes» argumentos aragoneses…

Vamos ahora con el sagrario policromado del siglo XV, de la escuela de Pere García de Benabarre, procedente de Benavente de Aragón (Graus, Huesca), pero que se afirma que es de Vall-llebrerola. Es este:

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Que sea de Benavente es algo que se asume desde 1933, cuando José Soldevila Faro señaló la existencia de un sagrario gótico de esta procedencia en el Museo de Lérida. La mención es muy escueta, pero solo hay dos sagrarios góticos más en ese museo, y son de Durro y Esplugafreda.

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La supuesta procedencia de Vall-llebrerola se basa en esta carta (el doc es de C. Berlabé). ¿Esto es una prueba concluyente? El párroco envía «un sagrario», sin más. Por cierto, que estaba «arrinconado en el palomar de la rectoría», habría que entender que de la de Vall-llebrera.

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Con estas historias nos movemos. Es una pena. Y todo, porque el obispo Messeguer ocultó la procedencia de las piezas para que no le vinieran luego los pueblos con reclamaciones…

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Se ocultó su procedencia

El #MuseuDiocesàLleida y la #Generalitat se empeñan en afirmar que los bienes de las parroquias del Aragón oriental (#BienesdelaFranja) fueron comprados por el obispo Messeguer. Pero no fue así, y eso es lo que ha determinado también la sentencia. Una prueba de ello puede encontrarse en el propio boletín de la diócesis de Lérida, que se llamaba «Esperanza» y se guarda en las bibliotecas, para que lo pueda leer cualquiera.

Os pongo algunos ejemplos. El primero corresponde al boletín del 25 de agosto de 1920 (p. 196): observad que se afirma que los objetos no se regalan, sino que solo se depositan en el museo para su mejor conservación, «reservándose el dominio la parroquia». Y la posibilidad que se plantea sobre una posible venta no sería al obispado, sino a terceros (bonita posibilidad, por cierto: se venderán mejor porque estando en el museo serán más conocidos y aumentará su precio; qué bochorno).

Quiero señalar especialmente otro detalle, que no debe pasar desapercibido: esto que vemos son argumentos que se plantean desde el obispado para que «las dos o tres familias más influyentes de la población» convenzan a los fieles de que no pongan obstáculos a que las piezas artísticas de la parroquia se entreguen al museo de Lérida, porque es lo cierto, según podemos leer, que una de las «dificultades de no escasa monta» para que el obispo de Lérida lograse su objetivo era «la intromisión de los fieles», que se oponían a que se les llevaran del pueblo unos bienes que consideraban suyos. Prácticamente cada vez que «rascas» un poco en la documentación de estos episodios aparece la oposición de los feligreses; que nadie tuvo en cuenta, pero que estuvo ahí.

Otro ejemplo más, del mismo boletín (25 de febrero, 1921): se afirma los objetos deben ingresar en el Museo porque nada pierden con ello las parroquias, al mantener íntegros sus derechos. No se puede ser más claro. ¿Dónde están aquí las ventas, ni la más remota intención del obispo leridano de recurrir a ellas?

El obispado de Lérida, por cierto, no era un comerciante de antigüedades: estaba en un plano superior (y la Iglesia no podía comprarse bienes a sí misma). El obispo se limitaba a solicitar las piezas (o a mendigarlas incluso, según se lee en el boletín del 25 de junio de 1921, pag. 231).

Hay más ejemplos y no les quiero cansar. Acabaré con un pasaje muy ilustrativo de una publicación de Joan Fusté i Vila, primer conservador del museo leridano, quien se encargó de inventariar por primera vez las piezas acumuladas, que ya eran casi dos mil, en 1918 (la publicación es de 1925, aunque en ese pie de imprenta ponga 1924):

«En ningún museo, quizá, era tan difícil la catalogación como en el de Lérida. Descuidada con toda deliberación y sistemáticamente, aunque con un fin plausible, la anotación de la procedencia de las antigüedades para que nadie pudiera venir con inoportunas reclamaciones, y conociéndose por el Boletín solamente la de los que le parecía bien al excmo. Sr. obispo…»

Vaya. Bonita precaución.

Van dos consideraciones:

1. Si los bienes se hubieran vendido, nadie podía haber ido luego con reclamaciones.

2. Se reclaman 111 piezas aragonesas, pero ¿cuántas habrá? Aquella «precaución» tomada por el obispo Messeguer para ocultar la procedencia de lo que se llevaba al museo sigue siendo eficaz para dificultar al máximo las reclamaciones hasta el día de hoy. Lo peor de todo es que dificulta también el conocimiento de nuestra historia, de la historia del arte, de lo que cada lugar produjo y se esforzó en poseer para sus iglesias. Eliminar el contexto de una obra es arrebatarle su sentido y arruinar sus posibilidades de estudio; se actuó igual que quienes van con un detector de metales a un yacimiento arqueológico y extraen sus piezas sin tener en cuenta el entorno en el que aparecen: arruinan la pieza y arruinan el yacimiento. El obispo Messeguer hizo exactamente eso.

En el juicio en Barbastro se aportó documentación de archivo que pretendía demostrar que hubo ventas. Se presentó como la gran novedad, aunque no era tal. Como ven, basta con leerse lo que el propio obispado PUBLICÓ. Su lectura, insisto, es accesible en las bibliotecas. Y me parece que deja las cosas muy claras.

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Daroca para despistados

Este es un post dedicado especialmente a alguien que no conoce la iglesia de San Miguel de Daroca ni sus pinturas, pero no solo pontifica sobre ellas sino que las pretende utilizar como arma arrojadiza. Proporciono esta información gentilmente con la esperanza, seguramente vana, de hacer ver lo nefasto que es usar el patrimonio y la historia con fines políticos. Me refiero a esto, en concreto:

No es la primera vez que el sr. Velasco se refiere a las pinturas de Daroca, con idéntico objetivo: su utilización política.

