Hace unos días me encontré con un dato que me llamó mucho la atención: resulta que en 1922, el pueblo de Roda de Isábena presentó un recurso ante el Gobernador Civil de Huesca protestando por que el obispo de Lérida había vendido a un coleccionista barcelonés, Lluís Plandiura, una de las piezas más preciadas de su tesoro catedralicio, el famoso “terno de San Valero”, un conjunto valiosísimo de piezas textiles de uso litúrgico (casulla, dalmáticas, capa pluvial), único en el mundo por su antigüedad, origen, riqueza, belleza y otros valores religiosos, históricos y (para los del pueblo) sentimentales.
Los de Roda de Isábena denunciaban aquella venta, según se explica en una publicación de la Comisión provincial de monumentos de Huesca en 1923, porque aquellas piezas se las habían llevado a Lérida “so pretexto de mayor seguridad”; pero estaban en depósito, o sea que la propiedad seguía siendo de la catedral de Roda. Por ello solicitaban, como era de justicia, que se procediera a su recuperación.
Los de Roda alzaron la voz contra aquello muy seriamente; y durante muchos años contaron a todo el que quiso oírles que el obispo de Lérida se había llevado aquellas piezas únicas “para restaurarlas” y “para garantizar su custodia”. Pero en todo caso estaba claro que esas piezas fueron llevadas a Lérida en depósito. Así que se explica bien que, en el momento en que se enteraron de que el obispo se las había vendido, protestaran como protestaron.
Bueno. El Gobernador Civil remitió la denuncia sive protesta a la Comisión Provincial de Monumentos, y ésta, a su vez, dio curso al expediente y lo envió al Excmo. Sr. Ministro de Instrucción Pública. Aquel Excmo. Sr. Ministro debió de usar el recurso como papel de sucio, en todo caso. Y ahí acabaron las esperanzas del pueblo de Roda para que los que podían hacer algo hicieran algo.
La venta de aquellas piezas al coleccionista Lluís Plandiura no tuvo, que sepamos, más repercusión en Aragón. Sin embargo, dio origen a un pleito muy sonado en tierras catalanas, pues detrás de su adquisición había estado también Joaquim Folch i Torres, presidente de la Junta de Museos de Barcelona. El pleito, que se desarrolló durante cuatro años en los tribunales, fue favorable finalmente a Plandiura, que pagó por aquel –ya famoso- terno de San Valero la nada desdeñable cantidad (para el año 1922) de 200.000 pesetas.
Nadie tuvo en cuenta, en aquel pleito, que las piezas procedían de Roda, que estaban en Lérida en calidad de depósito y que los de Roda habían protestado por ello con sus escasas fuerzas, sin ningún respaldo por parte de ninguna institución o poder público.
Diez años después, en 1932, el industrial Plandiura pasó por una etapa de crisis económica grave que le obligó a vender al Museo de Barcelona su magnífica colección de arte medieval; colección que en buena medida estaba integrada por piezas aragonesas. Durante años, los anticuarios a sueldo de Plandiura habían peinado los pueblos catalanes y aragoneses (y algún otro de fuera) para rastrear la existencia de buenas obras antiguas y comprar todo lo que pudieran. Valiéndose de la ignorancia del pueblo, y de la complicidad de los curas, se hacían con retablos, custodias, frontales de altar, imaginería y otras muchas piezas por cuatro perras y las mandaban a Barcelona, a engrosar la colección del magnate barcelonés. Su colección llegó a ser increíble, valiosísima. La Generalitat y el Ayuntamiento de Barcelona acordaron su adquisición en el año antes citado, 1932, por siete millones de pesetas. Una cifra exorbitante para la época… y sin embargo, a mi juicio, bastante ajustadita, teniendo en cuenta el tremendo valor, incluso para esa época, de lo atesorado.
