Alberto Menjón, en el Heraldo de hoy

Estupenda entrevista que le ha hecho el gran Mariano García. Y la foto, de José Miguel Marco, también es bien bonita. ¡Ole y ole!

No olvidarse: hoy, miércoles 24 de octubre, a las 19:30, en el salón de la Diputación de Huesca (Porches de Galicia) y mañana en el salón de actos de la CAI en el Paseo Independencia, a la misma hora. ¡Enhora buena, Albertoooo!

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El hombre más fuerte del mundo

Cuando cumplió los 70 años, mi padre decidió aprender a guisar, a fregar y a hacerse cargo de todo lo de la casa porque mi madre, que padecía alzheimer, ya no podía. Así que, a la edad en que la mayoría de la gente empieza más bien a dejarse estar, él se hizo un máster en independencia personal. Como correspondía al entorno y al tiempo en los que se había criado, él consideraba que todo eso era cosa de mujeres, tan exclusivamente de mujeres que nunca jamás había hecho la más mínima tarea del hogar. Es más, en la mili se tragó innumerables imaginarias por negarse a barrer. Lo suyo era trabajar, trabajar y trabajar; pero de la casa, ni miaja.

Así que todos nos quedamos a bolos vivos cuando empezó a llamar a mi marido para preguntarle cómo se hacía tal o cual guiso, cuando me pidió que le enseñara cómo se ponía la lavadora o cuando, incluso, se ponía a ayudarme a tender en mi propia casa, comentando, de pasada y con ironía: «Si me hubieran llegado a decir a mí que algún día iba yo a hacer estas cosas…». Coño, pensaba yo; lo mismo que si me lo hubieran dicho a mí. Pero el asombro no era solo por ver semejante giro en sus planteamientos de toda la vida, sino por el hecho de que, oiga, el tío lo asumiera sin despeinarse a esa edad, cuando se supone que ya no está uno para cambios ni para demasiadas novedades.

Aquel máster le permitió, en efecto, ser perfectamente independiente desde antes de que faltara mi madre y luego, a partir del momento en que ella murió, vivir solo, sin más ayuda que la de una mujer que le iba a echar una mano con la limpieza un par de veces por semana. No solo eso, sino que, yendo un pasito más allá, era él el que nos ayudaba a nosotros en lo que podía. Su máxima: ser útil, construir, colaborar, hacer las cosas con idea y, por encima de todo, «no dar tormento».

De su huerto seguían saliendo, como siempre, la verdura y las hortalizas más ricas del valle del Ebro; a él se debe que mis hijos, desde chiquiticos, den palmas de alegría cuando les dices que para comer hay borrajas, acelgas o judías verdes. Y si los domingos, cuando íbamos a Tauste, el yayo había hecho rancho, directamente hacían la ola. Él estaba tremendamente satisfecho de eso. Aunque siempre se había desvivido por sacar a sus hijos adelante, lo último que pretendía era que de viejo le tuviéramos que atender nosotros a él. Cuando se acercaba el fin de semana, llamaba: «¿Qué hago para comer el domingo? ¿Qué compro? Diles qué les apetece a los chicos. ¿Tienes patatas? Mira a ver si necesitas algo. ¿Te llevarás aceite?». Su empeño era darnos apoyo él a nosotros y que nunca tuviera que ser al revés.

En diciembre dejaron de llevarle las piernas y los dolores empezaron a joderlo a base de bien, así que ya tuvo que quedarse en mi casa. En Zaragoza, donde tradicionalmente había aguantado como el agua en una cesta. Estuvo una temporada bastante pachucho, en enero le dio un infarto y todo, pero luego, pese a que le fallaba el fuelle y a que no podía salir apenas a la calle, no renunció a seguir siendo útil: pelaba patatas, limpiaba la verdura, tendía, doblaba la ropa, sujetaba el rosal que se doblaba, ponía en la pared una lamparita para leer, arreglaba nosequé que estaba flojo… Y empezó a decir, a toda hora, que se quería morir. «¿Qué hago yo aquí ya? He tenido una vida larga y buena, ya no hago falta. Nada: que me dé algo y, clas, arregladico». Ni un gramo de dramatismo en sus palabras, ¿eh?, lo decía como el que comenta que parece que está nublo.

