El "capriccio" de Contini

El viernes pasado fui a ver, con permiso del Cabildo y con tres amigos, el interior de la torre de la Seo. “Ya verás”, me dijeron ellos antes de entrar; “tendrás la impresión de que estás dentro de la torre de Tauste”.

Y así fue. Yo tenía noticia de que dentro de la imponente torre barroca de la catedral se conservaba “algo” de la torre antigua, pero no imaginaba que lo que se conserva es una torre prácticamente completa, que llega hasta lo que hoy es el cuerpo de campanas, imagínense la altura:

Torre_de_La_Seo b copia

Se dan cuenta, ¿no? ¡Un pedazo de torre impresionante… dentro de otra torre!

Es una torre como la de Tauste, sí, o como la de San Pablo, que son primas hermanas: octogonal, de gruesos muros de ladrillo, con una estructura medieval muy característica que consiste en disponer una especie de “torre doble”, es decir, una interior y otra exterior que la envuelve, de manera que entre ambas se deja espacio para la caja de escaleras.

C:Documents and SettingsUSUARIOMis documentosPARA SEGURIDAD

(El dibujo es de Jaime Carbonel.)

La parte barroca de la torre zaragozana consiste simple y llanamente, y hasta que se acaba la torre de ladrillo oculta, en “forrar” literalmente la antigua. Se ve claramente cuando te asomas por las ventanas: aquí acaba la torre de ladrillo y aquí, pegadito, va el “forro” de la torre nueva, de un espesor mínimo comparado con la gruesa estructura antigua.

Yo no tenía ni idea de que esto existiese (para mi vergüenza o mi cabreo: ¿cómo ha podido pasarme esto, siendo “de arte”?). Supongo que mucha gente lo desconocerá igual que yo, así que por eso lo cuento. Por eso y porque me temo que, visto lo visto, habría que reconsiderar un poco (un poco bastante) la historia constructiva de ese monumento.

De entrada, y que yo sepa, no hay apenas estudios que aborden el tema monográficamente. El único que existe (si estoy equivocada, agradecería que me lo hicieran saber) es un breve aunque denso trabajo que publicó Ángel Canellas en 1975, y nadie ha vuelto sobre ello en profundidad. Aparte de eso, lo único que encuentro en obras actuales son referencias breves, que además se limitan a describir la torre por el exterior, nunca por el interior. El propio trabajo de Canellas tampoco lo hace, pues se centra en el análisis de la documentación que hay en La Seo.

[Modo malvado ON:

De hecho, un párrafo de ese trabajo me ha hecho dudar de que el propio Canellas visitara la torre y la viera con sus ojos, porque lo que dice es:

No es aventurado imaginar que la primitiva torre fue el minarete de la vieja mezquita y que la planta de éste se apoyaba aproximadamente en el solar de la actual torre, donde quedan algunos restos de su planta, a lo que parece octogonal. En este caso la vieja torre de La Seo debía parecerse a las muy conocidas de Alagón o de Tauste.

Jopé, “algunos restos de su planta”, dice que quedan… ¡una torre entera, nada menos!

Modo malvado OFF.]

Sobre la documentación resumida por Canellas se estableció en su día que la torre antigua de la catedral se había derribado en 1680-1681 y que, después de múltiples tanteos y problemas, discusiones y proyectos rechazados o rehechos, se alzó la que hoy vemos, diseñada por el famoso arquitecto italiano Gian Battista Contini. La obra constructiva definitiva se inició en 1686 y concluyó en 1704.

Los estudiosos actuales, cuando citan (brevemente) la existencia de la torre interna, lo achacan a una curiosa y última pervivencia del mudéjar ya en plena época barroca. Pero eso no puede ser: esa torre es una torre antigua. ¡Sólo hay que verla! Además, no tiene sentido que se decida hacer una torre nueva, para más inri diseñada por un arquitecto italiano que en su vida pisó Zaragoza, y se decida hacerla calcadita a las que se hacían por estas tierras en época medieval. Que no, que no: que las torres barrocas nuevas no se hacían así, caramba. Mírense ustedes cualquier otra, y luego me cuentan.

Además, hubo una voz anterior al estudio de Canellas, aunque éste no la cita, que sí había tenido en cuenta la existencia de esta torre: fue el arquitecto y profesor Francisco Íñiguez, por cierto muy vinculado a Aragón y a sus monumentos, que en 1937 publicó nada menos que el artículo donde se hablaba, por primera vez, del mudéjar aragonés. Y en él aludió a la existencia de esta torre, de la que decía que había podido ser alminar en sus primeros cuerpos, pues la fecha para catalogarla como mudéjar «parece demasiado remota», pues decía que su existencia se remontaba al menos a 1280 (fecha que no he sabido comprobar). Tras él han seguido una estela en fechas actuales autores como Agustín Sanmiguel, Javier Peña, José Miguel Pinilla y, más recientemente, Jaime Carbonel, que defienden sus postulados (y de esto ya hablaremos más adelante, en otro post).

Leo y releo la documentación que aporta Canellas y me surgen algunas reflexiones que expongo aquí, con dos ventajas: una, que no pretendo pontificar sino sembrar la duda; y otra, que cualquier argumento que apoye o rechace lo que va expuesto será bienvenido, porque de lo que se trata aquí es de avanzar en el conocimiento de esta historia, sin más. Una historia que, a lo que veo, no está bien estudiada o, desde luego, de estarlo, lo que no está es divulgada, porque alguien que tiene interés en conocerla, como es mi caso, no encuentra prácticamente nada.

Vayamos al asunto:

1.- A finales del siglo XIV existía ya una torre-campanario en La Seo. Aparece de pasada en la documentación, pero aparece.

2.- En el siglo XVI seguía existiendo (sigue saliendo en los documentos) aunque su apariencia se desconoce, pues en las pinturas y dibujos que quedan de esa época y de la centuria siguiente (las conocidas de Wyngaerde y Mazo, más otra parecida a esta última que cita Canellas pero que el Ayuntamiento, aunque tuvo oportunidad de adquirirla en 1952, se la dejó pasar), no queda claro si era cuadrada, hexagonal u octogonal; al menos, su parte superior, que es lo único que se ve.

La de Wyngaerde:

zaragoza wyngaerde trocito

La de Mazo:

Vista_de_Zaragoza_en_1647 trocito

De la otra no tenemos imagen: ¡kagüen! Dice Canellas, que sí la vio, que «se observa la torre de La Seo algo más baja que el cimborrio; solamente el cuerpo superior al parecer es hexagonal u octogonal».

3.- A comienzos de 1680 se mandan reconocer los cimientos de la  torre para poder subir a ella la campana Valera, que debía de pesar un tonelaje, por ver si aguantaba. Se revisan los cimientos y, al parecer, se dice que estaban inservibles “para reconstruir sobre ellos”. Finalmente, el cabildo afirma que la torre “amenaza ruina” y se dispone el derribo del chapitel.

4.- En noviembre de ese año se inician los trabajos para desmontar las campanas y montarles un soporte provisional a base de pilares, y derribar la vieja torre. El 12 de diciembre aún estaban con el tema de las campanas. Pero para el 10 de enero afirma Canellas que “ya debía estar derribada la vieja torre” y que “de inmediato se abrieron zanjas para reconocer los primitivos cimientos de la torre” (cosa extraña: ¿no se había dado la misma orden un año antes y el resultado de ese reconocimiento había sido mandar derribar la torre por ruina?).

5.- Es raro que en tan poco tiempo se derribe un cacho de torre como la que debía de haber: ojo, que era la de la catedral principal de Aragón, no la de un pueblete.

6.- En esta segunda revisión de los cimientos se abrió una zanja y “se optó por mantenerlos, pero reforzándolos”. ¿Pero no habíamos quedado en que eran inservibles?

7.- Lo que se quita de la torre vieja son piedras, que se guardan celosamente para reaprovecharlas en la obra nueva, y no ladrillos.

8.- En julio de 1681 se inician las obras de refuerzo de los cimientos y de inicio del alzado de la torre, con piedra. Poco después, las obras quedan paradas y se inicia un complicado periodo de varios años en los que se suceden los proyectos rechazados por no ser suficientemente sólidos, hasta que se aceptan las trazas hechas por Contini, que aún hubo de modificarlas después de aceptadas (por cierto, reduciendo el grosor de los muros, y no aumentándolo).

9.- En 1686 se envía a dos maestros de obras a que hagan un examen técnico que revise los cimientos de dos torres de Zaragoza, la Nueva y la de San Pablo, que curiosamente eran clavadas a la que se conserva dentro de La Seo, “para que opinasen si sería necesario ampliar los [cimientos] existentes o si bastarían para soportar los diseños que se han hecho y traído de Roma”. Y se llegó al acuerdo de que sí eran suficientes.

