Unas pinturas «intocables» y otras aserradas

Acabo el año, cómo no, con Sijena. Con unos datos sobre esa supuesta imposibilidad de mover las pinturas murales. Como veréis, en los 80 no sólo se movió toda la colección del MNAC, sino que para ello hubo que someter algunos conjuntos a intervenciones muy agresivas. Por ejemplo, el ábside de Sant Climent de Taüll fue aserrado en seis trozos.
Igual es que no les cabía por las puertas.
El año que viene, si os parece, os cuento alguna cosa de las pinturas del Valle de Boí y de las varias veces que las pinturas fueron montadas, desmontadas y aserradas en trozos. Porque fueron más de dos y más de tres.
Por un año nuevo en el que se acaben las mentiras y se respete la justicia. Salud!

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La pertenencia a una diócesis

Me pregunto qué quiere decir «pertenecer a una diócesis», en qué se traduce eso en la práctica. Me pregunto en qué se tradujo para los pueblos de Huesca que pertenecían a la de Lérida/Lleida. Ya, en que a los curas de las parroquias los elegía su obispo. Supongo, en los ingresos correspondientes por parte de los fieles y el Estado. ¿Y a cambio, en su patrimonio, se notaba algo?

Quiero decir, ¿el obispado de Lérida puso pasta alguna vez para el sostenimiento de las parroquias, de los templos y ermitas?

Me lo pregunto después de ver esta información de la DGA del año 97, sobre las inversiones realizadas en la diócesis de Lérida. Nada menos que 484 millones de pesetas invertidos desde que Aragón tuvo competencias en Patrimonio y hasta 1995, en el mantenimiento y restauración de 30 edificios que «pertenecían» a la diócesis de Lérida pero que estaban en pueblos aragoneses.

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Estoy harta de leer por ahí que «si los catalanes no hubieran cuidado nuestro patrimonio, se habría perdido». ¿Qué aportó en los pueblos el obispo? ¿Qué hay que decir del dinero invertido por el Gobierno de Aragón? ¿Si no hubiera sido por él, qué habría sido de esas iglesias? ¿Por qué no nos acordamos del obispado para pedir responsabilidades del cuidado del patrimonio? ¿Sólo pertenecían los pueblos a la diócesis para aportar y no para recibir? Si los pueblos pertenecían a esa diócesis, pertenecían para bien y para mal: si se descuidaba el patrimonio, la responsabilidad era del obispo; pero la pasta la ponía el Gobierno de Aragón… y aún nos tenemos que oír lo que nos tenemos que oír.

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Las pinturas de Sijena, desmontadas

Post breve. Entre 1987 y 1994 ó 1995, mientras se hacían obras de rehabilitación en la sede del MNAC, las pinturas de Sijena estuvieron desmontadas en la reserva. Aquí, cuando las desmontaban.

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Aquí, desmontadas en la reserva:

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Si se pudieron mover en 1987 y ahora no, ¿qué les habéis hecho en estos treinta años a las pinturas?

Pongo otra foto del montaje en 1961, para que se vea que son piezas móviles. Que no es necesario «volver a arrancar» las pinturas.

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Mucho me temo que a Gianluigi Colalucci le preguntaron si sería factible «volver a arrancar» las pinturas.  Lo deduzco de las respuestas que da. Y dijo que no, claro. Por eso, cuando le han preguntado que si se podían DESMONTAR, ha dicho que sí. Que es una operación que hay que hacer con infinito cuidado, porque conlleva riesgos serios, pero que sí.

 

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Carta abierta a Sor Virginia Calatayud, comisaria pontificia de los monasterios sanjuanistas en España

Estimada Sra.:

No sé si habrá leído Ud. el artículo que sobre Sijena publica hoy El País-Cataluña en su sección de política… huy, perdón, de cultura. Es un texto construido para tratar de asustar a la comunidad sanjuanista de Salinas de Añana, pues afirma, desde la entradilla, que «Las monjas tendrían que pagar más de 1,7 millones por los 97 bienes y las pinturas, si la justicia les acaba dando la razón» en cuanto a las reclamaciones realizadas para la devolución del patrimonio del viejo monasterio oscense, casa madre de la Orden de San Juan como usted sabe.

Si no lo ha leído, le invito a que lo haga con detenimiento y se lo tome con humor. Porque lo primero que salta a la vista es que quienes han ideado y escrito el artículo nos consideran tontos, en primer lugar a ustedes, las religiosas, que es a quienes va dirigido el artículo; pero en general también a todos los lectores de El País. Es evidente para cualquiera que ahí se han hecho las cuentas del Gran Capitán, así que esta carta, que va dirigida a Ud., en realidad es un poco también para el autor del texto, que no me tiene en mucha estima porque me atreví a criticarle un artículo, también sobre Sijena y sobre ustedes. De todos modos, además de comentar las obviedades creo que puedo aportar algún dato desconocido y útil, así que quizá estaría bien que conservaran esto para el futuro.

1,7 millones de euros afirma el periodista que tendrán que pagar ustedes si se devuelven las obras reclamadas a Aragón. Porque lo diga él. O porque lo diga la Generalitat, que es la parte demandada. La sentencia no dice nada de eso, el propio periodista lo reconoce.

El cálculo de esa cantidad lo ha hecho el diario, según podemos leer. Y la fiabilidad del mismo (del cálculo, aunque con la deriva que lleva El País en los últimos tiempos podríamos decirlo también del diario) es nula. Vamos, es tronchante. Lo mejor de todo es el cálculo del valor de las pinturas, que se cifra en un millón de euros porque en un documento que la jueza no admitió en el juicio a los abogados del MNAC se decía, no sabemos por quién, que su valor «era incalculable, pero en todo caso superior al millón de euros». Así que anotamos en nuestra cuenta, con buena letra: uuun millooooón de eeeeeuros. ¿Que se debe pagar en concepto de qué? ¿Que lo deben pagar quiénes? ¿Sus propietarias? ¿A cambio de haber recibido qué?

O sea, yo me quedo unas pinturas que completan, y de qué manera, la colección de mi museo; me las quedo en depósito durante ochenta años, sin pagar ni un céntimo en todo ese tiempo por su uso y disfrute, y no las devuelvo cuando las dueñas me las piden; fuerzo a los reclamantes a ir a juicio; la sentencia me obliga a devolverlas, porque juzga que no tengo razón; y finalmente me atrevo a decir que, para devolvérselas a sus dueñas como me ordena una sentencia judicial, les voy a pedir que me paguen ¡¡lo que calculo que las pinturas valen, como si fueran mías y no suyas!!