Ya por esas fechas, y desde luego en lo sucesivo, en todas las publicaciones donde se hablaba del terno de San Valero se indicaba que las piezas procedían “de la catedral de Lérida”, dejando su origen rotense como una mera tradición oral y, como tal, de dudosa validez. Se llegaba a decir que, con el traslado de la sede catedralicia de Roda a Lérida (con el intermedio de Barbastro), se habían trasladado también aquellas piezas maravillosas; sin contar con que esas piezas son de finales del siglo XIII y la erección de Lérida como obispado data de mediados del XII, o sea, más de cien años antes de su fabricación. Pero el director de la Junta de Museos de Barcelona se proponía, como dejó dicho más de una vez, «recopilar el arte catalán” y rehacer “mediante la recopilación, exposición y difusión, el pasado artístico catalán”… Ante ello, el escollo de su procedencia rotense era fácilmente salvable. Como lo fue, y lo sigue siendo, con la procedencia aragonesa de muchas otras piezas que se exhiben en distintos museos y muy señaladamente en el MNAC. (Esto es, en realidad, lo que me parece más grave de todo, porque cuando se niega u oculta el origen de las obras de arte es cuando verdaderamente se despoja a los pueblos de su patrimonio, de su identidad, de su historia.)
El propio Folch i Torres comentaba, acerca del enorme valor del terno de San Valero, que de él daba prueba “la desmedida ambición de coleccionistas y anticuarios de poseer pedazos de sus preciosas telas, que, por medios absolutamente ilícitos, se procuraron durante algunos años, y que explican la presencia, en varios museos textiles y colecciones privadas de Europa, de pequeños fragmentos que, sin duda a completa ignorancia del Cabildo de la catedral Leridana, se habían recortado con evidente deterioro del magno conjunto. Esta sustracción […] nos impuso la misión de procurar del Cabildo la venta del precioso ejemplar, para que, trasladado al Museo de Barcelona, se viera libre de una vez de estas rapacidades”.
(Menos mal que se llevaron el terno a Lérida «por motivos de seguridad» y para custodiarlo mejor. Dicho sea de paso, el mismo Folch i Torres realizó varios viajes por Europa en los años veinte para llevar a cabo esas mismas «rapacidades» con obras artísticas de diversos países, por encargo del coleccionista Cambó.)
Bien, pues es aquí, llegados a este punto, donde se me atabalan los argumentos de tal forma que soy incapaz de darles orden. Así que los señalo según me mandan las vísceras, que el cerebro se me ha ido de paseo:
Vamos a ver:
–Todas las publicaciones que he consultado, absolutamente todas (tanto catalanas como aragonesas, para que luego nos acusen de catalanofobia), elogian la tarea de “salvamento y rescate” del patrimonio de los pueblos (catalanes y aragoneses, que igual de ignorantes eran unos que otros) por parte de coleccionistas como Plandiura, obispos como el leridano Messeguer e intelectuales como Folch i Torres porque, dicen, no les movían intereses lucrativos o espurios, sino nobles y meritísimos. Ellos pretendían, se dice siempre, rescatar unas piezas que yacían olvidadas, arrumbadas, deterioradas y minusvaloradas por el pueblo ignorante y desidioso; y ponerlas a buen recaudo y restaurarlas y darlas a conocer y valorarlas en lo que merecían. Pretendían, por encima de todo, evitar que esas piezas las adquirieran anticuarios sin escrúpulos que las querían sacar de España para llevarlas a museos y colecciones del extranjero, singularmente estadounidenses y de la Europa del Norte.
–Si eso es cierto, si es ése el ánimo que les movía a unos y otros, me surge una pregunta tonta: ¿por qué no se les dijo a los de los pueblos, en alguna de las múltiples visitas que les hicieron tanto anticuarios como obispos como delegados de las juntas de museos, que ese patrimonio era un tesoro valiosísimo que no tenían que dejarse arrebatar por ningún medio? Estoy segura, como lo estará cualquiera que lo piense un minuto, de que si a alguien que tiene un retablo lleno de polvo en una sacristía le dicen que eso tiene un valor incalculable, ese alguien se preocupará diligentemente, acto seguido, de quitarle el polvo con todo cuidado y de guardarlo bajo siete llaves; y ya podrá venir entonces cualquier pelanas de ciudad a decirles “te compro esta tablucha por cuatro duros y te hago un favor, que te quito un tarro”, que lo mandarán a escaparrar como que me llamo Marisancho.