No fue como él quería, sin embargo. La muerte, como la vida, le ha dado mucho trabajo. Pero si el de la vida no le arredró nunca, el de la muerte tampoco. Mi padre lo asumió con dos cojones, sin desmoronarse lo más mínimo y mirándolo de frente. Físicamente le pudo, claro. En las últimas semanas se deterioraba a ojos vistas y era muy jodido. Pero su carácter estuvo ahí hasta el final. Entero, orgulloso, él. Nunca mejor dicho aquello de genio y figura. Solo se emocionaba cuando sus nietos le preguntaban: «Yayo, ¿cuándo vas a volver a casa?».

Mi sobrino Alberto, su queridísimo nieto mayor, afirmaba de pequeño que su abuelo era el más fuerte del mundo. Y peleaba con los otros niños si se lo discutían. Cuando, en las últimas semanas, lo veíamos apagarse en el hospital, mi hermano y yo recordábamos aquello a menudo: «Ay, que le pase esto al hombre más fuerte del mundo…». Viendo, sin embargo, su serenidad, su determinación incluso ante el aleteo próximo de la de la guadaña, nos dimos cuenta de que estaba dándonos su más auténtica demostración de fortaleza.

Babil Menjón Giménez, Babil el Esquilador, mi padre, murió en Zaragoza el 30 de julio a las nueve y media de la mañana. Lo enterramos ayer en Tauste y descansa para siempre junto a mi madre. Tenía 82 años. Aunque le habría conmovido, porque nos quería con toda su alma, nos habría echado un reniego poderoso, de los suyos, si nos hubiera visto llorar.

 

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Saber cuentas y conducir una maquína

Ayer me llamó una familiar para interesarse por mi padre, que sigue en el hospital. Como vive fuera apenas nos vemos, así que aprovechamos para repasar el estado de toda la familia, qué tal los chicos, bien, y todo eso. Llegamos a mi situación laboral: «¿Cómo vas, tienes trabajo?». «Pues bueno, justo en este momento no, se me acabó el contrato el sábado pasado, pero ya voy teniendo alguna cosa apalabrada para septiembre-octubre…». «Hija, tú toda la vida igual. Vale que estudiaras aquella carrera si te gustaba, por hobby, pero después tenías que haber hecho otra que te diera trabajo».

Jopé, no me esperaba yo planchazos de estos a estas alturas, a mis años. Cierto que hay veces que me desespero y hasta yo misma pienso en cambiar de oficio, aunque sea a estas alturas y a mis años. Pero hay una diferencia entre que yo no haya tenido suerte o no haya sabido «colocarme» o «garantizarme un futuro», y que la carrera que yo estudié no sea más que un hobby.

Yo estudié Geografía e Historia, especialidad en Historia del Arte. Pero eso a mi prima, la familiar que telefoneaba, creo que le da igual: lo que ella cuestiona, como mucha otra gente, es la validez y utilidad de las carreras de Letras, las Humanidades. ¿Eso para qué sirve? La Historia, la Literatura, la Filosofía, el Arte… ¿dan de comer?, ¿aportan algo?

Pues sí, sí señores: aportan muchas cosas. Alguien tiene que enseñar Geografía a los chavales más allá de reconocer el contorno de la Península Ibérica, que es a lo que alcanzan en Primaria; alguien tiene que contar la Historia para que entendamos el porqué de las cosas; alguien tiene que distinguir un soneto de un romance y saber apreciar la calidad literaria; alguien tiene que desentrañar los documentos antiguos para que otros más listos no nos la metan doblada; alguien tiene que saber valorar el Patrimonio para que no vengan los especuladores a cargárselo, porque es nuestro y hay que defenderlo… Alguien tiene que poner al servicio de la sociedad la capacidad crítica y las herramientas que la desarrollan para evitar que nos avasallen engatusándonos de cualquier manera.