Pero aquí no termina la cosa. Hay otro asunto que también es sangrante porque deriva de un abuso de Joan Ainaud de Lasarte y que ahora se quiere elevar a justificante de pago. Se lo cuento seguidamente, aunque es un poquito largo (y aunque estoy haciendo, me parece, demasiados spoilers de mi libro), porque es muy jugoso.

Verá, Sor Virginia: para arrancar las pinturas murales de la sala capitular de Sijena, en el otoño del 36 (operación que, eso no hay que ponerlo en duda, las salvó de su completa destrucción), a Josep Gudiol, que fue quien se encargó del arranque, le dieron 4.000 pesetas. Y se las dio la Generalitat.

Gudiol inició también los trabajos de restauración de esas pinturas ya durante la guerra. No sabemos lo que se invirtió en ello, pero quedaron a medio hacer. Lo de ‘medio hacer’ es un decir, porque de los 64 fragmentos en que se habían arrancado, consta que sólo fueron traspasados a soporte en tela 14. O sea, quedaban 50 fragmentos por tratar.

En 1940 se ofreció al Museo de Zaragoza dejarlas allí en depósito si esta entidad pagaba los trabajos que quedaban por hacer, que se presupuestaban en unas 30.000 pesetas.

En 1943, el Estado pagó 3.000 pesetas para que los Gudiol retomaran su restauración, que no podría progresar mucho porque la cantidad, como ve, era muy exigua: el presupuesto ofrecido por los Gudiol ascendía a 38.000 pesetas. Como no se siguió aportando dinero, aquello se quedó en una intentona.

En 1949, el director de lo que hoy es el MNAC, Joan Ainaud de Lasarte, decidió tirar por la calle de enmedio y proponer al Ayuntamiento de Barcelona que pagase la restauración de las pinturas, que por cierto ya estaba realizada (quizá es que Gudiol confió en que el dinero del Estado llegaría tarde o temprano, y se arriesgó a ir avanzando el trabajo). Sólo faltaba el montaje en el museo. El presupuesto que dio Gudiol en esa fecha, que incluía todos los trabajos necesarios, incluidos los de traspaso y reconstrucción de las partes perdidas, así como construcción de bastidores de soporte, su montaje y repaso una vez estuvieran colocadas, fue de 118.800 pesetas.

El Ayuntamiento de Barcelona puso el dinero. Ainaud dijo que tenía permiso de Bellas Artes para hacer esta operación y se comprometió, por su parte («en el bien entendido», dice: no asegura, sólo supone), a que si alguna vez las pinturas volvían a Sijena el Ayuntamiento de Barcelona sería compensado debidamente.

Dos años después, sin embargo, Bellas Artes daba permiso a Huesca para restaurar esas pinturas, arrancar las que quedaban en el monasterio todavía y llevarse todo a Huesca para que quedara depositado en el museo de la ciudad. Dejemos ahora a un lado el tema (crucial) de que Bellas Artes hubiera dado a Huesca un permiso que sólo dos años antes había dado, según Ainaud, a Barcelona; y el hecho de que la autorización a Huesca se conserve y la que afirmaba tener Ainaud no aparece por ninguna parte. Vayamos al tema del presupuesto.

Al tener noticia de lo que había dispuesto, esta vez sí, Bellas Artes, el director del museo de Barcelona se puso en contacto con el presidente de la Diputación de Huesca y le dijo que, además de que tenía que contar con una sala adecuada para las pinturas, lo que era del todo razonable, habría que abonar a Barcelona lo que se había gastado en la restauración. Que, por arte de birlibirloque, se había convertido en nada menos que el triple, o casi: Ainaud pedía ahora 334.879 pesetas, con 65 céntimos.

¿Recuerdan que por arrancar las pinturas en el 36 se habían pagado 4.000 pesetas? Pues ahora se habían convertido en 125.287,50. ¿Recuerdan que las había pagado la Generalitat? Pues ahora Ainaud decía que se tenían que pagar al Ayuntamiento.

A esa cantidad se sumaban las 118.800 que realmente se habían pagado, aunque ahora figuraban sólo en concepto de traspaso y restauración. Y se añadían 90.792,15 en concepto de montaje de las pinturas.

¿Se dan cuenta qué barbaridad, qué patraña, qué robo, qué abuso, qué…? En fin, reconozco que es difícil tomarse esto con humor, sí.

Cuando «se descubrió el pastel» por Bellas Artes, Íñiguez afirmó, en un informe confidencial fechado en 1955 y dirigido al Marqués de Lozoya, que era el titular de esa Dirección General, que el trabajo se había hecho «sin encargo ninguno de este servicio», y que los gastos eran «en gran parte de instalación […] y no encargados por nadie». Afirma que la situación de las pinturas en Barcelona, desde el punto de vista legal, «no tiene fundamento ninguno»; y califica de «perfectamente clandestino, y por consiguiente sin valor ninguno, el acuerdo con las religiosas, si es que existe».

Bueno: como para sentirse muy orgulloso de la actuación del MNAC, no es, ¿no le parece, Sor Virginia? Lo inaudito es que se pretenda, o que se insinúe siquiera, cobrar por toda esta historia bochornosa, y hacerlo sobre unas cifras (¡actualizadas, por supuesto!) que deberían causar vergüenza. A quien la tenga.

No sé si el artículo de El País habrá causado en ustedes alguna inquietud. Espero que no, porque ya ven la carencia de fundamento que tiene lo que se ha escrito. Se pretende solo asustarlas con maniobras muy tontorronas. No hagan caso.

Sor Virginia, es usted una mujer valiente que ha contribuido a que se haga justicia en este caso. No sé qué trato he de darle para despedirme, así que permita que le envíe, simplemente, un abrazo.