Pero resulta que eso fue lo único que no hicieron. Tanto unos como otros (obispos, anticuarios, coleccionistas, museógrafos) se cuidaron muy mucho de decir tal cosa, porque lo que pretendían era comprar (o llevarse “en depósito”) las piezas por el menor coste posible.
–¿Alguien puede aclararme la diferencia, respecto al cura o al personaje del pueblo que fuese que tuviera capacidad de venderse un retablo, entre un anticuario que trabajaba para un magnate estadounidense, un anticuario que trabajaba para un coleccionista catalán, un enviado de un obispo o un representante de una Junta de Museos, a la hora de deshacerse de una pieza de su patrimonio litúrgico, a cambio de unas perras que necesitaban para mantener la iglesia en pie, arreglar el tejado o realizar reparaciones básicas que nadie atendía, ni siquiera quienes estaban obligados a hacerlo? Pues, ah, no: si se lo vendían a unos, lo que hacían era dejarse expoliar estúpidamente; si lo cedían en depósito o vendían a otros, lo que se lograba era rescatar una parte del patrimonio en grave riesgo de perderse, en una tarea digna de todo elogio. Explícaselo, esto, a un feligrés o un cura de finales del siglo XIX. Desde luego, a una ciudadana del siglo XXI licenciada en Historia del Arte y, teóricamente, con algo de cultura y una pizca de sensibilidad por el patrimonio, como es una servidora, le cuesta lo suyo comprenderlo.
–En lo que he podido rastrear al hilo de todo esto, resulta que fueron muchas las veces que los que se llevaban las obras de arte, generalmente el obispo de la diócesis o el enviado de turno que estaba rescatando material para formar los fondos de un museo (del Arqueológico Nacional al Diocesano de Lérida, pasando por muchos otros), les costó muchísimo lograr que los de los pueblos “soltaran” las piezas. Hubo casos en los que la venta fue fácil, sí; pero también muchos otros en los que no. La gente se desprendió de sus santos y sus tesoros a viva fuerza, y porque no tenían quien les respaldase. Y esto, tanto de pueblos aragoneses como catalanes (y de todas las partes del mundo, me temo; pero estamos hablando ahora de una zona determinada).
–Yo pienso en esa gente expoliada de sus tesoros a la fuerza, como es el caso de los de Roda, que protestaron inútilmente ante las instituciones por una grave ilegalidad cometida tanto por el cabildo leridano (que se vendió unas piezas que no eran suyas, sino que las guardaba en depósito) como por el coleccionista Plandiura (que las compró) y por la Junta de Museos de Barcelona (que pretendió comprarlas, y que diez años más tarde acabó quedándoselas), y me cabreo profundamente cuando leo, una y otra vez, una y otra vez, a nuestros historiadores del arte afirmar que el patrimonio artístico aragonés se ha “perdido” por culpa de la ignorancia de los pueblos, de la sociedad aragonesa toda y de su desidia. Los del pueblo somos los culpables y encima le echamos jeta: “Ahora quieren recuperar unas piezas que se vendieron por ganar cuatro perras”, he llegado a leer, en relación con las reclamaciones de devolución de los bienes de la Franja. Ese desprecio me descompone, de verdad que me descompone.
Porque es doblemente injusto: las reclamaciones que hoy se hacen no deberían venir de los pueblos expoliados y engañados, al menos no en primera instancia y no en solitario; sino que deberían ser los sabios, los profesores, los entendidos en arte desde las instancias oficiales, y en primer lugar desde la Universidad, los que hicieran esa labor. Acompañados por las instituciones, que son las que pueden reclamar porque tienen autoridad para ello. En lugar de eso, son precisamente ellos los que nos echan la culpa de todo a los ciudadanos de a pie, a la sociedad aragonesa en su conjunto.
Paralelamente, e insisto en esto, van todos los elogios para los obispos y coleccionistas por su meritoria y loable labor de rescate de un patrimonio que, de otro modo (y esto se repite hasta la náusea tanto por autores catalanes como aragoneses), se habría perdido.