10.- En septiembre de ese año 1686 se da finalmente inicio a las obras. La documentación sobre su desarrollo en los años posteriores es muy prolija, y presenta una particularidad: hasta 1692 no se nombra para nada el ladrillo. Los primeros años fueron obra de contratar canteros, mandar traer y cortar piedra, ajustar y asentar sillares, procurar que la piedra fuera buena… y sólo en 1692 se empiezan a contratar carretadas y carretadas de ladrillos, ahora contados por decenas de millares, para los cuerpos superiores. ¿Y de los cientos de miles de ladrillos que componen la obra de la torre interior, qué? Esos no aparecen por ningún lado… y a fe que habrían tenido que aparecer.

En fin: que acabo de resumir una sorpresa, un misterio o una zozobra, o todo junto, en diez puntos. Les parecerá a ustedes que me ha quedado un post largo, pero les juro por lo más sagrado que lo mío me ha costado hacerlo breve, y que me dejo muchas cosas en el tintero.

Lo que yo pienso, en definitiva, es que lo que se reconoció y derribó en 1680 fue la parte alta de la torre, que el resto se dejó intacto porque servía y no era menester derribarlo, porque además hacerlo hubiera sido carísimo además de innecesario, y que los sucesivos replanteos y problemas se derivaron del hecho de que había que adaptar el nuevo diseño a lo existente, reforzarlo, adecuarlo… pero hacerlo servir.

Además, adviertan ustedes que toda esta historia no va sobre un rollo erudito o para especialistas: se trata de nuestro patrimonio, señores, que habría que reivindicar, estudiar profundamente y dar a conocer como se debe.

Caramba… ¡que se trata de la torre de nuestra primera catedral!

Nota bene: el título de este post es de los amigos con los que hice la visita a la torre, y hace referencia a la imposibilidad de que a Contini, romano él y sin conocimiento ninguno de nuestro pasado constructivo, pudiera tener la idea de crear una torre que reprodujese tan exactamente en su interior las medievales aragonesas, como así parece estar aceptado oficialmente. De ellos les hablaré en otro post más adelante, porque es una buena historia, ya verán…

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Aragón: sólo nos falta ser feos

Le digo a mi marido que me he agarrao un cabreo monumental leyendo el manual de Paleografía que nos han recomendado en la Universidad y se me troncha:

–¿Pero cómo es posible que te cabrees leyendo un manual de Paleografía?

Mi santo entiende que me cabree con los temas pantaneros, con los políticos de modondanga, con las declaraciones extemporáneas de la Iglesia, con los informes tontos sobre malasombradas, o con la prensa. Pero vaya, con un libro que se supone que trata de enseñar cómo era la letra de los documentos antiguos…

Sin embargo sí, sí: menudo cabreo llevo con el trato que se da a Aragón en ese libro. Es simplemente vergonzoso.

Copio unas líneas del capítulo que trata sobre los códices de escritura visigótica, ya verán:

La penuria de ejemplares conservados, escritos en Aragón antes de mitad del siglo XII, es desesperante. Salvo los pocos que proceden del Monasterio de San Juan de la Peña, no encontramos ejemplares de escritura visigótica de códices. El fenómeno resulta más inexplicable sabiendo que los monasterios en aquellas tierras fueron como enjambre, y más numerosos que en las del Oeste. Sin embargo, parece que en el orden cultural resultaron mucho menos florecientes, lo cual nos permite concluir que, aun admitiendo la existencia de manuscritos -hoy perdidos- realizados en partes de Aragón a contar del siglo VIII, su número y su calidad debieron de quedar muy por bajo de los de Castilla, León y Cataluña.

Acto seguido cita brevemente los varios códices pinatenses, datados entre los siglos X y XI, sin darles mayor importancia.

Y añade que parece razonable aceptar que durante los siglos VIII y IX

hubiera en estas regiones pirenaicas alguna producción de manuscritos, seguramente escasa y pobre.

Mosquea que, sin más ni más, se suponga que los monasterios aragoneses, pese a ser muchos, fueran pobres culturalmente. Mosquea que, ante la ausencia de manuscritos conservados, se diga que fueron pocos, pobres y de mala calidad, e incluso que fueron mucho peores que los castellanos, leoneses y catalanes. ¿En qué se basan estas afirmaciones?

antifonario san juan de la peña

Pero lo más sangrante es que, ante la escasez o inexistencia de documentación escrita en otras partes de la Península, la interpretación que dan los autores de este libro es muy otra.

Por ejemplo, después de afirmarse que «hasta el siglo XI no aparecen códices de los que nos conste absolutamente haber sido escritos en Cataluña«, las conclusiones «verosímiles, cuando no del todo seguras» que se extraen sobre lo ocurrido en este territorio son las siguientes:

1. A raíz de la conquista franca debieron empezar a importarse desde el país vecino cantidad considerable de códices […]. Lo sorprendente es que de tales manuscritos importados no sabemos exactamente que se conserve ahora alguno.

(O sea: no hay manuscritos de esa época, pero como estamos seguros de que se importaron muchos, luego nos sorprendemos de que no quede ninguno.)

2. No puede dudarse que durante el siglo IX se escribieron en los condados catalanes códices en letra visigótica o mozárabe, algunos de los cuales es casi seguro que recibirían en su escritura influencias de tipo carolingio.

(En Aragón, esta ausencia se ha despachado de una manera bastante más expeditiva y sin tantas consideraciones: lo que ocurrió en tierras aragonesas fue que hubo una producción escasa y pobre en cantidad y calidad. Y a otra cosa.)

Hay más conclusiones, hasta cinco, que elucubran sobre lo que fue la evolución de la letra visigótica y carolina en Cataluña, sin tener evidencias materiales a las que agarrarse. Puros supuestos. Eso sí, en tono mucho más respetuoso y digno que el usado para lo que pudo haber ocurrido en tierras aragonesas.

Finalmente, se alude a algunos de los manuscritos «más notables y representativos» de los conservados a partir del siglo XI, «época áurea de los códices carolino-catalanes»: cita doce, en total, de los cuales tres se conservan en la catedral de Lérida… pero proceden de y fueron hechos en Roda de Isábena.

ceremonial de Roda siglo X

En cuanto a la «España meridional«, que así es como se llama en el libro a los territorios castellanos y andalusíes de Toledo para abajo, se lee:

Es seguro que durante los siglos VIII, IX y X hubo una apreciable producción de manuscritos relacionados en su origen con los grupos mozárabes del Sur y, en concreto, con los de Sevilla, Toledo y Mérida que seguían siendo sedes metropolitanas, y con los de Córdoba que se había convertido en cabeza espiritual y cultural de la mozarabía. Había allí más de diez iglesias y más de quince monasterios, algunos florecientísimos, mientras que con relación a Toledo se habla de nueve iglesias, y a Mérida, de cuatro; en Sevilla su número también era corto.

Sin embargo, los códices conservados que se suponen escritos en alguno de estos reductos mozárabes son poquísimos, y aun algunos de ellos dudosos hoy en cuanto al origen andaluz o toledano que se les ha asignado tradicionalmente.

Nuevamente, la carencia o escasez de manuscritos tiene un tratamiento diferente: aquí no se duda de que la producción «fuera apreciable» y de que los monasterios fueran «florecientísimos».

Un último detallito, referido a Navarra, donde también, y para variar, los manuscritos de escritura visigótica «puede decirse [que] faltan en absoluto», pero

no porque no existieran nunca, sino por haber desaparecido no sabemos cuándo. Como muestra de la cultura y de la probable producción libraria de algunos monasterios navarros durante el siglo IX se apela tradicionalmente al viaje de San Eulogio, el célebre mártir mozárabe, que llevó consigo a Córdoba una selecta colección de códices del monasterio pirenaico de San Zacarías.

Ese monasterio pirenaico que visitó San Eulogio y del que se llevó un buen montón de códices a Córdoba, donde faltaban, y no precisamente porque Córdoba no fuera un centro cultural de primer orden, fue el de Siresa, junto a Hecho, en Huesca, Aragón, que, en palabras de San Eulogio, iluminaba todo el Occidente y cuyos monjes, más de cien, «brillaban como estrellas del cielo».

siresa

Y eso que los monasterios aragoneses parece ser que no tuvieron florecimiento cultural… ¡Ole con ole y con ole!

Yo es que me desespero.

En fin, qué quieren que les diga: que este manual (Paleografía y diplomática, UNED, Madrid 1991, varios autores dirigidos por Tomás Marín Martínez) me parece, como mínimo, poco riguroso.