Traduzco:

«En relación con el tema de Sijena, hay un caso que se me había pasado por alto y que ilustra muy bien sobre lo que hay detrás de la reclamación de las pinturas murales conservadas en el Museo Nacional de Arte de Cataluña.

Durante una restauración efectuada en 1946 en la iglesia de San Miguel de Daroca, declarada Monumento Nacional en 1931, aparecieron unas pinturas murales del siglo XIV. Se arrancaron y hoy se conservan en el museo de Zaragoza. El monasterio de Sijena fue declarado en 1923 y las pinturas se arrancaron en 1936. ¿Dónde está la diferencia?».

Bueno, hay diferencias notables, eso desde luego. Y también hay errores de bulto en los dos escritos reproducidos. Vamos a ello.

–Las pinturas murales de la iglesia de San Miguel de Daroca son conocidas de antiguo. No fueron descubiertas en los años 40.

–En su mayor parte se conservan in situ. Véase:

–En los años 40 se arrancó UN FRAGMENTO, que es el que se conserva en Zaragoza. La cosa fue así: después de la guerra, se impulsó la restauración de un muro dañado en una de las capillas, que conservaba un fragmento de pintura mural; Manuel Chamoso Lamas, comisario del SDPAN en los años 40, propuso su arranque para poder salvaguardarlo antes de restaurar ese muro. Y pidió ayuda al director del Museo de Barcelona (MNAC), que entonces era Xavier de Salas.

 

Tuvo que insistir, aquel hombre. Un mes más tarde de esa carta, y pese a la urgencia que transmite la solicitud de ayuda, aún no se había decidido nada. Chamoso imploraba.

–Parece ser que la restauración de la capilla se llevó a cabo, con otras partes de la iglesia, en 1946. No sabemos en qué fecha se procedió a arrancar las pinturas ni si finalmente el trabajo lo hizo Grau, pero podemos suponer que sí, pues el hecho es que se restauraron en el MNAC, y Manuel Grau i Mas era el restaurador de aquel museo.

–Las pinturas tardarían en volver. Su rastro se pierde hasta 1968: ese año fueron expuestas en el Museo del Louvre, en una muestra sobre arte gótico en Europa, y al acabar la exposición fueron entregadas al Museo de Zaragoza, como depósito del Ministerio de Cultura. El fragmento llegó dividido en dos secciones. Una se expone y otra no. La que se expone es esta:

Hay una gran diferencia respecto del caso de Sijena: en Daroca se arrancó solo un fragmento y se hizo con los parabienes de la Administración; la iniciativa la tomó la autoridad competente, sin irregularidades. Aun así, ya vemos el riesgo que corrió: una vez que salió de su lugar de origen, tardó 20 años en volver a Aragón.

¿Ustedes creen que toda esta explicación servirá para algo? Yo lo dudo. Pero no podía dejar de contarlo. Cada cierto tiempo necesito desmentir marrullerías, aunque esto sea el trabajo de Sísifo.

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Dos por tres calles (III)

Dejo aquí la respuesta que di el domingo 24 de junio, en el Diario del Altoaragón, al artículo publicado contra mí por Juan José Nieto el domingo anterior, en el mismo medio.

Solo quiero añadir, de momento, uno de los aspectos que quedó sin comentar en mi artículo, por falta de espacio: se queja el Sr. Nieto de que no le cito lo suficiente en mi libro sobre Sijena, lo mismo que a Español, y me recuerda que existe «un código deontológico
en el cual [sic] se debe citar correctamente, para no sacarles los méritos a otros». Le diría al Sr. Nieto que se aplique su propio consejo, porque en ese artículo lo incumple en dos ocasiones:

  1. El trabajo que realizó para la DGA no es solo suyo, sino que tiene otro autor, Juan Ramón Bosch Ferrer, a quien no nombra. Le está quitando el mérito a su compañero.
  2. Toda la información que ofrece sobre el intento de venta de un lote de piezas por las monjas de Sijena en 1925 sale de la tesis de Carmen Berlabé, conservadora del Museo de Lérida. Y no lo dice, con lo que parece que la documentación la aporta él. Suyos son, únicamente, los datos relacionados con la exposición de Sevilla de 1929.

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Dos por tres calles (II)

Segundo dato: no sé cómo se puede negar la existencia de una venta y a la vez pedir su nulidad. Es tremendo, esto.

1) En 1925, y son datos de nuevo publicados por Berlabé, cuya tesis está en red DESDE HACE AÑOS, las monjas intentaron vender un lote de objetos, entre los cuales solo había, que se sepa, dos piezas reseñables: una arqueta, que hoy está en el Museo Marès, y una tabla de las Once Mil Vírgenes que está en el Museo de Zaragoza.

2) Se me acusó ayer de afirmar, sin fundamento, que esas ventas existieron. Yo lo único que he dicho es que, contra lo que dijeron, en falso (y ya les di cera por eso), los conservadores del Museo de Lérida, NO HAY CONSTANCIA DE QUE SE DIERAN LOS PERMISOS NECESARIOS POR PARTE DE NINGÚN MINISTERIO. Que alguna venta hubo, es seguro. Os dejo, como prueba, la nota de inventario del Museo de Zaragoza, que da fe de que la tabla ingresó en enero de 1927 y fue vendida en diciembre.

De la arqueta del Marés no sabemos nada: opacidad total. En su web solo se dice que es una donación del propio Marés. Una donación del dueño del museo a su museo. Es tanto como no decir nada.