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Que Barcelona no quiso quedarse las pinturas…

En El Punt Avui de hoy viene otro artículo, con un corte final. Transcribo a continuación, traducida al castellano, la parte final y seguidamente la comento:

“Barcelona no quería quedarse las pinturas”

En Aragón se insiste en que las reclamaciones para el retorno de las obras no son de ahora, sino que comenzaron en la inmediata posguerra. “Barcelona no tenía ningún interés en quedarse las pinturas. Se estuvo esperando hasta que la pieza se comenzó a deteriorar y, para impedirlo, se tenía que traspasar a un soporte definitivo. En 1949 hacía falta colocarla en un sitio u otro, o se perdía”, explica Berlabé. Este lugar fue el MNAC, con el visto bueno de las monjas del monasterio, sus propietarias. Pero habría podido ser el Museo de Zaragoza si hubiera querido. Berlabé, que está desempolvando documentos para difundir la verdad de un conflicto terriblemente endemoniado, aporta una prueba muy clara –y no es la única–. La ha encontrado en el libro Arte y Guerra Civil, de Luis Monreal, agente del  Servicio de Defensa del Patrimonio Artístico Nacional, que recoge la propuesta que hizo el propio Gudiol: llevar las pinturas al Museo de Zaragoza siempre que fuera esta institución la que asumiera todos los costes. El caso es que el director del museo “se espantó del compromiso económico y declinó la oferta”, revela Monreal en su libro.

INDICACIONES PARA LA SRA. BERLABÉ, QUE ANDA DESEMPOLVANDO DOCUMENTOS PARA «DIFUNDIR LA VERDAD»:

  1. Enhorabuena por haber descubierto un libro publicado en 1999. También Domingo Buesa publicó hace años un artículo sobre el tema. De nada.
  2. Monreal dice que esa historia sucedió en 1943. No fue así. Fue el propio Monreal quien, como comisario del SDPAN en Barcelona, ofreció al Museo de Zaragoza que se quedara las pinturas. Pero eso no fue en 1943, sino a finales de 1940. No pudo ser Gudiol quien le propusiera nada, por tanto, pues en esa fecha estaba en el exilio; y, además, no era quién para ofrecer semejante cosa. ¿Qué autoridad tenía él? Tampoco la tenía Monreal y por eso la oferta al Museo de Zaragoza se frustró. El caso es que Galiay, el director del museo, accedió a lo que proponía Monreal, no rechazó la oferta ni se amohinó por el coste. Varias entidades e incluso particulares aportaron un dinero que el museo no tenía. Se hizo campaña de prensa, perfectamente consultable. Pero Manuel Chamoso, comisario del SDPAN en Zaragoza, no estaba de acuerdo con ese proyecto. Consideraba, como sus jefes en Madrid y otras entidades aragonesas, que las pinturas tenían que volver al monasterio, cuando estuviera restaurado. Por eso se frustró la operación pocos meses después, cuando al museo zaragozano le faltaban unas 8.000 pesetas para alcanzar la cantidad requerida, que fueron 30.000 pesetas y no 6.000, como Monreal dice.
  3. Está fenomenal que busque documentación para «difundir la verdad», pero el comienzo ha sido regulero, como ve. Trate de ser más prudente. Se lo digo también porque lo primero que ha lanzado a la prensa ha sido su conclusión: «Barcelona no quería quedarse las pinturas». Tras una investigación de varios años, créame, le puedo asegurar que la conclusión no es esa. Ni de lejos.
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El MNAC, «la UCI de las pinturas murales»

En el enésimo artículo de El Punt Avui contra el traslado del patrimonio de Sijena a su lugar de procedencia, en el que se aprovecha una vez más para pintar un retrato lo más feo posible de los aragoneses, se dice que el MNAC es la UCI de las pinturas murales. Puede que lo sea en los últimos veinte años; antes de eso, era muy otra cosa. Las pinturas allí no estaban bien conservadas en absoluto, y desde luego no les sentó bien el clima húmedo de Barcelona. Me refiero a todas, obviamente, no solo a las de Sijena.

Os dejo aquí un fragmento de mi investigación sobre el particular, del que he eliminado las notas a pie de página (esas, en el libro, que saldrá en un par de meses), para que veáis lo que decían los expertos, incluido Gianluigi Colalucci, sobre el estado de conservación de las pinturas murales románicas en el MNAC en distintos informes realizados entre 1989 y 1994, durante las obras de restauración del museo:

Entre 1987 y 1995, las pinturas de Sijena permanecieron desmontadas en un área de reserva habilitada en la planta alta del MNAC mientras se llevaban a cabo las obras de restauración y renovación del edificio. Los arcos tuvieron que ser desmontados separados en dos mitades. El proyecto de obras había comenzado a idearse en 1985, pocos años después de la última reorganización de las colecciones y cuando se había desechado la idea de trasladar el museo al Monasterio de Pedralbes por considerar el edificio del Palacio Nacional de Montjuic inadecuado para albergarlas. Las obras finalizaron, para la sección de románico, en 1995.

Se aprovechó el cierre del museo en esos años para proceder a la restauración de las pinturas murales, pero no consta que las de Sijena lo fueran, al menos en profundidad. El entonces director, Eduard Carbonell, hace constar únicamente que fueron “consolidadas”. En 1988 y 1989 se elaboraron informes previos sobre el estado de conservación de la colección de pinturas románicas del museo a cargo de Joaquim Pradell y Eduard Porta. Según afirmaban estos técnicos, era la primera vez que se realizaba «una comprobación exhaustiva del estado de conservación de las obras», y la valoración que hicieron fue muy negativa. Su análisis se centró principalmente en los ábsides, sobre los que, en las conclusiones generales, destacaban como puntos más preocupantes la fragilidad de los soportes de madera, para varios de cuyos traslados realizados hasta la fecha, que desde los años veinte fueron al menos seis, se habían practicado cortes que permitieran su transporte en camiones, y en los que encontraron carcoma activa que hacía precisa una completa desinfección; debilidad también en los tejidos soportes, «que de progresar su deterioración [sic] destruirán completamente las pinturas»; presencia de sales solubles sobre muchas áreas de las capas de color, que las habían degradado y ocasionado su descohesión; numerosas tachuelas de hierro oxidadas en todas las capas pictóricas y en todos los ábsides, que habían provocado la corrosión de las telas y manchas de óxido irreversibles; defectos y alteraciones en las reintegraciones pictóricas; y abundante «suciedad, mugre, polvo y excrementos de paloma y de rata», debida al «pobre estado de conservación del edificio». Este último, por «las numerosas aberturas y grietas» que presentaba, permitía «el paso de pájaros y roedores que anidan muchas veces directamente en el interior de los ábsides». Finalmente, destacaban que «la mayoría de los daños detectados tanto en los soportes como en las capas pictóricas y resto de materiales» habían sido provocados por «la humedad relativa elevada y los cambios bruscos de ésta», así como, en los últimos años, «por el incremento constante de la contaminación atmosférica». Y todo ello, en conjunto, por «la ausencia total de sistemas de control del clima desde la fundación del MAC».