Lo malo es que es el que recomiendan fervientemente nuestros profesores de la Universidad de Zaragoza.

manual paleografía uned

Para terminar, un detallito:

En la Biblioteca Vaticana, en Roma, se conserva la denominada «Biblia de Farfa» (que, por cierto, en el manual éste de Paleografía aparece citada como «Biblia de Farba»), copiada en el siglo XI y procedente del Monasterio de Ripoll. Bueno. Pues me entero hoy de que el Ayuntamiento de este pueblo reclama al Vaticano su devolución porque, según afirma su alcaldesa, «sería un reclamo turístico brutal«. ¡¡A que molaaa!!

Chicos, a nosotros no nos tiene en consideración ni San Pedro. Así nos pasa, que se localizan los restos intactos del rey Pedro III en su sepultura del Monasterio de Santes Creus (Tarragona) y en todos los medios aparece citado como «Pere el Gran» o «Pedro II rey de Cataluña y Aragón» (esto último, en El País, aunque luego lo corrigieron). O incluso «Pedro II rey de Aragón«, que es ya de marearse total.

pere el gran

O así nos pasa, también, que cada dos por tres nos vienen dando susticos con previsibles trasvases del Ebro, sin siquiera dar la información que corresponde al Gobierno de Aragón; a ver si, en una de éstas, cuela.

¿Despiertas, ferro? ¿O hemos claudicado ya definitivamente?

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Malaprensa (y III): "Catalonia is different"

Acabo con esta entrega la serie «Malaprensa» y prometo procurar encontrar temas más animadicos y divertentes para posts futuros. Tiene razón mi amigo Santi: es preferible pasarse a El Jueves y dejar de leer la prensa «seria», o incluso de leer en general.

Debo una mención al blog Malaprensa, del que viene el título de esta miniserie y del que fui adicta durante mucho tiempo. Ahora lo soy menos, la verdad es que no sé por qué.

Bueno, a lo que estamos:

El pasado día 26 de octubre apareció en La Vanguardia un artículo titulado «Catalonia is different» (no se puede enlazar: la hemeroteca de este periódico cuelga en la web las ediciones a los 30 días de su aparición), firmado por Carles Castro.

El subtítulo del artículo es: «La memoria sobre el pasado reciente y las formas de superarlo distancian a Catalunya del resto de España«, lo que constituye la tesis que se desarrolla en el texto, la de hacer ver que en Cataluña se es más antifranquista que en el resto de España y que de ahí vienen los desencuentros entre una y otra.

El artículo es raro, por varios motivos. El principal, porque en el centro de la noticia aparece un cuadro de datos que parece ser el resumen de una encuesta hecha en Cataluña y en España, con resultados en porcentajes referidos a una serie de enunciados, del tipo: «Siente resentimiento hacia el franquismo», o «El recuerdo de la Guerra Civil continúa muy vivo en la memoria de los españoles», y cosas por el estilo, acompañados de dos columnas que reflejan diferentes grados de aceptación o rechazo a esos enunciados según se trate de un territorio u otro. No se dice en el artículo de dónde procede esa –suponemos, en principio– encuesta, sólo se señala en el pie: «Fuente: CIS». Pero no se explicita si corresponde a un estudio, ni quién lo encargó, ni cómo ni cuándo ni por qué ha sido hecho o publicado.

El cuerpo del texto elude dar esa información; el periodista sólo remite al lector a que mire los datos que aparecen en el cuadro adjunto, sin más; o se refiere vagamente a «los sondeos» o a «los indicadores».

Me mosqueó esa falta de seriedad y rigor. Si el periodista construye su artículo a partir de un estudio determinado, no puede solventar la papeleta diciendo, de manera marginal y al pie de un cuadro: «Fuente: CIS», sin más.

Claro que lo que ocurre no es que el periodista construya su artículo a partir de los datos de un estudio, sino que emplea los datos de un estudio, o más bien diríamos determinados datos, para apoyar unas tesis que ya tenía a priori. Eso lo he sabido luego, ahora lo digo.

Se afirma en la noticia –ya se ha adelantado más arriba– que lo que ocurre es que «Catalunya rechaza con más énfasis que España el franquismo y sus secuelas»; y que esa diferente visión sobre el pasado reciente explica «los desencuentros con el resto de los españoles en los planos cultural y político».

Prosigue el periodista:

«Los indicadores confirman algunas obviedades, como el acentuado antifranquismo de Catalunya (diez puntos por encima del conjunto de España), pero también revelan una actitud distinta a la hora de afrontar las secuelas del pasado. Por ejemplo, mientras menos de la mitad de los españoles se muestra a favor de enjuiciar a los responsables de los crímenes del franquismo, ese porcentaje roza el 66% de los catalanes. Y mientras uno de cada dos españoles se muestra partidario de retirar la simbología franquista (y uno de cada cuatro se opone), más del 72% de los catalanes apuesta por erradicarla.

De hecho, en el conjunto de España son mayoría los que rechazan investigar las violaciones de los derechos humanos durante la Guerra Civil y el franquismo, mientras que en Catalunya ocurre lo contrario. Y es que la vivencia de la dictadura no es la misma en todas partes».

Termino de leer esto y acudo a hacer lo que nos pide el propio autor del artículo, que es mirar el cuadro adjunto. Y veo que, por ejemplo, en concreto en este último dato (el del rechazo español a investigar las violaciones de los derechos humanos durante la Guerra Civil y el franquismo), la diferencia entre Cataluña y España es de un 7-8%. Vaya, pues no me parece tanto. Al menos, como para sacar las consecuencias de tan amplio calado como las que saca el articulista.

El caso es que, como Santo Tomás en un caso semejante, acudo a la web del CIS. Tras un buen rato de búsqueda, porque como ya he dicho antes el autor del artículo no se molesta en decir de qué estudio, encuesta, barómetro o demonios proceden esos datos, que ya le vale (alguien debería retirarle puntos del carné de periodista sólo por eso), encuentro la fuente: se trata de una encuesta realizada por convenio con la UNED en abril de 2008, de ámbito nacional aunque dividido en tres secciones (España en conjunto, Cataluña y País Vasco), entre población española de ambos sexos y de como mínimo 18 años.

Para empezar, no sé si es que han tardado año y medio a publicarla, y de ahí viene que sea noticia, o es que alguien en La Vanguardia se la ha encontrado buceando por la red y ha hecho un artículo aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid. Que eso tampoco tiene a bien decírnoslo el periodista. Pero bueno, vayamos a ver el estudio.

Las cifras que se extraen en el artículo que vamos tratando son rigurosamente exactas, incluso alguna que a mí, de entrada, me pareció tan marciana como la de que sólo un 28,2% de los españoles dijera que las simpatías de sus familiares durante la Guerra Civil fueran republicanas, frente a un 40% de lo mismo entre los catalanes. Aquí, por tanto, a la que se le deberían quitar puntos del carné de identidad, del de conducir o del de la Biblioteca de Aragón, porque no tengo otros, sería a mí, por desconfiada.

(Aunque, dicho sea entre paréntesis, no me negarán ustedes que no queda raro ese exiguo porcentaje de republicanismo en el conjunto de España, que los había hasta de derechas, los republicanos, y sin embargo parece deducirse de ese dato que no fueron más que cuatro gatos. Aunque también, pensándolo un poco, puede tener su porqué: si los hijos de los republicanos se han tenido que criar en Francia o en Argentina… pues a lo mejor es que en España quedaron algunos menos.)

En fin, recuperemos el hilo: decíamos que las cifras de los porcentajes son exactamente las que figuran en el estudio de marras. Pero es que en ese estudio hay muchas más cifras, muchos más datos que el periodista no ha considerado dignos de aparición, tal vez porque no ayudan a suscribir las tesis que sostiene en el artículo.

Por ejemplo, que hay un 2,5% de españoles y un 2,8% de catalanes que siente nostalgia del franquismo. En eso, no parece que estemos muy alejados. Tampoco en las simpatías «nacionales» durante la Guerra Civil: un 17,6% en España frente a un 15,2% en Cataluña.

Más cosas: hay un 75,4% de los encuestados mayores de 65 años en España que afirma no haber sufrido «ninguna consecuencia» durante la Guerra Civil, en forma de prisión, condenas, huidas, represalias laborales, etc.; cifra que en Cataluña se eleva al 90%. De ahí que los 10 puntos porcentuales de resentimiento hacia el franquismo que se revelan en esta encuesta en Cataluña por encima de España constituyan un dato a analizar con un poquito más de detenimiento.