3) Si la arqueta se vendió en 1927 o en 1929, o después de 1929, DA IGUAL PARA EL CASO. Siempre fue después de 1923, que es lo que importa a la hora de efectuar la posible reclamación. Saber que estuvo en Sevilla en 1929 es chulo, pero a los efectos que tratamos ES ALGO COMPLETAMENTE IRRELEVANTE. Lo que hay que averiguar es cómo llegó a manos de Marés. Eso sí sería importante. Si hay dudas de que esa venta se produjo, confírmese, investíguese ANTES DE METERSE EN OTRO PLEITO, POR DIOS.

4) No pretendo mancillar «la santidad» de las monjitas de Sijena (algo parecido dixit Nieto ayer, no me dan ganas ni de comprobarlo, bohjgxz). De hecho, si alguien ha tenido la paciencia de leer todo lo que estos años atrás he escrito sobre el monasterio y el dichoso litigio, se habrá dado cuenta de que las defiendo. Cuando las tengo que defender, cuando tengo argumentos para hacerlo. Cuando no, no. Se llama ser honesto en la profesión, en este caso la mía, que es la de historiador.

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Dos por tres calles (I)

Una cosita sobre el artículo de J.J. Nieto, de ayer (al margen de las burradas que dice sobre mí, que de eso ya hablaremos). Es solo para que se vea el nivel que se marcan algunos. Se dice haber realizado un gran hallazgo: una tabla de la Santa Cena que procede del monasterio, y que, Nieto dixit, «no sabíamos que era de Sijena». Y que hay que reclamarla, gracias a este hallazgo. Hoy lo dice en el mismo diario altoaragonés el abogado Jorge Español.

Bueno. Dos detalles:

1) Se sabe que esa tabla es de Sijena al menos desde 1994: publicó el dato en esa fecha Carmen Berlabé. Al César lo que es del César. Pueden uds. localizar el artículo en la revista «Ilerda», núm. 51, de ese año, pág. 86. Valiente «hallazgo». Eso de que «no sabíamos que era de Sijena»… por favor, que no hable en plural. No lo sabía ÉL. 


2) Esa tabla figura como depósito. Al igual que el resto de las piezas que hoy están en Lérida, y que son bastantes. ¿Por qué se plantean reclamar una sola tabla? Si hay argumentos jurídicos para reclamar esa, los hay para reclamar las demás. Si no los hay, que mientras las dueñas de esas piezas (las monjas de San Juan de Jerusalén) no pidan levantar el depósito, no los hay, hagan el favor de ser prudentes.

Como indica Berlabé, esa pieza fue a parar a Lérida durante la guerra, como muchas otras de Sijena. Si hay posibilidad de recuperar ese patrimonio, la cosa tiene que ir por ahí: bienes llevados durante la guerra a Lérida que, en buena parte, no volvieron a Sijena.

Oigan, dejen de jugar unos y otros con Sijena, que es un tema muy serio. Trabajen con profesionalidad y sin buscar un protagonismo absurdo. Le están haciendo daño a la causa. Por favor, prudencia. Basta ya.

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Un retablo de Binaced, no de Lérida

¿Recuerdan la historia que les contaba aquí sobre el retablo de San Antón, procedente de Villanueva de Sijena, que algunos se empeñan en decir que perteneció a la Seu Vella de Lleida? Pues hoy traigo otro caso similar, el de un retablo que procede de Binaced (Huesca) pero que se pretende hacer pasar como de Lérida sin que haya para ello ninguna base, y digo ninguna base.

El retablo en cuestión, que debió de estar dedicado a la Virgen, se ha datado en el segundo tercio del siglo XV y es uno de los casos singulares en los que se sabe quién fue autor, pues va firmado: «Iacobus Ferrarii», es decir, Jaime o Jaume Ferrer. Desmontado quizás en el siglo XVIII, cuando se construyó la actual iglesia parroquial, las tablas que quedaban en el pueblo a finales del siglo XIX pasaron a Lérida por orden del obispo Josep Meseguer, que había fundado el Museo Diocesano hacía pocos años. En ese museo siguen. Son tres tablas, una de ellas con dos escenas, que representan el Nacimiento y la Epifanía, la Ascensión y Pentecostés. Solo he conseguido foto medio decente de las dos primeras tablas, es esta (y procede de aquí):

¿Se fijan en que en la parte inferior de la foto está la firma? Huy, eso vuelve locos a los historiadores, mamma mía. De hecho, a partir de ahí se ha podido identificar al autor de otros retablos similares y trazar su personalidad artística, deslindarla de otras similares y establecer una saga de pintores de apellido Ferrer… (bueno, esto último todavía no es una prueba superada: hay muchas discrepancias entre los estudiosos, pero no vamos a entrar en ese tema, que nos desviamos).

La cuestión es que en 1893, por orden del obispo Meseguer, el párroco de Binaced preparó para su envío a Lérida unas tablas góticas que servían como puerta de un armario de la sacristía de la iglesia, una de las cuales, al parecer por culpa de ese uso, estaba estropeada. Tardaron a salir del pueblo porque el alcalde se opuso a que se las llevaran y se creó un conflicto en el que el obispo, indignado, respondió que no pensaba «consentir que ningún alcalde me impida la jurisdicción y derechos que tengo de administrar los bienes de la Iglesia»;* riñó también al párroco por no haber sido más sigiloso con la operación, y éste se disculpó y le echó la culpa al carpintero.