En abril de 1989, una reunión de expertos en la que se integraron varios restauradores del equipo técnico del museo y otros internacionales, determinó varias recomendaciones sobre el traslado e instalación de las pinturas, así como sobre sus necesidades de conservación; entre ellas pedían que el estudio del estado de conservación de las pinturas se ampliase «a las pinturas murales planas que forman parte, también, de las pinturas del Museo».

En 1992 se encargó un nuevo análisis del estado de conservación de las pinturas a Marcel Stefanaggi e Isabelle Dangas, que expusieron en sus conclusiones que «el estado de conservación de las pinturas murales románicas del MAC puede ser calificado de deficiente», reafirmando en líneas generales el contenido del informe de 1989 y añadiendo algunos otros problemas, singularmente la existencia de líneas eléctricas activas clavadas directamente sobre la estructura de los ábsides, sin protección, lo que entrañaba graves y obvios peligros.

Pocos meses después, en agosto, se presentaba un proyecto de restauración de los ábsides del MNAC por Gianluigi Colalucci que, pese a que se denominaba «Proyecto ábsides», no excluía las pinturas planas. En él se recogía el dato de que los ábsides habían sido trasladados al menos cinco veces y que «no queda constancia de que se haya realizado nunca una restauración a fondo; las únicas intervenciones realizadas se han dedicado a una fijación externa de la pintura con resultados poco menos que desastrosos», de manera que «tanto el estado de conservación como el estético están pidiendo a gritos una restauración».

Por último, un nuevo informe realizado en 1994 confirmaba todas las patologías señaladas, en algunos casos agravadas. En este caso se hacía una referencia directa a las pinturas de Sijena:

Hacemos una mención especial de las obras que presentan graves problemas de conservación: arcos de Cardona, arcos de Sijena y un fragmento de pintura de San Pedro de Arlanza. Estas presentan levantamientos de película pictórica con peligro de pérdidas de color, formaciones de hongos, sales y una gran acumulación de polvo y suciedad sobre la película pictórica.

Os dejo también un par de fotografías de los documentos en los que me baso.

Es cierto que hoy por hoy no se reúnen las condiciones adecuadas en Sijena para acoger las pinturas. Se están haciendo obras para conseguirlas. Si no se consiguieran, no habría que trasladarlas. Lo primero, en efecto, es su preservación. Pero, con las debidas garantías, puede hacerse. El propio Colalucci desaconsejaba mover los ábsides de San Clemente  de Taull y demás en los años 90, cosa que debía hacerse con motivo de las obras de restauración; pero lo consentía, porque había de hacerse. Se tomaron las medidas correspondientes, y los ábsides se trasladaron, pese a que estaban en un estado de conservación delicadísimo, muy malo. En algunos casos, la intervención propuesta era más radical y, en este caso sí (no como en Sijena), consistía en arrancar de nuevo las pinturas y otorgarles un nuevo soporte, por degradación del que tenían. Colalucci es un magnífico restaurador pero tiene mala memoria.

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Las evaluaciones del personal del propio museo eran mucho más severas:

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Está bien que las cosas las evalúen los técnicos, estoy de acuerdo. Pero que se acuerden de todos los episodios vividos, y que no se limiten a hacer de voceros de la versión de una institución. Que lo cuenten todo, que lo evalúen todo.

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Sobre el largo abandono de Sijena

Una vez más, y no sé ya cuántas van, se publica en la prensa un artículo sobre Sijena con el objeto de tachar a los aragoneses de descuidados con su patrimonio. El concepto clave vendría a formularse más o menos así: «sois unos desidiosos, el patrimonio os da igual, y solo os interesáis por los bienes de Sijena porque están en Cataluña, ergo por anticatalanismo». En este caso, el banderín de enganche sobre el que basar ese concepto es el del estado ruinoso del monasterio en los años ochenta, concretamente en 1988, mostrado en un reportaje fotográfico hecho por Montserrat Manent. El reportaje fue fruto de un encargo editorial: los volúmenes de «La Corona de Aragón / La Corona d’Aragó, iniciativa bienintencionada, dirigida por Guillermo Fatás y publicada en 1988, que ya se ve el fruto que obtuvo en Cataluña, a juzgar por lo que afirma la propia fotógrafa: a pesar de que nunca se le había hecho un encargo de tal importancia, y de que nunca le habían pagado tan bien, abomina del resultado, al que no pone más que pegas; le parece extraño, fíjense ustedes, que la editorial que llevó adelante el proyecto ¡tuviera dos sedes, una en Barcelona y otra en Zaragoza!

Bien, se trata de unas fotos que, efectivamente, muestran el mal estado en el que se encontraba el monasterio en esa fecha, «justamente la imagen que desde Aragón no agrada dar a conocer», «la imagen de un patrimonio histórico de primera magnitud totalmente olvidado durante el franquismo y, lo más sorprendente, hasta bien entrada la democracia». Hasta entonces, se indica, solamente «se habían hecho actuaciones mínimas para frenar su degradación».

¿Y qué ocurrió cuando por fin se hicieron obras? Pues que se hicieron «tard y malament».

Bueno. Que no se actuó en Sijena hasta los años ochenta es casi cierto. El Estado, durante el franquismo, puso cuatro duros bochornosos que además se emplearon fundamentalmente en la iglesia. ¿Aragón se había desentendido? No. Reclamó muchas veces la intervención de Bellas Artes, y hasta de Regiones Devastadas. Tras el desescombro parcial realizado por el Servicio de Defensa del Patrimonio Artístico Nacional (en adelante, SDPAN) en 1938, quien se desentendió del monasterio fueron los responsables del Estado en Madrid. En 1942 se hizo un proyecto de obras impulsado por el comisario de ese servicio en Zaragoza, pero, pese a tener todas las aprobaciones habidas y por haber, consignada la correspondiente partida presupuestaria y lista para su libramiento, el proyecto jamás se realizó. Protestó la Real Academia de la Historia, la Comisión Provincial de Monumentos de Huesca, por supuesto protestaron las dueñas de Sijena (que volvieron en 1945 a vivir entre las ruinas, para ver si, viendo su precariedad, alguien se conmovía y las benditas obras se ponían en marcha), protestó Mariano de Pano y protestó el propio comisario del SDPAN, que llegó a hablar de «bloqueo», protestó también el arquitecto autor del proyecto. La situación se denunció en la prensa por Ricardo del Arco una y otra vez.

Pero nada se movió. Francisco Íñiguez, comisario general del SDPAN en Madrid, había desestimado la posibilidad de reconstruir el monasterio ya en 1948. ¿Por qué?