Lo mismo pienso con esto otro: un 29,2% de los españoles mayores de 65 años piensa que el bando responsable de las consecuencias negativas que se sufrieron en la Guerra Civil fue el republicano; cifra que se eleva al 50% de los catalanes, según la misma encuesta.

Los que piensan que, respecto a los restos de las víctimas de la Guerra que aún están enterrados en fosas comunes, no se debería hacer nada, sino dejar las cosas como están, suponen un 26,3% en España, y un 26,9% en Cataluña.

Los que piensan que durante el franquismo «había más orden y paz que ahora» son un 35,1% en España y un 34,3% en Cataluña (cifra deprimente, sea como sea).

Los que opinan que no debería crearse una comisión que investigase las violaciones de derechos humanos durante la guerra civil son el 44,8% en España y el 43,5% en Cataluña; y lo mismo para el franquismo, no la creen necesaria un 42,2% en España y un 41,7% en Cataluña.

Los que, en España, piensan que la democracia siempre es preferible a cualquier otra forma de gobierno ascienden al 85,5%, que se queda en un 81,4% en Cataluña; y quienes opinan que «lo mismo da un régimen que otro» suman un 5,3% en España, frente a un 10,1% en Cataluña.

Un 38% de los españoles, según la encuesta, cree que «los partidos políticos sólo sirven para dividir a la gente»; lo mismo piensa nada menos que el 52,6% de los catalanes. Y quienes creen que los partidos «no sirven para nada» son el 15,8% de los españoles y el 25,6% de los catalanes. Es más, la política sólo genera conflictos y divisiones, según el 36,3% de los españoles, opinión en la que coincide el 46,9% de los catalanes.

Finalmente, un dato más debería ser objeto de reflexión: menos de la mitad de los encuestados, en torno a un 45%, para este estudio en Cataluña son oriundos de Cataluña, mientras que el restante 55% procede del resto de España, de provincias que empiezan por todas las letras, desde Álava hasta Zaragoza. Visto el tono del artículo, que marca tan netas diferencias entre un territorio y otro, quizá sería un dato a tener en cuenta, porque podría validar o deshacer los resultados netos.

En resumidas cuentas: es una encuesta realizada, ya se ha dicho, por convenio con la UNED, de modo que se supone que se ha elaborado para que los profesores o investigadores de esta Universidad, seguramente historiadores, antropólogos o sociólogos, los analicen y estudien debidamente, ayudados de sus conocimientos y de las herramientas propias de esas disciplinas. Son datos a veces contradictorios, que parecen confusos, y que para un ciudadano no versado en cualquiera de esas materias pueden resultar ininteligibles.

Pero no lo han sido para el autor del artículo «Catalonia is different», que ha espigado los datos que más le han gustado, los que le servían para corroborar una tesis que tenía asumida a priori. Y eso, para empezar, es un mal uso de una herramienta; pero de cara a los lectores, es algo tan grave como una manipulación.

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Homenaje a la R.A.T.A.: la borraja

borraja

Leo con alegría, en el blog Cuando no ando, que se reactiva la R.A.T.A., la Real Academia Taustana Antigua (de la Lengua, se entiende; y el que no lo entienda, que se joda). Llevaba días sin instruirnos deleitando, y sin dar a nuestra lengua taustana, y a nuestro ilustre (qué digo: ¡ilustrísimo!) acervo común sus sabias lecciones. Ha debido de ser un empacho festivo: sepan vuesas mercedes que las fiestas «pequeñas» de Tauste son para el 20 de septiembre; y que acto seguido (porque en mi pueblo alargamos las fiestas lo que nos peta) vienen las del Pilar (que son más pequeñas aún). Así que, claro está, luego hace falta un mes para reponerse.

Pero vuelve, oh sí, de la mano del ínclito e insuperable MSC y del simpar Miguelgato, cargada de vigor y docta ilustración. De modo que yo, que aspiro a tener aunque sea un sillete en la R.A.T.A. (si puede ser, el de la «S» de Sanchoabarca), me dispongo a hacer mi particular contribución. Aujualá me sirva de discurso de ingreso en tan maña institución.

Hablaremos de la borraja.

Reina de la huerta aragonesa, su nombre latino (borrago officinalis) pregona a los cuatro vientos, o a los ocho u ciento catorce, aunque con distinción adonde lo lleva el cierzo, que es una planta medicinal. Porque si se llama officinalis es que es medicinal, que me lo dijo mi cuñada Cristina, que sabe un huevo. Sudorífica, diurética, apropiada para catarros de vías altas, incluso tan altas como las del AVE. Cardiosaludable y anticancerígena. Una pasada. Busquen «borraja» en San Google y ya verán: el ungüento blanco, a la paleta.

Hay varios artículos en los que se estudia el uso del aceite de sus semillas para tratar la artritis reumatoide y la dermatitis atópica. Hay hasta un artículo en el que se analiza la disminución de la presión sanguínea en ratas hipertensas por la administración de borraja en su dieta. (Hay que joderse.)

El único problema es que toda la literatura medicinal sobre las propiedades de la borraja dan como receta el caldo de esa verdura hervida: o sea, el agua de borrajas. Mecá. Y la verdura, ¿qué? Nada. Todos esos científicos no saben ni que se come. Por supuesto, ignoran del todo lo rica que está.

Salvo en Aragón. Más concretamente, en la ribera del Ebro y aledaños. Sobre todo, en las Cinco Villas. En Tauste, pa qué te quió contar. Y llegamos, así, al sancta sanctorum de la borraja: el huerto de mi padre. No sé a qué esperamos pa hacerle un monumento: desde aquí hago un llamamiento a los poderes públicos para que, sin más dilación, hagan informes y memorias y estudios sociológicos y de filosofía parda, y todas esas cosas que encargan las instituciones antes de ponerse a hacer algo, para llevar a cabo esta imprescindible actuación. Me dirán los malpensados que estoy barriendo para casa, y sin embargo nada más lejos de mi intención. Simplemente es que es así la cosa.

Todo lo que antecede es una digresión introductoria (larga, sí, pero qué quieren: se trata nada menos que del pretendido discurso de ingreso a una academia) para abordar el meollo de la cuestión, y es el del choriceo impune de esta verdura, y más concretamente del origen de la palabra «borraja» por parte de nuestros vecinos catalanes. Colonialismo habemus. Imperdonable. Es más: una afrenta gorda.

Busquen ustedes en el diccionario de la RAE. Vale que es la hermana pequeña de la RATA, pero aun así:

borraja.

(Del cat. borratja, y este del lat. borrago, -inis). 1. f. Planta anual de la familia de las Borragináceas…

 

¿Cómo que «del cat. borratja«? ¿Cómo que «del catalán»? 

Cualquier aragonés sabe que en Cataluña desconocen absolutamente las borrajas. Hay varios mercados en Barcelona que las venden: pero son contados, y siempre es porque o los dueños son aragoneses, o porque tienen clientela aragonesa que se las pide. Enséñale a un catalán una borraja y verás cómo alucina. Lo único que te dicen es que pincha. Y, como te descuides, te tiran los tallos y pretenden cocer la hoja. Como para que la palabra venga del catalán: sí, de cojón.

Pa mí que la culpa la tuvo el lexicógrafo Juan Corominas (o Joan Coromines, que así lo vemos escrito por doquier, pues que nació en Barcelona en 1905), autor del archifamoso Diccionario crítico etimológico castellano e hispánico, vamos, «el Corominas», dedicado en sus chorropotocientos tomos a averiguar el origen de las palabras. Yo tengo el Breve diccionario etimológico de la lengua castellana, del mismo autor pero en un tomo, que ni mi bolsillo ni el exiguo espacio de mi piso dan para más.

Bueno, pues en el Breve pone:

BORRAJA. Probablemente del ár. bu ‘aráq (clásico ‘abu ‘araq), ‘sudorífico’ (literalmente, ‘padre del sudor’), por ser ésta conocida propiedad de la planta; transmitido sin duda por conducto del cat. borraja, 1412 (o borratja).

Insisto: sí, de cojón. Es más: y una m…

Va a resultar que los catalanes no tienen ni zorra idea de lo que es una borraja, pero son los padres de la palabra. Tururú, por decirlo fino. Es como decir que deriva del argentino: y que resultara que en las antiguas reyertas entre bandas rivales, ya en los tiempos del descubrimiento, los españoles se hubieran hecho con una panda de Buenos Aires que les ayudara a perseguir a los antiespañoles y, cuando les interrogasen bajo un foco (o antorcha) en los despachos policiales de entonces les conminaran a delatar a los compis de la banda subversiva al grito de:

–¡Vos, rajá!

Para que «rajaran». Y de ahí se derivara («con toda seguridad», que diría Coromines) la denominación de borraja.