Todos estos datos proceden de la tesis de Carmen Berlabé, conservadora del Museu de Lleida, que está en la red. Iba a poneros un pantallazo del documento en el que el párroco se disculpa y acusa al carpintero de haberse ido de la lengua, pero como se ponen tantas restricciones al uso de esa tesis, tendréis que buscar vosotros mismos el documento (por otra parte, incompleto) para comprobar lo que digo: está en el vol. 2, pág. 134.

Las tablas no llegarían a Lérida hasta 1898 ó 1899, año en el que el boletín eclesiástico de la diócesis da noticia del ingreso de seis tablas procedentes de Binaced. A las dos del armario, pues, se habían añadido cuatro más. Desde 1929 se apuntó como procedencia de esas tablas concretas, por parte de los responsables del museo, la iglesia de Binaced. Y atendiendo, como planteó en los años 90 Berlabé, a que en los inventarios antiguos llevan el número 244, y que las piezas correspondientes a los números 243 y 245, esto es, la anterior y la posterior, son también de Binaced, parece que es altamente probable que esa sea, verdaderamente, su procedencia. Se admite comúnmente, de hecho, que así es.

Pero hay dos problemas. Uno, que, no entiendo por qué motivo, cuando los estudiosos se refieren a estas obras hablan de «las tablas de la Natividad y la Epifanía del Museu de Lleida», o «la tabla firmada de Jaume Ferrer», o términos similares que evitan nombrar a Binaced. Y, dos, que se afirma que esas tablas serían originariamente de la Seu Vella de Lleida y que debieron de llevarse a Binaced en el siglo XVIII, cuando la catedral vieja fue desacralizada, pues todo el turó donde se asienta fue destinado para usos militares.

Ya he indicado al principio que esta última afirmación no tiene NINGUNA base. No hay nada que nos permita suponer que fue así. Simplemente, se dice que fue así y punto.

Les recomiendo que echen un vistazo al trabajo escrito por el mayor estudioso de la pintura de los Ferrer, el profesor Isidro Puig, sobre este particular. Así tendrán idea de hasta qué punto esa supuesta procedencia de la Seu Vella es una falacia que no se sustenta en nada. El trabajo en cuestión es este:

En la pag. 230, Puig nos informa de que en 1978, en el catálogo de una exposición que acompañó a la celebración del Congrés de Cultura Catalana, en la Seu Vella, alguien, no sabemos quién, indicó en la ficha de esta pieza: «Correspon a un retaule que segurament fou d’aquesta Seu». «Corresponde a un retablo que seguramente fue de esta Seo». Nada más. No se dice por qué ni por qué no. No sabemos quién lo dijo. Simplemente esa frase se puso en un pequeño catálogo de una exposición titulada Què és i què ha estat la cultura catalana. Y a eso se agarraron los demás como a un clavo ardiendo: Gudiol, Alcolea, Yarza admite la posibilidad con interrogante… Ni un solo argumento, documento o base que permita sostener tal afirmación, ni entonces ni hasta hoy.

«Lo más importante es la asignación que desde entonces se hace de estas obras a la Seu Vella de Lleida», dice Isidro Puig en la p. 231 de su libro. Un origen que él también acepta, aun reconociendo que no hay constancia documental alguna para ello (p. 228). Y lo acepta como acto de fe: «creemos firmemente», afirma, que tanto estas tablas como otros retablos cuyo análisis se incluye en el libro, «fueron realizados para unas capillas de la Seu Vella de Lleida durante el primer tercio del siglo XV». Lo único que aporta para secundar esta posibilidad es una apreciación que me abstendré de comentar, porque se comenta por sí sola: la de que

el nivel estilístico y la calidad plástica que exhiben las obras que nos ocupan hace difícil pensar tuviera [sic] otro destino que no fuera la misma Seu Vella.

Ya. Como que no hay obras magníficas por pueblos de todo el país, pequeños, grandes y diminutos. Debieron de ser hechas todas para las grandes catedrales de las ciudades y luego repartidas por ahí.

Que sí, que he dicho que no iba a hacer comentarios. Ya me callo.

Como la atribución infundada a la Seu Vella de estas obras la cortapegan otros autores, va calando como cierta poco a poco; con decir que «lo afirma fulano», que es experto o profesor, ya está. Pero ya ven ustedes el fundamento con el que se hacen las cosas a veces: ninguno.

Sin embargo, en la web del Museu de Lleida, Diocesà i Comarcal, lo que se indica sobre estas tablas es lo siguiente:

Ya les he dicho más arriba que se busca la manera de llamar a estas tablas de cualquier modo que no sea «retablo de Binaced». Incluso si se pone en duda su origen, es curioso que con el retablo de Albatàrrec, que se encuentra en la misma situación que el de Binaced, es decir, que de él también se afirma que su origen pudo ser la Seu Vella con idéntico fundamento (ninguno), eso no pasa: este sí es nombrado como «retablo de Albatàrrec». Me pregunto por qué.

De modo que así se consuma el expolio más radical que puede hacerse: el de negar la procedencia, la pertenencia, el impulso que hizo posible la obra. No es solo que la pieza no esté donde debería estar, que alguien se la llevase a otro lugar, que no se quiera devolver. Es algo más profundo: que te digan que no es tuya, que el nombre del lugar de origen se borre por completo, que se le asigne un origen falso e infundado. Es negar que fue aragonesa. A la brava, sin fundamento, negarlo sin más. Y va calando.

 

*Cosa que, por cierto, es un argumento sólido en favor de la postura aragonesa en la reclamación de los «Bienes de la Franja», entre los que se incluyen estas tablas; pues el obispo está reconociendo que él es quien dispone a voluntad del patrimonio de la diócesis. Siendo así, sostener que el obispo compraba los bienes para el museo es más que difícil, como han reconocido siempre los especialistas en derecho canónico en este litigio.