¿Todo lo que he dicho no es suficiente? ¿Podemos prescindir de ello? Bien, pues entonces tendré que darle una vez más (y una vez más, me jode) la razón a mi padre, que siempre ha dicho: «Hija mía, los ricos no quieren que el pobre estudie. Que sepa cuentas sí, y conducir una maquína; pero nada más. No les conviene».

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Plazas duras y estatuas viajeras

En los años 90 se pusieron definitivamente de moda las plazas «duras», ideadas por molleras de esa misma condición, que consistían en quitar todo cuanto de verde hubiese, y de agua, y de sombra, y dejar superficies planas y lisas, perfectamente vacías o con algún elemento decorativo igualmente plano y liso, a ser posible de color gris.

Los árboles, fuera, que tienen raíces. Césped nada, que en Zaragoza se agosta. Tierra tampoco, que mancha. Los pájaros, de metal, que los naturales pían y cagan. El agua, éntrese usted al bar a comprarse un botellín. Los bancos, fuera también; en todo caso, bloques de mármol antipersonas.

La moda se fue extendiendo a las calles. Ya he dicho que era definitiva. Anchísimas aceras, anchísimas anchísimas, pero sin sombra ni gente. Plazas amplísimas, amplísimas amplísimas, calles durísimas, durísimas durísimas. Quedan muy bien en las revistas de arquitectura pero no valen para vivir.

Dicen que los modistos odian a las mujeres y por eso hacen esas mamarrachadas que hacen. Estoy empezando a pensar lo mismo de los arquitectos, ampliado su odio a todo lo vivo. Deben de ver el mundo como una inmensa maqueta. Sin gente. Tal como lo proyectan en el ordenador y lo ven luego plasmado en las revistas.

Miren estas infografías. Pertenecen al proyecto de la empresa Idom para la remodelación del entorno de las Murallas romanas:

 

No bancos, no árboles, no fuentes, no papeleras, no sombra, no monumentos, no niños, no ancianos, no furgonetas de reparto, no señoras de mi barrio con las bolsas o el carro saliendo del mercado.

Tampoco César Augusto, ni la rana ni su fuente. Ni los arcos.

Ni ideas.

Para proyectar una reforma que consiste, sencillamente, en quitar todo lo que hay y dejar solo el suelo, me parece que no hace falta discurrir mucho. Si es verdad que lo hacen como compensación a los ciudadanos por las molestias de las obras del tranvía, preferimos que nos den a cada uno un chupachús.

Dicen que se hace para «limpiar el espacio» (eso no lo dudo: es verdad que lo dejan «limpio») y para  «mejorar la accesibilidad a la parada del tranvía» (que me gustaría saber qué es lo que la dificulta, si para colmo la parada no está en esa acera), «además de poner en valor el patrimonio histórico-artístico de este ámbito». Esto último es, como supongo que habrá advertido todo el mundo, palabrería hueca de la que se usa ahora, que solo pretende hacer como que se dice algo sin decir nada y, nuevamente, sin discurrir mucho. Dígaseme primero qué cosa sea ‘poner en valor’ y, luego, qué patrimonio es ése: porque una parte de él se la pulen; bonita manera de ¿poner en valor?

Un patrimonio se revaloriza, y sobre todo se mantiene en buenas condiciones, cuando la gente lo usa y lo vive, cuando se encariña con él y lo aprecia porque lo siente suyo. Pero los diseñadores de duras plazas y molleras, y los políticos de similar sensibilidad, solo saben farfullar frases hechas a lo moderno porque todo esto les resulta muy lejano: viven en despachos y duermen en casas que ellos no limpian y de las que no se ocupan, no bajan a la calle más que para inaugurar cosas y hacerse fotos, no viajan en autobús ni en tranvía, no piden taxis y tampoco tienen problemas de aparcamiento. No viven en la realidad y por eso no saben gestionarla.

Dejad a Augusto donde está, que fue el fundador de nuestra ciudad y merece estar en su avenida. Subidlo a un pedestal más alto, eso sí, porque esa estatua está hecha para ser vista desde abajo y por eso es cabezona y paticorta. El que la hizo discurrió para que se viera bien desde abajo, corrigiendo las proporciones en función de la perspectiva desde la que tenía que ser vista. Él discurrió; los que la colocaron a esa altura, y los que se la quieren llevar de paseo, no.