¿Quién ha defendido con toda su alma (sobre todo, en guerras y saqueos), cuidado, protegido, venerado y custodiado durante siglos tanto ese patrimonio expoliado como el que todavía nos queda? ¿Los catedráticos, los presidentes de comunidades autónomas, los políticos de las altas esferas… o los de cada pueblo?
“No han sabido valorar lo que tenían”. Okey, Mackey. Pobres paletos, que no sabían que esos frontales románicos eran un tesoro. ¿Y los eruditos? Me permito recordarles que hasta mediados del siglo XIX, los eruditos decían que el arte medieval era una pura aberración, un “arte bárbaro”, un auténtico mamarracho, algo completamente despreciable… Sin embargo, cuando esos mismos eruditos cambian su punto de vista y afirman que lo medieval es un tesoro, entonces es el pueblo el ignorante, el inculto, el que no sabe apreciar lo que tiene. Que lo tiene, les recuerdo, porque va y ellos sí lo apreciaban al margen de las corrientes imperantes en el gusto estético oficial: porque, guapos o feos, eran sus santos, sus patronos, aquellos que les protegían y a quienes rezaban pidiendo protección y misericordia.
Andando el tiempo, las piezas que quedaban del terno de San Valero procedente de Roda, que en 1922 se vendió el obispo de Lérida a un coleccionista por 200.000 pesetas (y a quien nadie tacha por ello), fueron a parar al Museu Textil i de la Indumentaria, de Barcelona; hoy están integrados sus fondos en el nuevo Museu del Disseny de Barcelona. Pero desde el principio aparecen como procedentes de la catedral de Lérida. Roda de Isábena, su verdadero dueño, se ha borrado de la historia. De la historia oficial.
Lluís Plandiura, Joaquim Folch i Torres, el obispo Messeguer y otros personajes que atesoraron colecciones valiosísimas (que han ido a parar a muy diversos lugares) aprovechándose de su dinero, de su posición de poder y de la ignorancia de las gentes, aparecen en todas las publicaciones y obras de referencia como grandes próceres, padres de la patria, nobles personajes que dedicaron su vida a salvar el arte.
Los de los pueblos se quedan, además de huérfanos de sus tesoros, con el baldón de ser unos desidiosos, unos ignorantes y unos peseteros.
Mandan cojones.
NOTA (27/07/2016): Mi «enemigo dialéctico» de estos días, Albert Velasco, me hace saber vía Twitter que el terno estaba en Lérida desde finales del siglo XV. Cosa de la que, como veis, informo aquí. Cómo tenían los de Roda esa convicción de que el terno seguía siendo suyo, es algo que desconozco: pero protestaron firme ante la Comisión de Monumentos de Huesca. La venta de la pieza por el obispo leridano, no obstante, sigue siendo incalificable; porque, además, a Plandiura se le vendió lo que quedaba de aquella impresionante pieza; antes había vendido ya varios fragmentos por aquí y por allá, conservados hoy, algunos, en una decena de museos.
Dejo aquí algunas referencias en las que me basé:
De la Comisión de Monumentos de Huesca en 1922:
De Antonio Naval Mas:
De Manuel Iglesias Costa:
ya roda en el siglo XVII había planteado un pleito contra el obispo iilerdense de turno por un anterior saqueo. entonces tuvieron más éxito y el obispo fue excomulgado por roma. hay otro extremo que a menudo se ignora cuando se habla de esto de la pérdida de patrimonio; lo ocurrido durante la guerra civil en la zona oriental de aragón. so capa de destrucción de bienes religiosos (que la hubo, ciertamente, pero en menor cantidad de la quese publicitó), muchos fueron directamente saqueados y engrosaron los mercados clandestinos de arte. me contaba a mí una tía de villanueva de sigena que el monasterio sigenense estuvo ardiendo más de una semana, idéntico tiempo en el que no dejaron de salir camiones cargados a rebosar.
En todo caso no eran los parroquianos los que decidían vender nada sino los párrocos, bien por arreglar el tejado, bien para llegar a fin de mes.