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Le falla la memoria, desde luego

Jordi Bonet i Armengol fue el director general de Cultura de la Generalitat de Cataluña que en 1983 compró las 44 piezas de Sijena que el mes pasado volvieron desde el Museo de Lérida al monasterio. Ha cumplido 92 años y, más que de mala memoria (“de muchos ‘pequeños detalles’ no se acuerda porque hace una ‘pila de años’ de la compra»), hace gala de una memoria selectiva. Tiene olvidos chocantes. Y una malísima opinión de Aragón. Lo ha puesto de manifiesto en dos entrevistas recientes: una para El Punt Avui, el 20 de diciembre pasado, y otra para la Agencia Catalana de Noticias (ACN), que ayer publicaron VilaWeb y La Vanguardia.

Dice muchas cosas Bonet en ambas entrevistas, que analizaremos. Pero como me temo que este artículo me va a salir algo largo, voy a exponer en primer lugar la más divertida, por si se cansan de leer. Es la que me hace afirmar que este provecto señor tiene una memoria selectiva.

Afirma Bonet que sintió compasión de unas monjas que tenían urgencia por vender aquellas piezas artísticas y sacarse unos dineros, «porque se estaban construyendo un nuevo convento en Valldoreix y no lo podían pagar». «Está claro que me dieron pena y las quise ayudar. Quizá habían encargado un convento demasiado grande, sí, pero yo las comprendía: querían un edificio importante porque venían de un lugar que lo era» (El Punt). Y abunda en ello el redactor de la ACN: «Las monjas se querían hacer un convento nuevo en Valldoreix y necesitaban dinero para financiarlo. Es por eso que decidieron vender las obras del monasterio y fue entonces cuando intervino Bonet con la doble función de preservar el patrimonio y evitar que las monjas se quedaran sin techo».

Qué bonito, qué buena persona fue Bonet. Lástima que olvide dos cosas. La primera, que ese monasterio llevaba construido varios años cuando se produjo la venta: fue inaugurado en 1976.

La segunda, que el arquitecto que lo construyó fue él.

Cabe la posibilidad de que en 1983, 7 años más tarde de su finalización, las monjas todavía no hubieran terminado de pagar las obras. Lo que resulta inquietante, en ese supuesto, es que un alto cargo de la Generalitat de Cataluña utilizara dinero público para que un cliente pudiera pagar una obra que había hecho él. La otra posibilidad es que no sea cierto su argumento.

Yo me inclino más por esta segunda opción, dado que no es probable que la comunidad de monjas de Barcelona, que fue la que vendió las obras de Sijena, estuviera escasa de liquidez en ese momento: acababan de venderse el monasterio que habían ocupado hasta entonces, situado en el barrio de Sarriá-Sant Gervasi, la zona alta y más cara de la ciudad. Un pelotazo urbanístico (vender suelo carísimo en el centro y marcharte a un convento nuevo en las afueras) que fue muy común entre las órdenes religiosas por aquellas fechas; en Zaragoza, sin ir más lejos, tenemos varios ejemplos.

Y no solo tenían el dinero obtenido con la venta de suculentos terrenos: en 1974 la priora de Valldoreix, Pilar Sanjoaquín, levantó el depósito de joyas de Sijena (ese era el «tesoro de Sijena»: lo digo por alguna periodista desinformada y algún director general que anda igual de, digámosle, despistado*); levantó aquel deposito, digo, que la última priora de Sijena, Angelita Opi, había hecho dos años antes en el Museo de Arte de Barcelona (actual MNAC). La priora de Valldoreix se llevó todo a los pocos meses de morir esta última y de la mayoría de esas ricas piezas nunca más se supo.

Por otra parte, hay que insistir en que no fueron las monjas de Sijena las que vendieron el patrimonio en litigio, sino la priora de Valldoreix, que no era su dueña. «Fueron las propias monjas de Sijena las que ofrecieron las obras a la Generalitat», afirma anónimo redactor de la entrevista de la ACN; «la comunidad de monjas del monasterio le buscaban [a Bonet], mejor dicho le perseguían, para venderle su fondo de obras», asevera la conocida redactora de El Punt. No fue así y es bien sabido. La última priora de Sijena había muerto en 1974. No es agradable reconocer que aquella venta irregular la hizo una monja de Valldoreix, pero es lo que sucedió.

Además, convendría utilizar simplemente la lógica: si las monjas de Sijena hubieran querido venderse el patrimonio, ¿no habría sido más lógico que lo hicieran para salvar su propio monasterio, en lugar de irse a financiar uno ajeno en Barcelona? Ellas tuvieron claro que no podían vender. Es hiriente escuchar una y otra vez a la conservadora del Museo de Lérida, Carmen Berlabé, diciendo que ellas «siempre habían tenido voluntad de vender», cuando resulta que mantuvieron todo su patrimonio intacto durante los 25 años que vivieron entre las ruinas, después de la guerra, sin que el Estado se hiciera cargo del monumento, ni tampoco el obispado de Lérida moviera un dedo por ellas (cosa que se suele olvidar cuando se habla de responsabilidades sobre la conservación en Sijena). Si esas monjas hubieran querido o podido vender, les habría bastado con enajenar un par de joyas para lograr recursos con que restaurar el viejo caserón de Sijena. Pero no lo hicieron. ¿Y resulta que para pagar un nuevo convento en Valldoreix sí que estuvieron dispuestas? Venga, por favor…

Confiar, después de lo que se lleva dicho, en la palabra del Sr. Bonet es arriesgado.

