Le falla la memoria, desde luego

Jordi Bonet i Armengol fue el director general de Cultura de la Generalitat de Cataluña que en 1983 compró las 44 piezas de Sijena que el mes pasado volvieron desde el Museo de Lérida al monasterio. Ha cumplido 92 años y, más que de mala memoria (“de muchos ‘pequeños detalles’ no se acuerda porque hace una ‘pila de años’ de la compra»), hace gala de una memoria selectiva. Tiene olvidos chocantes. Y una malísima opinión de Aragón. Lo ha puesto de manifiesto en dos entrevistas recientes: una para El Punt Avui, el 20 de diciembre pasado, y otra para la Agencia Catalana de Noticias (ACN), que ayer publicaron VilaWeb y La Vanguardia.

Dice muchas cosas Bonet en ambas entrevistas, que analizaremos. Pero como me temo que este artículo me va a salir algo largo, voy a exponer en primer lugar la más divertida, por si se cansan de leer. Es la que me hace afirmar que este provecto señor tiene una memoria selectiva.

Afirma Bonet que sintió compasión de unas monjas que tenían urgencia por vender aquellas piezas artísticas y sacarse unos dineros, «porque se estaban construyendo un nuevo convento en Valldoreix y no lo podían pagar». «Está claro que me dieron pena y las quise ayudar. Quizá habían encargado un convento demasiado grande, sí, pero yo las comprendía: querían un edificio importante porque venían de un lugar que lo era» (El Punt). Y abunda en ello el redactor de la ACN: «Las monjas se querían hacer un convento nuevo en Valldoreix y necesitaban dinero para financiarlo. Es por eso que decidieron vender las obras del monasterio y fue entonces cuando intervino Bonet con la doble función de preservar el patrimonio y evitar que las monjas se quedaran sin techo».

Qué bonito, qué buena persona fue Bonet. Lástima que olvide dos cosas. La primera, que ese monasterio llevaba construido varios años cuando se produjo la venta: fue inaugurado en 1976.

La segunda, que el arquitecto que lo construyó fue él.

Cabe la posibilidad de que en 1983, 7 años más tarde de su finalización, las monjas todavía no hubieran terminado de pagar las obras. Lo que resulta inquietante, en ese supuesto, es que un alto cargo de la Generalitat de Cataluña utilizara dinero público para que un cliente pudiera pagar una obra que había hecho él. La otra posibilidad es que no sea cierto su argumento.

Yo me inclino más por esta segunda opción, dado que no es probable que la comunidad de monjas de Barcelona, que fue la que vendió las obras de Sijena, estuviera escasa de liquidez en ese momento: acababan de venderse el monasterio que habían ocupado hasta entonces, situado en el barrio de Sarriá-Sant Gervasi, la zona alta y más cara de la ciudad. Un pelotazo urbanístico (vender suelo carísimo en el centro y marcharte a un convento nuevo en las afueras) que fue muy común entre las órdenes religiosas por aquellas fechas; en Zaragoza, sin ir más lejos, tenemos varios ejemplos.

Y no solo tenían el dinero obtenido con la venta de suculentos terrenos: en 1974 la priora de Valldoreix, Pilar Sanjoaquín, levantó el depósito de joyas de Sijena (ese era el «tesoro de Sijena»: lo digo por alguna periodista desinformada y algún director general que anda igual de, digámosle, despistado*); levantó aquel deposito, digo, que la última priora de Sijena, Angelita Opi, había hecho dos años antes en el Museo de Arte de Barcelona (actual MNAC). La priora de Valldoreix se llevó todo a los pocos meses de morir esta última y de la mayoría de esas ricas piezas nunca más se supo.

Por otra parte, hay que insistir en que no fueron las monjas de Sijena las que vendieron el patrimonio en litigio, sino la priora de Valldoreix, que no era su dueña. «Fueron las propias monjas de Sijena las que ofrecieron las obras a la Generalitat», afirma anónimo redactor de la entrevista de la ACN; «la comunidad de monjas del monasterio le buscaban [a Bonet], mejor dicho le perseguían, para venderle su fondo de obras», asevera la conocida redactora de El Punt. No fue así y es bien sabido. La última priora de Sijena había muerto en 1974. No es agradable reconocer que aquella venta irregular la hizo una monja de Valldoreix, pero es lo que sucedió.