En el 49 las religiosas denunciaban el peligro de derrumbe de un muro y pedían que se actuara aunque fuera sólo para evitarlo. Su denuncia llegó al Ministerio de Educación Nacional pero no se hizo nada. Hasta 1950 no se consigna ni una peseta para restaurar nada. Sijena era Monumento Nacional, pero a la Dirección General de Bellas Artes, encargada de restaurar los bienes culturales deshechos en el país durante la guerra, este monasterio no le interesó. En 1950 se destinaron 50.000 pesetas, con las que, según afirmaba el arquitecto Fernández Vallespín, «poco podemos hacer: más bien se trata de dar una pequeña satisfacción a las monjitas». El dinero se destinó a reparar parcialmente la techumbre de la iglesia.

En el 52, tanto la priora como el alcalde de Villanueva de Sijena (el pueblo, 500 habitantes, era el único que echaba una mano con lo que podía durante esos años) y el gobernador civil de Huesca volvían a reclamar la restauración de, al menos, lo más urgente (la pared que corría peligro de caerse ya se había venido abajo). El director general de Bellas Artes se trasladó esas reclamaciones a Íñiguez, comisario general del SDPAN, y éste, sin disimular su hartazgo por tantas reclamaciones, contestó:

tengo la honra de informar a V. I., reiterando el informe verbal como consecuencia del escrito de la abadesa de aquel monasterio, que dado el pésimo estado del mismo como consecuencia de los desperfectos e incendios padecidos durante los años de dominación marxista, es completamente imposible que por este Servicio sea atendida ni aun su conservación y menos aún su reconstrucción.

Es difícil ser más contundente.

En los años sucesivos, sin embargo, se destinaron pequeñas cantidades: 81.000 ptas en el 53, 59.000 en el 55, 50.000 en el 59. Todo se fue para reparar la iglesia, que era lo que menos prisa corría porque era la parte menos afectada. Para colmo, el encargado de las obras fue Fernando Chueca Goitia, del que en Aragón tenemos pésimo recuerdo. En los años 60 se restauró el refectorio y en 1972 dos tramos de la arquería del claustro.

Hasta mediados de los 50, el Estado había invertido en la restauración de Poblet (abandonado para la Desamortización, hacía cien años, en estado de total ruina y sin haberse visto afectado en absoluto durante la guerra) más de 3.300.000 pesetas. Que no serían ni mucho menos las últimas. Hay agravios comparativos alucinantes, que todavía lo son más cuando, encima, te acusan de desidia, ignorancia, abandono, etc., etc., etc.

En 1982 Aragón se dotó de un Estatuto de Autonomía. A finales del 83 le fueron traspasadas las competencias en Patrimonio. En el 88, mientras la señora Manent hacía sus fotos, indignada porque en el pueblo le habían hablado, dice, «con indiferencia y menosprecio» (a saber por qué), el Gobierno de Aragón elaboraba el proyecto director de intervenciones en el monasterio. La restauración se inició al año siguiente. Por fin alguien se encargaba de rehabilitar la sala capitular.

La restauración no fue adecuada, sin embargo. Esto lo reconoce hasta el lucero del alba. Pero no he podido evitar reírme al leer en el artículo de El Punt Avui que «se dejaron unas aberturas por donde entraba el agua de la lluvia, de manera que se acabaron de estropear los restos de pintura que no se habían arrancado».

Hasta ese punto llega la idea fija, obsesiva, enraizada hasta lo más profundo en algunas cabezas, de que los aragoneses somos unos bárbaros. ¿Cómo se van a dejar «aberturas» en la cubierta de la sala? De verdad, ¿es posible que alguien sea capaz de creerse, y luego escribir en un periódico, una cosa así?

Lo que se hizo fue poner una cubierta de madera y cristal. Y, para tapar los cuatro arcos de entrada, puertas también de cristal. Actuación inadecuada totalmente porque si algo necesita esa sala es «respirar», y si la cierras con cristal consigues que la humedad se acumule en su interior. Que es lo que ocurrió y que se hace evidente, sobre todo, cuando llueve: se recoge humedad. Es un poco ridículo que en el 91 le dieran a aquella restauración un Premio Hispania Nostra; pero fíjense, se lo dieron. Qué cosas.

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Hasta la redacción de El Punt Avui, supongo, lo que habrá llegado son fotografías de la sala del estilo de las que reproduzco aquí, y allí se habrán pensado que esas franjas del techo por donde pasa la luz estaban abiertas. Los brutos de los aragoneses, cubriendo la sala capitular del monasterio pero mal, dejando aberturas para que entre bien el agua de la lluvia y se llene aquello de charcos…

A mí todo esto me da mucha vergüenza, qué quieren que les diga.

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Esta es la pintura de la sala capitular que «quedó sin arrancar»: un repinte ‘tipo tebeo’ o ‘modelo comic’ realizado en el siglo XVIII en la parte baja de uno de los arcos. Por algo se quedó ahí y no lo llevaron a Barcelona. Pero ahí sigue.

En el año 2000 (no en el 2004), el Gobierno de Aragón firmó un convenio con Caja Madrid para llevar a cabo la restauración del conjunto. Las obras se llevaron a cabo hasta el 2006 y se hizo una excavación arqueológica, un estudio de las estructuras en profundidad, la consolidación de la parte ruinosa (la del ala Oeste) y la restauración del resto del claustro. Aquí tienen documentación si la necesitan, que creo que la necesita más de uno.

También les puedo sugerir que entren en DARA y busquen fotos sobre Sijena y su estado ruinoso en los 70. Están al avast de tothom, no se esconden aunque duela.

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Fotos de José Oltra. Fototeca de Huesca.

En el 2015 se acondicionó parte de los dormitorios para acoger las piezas en litigio. Y en el 2016 se ha acometido la nueva restauración de la sala capitular.

«El largo abandono de Sijena» tiene bastantes más matices que los que, con unos prejuicios que hacen sangrar los ojos, cuenta ese artículo. Otro rato, si quieren, les cuento el largo abandono de Poblet, del que hemos mencionado algo antes. Que se lo van a pasar bomba.

Un detallito final: el monasterio de Sijena, nos repiten a menudo, dependía del Obispado de Lérida/Lleida desde 1873. ¿Se ocupó ese obispado de reclamar algo para Sijena? ¿Se acordó de que las monjas que lo habitaban vivían entre las ruinas? ¿Se «mojó» alguna vez por ellas? Una sola vez el obispo leridano escribió al director general de Bellas Artes, en 1945; y lo hizo para pedirle atención al monasterio… planteándole que podría costearse su restauración con el dinero que se obtuviera de las piezas de patrimonio artístico que todavía tenían las monjas. Una cosa de absoluto bochorno. Pero cuando hay que sacarle los colores a alguien, nadie se acuerda de que Sijena dependía de Lérida.