Él afirma que, antes de producirse la compra, formalizada en abril del 83 por diez millones de pesetas, se puso en contacto con el Gobierno de Aragón para advertirle que aquellos bienes se iban a vender y ofrecerle la oportunidad de adquirirlos. La respuesta fue, según su relato: «No tenemos dinero». Y de ello dedujo que lo que no tenían era interés; que aquello era una excusa y que, como reza el titular  de El Punt, «En Aragón no quisieron saber nada de Sijena».

Habría estado bien que el Sr. Bonet identificase a la persona (o personas) con las que habló en el Gobierno de Aragón, para que el interesado pudiera dar su versión, confirmar o desmentir lo que él dice. Habría estado bien que fuera más homogéneo en sus declaraciones, porque el 20 de diciembre decía que había hablado «con un político aragonés» y el 28 de enero resulta que fueron dos las llamadas realizadas. También dice que tuvo «autorización previa del Gobierno de Aragón», pero no muestra ningún documento, hemos de confiar en su palabra. ¿Fue una autorización verbal? ¿Y para qué la quería, si en ese momento el Gobierno aragonés no podía autorizar nada? Las competencias en cultura y patrimonio todavía no habían sido transferidas a Aragón; con quien tenía que haberse puesto en contacto el Sr. Bonet para obtener esa necesaria conformidad era con el Ministerio de Cultura. En los tribunales quedó claro que esto no se hizo. Y en todo caso, a los jueces no les vale nada que no se pueda acreditar con documentos; tampoco vale la simple palabra a quienes tienen un mínimo de sentido crítico.

Una cosa más: lo de que esas obras se compraron «para salvarlas» porque si Cataluña no las hubiera comprado «se habrían desperdigado» y el conjunto artístico «podría haberse disgregado por medio mundo». Bueno. Ese conjunto de obras estaba depositado en el Museo de Lérida desde 1970. ¿Existía, en serio, el riesgo de que desde allí se hubieran desperdigado por medio mundo? ¿Hacía falta comprarlas «para salvarlas» de eso, no era suficiente con tenerlas en depósito? ¿Piensa acaso que el obispo de Lérida se las podía haber ido vendiendo?

Y, finalmente, queda la parte de la mala opinión que el Sr. Bonet tiene de Aragón, plasmada en varias perlas que nos dedica (lo de que no había dineros en 1983 era una excusa, la cuestión es que no había interés, no se valoraron por ignorancia, lo que ocurre es que aquí se ha jugado sucio y lo que se pretende es aprovecharse del esfuerzo que han hecho otros, nos tacha de mentirosos y aprovechados, afirma que Aragón no sería nada si no hubiera sido por Cataluña…; ¡y eso que, según le indica a la periodista de El Punt, se contiene de decirnos cosas más gordas!). No vamos a entrar a ese trapo: que se vaya a provocar a otros, aquí no estamos para perder el tiempo en riñas de patio de colegio. Sus insultos solo evidencian su falta de objetividad: si eso es lo que piensa de Aragón, está claro que no es imparcial en su relato. Y que, precisamente, se puede aplicar a sí mismo lo que él achaca a Aragón y a la justicia: que «sin darte cuenta, acabas diciendo mentiras».

 

*Declaraciones como ésta del director general de Patrimonio de la GenCat, Jusep Boya, dan bastante vergüenza: los técnicos del Gobierno de Aragón saben perfectamente a qué hace referencia la expresión «tesoro de Sijena». Si pusieron cara de asombro al ver el estado de determinadas piezas, no fue desde luego porque estuvieran yendo a la caza de ningún tesoro.

 

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Un retablo de Villanueva de Sijena, no de Lérida

En 2005, cuando todavía andábamos de pelea con los ‘bienes de la Franja’ y aún no había saltado a la palestra lo de Sijena (sí, llevo todos estos años con este tema, qué horror), leí este artículo:

Lo firmaba el presidente de la Associació d’Amics de la Seu Vella de Lleida y me dejó pasmada. Lo que defendía es que la mayoría de los bienes reclamados por Aragón habían pertenecido en origen a la Catedral Vieja de Lérida y que se repartieron por las parroquias cuando fue convertida en cuartel, tras la conquista de la ciudad por Felipe V en 1707. «Eso puede explicar -afirmaba- cómo a veces sencillas iglesias eran depositarias de obras de arte de primera línea, es decir, eran el destino, más o menos provisional, de unas piezas realizadas para el templo principal de la diócesis«.

No me lo podía creer. Bueno, sí: la actitud respondía a la extendida creencia de que en los pueblos (y más si son de Aragón, añadiría yo) no hay nivel. Vamos, que no son capaces de producir nada excelente ni medio bueno, aparte de tomates. Poco importaba, a este respecto, que existiera por ejemplo Roda de Isábena, foco irradiador de arte de primerísimo nivel; o Benabarre, que lo mismo en el siglo XV (de esto tendríamos tanto que hablar…); o el propio monasterio de Sijena, u otros monasterios de gran importancia histórica como Obarra o Alaón. Nada: sólo se explica que tuvieran piezas artísticas de calidad porque les habían llegado de Lérida. Aunque, en realidad, aquello era un argumento, como se puede ver en el artículo, destinado a «defender con una seguridad total lo que siempre ha sido del obispado de Lleida«.

El argumento no se le había ocurrido a este señor sino a algunos estudiosos leridanos de la historia del arte, a base de coger las cosas por los pelos y retorcerlas hasta que cuadran. Yo me voy a centrar en el análisis de una de esas piezas, el retablo de San Antón de la parroquia de Villanueva de Sijena, para que se vea con qué poco fundamento se ha lanzado esa hipótesis. Es un análisis sencillo que se basa, además, en publicaciones de historiadores de Lérida y Barcelona, nada sospechosos de anticatalanismo.