Además, convendría utilizar simplemente la lógica: si las monjas de Sijena hubieran querido venderse el patrimonio, ¿no habría sido más lógico que lo hicieran para salvar su propio monasterio, en lugar de irse a financiar uno ajeno en Barcelona? Ellas tuvieron claro que no podían vender. Es hiriente escuchar una y otra vez a la conservadora del Museo de Lérida, Carmen Berlabé, diciendo que ellas «siempre habían tenido voluntad de vender», cuando resulta que mantuvieron todo su patrimonio intacto durante los 25 años que vivieron entre las ruinas, después de la guerra, sin que el Estado se hiciera cargo del monumento, ni tampoco el obispado de Lérida moviera un dedo por ellas (cosa que se suele olvidar cuando se habla de responsabilidades sobre la conservación en Sijena). Si esas monjas hubieran querido o podido vender, les habría bastado con enajenar un par de joyas para lograr recursos con que restaurar el viejo caserón de Sijena. Pero no lo hicieron. ¿Y resulta que para pagar un nuevo convento en Valldoreix sí que estuvieron dispuestas? Venga, por favor…

Confiar, después de lo que se lleva dicho, en la palabra del Sr. Bonet es arriesgado.

Él afirma que, antes de producirse la compra, formalizada en abril del 83 por diez millones de pesetas, se puso en contacto con el Gobierno de Aragón para advertirle que aquellos bienes se iban a vender y ofrecerle la oportunidad de adquirirlos. La respuesta fue, según su relato: «No tenemos dinero». Y de ello dedujo que lo que no tenían era interés; que aquello era una excusa y que, como reza el titular  de El Punt, «En Aragón no quisieron saber nada de Sijena».

Habría estado bien que el Sr. Bonet identificase a la persona (o personas) con las que habló en el Gobierno de Aragón, para que el interesado pudiera dar su versión, confirmar o desmentir lo que él dice. Habría estado bien que fuera más homogéneo en sus declaraciones, porque el 20 de diciembre decía que había hablado «con un político aragonés» y el 28 de enero resulta que fueron dos las llamadas realizadas. También dice que tuvo «autorización previa del Gobierno de Aragón», pero no muestra ningún documento, hemos de confiar en su palabra. ¿Fue una autorización verbal? ¿Y para qué la quería, si en ese momento el Gobierno aragonés no podía autorizar nada? Las competencias en cultura y patrimonio todavía no habían sido transferidas a Aragón; con quien tenía que haberse puesto en contacto el Sr. Bonet para obtener esa necesaria conformidad era con el Ministerio de Cultura. En los tribunales quedó claro que esto no se hizo. Y en todo caso, a los jueces no les vale nada que no se pueda acreditar con documentos; tampoco vale la simple palabra a quienes tienen un mínimo de sentido crítico.

Una cosa más: lo de que esas obras se compraron «para salvarlas» porque si Cataluña no las hubiera comprado «se habrían desperdigado» y el conjunto artístico «podría haberse disgregado por medio mundo». Bueno. Ese conjunto de obras estaba depositado en el Museo de Lérida desde 1970. ¿Existía, en serio, el riesgo de que desde allí se hubieran desperdigado por medio mundo? ¿Hacía falta comprarlas «para salvarlas» de eso, no era suficiente con tenerlas en depósito? ¿Piensa acaso que el obispo de Lérida se las podía haber ido vendiendo?

Y, finalmente, queda la parte de la mala opinión que el Sr. Bonet tiene de Aragón, plasmada en varias perlas que nos dedica (lo de que no había dineros en 1983 era una excusa, la cuestión es que no había interés, no se valoraron por ignorancia, lo que ocurre es que aquí se ha jugado sucio y lo que se pretende es aprovecharse del esfuerzo que han hecho otros, nos tacha de mentirosos y aprovechados, afirma que Aragón no sería nada si no hubiera sido por Cataluña…; ¡y eso que, según le indica a la periodista de El Punt, se contiene de decirnos cosas más gordas!). No vamos a entrar a ese trapo: que se vaya a provocar a otros, aquí no estamos para perder el tiempo en riñas de patio de colegio. Sus insultos solo evidencian su falta de objetividad: si eso es lo que piensa de Aragón, está claro que no es imparcial en su relato. Y que, precisamente, se puede aplicar a sí mismo lo que él achaca a Aragón y a la justicia: que «sin darte cuenta, acabas diciendo mentiras».

 

*Declaraciones como ésta del director general de Patrimonio de la GenCat, Jusep Boya, dan bastante vergüenza: los técnicos del Gobierno de Aragón saben perfectamente a qué hace referencia la expresión «tesoro de Sijena». Si pusieron cara de asombro al ver el estado de determinadas piezas, no fue desde luego porque estuvieran yendo a la caza de ningún tesoro.

 

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