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La voz nunca escuchada de los del pueblo

Mientras investigaba por los archivos para obtener datos sobre Sijena me salían cosas curiosas. Hoy os traigo una. Es una muestra de las protestas que se alzaban desde los pueblos contra el despojo de sus iglesias a manos de obispos, párrocos, anticuarios y jefes de museos, que nunca pensaron en ellos como en otra cosa que no fuera un estorbo.

Las protestas de la gente de los pueblos no es que no fueran jamás escuchadas, sino que, de tan poco que se tuvieron en cuenta, han desaparecido de la memoria y del interés de los historiadores, que por lo general ensalzan a los poderosos cuando tratan este tema, alaban la sensibilidad artística y la cultura de los que tanto atropello cometieron, disculpan sus excesos y hasta las ilegalidades, y culpan indefectiblemente a los del pueblo de «dejarse expoliar», de «no mostrar interés», de incultura, desidia e ignorancia. Este tipo de testimonios, como el que traigo hoy aquí, se obvia sistemáticamente porque culpar a los de los pueblos sale gratis: nunca jamás van a devolver el golpe. Y cuando lo intentan también son denostados.

La carta que reproduzco a continuación fue escrita desde Sort el 8 de septiembre de 1929. La firma un ciudadano, F. Pla, que la dirige al «Sr. D. Joan Sacs», seudónimo de un crítico de arte muy influyente de Barcelona que se llamaba Feliu Elías. Denuncia el expolio de las pinturas románicas de Sorpe, en el Pirineo de Lleida. Y dice lo siguiente (traduzco del catalán y al final pongo fotografías de la carta):

Muy señor mío: Confirmo el telegrama que le he enviado. Es escandaloso lo que pasa con todo lo referente a obras de arte en todo el Obispado de Urgel. Vino aquí el Dr. Guitart [Justí Guitart, el obispo] con fama de buen patriota y regionalista convencido, pero delante de unas miserables pesetas claudica totalmente. Autoriza a venderlo todo, absolutamente todo, solo que pueda reunir muchas pesetas. El Dr. Planes, vicario general, le secunda admirablemente, enviando cartas a los curas para que entreguen los objetos de las iglesias a los anticuarios que son portadores personales de las mismas.

Con hoy, son ya tres días que trabajan limpiando de cal las pinturas murales de Sorpe. El pueblo no sabía nada. Pero al ver el Sr. Armengol Barado, de Sorpe (buen amigo mío, que estaba enterado de lo ocurrido hace dos años), que unos señores junto con el capellán (Mosén Pere Alegret) estaban largas horas encerrados en la iglesia, temió de lo que se trataba, y fue al coro, quedando sorprendido de ver «la de Dios» de pinturas que se ofrecían a sus ojos. Llamó al presidente de la Junta Administrativa del pueblo y a la vez llamaron al señor cura a casa del referido Armengol. Al decirle que el pueblo no estaba dispuesto a dejarse expoliar de sus pinturas, contestó que todo sería inútil. Que los señores que trabajaban para llevárselas eran el secretario y un delegado de la Exposición que venían debidamente autorizados para todo, incluso para utilizar a la Guardia Civil si se les ponían dificultades.

Dicho señor A. Barado, que es el alcalde, y el presidente de la Junta Administrativa han venido a buscarme, después de haber puesto un telefonema al Gobernador Civil, denunciando el hecho y pidiéndole instrucciones, que no ha contestado.

Además ha sido enviado un telefonema al Dr. Guitart [el obispo], protestando por el hecho.

Ya el pueblo se opuso a que se vendiera el San Pedro románico del altar mayor y llegó el señor cura a ofrecerles dos mil pesetas, que rechazaron.

De las pinturas de Sant Pere del Burgal, que creo tiene Plandiura y habían ofrecido 45.000 pesetas para que el pueblo callara, les dieron 3.000 pesetas.

El año pasado robaron del pueblecito de Noris un frontal de altar de talla románica de incalculable valor, pese a que le faltaban ya las figuras de los apóstoles que hace unos años dejó arrancar el cura a un anticuario, que por los datos que he reunido, podría ser uno que le dicen el Gitano de Manresa. Incluso se ha dicho si las dichas figuras las tenía Jorba. Se presentó la oportuna denuncia en el Juzgado, pero como si nada, y eso que un frontal no es una pieza que se pueda escurrir con facilidad. En la Seu d’Urgell hay fotografías de dicho frontal. Es una pieza de importancia.

Volvamos a lo de Sorpe.

Para julio estuve allí. La iglesia es románica [describe la iglesia]. Las pinturas, totalmente recubiertas de cal, habían tenido cuidado de que no se viesen más que en las pequeñas raspaduras ya hechas. El aspecto era de que comenzaban sobre los bancos colocados alrededor del coro.

Toda esta gente que se dedica a antigüedades le temen a usted extraordinariamente. Más de una vez se me ha pedido que sobre todo no le dijera nada a usted, pero ahora ya es demasiado.

Le saluda atentamente su affmo…

Joan Sacs no hizo nada, que yo sepa. La carta la encontré entre los papeles de Jeroni Martorell, jefe del Servicio de Conservación de Monumentos de la Mancomunidad de Cataluña y, en esa fecha, del mismo servicio en la Diputación de Barcelona. Tampoco hizo nada. El obispo, tal como había afirmado el cura ante las protestas del pueblo, vendió las pinturas al MNAC. Y allí están hoy, salvo unos fragmentos que se conservan en el Museo Diocesano de Urgell.

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No sé si habrán reparado en que en esa carta se habla de expolio. Que el pueblo no estaba dispuesto a dejarse expoliar sus pinturas, afirmaba Pla. Fue un expolio, en efecto, pese a que se contaba con todos los permisos y bendiciones, porque esas pinturas eran del pueblo y el pueblo no quería que nadie se las llevara. ¿Hablaban de «expolio» por anticatalanismo? No, claro. Pero ¿dónde quedaron todas sus peticiones de ayuda, sus denuncias, sus protestas ante las autoridades? En el cesto de la basura, sin respuesta. O con la respuesta de la Guardia Civil, si hubiera hecho falta. En eso no nos diferenciamos las gentes de más allá y más acá de las fronteras administrativas entre las dos comunidades. Los poderosos lo tenían todo de su parte. Los de los pueblos, a callar. Y hoy, la historia los juzga, encima, como descuidados e ignorantes.