El retablo que digo es éste:

Como se puede ver, le falta la tabla central y la predela (parte inferior o banco, a modo de base, de los retablos), además de otras piezas menores. Aún así, está considerado uno de los exponentes máximos del estilo gótico internacional en la Corona de Aragón (Antonio Naval dixit, aunque el aprecio es compartido por muchos otros autores).

El retablo fue enviado a Lérida en 1895. Carmen Berlabé, conservadora del Museu de Lleida, aportó en su tesis (2009) varios documentos sobre el asunto. El párroco de Villanueva, Jaime Peremateu, escribió en febrero de ese año al obispo de Lérida para que le autorizara a vender el retablo porque la iglesia del pueblo estaba en obras, el Ministerio de Gracia y Justicia le decía que el presupuesto para ayudar a esas cuestiones estaba agotado y que era el pueblo el que debía apoquinar, pero el pueblo ya había aportado 1.500 pesetas (un dineral para un pueblo tan chiquitín) y le hacían falta 500 pesetas más para terminar. Esa era la cantidad que le había ofrecido por el retablo un anticuario de Lérida, el Sr. Hortelano, y él estaba dispuesto a vender. Los vecinos, decía, estaban de acuerdo.

 

El retablo, finalmente, fue para el Museo del Seminario de Lérida, creado hacía dos años. El obispo aportó aquellas 500 pesetas a cambio. El párroco envió el retablo en un carro. Durante mucho tiempo, sin embargo, esta obra se consideró procedente de Monzón, porque hasta que Berlabé no se metió al archivo, los estudiosos habían contado solo con una nota de la revista del obispado que decía que en 1897 (sí, dos años después) habían ingresado varias tablas de retablos de Monzón, Villanueva y otras parroquias; y como en la concatedral de Monzón hay una capilla dedicada a San Antonio y San Pablo Ermitaño (que es otro protagonista del retablo en cuestión), se dio por supuesto que procedía de allí.

Bien, el hecho de aclarar la procedencia no tiene que ver con el de que su origen inicial hubiera podido ser la Seu Vella, pero comienza a darnos idea del poco rigor con el que se pueden hacer las cosas: una referencia inconcreta, una iglesia con una advocación que le cuadra a un retablo y, hala, ya hemos construido un error como una catedral. Lo curioso es que se ha vuelto a hacer. Dicen que de los errores se aprende, pero va a ser que no.

Desde finales de los 90, Isidre Puig, profesor de la Universidad de Lleida, ha defendido que este retablo procede en origen de la Seu Vella basándose en el mismo argumento: que allí, en la base de la torre, había una capilla dedicada a la misma advocación, San Antonio y San Pablo Ermitaño. El caso es que no se plantea como hipótesis sino que se da por hecho. Esta foto, por ejemplo, es de un libro suyo de 2005, dedicado al pintor Jaume Ferrer II (todavía se consideraba que la obra era de Monzón):

Piensa una, en su ingenuidad, que habrá más argumentos que sostengan esa afirmación. Pero no los hay. En 2013, Montserrat Barniol López defendió en Barcelona una tesis doctoral dedicada a San Antón, su devoción y su reflejo en el arte en la Edad Media en Cataluña, y ahí podemos leer lo siguiente, que es demoledor:

«Según Isidre Puig, durante la desafección de la catedral la pieza habría ido a parar a la sede de Monzón, de donde, hasta hace poco, se consideraba procedente. […] El principal escollo para creer que el retablo procede de la capilla de la Seu Vella es la posible ubicación en el espacio, ya que allí se conservan restos de pintura mural y, en la pared frente a la entrada, dos ménsulas que parecen soportes de escultura».

Más adelante, la misma autora remacha: «parece improbable que el retablo procediese de la capilla de la Seo leridana, donde las dos ménsulas de la pared dificultan enormemente encajar ahí la pieza«. La capilla es ésta:

Un espacio octogonal, de pequeñas proporciones, con restos de pintura mural y que conservan dos ménsulas encajadas en la pared que algún día sostuvieron sobre ellas algún tipo de escultura o de sepulcro. Y pese a todo, un profesor de universidad defiende que de allí procede un retablo de Villanueva de Sijena. Sin más argumento que el hecho de que retablo y capilla estaban dedicados a los mismos santos. ¿A ustedes les parece serio?

Bueno, pues todavía se sigue dando validez a esta hipótesis en el propio Museu de Lleida, que junto al retablo de Villanueva tiene colocada esta cartela:

La procedencia del retablo se indica correctamente pero acto seguido se añade la posibilidad de que antes fuese de la Seu Vella. Y en el texto de la cartela se defiende esa posibilidad de forma contundente:

«Con sólidos argumentos técnicos, la historiografía ha propuesto que el retablo de San Antonio Abad y San Pablo Eremita procedería de la capilla del campanario de la Seu Vella, dedicada a la misma advocación. Como en el caso de las tablas de Jaume Ferrer, el altar salió de la antigua catedral a partir del año 1707 para ir a la parroquia de Villanueva de Sijena. Su ingreso en el Museo Diocesano, el año 1895, lo salvó de entrar en el mercado de anticuarios, que ya habían ofrecido 500 pesetas».

Esa es toda la información que se da de un retablo, considerado del máximo interés en su estilo: la defensa de que procedía de Lérida y que además se salvó de ser vendido a un anticuario. La defensa, en suma, de su posesión. Nada más interesa al Museo, que considera que nada más interesa tampoco al visitante. Aunque sea una defensa infundada. ¿»Sólidos argumentos técnicos» tiene la historiografía?