 Claro que esto es una «borraja ficción». Igual que lo de la RAE y el Corominas.

Dicho todo lo cual solicito, humilde pero enérgicamente, a la R.A.T.A. que tome cartas en el asunto y:

1. Declare, a título póstumo, a Joan Coromines persona non gRATA.

2. Investigue la verdadera procedencia del término «borraja».

3. Inste a los poderes públicos y privados a que se levante un monumento en honor de Babil Menjón, el Esquilador, mi padre, como «Excelente Cultivador de Borrajas Buenismas Honoris Causa«, por sus probados méritos como tal, de los que puede dar fe toda mi amplia familia y destacadamente mis hijos y sobrinos, que se comen unos platos de borrajas que tiembla el misterio al grito de «¡Viva yayo!», para envidia de todas las madres conocidas y por conocer.

4. Tome por emblema y símbolo de su entidad la imagen de la borraja tal como viene en los tratados de botánica, esto es, subida. Con flor, pero incomestible, puesto que la RATA persigue la sabiduría y la belleza, y no el placer de la panza llena (o no siempre). Tal que así:

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Es todo, de momento.

En Zaragoza, a 30 (casi 31) de octubre de 2009.

Finis coronat opus.

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La portada de Santa Engracia

Yo quería contarles a ustedes una curiosidad y me han salido tres misterios.

Verán:

La portada de la iglesia de Santa Engracia, que se levantó en Zaragoza a principios del siglo XVI, es una de las joyas de la escultura renacentista, aunque ha sufrido la pobre todo lo sufrible (y eso que milagrosamente se salvó de la voladura del monasterio en 1808, cuando los franceses, cabreados por no haber podido someter a Zaragoza en el primer Sitio, se despidieron con ese «detalle»); bueno, pues decía que en la parte superior de la portada se representa a los Reyes Católicos, acompañados cada uno por dos santos, rezándole a la Virgen de las Santas Masas, que está en el centro. Tal que así:

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Lo de las «Santas Masas» es como se ha llamado de siempre a este templo en Zaragoza, que somos daos, de nuestro natural, a aponderar un poco: resulta que éste es el lugar donde fueron enterrados los «Innumerables Mártires» causados por la persecución del emperador Daciano en el siglo III.

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¿Qué les había dicho yo de la tendencia aragonesa a la exageración? Los innumerables mártires fueron 18. Una de ellas, la más famosa, fue Santa Engracia, que es la titular de la iglesia.  Al poco tiempo se les unió San Lamberto, que decidió que el monte donde le acababa de decapitar un centurión romano no era un buen lugar para reposar eternamente, así que se levantó, se puso la cabeza debajo del brazo y se fue hasta el templo de las «Santas Masas», donde iba a estar más acompañado.

A lo que íbamos. Si se fijan en el nicho donde está Isabel la Católica, que es el de la derecha, verán que la santa que tiene delante le vuelve ostentosamente la cara, con muy mal gesto:

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Yo recordaba que en mis tiempos de Universidad me habían contado, como anécdota, que la que le vuelve la cara a la Católica era Santa Isabel de Portugal, que, como aragonesa, mostraba con ese gesto el poco aprecio que se le tenía en esta tierra a la reina castellana.

Sugestiva anécdota… pero falsa. No sé si me contaron un bulo o (lo que es más probable) yo he tergiversado esa historia con los años. El caso es que de eso, nada. Fíjense en que la santa que vuelve la cara no es la que está coronada (que así se representa a Santa Isabel, pues fue reina), sino que lleva toca, o sea que es una monja; además, la coronada tampoco es Santa Isabel, sino Santa Catalina de Alejandría.

Toma castaña. Pues hala, a leer todo lo que tengo a mi alcance, a ver si me entero de cómo puñetas era la historia de verdad. Lo más completo que pillo es un breve estudio de Javier Ibáñez que publicó la IFC en 2004. En conjunto aprendo mucho, pero ahora tengo más incógnitas que antes.

Y es que resulta que antes de la restauración a que fue sometida la portada para recomponerla después de la voladura francesa, a Fernando el Católico su santo también le volvía la cara, igual que a la Isabel que tanto montaba. ¡Anda! ¿Y eso por qué? Porque lo gordo es que esos santos enfurruñados son San Jerónimo y Santa Paula, fundadores de la Orden Jerónima, que era la titular del monasterio…

El monasterio fue edificado a partir de 1493 por iniciativa de los Reyes Católicos, cumpliendo con ello una promesa hecha por Juan II de Aragón, que fue quien se lo encomendó a los jerónimos. Así que los que menos tenían que quejarse eran ellos, ¿no?, que les habían hecho un hermoso monasterio, pero hermoso de verdad, con dineros reales. ¿Por qué los titulares de la Orden habrían de volverles la cara a sus benefactores?

Pues ése es el primer misterio. Pero hay más.

Según dicen los estudiosos, la portada fue hecha entre 1511 y 1518 aproximadamente, esto es, una vez muerta Isabel la Católica. Entonces, ¿cómo es que se representó a los Reyes Católicos como si todavía lo fueran, siendo que la una se había muerto y el otro se había vuelto a casar? Pónganse en el lugar de Germana de Foix, la nueva mujer del rey: ¿ustedes habrían consentido que en la tierra natal de su regio esposo le levantaran una obra escultórica de campanillas con la imagen solemne de «la otra» por muy muerta que estuviese? Y en cuanto a él… ¿ya le quedaban ganas a Fernando de seguir perpetuando la imagen de Isabel, que se la había jugado –y de qué modo– en su testamento; y, sobre todo, de hacerlo en un edificio muy principal construido a sus expensas en Aragón?

Pues ése es el segundo misterio. Y viene el tercero:

¿Sabían ustedes que las columnas dobles que flanquean la portada tapan no sólo una hermosa decoración vegetal renacentista, sino cuatro medallones con retratos, de los cuales uno parece corresponder al escultor Damián Forment, porque es clavadito al que puso, a modo de firma, en los retablos de la catedral de Huesca y del Pilar de Zaragoza?

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Vaya, esos delicados relieves no se hicieron para ser tapados por un pedazo de columna, ténganlo por seguro; y, menos, el retrato de un escultor.

Lo curioso del caso es que antiguamente se tenía a Forment por autor de esa fachada, aunque después, por algunos hallazgos documentales que daban fe de la participación de Gil Morlanes y de su hijo (del mismo nombre) en su realización, todo el mundo da por cierto que fueron ellos, y no Forment, los que la hicieron.

Sin embargo, también se reconoce que esas esculturas no son todas de la misma mano (hablo de las originales que quedan, que son básicamente las de arriba; no de las que se repusieron a finales del siglo XIX, que principalmente son las de abajo). Bueno: pues si todo el mundo admite que allí trabajó más de una mano, si es evidente que algunas piezas guardan un notable parecido con otras obras de Forment, y encima aparece el retrato del escultor en la fachada… ¿no debería la historiografía replantearse el tema de la atribución exclusiva de esa portada a los Morlanes?

Eso, sí: lo que sigue siendo un misterio es lo de que en algún momento alguien decidiera tapar esos medallones y, con ellos, «la firma» de Forment. A mí el tema me da para fantasear bastante, e incluso para aventurar alguna posibilidad algo novelera; porque es bien sabido que los Morlanes y Forment eran rivales… ¡Y es que, pocos años antes, Forment le había «pisado» a Morlanes padre nada menos que el encargo del retablo del Pilar!

Me pregunto qué pensará de todo esto nuestra Luisa

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El terno de San Valero y la desidia

Hace unos días me encontré con un dato que me llamó mucho la atención: resulta que en 1922, el pueblo de Roda de Isábena presentó un recurso ante el Gobernador Civil de Huesca protestando por que el obispo de Lérida había vendido a un coleccionista barcelonés, Lluís Plandiura, una de las piezas más preciadas de su tesoro catedralicio, el famoso “terno de San Valero”, un conjunto valiosísimo de piezas textiles de uso litúrgico (casulla, dalmáticas, capa pluvial), único en el mundo por su antigüedad, origen, riqueza, belleza y otros valores religiosos, históricos y (para los del pueblo) sentimentales.

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Los de Roda de Isábena denunciaban aquella venta, según se explica en una publicación de la Comisión provincial de monumentos de Huesca en 1923, porque aquellas piezas se las habían llevado a Lérida “so pretexto de mayor seguridad”; pero estaban en depósito, o sea que la propiedad seguía siendo de la catedral de Roda. Por ello solicitaban, como era de justicia, que se procediera a su recuperación.