Sigamos haciendo historia oficial, oigan.

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Nunca creas una historia sin fisuras

Hola, Carlota:

He leído tu artículo en mecanoscrits. Me ha parecido tan ofensivo hacia los aragoneses que me he decidido a hacer un escrito de respuesta. Pero, antes, he tecleado tu nombre en Google y he visto que naciste en 1995, o sea, que tienes 21 años y estás aún estudiando. Así que he rebajado bastante mi inicial indignación, que se ha trocado en preocupación. Aún así, quiero contestarte. Disculpa si mi tono te parece paternalista: no puedo evitar tener treinta años más que tú.

Folch i Torres, en efecto, publicó ese reportaje que comentas y afirmó todo eso que dices en cuanto a la conservación de las pinturas de Sijena. Siguiendo la norma de oro de todo historiador, antes de lanzarte a ciegas a defender esas palabras de Folch deberías asegurarte de si eran ciertas o no. Si lo hubieras hecho, te habrías encontrado con otros autores que decían todo lo contrario. Uno de ellos era catalán y tuvo mucho que ver con Sijena: era el propio Gudiol. Gudiol dijo, en repetidas ocasiones, que las pinturas parecían «acabadas de pintar». Una de esas ocasiones es muy conocida, se trata del relato contenido en sus «Tres escritos», publicados en los en los años 80, donde narra la impresión que le causó la vista de aquel maravilloso conjunto destruido por las llamas:

Los arcos antes brillantes de policro­mía eran una ruina gris y negra que se perfilaba sobre el cielo. El fuego había transfor­ma­do las maravillosas composiciones, que pocos meses antes parecían recién termina­das, en unas figuras monocromas casi invisibles.

Su hija Eulàlia, en la biografía que publicó sobre su padre en 1997, afirmaba lo siguiente:

Josep estaba enamorado de la sala capitular de este convento, tumba real de Aragón. Decía que era una especie de Capilla Sixtina del siglo XII, con las pinturas perfectamente conservadas a causa de los pocos cambios atmosféricos que se producen en estos edifi­cios tan cerrados.

Otro historiador importante para Sijena, Walter Oakeshott, escribió esto:

Gudiol se quedó atónito por la calidad de lo que vio en la Sala Capitular. Allá no había únicamente fragmentos como los que a menudo constituyen el único premio de los que buscan pinturas murales medievales, por el contrario un gran esquema de decoración, guardando todavía su color espléndido, azules oscuros, rosas y verdes dominaban la impresión que todo ello producía. […] No solamente los arcos, sino también las paredes estaban cubiertas con pinturas, aunque la mayor parte de estas últimas aparecían escondidas por una capa de yeso.

¿Eso «casa» con lo dicho por Folch? En absoluto, como ves. Entonces, ¿por qué lo dijo? Bien, aquí ya cada uno, en función de lo que sepa de historia y de la trayectoria de este personaje, sacará sus propias conclusiones. Yo te avanzo que es lo mismo que hizo cuando defendió el arranque de los conjuntos pictóricos de las iglesias del Valle de Boí para llevarlos al entonces Museo de Barcelona. Era su justificación. Como no voy ahora a extenderme en este caso, que también tiene muchas sombras, no espero que me creas; pero al menos, sabedora de lo que dijeron otros autores de la máxima credibilidad acerca del estado en que se hallaban las pinturas de Sijena, espero que surja en ti la duda sobre la veracidad de lo que afirmó Folch en su reportaje.

Lo que me preocupa, en realidad, es la conclusión que sacas sobre el destino que habría aguardado a las pinturas, a raíz de lo que dijo Folch. Según puedo leer, tú consideras que

Si bien el monasterio fue incendiado el 9 de agosto de 1936, un mes antes ya se estaba padeciendo por su deterioro. El incendio fue el toque de alarma que hizo actuar a los catalanes con una inmediatez total, en claros términos de supervivencia. Así, pues, ante la pasividad y la ignorancia de los otros, qué habíamos de hacer? Pues era muy fácil, actuar con grandes dosis de conciencia y de «seny» con tal de salvarlo. Lo más triste de todo es que si la quema del monasterio no se hubiera efectuado, lo que no defiendo de ninguna manera, habrían dejado en el absoluto abandono todo lo que constituía el monasterio de Sijena. El incendio, contradictoriamente, permitió que muchas de las obras no se perdieran y que las estropeadas pudieran ser restauradas.

Carlota, esto es un despropósito. Vaya, es una barbaridad. Una barbaridad que parte de un prejuicio: según tú, aunque el incendio no se hubiera producido, la ignorancia y la pasividad «de los otros» habría hecho que las pinturas se hubieran perdido igualmente; de manera que, al menos, con el incendio y la actuación de los catalanes, algo se salvó.

¿Te das cuenta de lo que estás diciendo? ¿Qué te hace pensar que eso habría ocurrido así? ¿Qué datos tienes para sacar una conclusión tan terrible acerca de los aragoneses? ¿Has examinado alguna fuente que te permita saber quién se hizo cargo históricamente de Sijena, quién lo protegió y cuidó, quién lo estudió y lo dio a conocer? ¿O se trata sólo de una idea que tienes grabada a fuego, pero que no sabes en qué se sustenta? ¿Sabes que eso se llama prejuicio?

¿Qué te permite deducir que, de ser cierto lo que decía Folch, ante su llamada de atención no habría reaccionado nadie? ¿Por qué das por sentada la ignorancia, la pasividad, y todos esos epítetos tan cariñosos que nos dedicas, hasta el punto de darlo por perdido aun sin el fuego? ¿Te has parado a pensar que en Sijena se conservaba un conjunto de frescos románicos que no tenía parangón con ningún otro conjunto en Cataluña? ¿Te das cuenta de que lo que se conservó en las iglesias pirenaicas de Boí eran sólo los ábsides y algún fragmento en las naves, y que por contra en Sijena, tal como afirma Oakeshott (poco sospechoso de anticatalanismo) se había conservado ese conjunto completo, durante varios siglos? ¿Sabes que no era el único conjunto que había en el monasterio? ¿Tanta desidia, ignorancia y pasividad… y aquí existía lo que no existía en ninguna otra parte?