Los propios conservadores del Museu de Lleida saben perfectamente que no. En la tesis antes mencionada, Montserrat Barniol cita a Velasco varias veces para reafirmar sus dudas al respecto de la hipótesis de Puig, e incluso transcribe esta apreciación suya realizada en una publicación de 2008: «La advocación del retablo es uno de los pocos argumentos que permiten defenderlo y más si tenemos en cuenta la presencia de la escultura, ménsulas y pintur mural» en la capilla de la torre de la Seu Vella. Vamos, que Velasco es consciente de que esa pretendida procedencia no se sostiene de ningún modo.

Berlabé también reconoce en su tesis que no hay base documental para mantener la hipótesis de la dispersión del arte de la Seu Vella por las parroquias, pese a lo cual se muestra convencida de que así fue (la fe puede a veces más que la evidencia):

“La diáspora del patrimonio de la Seo había comenzado, no obstante, años antes. El 25 de mayo de 1751 se solicita un retablo de la Seu Vella para la nueva iglesia del seminario. El 15 de mayo de 1754 el capítulo acuerda dejar el retablo de Santa Tecla en la nueva iglesia de Sant Andreu. El año siguiente se ceden tres retablos para el nuevo convento de las monjas de la Enseñanza. El 1 de junio de 1773 los terratenientes de Montagut piden un retablo para colocarlo en la nueva iglesia. Nada hemos podido averiguar de estos retablos. Nos consta también que otros retablos y objetos salieron de la Seu Vella para ir a parar a las iglesias de la diócesis, aunque no tenemos la constancia documental deseada. Algunos de estos retablos, como el de Albatárrec, el de Villanueva de Sijena, la tabla de San Jaime de Alcoletge, los fragmentos de retablo procedentes de Binaced y de Castelldans se encuentran hoy en el Museo Diocesano gracias al reflujo artístico que comportó su creación, en el año 1893”.

No hay constancia documental. No hay nada. Solo el deseo de que así hubiera sido, para tener una justificación moral frente a la reclamación aragonesa. Las únicas piezas de las que se tiene constancia que salieron desde la Seu Vella se trasladaron a iglesias de la propia ciudad o de las afueras. Del resto de localidades que cita no aporta «la deseada constancia documental» de que allí se llevase nada desde la catedral leridana.

Sin embargo, la cartela del Museu de Lleida ahí sigue. Informando de una falsedad.

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Los «papeles de Mataró» que no se devuelven

Barcelona conserva un fondo documental, en el Archivo de la Corona de Aragón, que no le pertenece y que es producto de una requisa de guerra. En realidad son varios fondos, pero vamos a hablar concretamente de uno: se trata de los llamados “papeles de Mataró», que se han reclamado varias veces por el ayuntamiento de esta ciudad sin que la Generalitat haya gestionado hasta la fecha su devolución.

Muchos archivos fueron recogidos o confiscados por el Servei d’Arxius de la Generalitat en los primeros meses de la guerra, para procurar su salvaguarda en un momento de máximo peligro, pues la documentación fue uno de los objetivos primordiales de los incendiarios. Esos archivos se agruparon en varios depósitos bajo tutela de la Generalitat y los más importantes por su valor histórico, destacadamente el Archivo de la Corona de Aragón, fueron enviados a una masía en Viladrau, un municipio de Gerona a unos 80 km de Barcelona.

Pero la orden de retirar los archivos de Mataró (entre otras muchas localidades) era de julio de 1938 y hacía mucho que aquel peligro había pasado. Quedaba, desde luego, riesgo de bombardeo, que aumentaba conforme se acercaban a Cataluña las tropas nacionales; pero ese peligro no se evitaba, más bien al contrario, concentrando la documentación en Barcelona, como se estaba haciendo en esas fechas. Lo que se sacaba de sus lugares de procedencia era, además, la documentación antigua, la histórica; la de 1800 en adelante se quedaba en los municipios.

 

El caso es que la mayor parte de los fondos de archivo de Mataró fue a parar en ese momento a Barcelona por orden de la Generalitat. No se llevaron los del Archivo Municipal porque el Ayuntamiento se opuso a ello y no los entregó. Sí partieron los notariales (de la escribanía civil, la más importante, y la escribanía eclesiástica), los del Consell de la Universitat (precedente del Ayuntamiento), archivo corregimental, de la Provincia Marítima de Mataró y otra documentación sobre la gobernación interna de la villa. He tomado esta información de aquí. Salieron también otros depósitos de documentos que se habían congregado, procedentes de la comarca, en la propia ciudad de Mataró.

Tras la guerra, esos fondos fueron trasladados al Archivo de la Corona de Aragón, que también regresó a Barcelona. Y allí siguen. Son unas 1.500 unidades documentales.

Según he podido leer en esta noticia, en los años 80 “una comisión de ciudadanos e instituciones reclamaron el retorno de estos papeles a su ciudad, con un resultado negativo. En 2007 lo solicitó el Pleno Municipal. Nada”. En 2009, una exposición organizada en la ciudad dedicaba un espacio a recordar que esa reclamación seguía viva.

Los “papeles de Mataró” fueron sacados de la ciudad en un contexto bélico y no han sido devueltos. Aunque la finalidad de aquella requisa fuera su salvaguarda, finalizada la guerra no había ya peligro y se podían haber devuelto. Si no se hizo durante la dictadura, ante las reclamaciones del municipio ya en democracia no quedaba ninguna excusa para su restitución. Esos fondos no pertenecen propiamente al Archivo de la Corona de Aragón, fueron depositados allí como un añadido. ¿Por qué no se devuelven?

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