Los de Roda alzaron la voz contra aquello muy seriamente; y durante muchos años contaron a todo el que quiso oírles que el obispo de Lérida se había llevado aquellas piezas únicas “para restaurarlas” y “para garantizar su custodia”. Pero en todo caso estaba claro que esas piezas fueron llevadas a Lérida en depósito. Así que se explica bien que, en el momento en que se enteraron de que el obispo se las había vendido, protestaran como protestaron.

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Bueno. El Gobernador Civil remitió la denuncia sive protesta a la Comisión Provincial de Monumentos, y ésta, a su vez, dio curso al expediente y lo envió al Excmo. Sr. Ministro de Instrucción Pública. Aquel Excmo. Sr. Ministro debió de usar el recurso como papel de sucio, en todo caso. Y ahí acabaron las esperanzas del pueblo de Roda para que los que podían hacer algo hicieran algo.

La venta de aquellas piezas al coleccionista Lluís Plandiura no tuvo, que sepamos, más repercusión en Aragón. Sin embargo, dio origen a un pleito muy sonado en tierras catalanas, pues detrás de su adquisición había estado también Joaquim Folch i Torres, presidente de la Junta de Museos de Barcelona. El pleito, que se desarrolló durante cuatro años en los tribunales, fue favorable finalmente a Plandiura, que pagó por aquel –ya famoso- terno de San Valero la nada desdeñable cantidad (para el año 1922) de 200.000 pesetas.

Nadie tuvo en cuenta, en aquel pleito, que las piezas procedían de Roda, que estaban en Lérida en calidad de depósito y que los de Roda habían protestado por ello con sus escasas fuerzas, sin ningún respaldo por parte de ninguna institución o poder público.

Diez años después, en 1932, el industrial Plandiura pasó por una etapa de crisis económica grave que le obligó a vender al Museo de Barcelona su magnífica colección de arte medieval; colección que en buena medida estaba integrada por piezas aragonesas. Durante años, los anticuarios a sueldo de Plandiura  habían peinado los pueblos catalanes y aragoneses (y algún otro de fuera) para rastrear la existencia de buenas obras antiguas y comprar todo lo que pudieran. Valiéndose de la ignorancia del pueblo, y de la complicidad de los curas, se hacían con retablos, custodias, frontales de altar, imaginería y otras muchas piezas por cuatro perras y las mandaban a Barcelona, a engrosar la colección del magnate barcelonés. Su colección llegó a ser increíble, valiosísima. La Generalitat y el Ayuntamiento de Barcelona acordaron su adquisición en el año antes citado, 1932, por siete millones de pesetas. Una cifra exorbitante para la época… y sin embargo, a mi juicio, bastante ajustadita, teniendo en cuenta el tremendo valor, incluso para esa época, de lo atesorado.

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Ya por esas fechas, y desde luego en lo sucesivo, en todas las publicaciones donde se hablaba del terno de San Valero se indicaba que las piezas procedían “de la catedral de Lérida”, dejando su origen rotense como una mera tradición oral y, como tal, de dudosa validez. Se llegaba a decir que, con el traslado de la sede catedralicia de Roda a Lérida (con el intermedio de Barbastro), se habían trasladado también aquellas piezas maravillosas; sin contar con que esas piezas son de finales del siglo XIII y la erección de Lérida como obispado data de mediados del XII, o sea, más de cien años antes de su fabricación. Pero el director de la Junta de Museos de Barcelona se proponía, como dejó dicho más de una vez, «recopilar el arte catalán” y rehacer “mediante la recopilación, exposición y difusión, el pasado artístico catalán”… Ante ello, el escollo de su procedencia rotense era fácilmente salvable. Como lo fue, y lo sigue siendo, con la procedencia aragonesa de muchas otras piezas que se exhiben en distintos museos y muy señaladamente en el MNAC. (Esto es, en realidad, lo que me parece más grave de todo, porque cuando se niega u oculta el origen de las obras de arte es cuando verdaderamente se despoja a los pueblos de su patrimonio, de su identidad, de su historia.)

El propio Folch i Torres comentaba, acerca del enorme valor del terno de San Valero, que de él daba prueba “la desmedida ambición de coleccionistas y anticuarios de poseer pedazos de sus preciosas telas, que, por medios absolutamente ilícitos, se procuraron durante algunos años, y que explican la presencia, en varios museos textiles y colecciones privadas de Europa, de pequeños fragmentos que, sin duda a completa ignorancia del Cabildo de la catedral Leridana, se habían recortado con evidente deterioro del magno conjunto. Esta sustracción […] nos impuso la misión de procurar del Cabildo la venta del precioso ejemplar, para que, trasladado al Museo de Barcelona, se viera libre de una vez de estas rapacidades”.

(Menos mal que se llevaron el terno a Lérida «por motivos de seguridad» y para custodiarlo mejor. Dicho sea de paso,  el mismo Folch i Torres realizó varios viajes por Europa en los años veinte para llevar a cabo esas mismas «rapacidades» con obras artísticas de diversos países, por encargo del coleccionista Cambó.)

Bien, pues es aquí, llegados a este punto, donde se me atabalan los argumentos de tal forma que soy incapaz de darles orden. Así que los señalo según me mandan las vísceras, que el cerebro se me ha ido de paseo:

Vamos a ver:

–Todas las publicaciones que he consultado, absolutamente todas (tanto catalanas como aragonesas, para que luego nos acusen de catalanofobia), elogian la tarea de “salvamento y rescate” del patrimonio de los pueblos (catalanes y aragoneses, que igual de ignorantes eran unos que otros) por parte de coleccionistas como Plandiura, obispos como el leridano Messeguer e intelectuales como Folch i Torres porque, dicen, no les movían intereses lucrativos o espurios, sino nobles y meritísimos. Ellos pretendían, se dice siempre, rescatar unas piezas que yacían olvidadas, arrumbadas, deterioradas y minusvaloradas por el pueblo ignorante y desidioso; y ponerlas a buen recaudo y restaurarlas y darlas a conocer y valorarlas en lo que merecían. Pretendían, por encima de todo, evitar que esas piezas las adquirieran anticuarios sin escrúpulos que las querían sacar de España para llevarlas a museos y colecciones del extranjero, singularmente estadounidenses y de la Europa del Norte.

–Si eso es cierto, si es ése el ánimo que les movía a unos y otros, me surge una pregunta tonta: ¿por qué no se les dijo a los de los pueblos, en alguna de las múltiples visitas que les hicieron tanto anticuarios como obispos como delegados de las juntas de museos, que ese patrimonio era un tesoro valiosísimo que no tenían que dejarse arrebatar por ningún medio? Estoy segura, como lo estará cualquiera que lo piense un minuto, de que si a alguien que tiene un retablo lleno de polvo en una sacristía le dicen que eso tiene un valor incalculable, ese alguien se preocupará diligentemente, acto seguido, de quitarle el polvo con todo cuidado y de guardarlo bajo siete llaves; y ya podrá venir entonces cualquier pelanas de ciudad a decirles “te compro esta tablucha por cuatro duros y te hago un favor, que te quito un tarro”, que lo mandarán a escaparrar como que me llamo Marisancho.

Pero resulta que eso fue lo único que no hicieron. Tanto unos como otros (obispos, anticuarios, coleccionistas, museógrafos) se cuidaron muy mucho de decir tal cosa, porque lo que pretendían era comprar (o llevarse “en depósito”) las piezas por el menor coste posible.

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–¿Alguien puede aclararme la diferencia, respecto al cura o al personaje del pueblo que fuese que tuviera capacidad de venderse un retablo, entre un anticuario que trabajaba para un magnate estadounidense, un anticuario que trabajaba para un coleccionista catalán, un enviado de un obispo o un representante de una Junta de Museos, a la hora de deshacerse de una pieza de su patrimonio litúrgico, a cambio de unas perras que necesitaban para mantener la iglesia en pie, arreglar el tejado o realizar reparaciones básicas que nadie atendía, ni siquiera quienes estaban obligados a hacerlo? Pues, ah, no: si se lo vendían a unos, lo que hacían era dejarse expoliar estúpidamente; si lo cedían en depósito o vendían a otros, lo que se lograba era rescatar una parte del patrimonio en grave riesgo de perderse, en una tarea digna de todo elogio. Explícaselo, esto, a un feligrés o un cura de finales del siglo XIX. Desde luego, a una ciudadana del siglo XXI licenciada en Historia del Arte y, teóricamente, con algo de cultura y una pizca de sensibilidad por el patrimonio, como es una servidora, le cuesta lo suyo comprenderlo.