Mira, lo siento pero me enciendo. En la última parte de tu artículo afirmas que «vosotros» no habéis hecho nada mal, que sois Abel frente a Caín, que no os habéis de justificar, que «ellos» (por «los aragoneses») somos «los primeros en construir diques ideológicos hechos de odio y de ignorancia»… Y, sin embargo, en los párrafos justo anteriores has hecho un perfecto alegato, que comparto al cien por cien, sobre la historia construida sin otro criterio que la defensa de las propias posturas. Los transcribo seguidamente, y te pido que, a la luz de la cerrada defensa que haces sobre la actuación de los catalanes en todo este asunto, frente a las graves acusaciones que haces a los aragoneses, les des la vuelta y te apliques esas reflexiones a lo que tú misma has escrito:

Admitir que se ha hecho algo mal, no agrada a todos aquellos que se creen poseedores de la gran verdad y se consideran escritores de una historia que tan sólo existe en su imaginación. Todo eso en un país donde el revisionismo histórico es sinónimo de tabú. Por eso, lo más fácil es culpar al otro, y si es catalán [aragonés] mejor, porque entonces ya no exige justificaciones ni pruebas, porque su historia ha dictaminado que atacar a los catalanes [aragoneses] es un acto totalmente gratuito y, además, sin consecuencias.

La ignorancia es, posiblemente, uno de los peores males de la humanidad, la cual, casi siempre, va ligada a la desmesura, al sinsentido, a la inconsciencia y un ‘todo vale’ que deja la vía abierta a la mentira y a la manipulación histórica. Josep Pla, acertadísimo e incisivo, decía: ‘La falta de memoria es el origen de la ignorancia y de la forma más peligrosa de la ignorancia, que es la demagogia’. Y seguramente no hay frase más actual que esta.

Has construido una historia de buenos y malos, una historia sin fisuras en la que los catalanes lo han hecho todo bien y los aragoneses todo mal. No te creas nunca las historias sin fisuras. Todas tienen matices y, a menudo, sombras muy oscuras. Ninguna historia, ni personal, ni vecinal, ni de países, ni de nada, es perfecta e irreprochable. Cuando te intenten contar una historia perfecta, desconfía profundamente. Cuando intentes contar una historia tú, no te permitas hacerla blanca y negra, plana y sin contrastes. Porque será falsa.

Relee tu último párrafo, que destila un absoluto desprecio hacia los aragoneses. Y no te agarres a la catalanofobia como único argumento: eso, como tú misma dices, culpar al otro no exige ni justificaciones ni pruebas. Y sí, en esta historia hay que dar justificaciones. Tanto por «nosotros» como por «vosotros». El hecho de que tu artículo esté planteado sobre esa división, el «nosotros» y el «ellos», ya de por sí debería hacerte reflexionar. Tú misma abominas de las historias de Caín y Abel. Pero afirmas que «vosotros» sois Abel.

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Sí se les preguntó

Cada vez que se habla de la adscripción de las parroquias aragonesas del Aragón Oriental a la diócesis de Barbastro-Monzón en 1995, o de su segregación respecto de la de Lérida/Lleida*, se dice que no había ningún problema antes de esa fecha y que todo el lío del enfrentamiento entre las dos comunidades arranca de una decisión efectuada por las altas jerarquías eclesiásticas (con la mano negra del Opus detrás, eso también se añade; un día de estos habrá que centrarse en ese tema, menudo mantra) sin contar con la población. Que a los de los pueblos nadie les pidió opinión.

Qué útiles son las hemerotecas.

El 17 de junio de 1978, el Heraldo publicaba esta noticia:

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Como la letra es muy pequeñita, les voy a resumir su contenido. Si alguien desconfía de mi resumen, solo tiene que acudir a la hemeroteca. Arriba he puesto la fecha. La noticia viene en la pág. 13 y es de cuando el Heraldo tenía formato sábana.

Al lío: el Departamento de Sociología de la Universidad de Zaragoza había presentado el día anterior a los medios, en la Facultad de Empresariales, los resultados de una consulta hecha a la población de los municipios de la zona oriental de Huesca, sobre su voluntad de adscripción eclesiástica. La pregunta de esa consulta era tan sencilla como «¿Desea usted que, en adelante, esta parroquia pertenezca a la provincia eclesiástica de Zaragoza?». Y las opciones de respuesta eran «Sí», «No» y «No opina». Pregunta clarísima y pocas posibilidades de respuestas confusas.

El equipo que llevó a cabo la encuesta estaba formado por once personas, todas del Departamento de Sociología (ocho profesores y tres estudiantes) bajo la dirección de Enrique Gastón. Se siguieron todos los cánones metodológicos que exige el rigor en este tipo de consultas y se encuestó a 1.183 personas entre 55 poblaciones de Ribagorza, La Litera y Cinca-Monegros.

Los resultados fueron:

  • El 62,97% prefiere pertenecer a la Iglesia de Aragón
  • El 9,49% prefiere seguir adscrito a la Iglesia de Cataluña
  • El 27,54 % no opina

Según el doctor Gastón, en ese elevado número de abstenciones influían varios factores, entre otros «el miedo a que les trasladaran en párroco ‘con el que estamos muy contentos'».

Gastón afirmaba también que «los encuestadores pudieron constatar en todas partes un gran sentimiento aragonés, hasta el punto que pude ser considerado factor determinante en las respuestas»; un «agudo sentido de pertenencia a Aragón [que] se manifestaba también, tanto en los que deseaban una continuidad como en los que preferían un cambio, en las duras críticas que algunos dirigían contra la Administración aragonesa por el abandono en que, durante tantos años, han tenido a la zona en aspectos sanitarios, educativos, de comunicación, etc.»

Como verán, lo mismo que digo lo uno, digo lo otro.

Me he dejado la guinda para el final, porque es muy divertida. ¿Saben ustedes por qué hizo ese estudio la Universidad de Zaragoza? Pues porque quiso hacerlo la Asociación de Sociólogos Aragoneses por medio de los párrocos de cada pueblo pero esta iniciativa, que se planteó en 1977, «fue desautorizada por el señor obispo de Lérida».

¿Quién quiso y quién no quiso preguntar a los feligreses?

 

*No tengo ningún problema con el catalán. Cómo iba a tenerlo, y por qué. Uso indistintamente Lérida y Lleida según me viene en gana, sin más. Me da igual cuál sea el nombre oficial de la ciudad, eso no me afecta como hablante. Es una pena tener que aclarar esto, pero hay gente que si ve que escribo el nombre de la ciudad en castellano me considera «sospechosa». Así están las cosas.

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