–En lo que he podido rastrear al hilo de todo esto, resulta que fueron muchas las veces que los que se llevaban las obras de arte, generalmente el obispo de la diócesis o el enviado de turno que estaba rescatando material para formar los fondos de un museo (del Arqueológico Nacional al Diocesano de Lérida, pasando por muchos otros), les costó muchísimo lograr que los de los pueblos “soltaran” las piezas. Hubo casos en los que la venta fue fácil, sí; pero también muchos otros en los que no. La gente se desprendió de sus santos y sus tesoros a viva fuerza, y porque no tenían quien les respaldase. Y esto, tanto de pueblos aragoneses como catalanes (y de todas las partes del mundo, me temo; pero estamos hablando ahora de una zona determinada).

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–Yo pienso en esa gente expoliada de sus tesoros a la fuerza, como es el caso de los de Roda, que protestaron inútilmente ante las instituciones por una grave ilegalidad cometida tanto por el cabildo leridano (que se vendió unas piezas que no eran suyas, sino que las guardaba en depósito) como por el coleccionista Plandiura (que las compró) y por la Junta de Museos de Barcelona (que pretendió comprarlas, y que diez años más tarde acabó quedándoselas), y me cabreo profundamente cuando leo, una y otra vez, una y otra vez, a nuestros historiadores del arte afirmar que el patrimonio artístico aragonés se ha “perdido” por culpa de la ignorancia de los pueblos, de la sociedad aragonesa toda y de su desidia. Los del pueblo somos los culpables y encima le echamos jeta: “Ahora quieren recuperar unas piezas que se vendieron por ganar cuatro perras”, he llegado a leer, en relación con las reclamaciones de devolución de los bienes de la Franja. Ese desprecio me descompone, de verdad que me descompone.

Porque es doblemente injusto: las reclamaciones que hoy se hacen no deberían venir de los pueblos expoliados y engañados, al menos no en primera instancia y no en solitario; sino que deberían ser los sabios, los profesores, los entendidos en arte desde las instancias oficiales, y en primer lugar desde la Universidad, los que hicieran esa labor. Acompañados por las instituciones, que son las que pueden reclamar porque tienen autoridad para ello. En lugar de eso, son precisamente ellos los que nos echan la culpa de todo a los ciudadanos de a pie, a la sociedad aragonesa en su conjunto.

Paralelamente, e insisto en esto, van todos los elogios para los obispos y coleccionistas por su meritoria y loable labor de rescate de un patrimonio que, de otro modo (y esto se repite hasta la náusea tanto por autores catalanes como aragoneses), se habría perdido.

¿Quién ha defendido con toda su alma (sobre todo, en guerras y saqueos), cuidado, protegido, venerado y custodiado durante siglos tanto ese patrimonio expoliado como el que todavía nos queda? ¿Los catedráticos, los presidentes de comunidades autónomas, los políticos de las altas esferas… o los de cada pueblo?

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“No han sabido valorar lo que tenían”. Okey, Mackey. Pobres paletos, que no sabían que esos frontales románicos eran un tesoro. ¿Y los eruditos? Me permito recordarles que hasta mediados del siglo XIX, los eruditos decían que el arte medieval era una pura aberración, un “arte bárbaro”, un auténtico mamarracho, algo completamente despreciable… Sin embargo, cuando esos mismos eruditos cambian su punto de vista y afirman que lo medieval es un tesoro, entonces es el pueblo el ignorante, el inculto, el que no sabe apreciar lo que tiene. Que lo tiene, les recuerdo, porque va y ellos sí lo apreciaban al margen de las corrientes imperantes en el gusto estético oficial: porque, guapos o feos, eran sus santos, sus patronos, aquellos que les protegían y a quienes rezaban pidiendo protección y misericordia.

Andando el tiempo, las piezas que quedaban del terno de San Valero procedente de Roda, que en 1922 se vendió el obispo de Lérida a un coleccionista por 200.000 pesetas (y a quien nadie tacha por ello), fueron a parar al Museu Textil i de la Indumentaria, de Barcelona; hoy están integrados sus fondos en el nuevo Museu del Disseny de Barcelona. Pero desde el principio aparecen como procedentes de la catedral de Lérida. Roda de Isábena, su verdadero dueño, se ha borrado de la historia. De la historia oficial.

Lluís Plandiura, Joaquim Folch i Torres, el obispo Messeguer y otros personajes que atesoraron colecciones valiosísimas (que han ido a parar a muy diversos lugares) aprovechándose de su dinero, de su posición de poder y de la ignorancia de las gentes, aparecen en todas las publicaciones y obras de referencia como grandes próceres, padres de la patria, nobles personajes que dedicaron su vida a salvar el arte.

Los de los pueblos se quedan, además de huérfanos de sus tesoros, con el baldón de ser unos desidiosos, unos ignorantes y unos peseteros.

Mandan cojones.

NOTA (27/07/2016): Mi «enemigo dialéctico» de estos días, Albert Velasco, me hace saber vía Twitter que el terno estaba en Lérida desde finales del siglo XV. Cosa de la que, como veis, informo aquí. Cómo tenían los de Roda esa convicción de que el terno seguía siendo suyo, es algo que desconozco: pero protestaron firme ante la Comisión de Monumentos de Huesca. La venta de la pieza por el obispo leridano, no obstante, sigue siendo incalificable; porque, además, a Plandiura se le vendió lo que quedaba de aquella impresionante pieza; antes había vendido ya varios fragmentos por aquí y por allá, conservados hoy, algunos, en una decena de museos.

Dejo aquí algunas referencias en las que me basé:

De la Comisión de Monumentos de Huesca en 1922:

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De Antonio Naval Mas:

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De Manuel Iglesias Costa:

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La gente amable

Cosas que pasan. Me fui a Barna el otro día a consultar algunos libros que me interesaban en la biblioteca del MNAC y que consideré inencontrables en cualquier otra parte. (Son libros de tema catalán, los más recientes publicados en los años 70 y 80, y los más antiguos de 1937 y 1938; o sea, que no se los encuentra uno así, en cualquier lado.)

Entro en la recepción de la biblioteca. El guarda de seguridad me habla en catalán pero enseguida cambia al castellano (pese a que le digo que no se preocupe, que lo entiendo bien), se alegra de saber que soy de Zaragoza y, más, de las Cinco Villas, pues su padre era de Uncastillo. Nada, que pegamos hebra un rato. Mientras me toma los datos y alucina con mi nombre (qué cruz, toda la vida igual), me fijo en unas vitrinas que tienen libros expuestos allí al lado. Y me quedo de piedra pómez.

¡Son justamente los libros que yo iba a buscar!

Se lo digo al amable segurata, y alucina por segunda vez.

–¡Halaaaa! A ver si te has hecho el viaje en balde…

–No hombre, que habrá más ejemplares, ¿no?

Lo duda. Y se va raudo a decírselo a las de la biblioteca. Sale una señora mayor, menudita, con gafas.

–Hija mía, esto es que no nos había pasado nunca, ¿eh?

Pero no da ni muestras de que haya mayor problema. No pone en duda que yo vaya a poder consultar esos libros. Lo único que me dice es que los de mantenimiento seguramente tardarán un rato en subir a abrir las vitrinas.

Mientras tanto, me pasan otros libros que sí están accesibles. Y al rato, viene de nuevo la bibliotecaria.

–Anda, ven a decirnos cuáles son los libros que quieres.

Acudo. Les digo que éste, éste, este otro… Tres vitrinas para abrir. Sin un mal gesto, sin ápice de fastidio, los de mantenimiento ponen en marcha unos aparatejos a modo de asas que sirven para levantar los cristales de las vitrinas (que pesan un huevo) y… ¡auuup!, mientras ellos las sostienen en el aire, las menudas manos de la bibliotecaria sacan los ejemplares que le he pedido. Éste, éste, este otro… Venga, la siguiente vitrina.

No tuve que rogar, ni suplicar, ni protestar… Hicieron todo como la cosa más natural del mundo. ¡Y no les había pasado nada semejante nunca antes!

Viva la gente amable y dispuesta. Vaya desde aquí un «chapó» sincero a todo el personal de esa biblioteca. Moltes gràcies.

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[En la imagen, una de las fotografías de un libro que pude consultar en el museo: son las pinturas de la sala capitular de Sijena, tras su destrozo en la guerra.]

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Las siete niñas de Yésero

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Lo mejor, como suponía, fue el taller que impartió Patricia Esteban el sábado por la mañana. Encandiladicos estuvimos todos, chicos y chacos, varias horas allí dándoles vueltas a los microrrelatos hechos y por hacer. Preguntamos hasta qué hora podríamos estar: «Hasta que os dé hambre», nos dijeron. Pero luego tuvieron que venirnos a llamar, porque el hambre se nos había olvidado y allí habríamos seguido.

Las compañeras (Isabel, María José, Ana, Sagrario, Patricia y Marta) formamos un grupo majo de verdad que se relacionó estupendamente a pesar de lo diversas que resultábamos. Para que luego hablen de una «literatura en femenino» como una etiqueta rancia.

La alcaldesa, Mª Jesús Acín, nos cautivó con su serenidad y eficacia, lo mismo que Óscar Latas (técnico de cultura de la Comarca, factótum verdadero de la iniciativa) y que los vecinos de Yésero, que nos trataron como a reinas moras. Madre mía. Y bueno, modestamente creo que ellos también quedaron contentos del resultado y que lo pasaron bien con nuestras historias.

Me vine con las pilas cargadas de estímulos positivos y ganas de hacer mil cosas. Surgió un montón de propuestas entre unas y otras, posibilidades que se abrían al hilo de ir conociendo lo que hacíamos cada una… En fin, que montamos un semillero. A ver si fructifica.

Hubo muy buen rollo todo el rato. Y mucho humor.

Aquí, un retrato del grupo. El de arriba es retrospectivo, de nosotras antes más.

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El domingo por la mañana, antes de la clausura, nos propusimos volver al año que viene, como público, por el puro gusto de volver a participar. El evento merece la pena, y también el hermosísimo y dinámico pueblo que es Yésero. Para que luego digan que los pueblos «pequeños» no pueden hacer nada… ¡Ja!

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[La vista que había desde mi habitación. La pongo más que nada por dar envidia cochina.]

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Isabel Solano y Amici Musicae

Un enorme coro de voces blancas termina de cantar el tema de una famosa película infantil. En el instante antes de que el público se arranque a aplaudir, la directora del coro cierra los ojos, se lleva las dos manos a la boca y, con una enorme sonrisa, les envía un beso bien preto a todos sus niños.

Esa directora se llama Isabel Solano; y el coro es la suma de los de iniciación, infantil y juvenil de la asociación Amici Musicae. Los que estamos aplaudiendo a rabiar frente al escenario somos los fans de esos chicos, que para eso somos sus padres, abuelos o tíos, y nos dejamos las manos allí, dale y dale bien fuerte hasta que nos duelen los brazos, no sólo porque han cantado como los ángeles, sino porque es emocionante ver lo a gusto que están todos: la ilusión de los chiquillos, el orgullo de la directora.

A Isabel, en la Facultad, la llamábamos “la permanente sonrisa”, porque toda ella era, ya por entonces, una sonrisa contagiosa, chispeante y vital. Esa bonhomía que la caracteriza es perfecta para llevarse bien con los chicos: y el resultado es que, al verla al frente de un coro tan grande, no dirías que “domina la situación”, sino que se lleva bien con ella. Ése es su lugar, está hecha para eso.

Saber transmitir la ilusión por la música a ese batallón de niños y verla feliz… es evidente que ese hermoso trabajo es lo suyo. A veces, el destino (que suele ser tan esquiiiiiiivo) te hace ese regalo: el de poder dedicarte a aquello para lo que vales.

He visto a ese coro varias veces, desde que en septiembre mi sobri Patricia (la mejooooooor, ¡por supuesto!, del coro de iniciación) se apuntó a Amici Musicae. Hoy han cantado en la iglesia de San Pablo, aquí en mi barrio, y quizás ha sido el lugar más apropiado para oírlos porque estaban cercanos, casi mezclados con la gente y no en un escenario. Y porque esas voces blancas sonaban allí más angélicas que en cualquier otro auditorio.

A mi madre le gustaba mucho cantar. Pero cuando se hizo mayor, algún resorte tonto la hacía llorar cuando cantaba. A mí eso me ponía de los nervios. Sin embargo, he heredado el resorte tonto. Ya ves. Así que me paso los conciertos mordiéndome los labios. Adorando a Patricia. Y admirando a Isabel.

Enhorabuena, compañera, y gracias: tu trabajo sí que es de interés general, y no lo que se publica en los boletines oficiales.

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[La foto es del recital que dieron este invierno a beneficio de Aspanoa en la Cámara de Comercio. Están sólo los más pequeñitos.]

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Santa María del Soterranyo, en Biel

Cuento esta historia porque a veces es necesario recordar que las profesiones que se dice que no valen para nada sí que valen para algo. (Lo de que se retribuyan un poco más dignamente es afilado tema para otro post.)

Hace muuuuucho tiempo pasé un año enterito entre legajos notariales del siglo XVI, de los que se guardan en Ejea. Se trataba de buscar documentación sobre el arte en la comarca en esa época, para una tesina que nunca llegué a terminar. ¿Parece aburrido, el tema? Pues, en efecto, lo es. Había días que me lo pasaba bomba, pero otros eran un rollazo de cágate, lorito.

Recuerdo que un día vino a buscarme mi padre con el coche. Yo había subido al archivo, a seleccionar legajos para consultar, y me había puesto perdida; que los legajos tienen polvo casi casi desde el siglo XVI y yo iba, boba de mí, vestida de blanco. Cuando mi padre me vio con aquella pinta me dijo:

–Hija mía, ¿y pa esto has estudiao?

Encontré cosas chulas. Noticias saladas sobre la construcción de varias iglesias, sobre el Estudio de Gramática de Ejea, sobre historias cotidianas de la época que eran un bombón. Y hasta un divorcio.

Pero lo que más juego dio fue la historia de la iglesia de San Martín de Biel. Se construyó en tres fases a lo largo de cuarenta años, entre 1541 y 1581, y fue obra de canteros vascos, bajo la dirección principal de Juan de Marrubiza. Pues va y me encontré los contratos de todas las fases, las cláusulas detalladas de la ejecución de la obra, los cobros, la tasación… y hasta una planta del nivel de las bóvedas. Un lujazo.

El alcalde de Biel, José Luis Lasheras, que es un cielo, me puso en contacto con el arquitecto restaurador de la iglesia, Fernando Alegre, y juntos visitamos las obras varias veces. Eran una gozada aquellas visitas: él me enseñaba a «leer» el edificio y yo le iba contando cosas de mis hallazgos en los documentos. Finalmente, dimos una conferencia conjunta en Biel y publicamos un largo artículo en la revista Suessetania, allá por 1995.

Yo le comenté varias veces a Fernando Alegre que, además de los contratos de obra, había encontrado en los documentos varias alusiones a «la capilla de Nuestra Senyora del Soterranyo», donde, por cierto, se guardaba la arqueta con los redolinos para la elección de los cargos del concejo de Biel (justicia y jurados, digamos que equivalentes a alcalde y concejales).

Eso de Nuestra Señora «del Soterranyo» tenía una pinta de cripta bastante evidente. ¿No?

En aquel artículo de la Suessetania llegué a escribir, sobre la iglesia (presumiblemente, románica) que fue derribada para construir la del XVI, que es la actual:

«Presentaba, asimismo, una cripta o capilla bajo el nivel del suelo, lo que puede deducirse de las abundantes alusiones en la documentación a la ‘capilla de Nuestra Senyora del Soterranyo’. Estaría situada probablemente en la zona del actual presbiterio y se podría intentar localizar exactamente su disposición en el transcurso de las próximas fases de la restauración, ya que muy bien podría darse el caso de que no hubiera sido destruida sino parcialmente, y que el resto permanezca todavía en el subsuelo, colmatado».

Fernando Alegre, el arquitecto, me prometió que, si conseguían dineros para llevar adelante esa búsqueda, en las futuras fases de la restauración que necesitaría el monumento, se encargaría de buscar aquella cripta.

Pasaron diez años. En el verano de 2005, que fue uno de los más complicados de mi vida (niño de dos años y medio, niña recién nacida y operada, madre en fase terminal… y más historias que vamos a dejar estar), una mañana me llamó Fernando Alegre:

–Mari, ¿estás sentada?

–Estoy con la niña en brazos y con el chico agarrao a mis piernas. ¿Por?

–Porque hemos encontrado la cripta.

–¿La qué? (Estaba yo como para acordarme de historias.)

–¡La cripta de la iglesia de Biel!

–¡No jodas!

–¿Y sabes lo mejor? ¡Tiene pinturas! ¡Unas hermosas pinturas góticas!

Aaaayyyy… ¿Os podéis imaginar el alegrón que me di?

Aquellas largas horas entre legajos llenos de polvo y con una letra infame, aquellos viajes diarios a Ejea durante un año, con un tarro de coche que consumía más que yo, para una tesina que nunca llegué a escribir… ¡habían servido para algo!

Hoy, que necesitaba recordar que los merluzos que perdemos horas sin talento con estas cosas va y somos útiles, he querido contaros esta anécdota, y mostraros las fotos de aquel descubrimiento.

Me hace ilusión.

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