Devolvedle a Augusto su honor y dignidad, en lugar de hacerlo viajar hasta el Parque Grande, que es donde acaban todas nuestras estatuas. Dejad en paz la calle Alfonso. Dejad también a la rana y su fuente, cuya historia cuenta mejor que nadie Carlos Millán, de Gozarte. Devolvednos, tras las obras, un entorno amable y vivible, no un entorno pensado para que quede bien en las frías, aborrecibles revistas de arquitectura y diseño.

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En el Heraldo de hoy

En la pag. 21, sección «Tribuna»:El patrimonio de Sijena

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Sobre la sentencia del TC, una más

Vale que las sentencias del Constitucional no se pueden recurrir. Así se dice, pues eso será. Vale. Pero nadie impide que sean cuestionadas cuando hay cosas que saltan a la vista por improcedentes y hasta por chapuceras.

Casi catorce años, catorce, le ha costado a ese Tribunal hincarle el diente al tema de las compras de bienes de Sijena efectuadas por la Generalitat en 1983 y 1992, sobre las que el Gobierno de Aragón reclamó su derecho de retracto. Y en la sentencia, breve, hay fallos de bulto. Los ve cualquiera, sin necesidad de ser experto en leyes.

Un ejemplo: en el punto 3 de los “Antecedentes” (y en el apartado 1 de los «Fundamentos Jurídicos», que se repite), la sentencia dice lo siguiente

«a mediados de 1981 la Comunidad Autónoma ya había asumido plenamente competencias sobre la protección del patrimonio histórico y los museos en Cataluña. En ejercicio de estas competencias, la Generalitat adquirió los controvertidos bienes en cumplimiento de la legislación vigente (art. 8 de la Ley 16/1985, de 25 de junio, del Patrimonio Histórico Español), actuando a favor de la protección de los mismos, al pasar a formar parte del patrimonio de la Generalitat».

Difícil es que unas compras efectuadas en 1983 se hagan en cumplimiento de una ley de 1985. Si eso se vale, quiten las leyes, que no hacen falta: con la de la selva nos apañamos.

Pero es que, para más inri, se especifica que lo que cumplía la Generalitat era el artículo 8 de la Ley de Patrimonio Histórico Español (de 1985, insisto). Y lo que dice ese artículo es:

Las personas que observen peligro de destrucción o deterioro en un bien integrante del Patrimonio Histórico Español deberán, en el menor tiempo posible, ponerlo en conocimiento de la Administración competente, quien comprobará el objeto de la denuncia y actuará con arreglo a lo que en esta Ley se dispone.

¿Alguien puede decirme qué tiene que ver este artículo con lo que ha pasado aquí? Los bienes de Sijena comprados por la Generalitat estaban, desde 1970, en depósito en los museos Diocesano de Lérida y Nacional de Arte de Cataluña, en Barcelona. Trece años después nadie puso “en conocimiento de la Administración competente” que hubiera “peligro de destrucción o deterioro” en esos bienes. Y si lo había, pues aún peor me lo ponen. ¡Porque estaban en depósito en dos museos catalanes desde hacía trece años! La Generalitat, simplemente, los compró… sin ponerlo en conocimiento de nadie.

La verdad, si no han tenido nada mejor para agarrarse en la defensa, se puede calibrar bastante bien las dificultades del abogado de la Generalitat para armar sus argumentos. Sobre todo, teniendo en cuenta que hubo acudir a un artículo de una ley que se publicó dos años después de efectuada la primera venta, que es la principal.

Pero aún hay otro argumento peor, y también lo entiende cualquier lego. En ese mismo punto 3 de los antecedentes se afirma que, según la letrada de la Generalitat,

«Los bienes adquiridos por la Generalitat no tendrían la condición de Bien de Interés Cultural porque la Real Orden de 28 de marzo de 1923, que declaró Monumento Nacional el Real Monasterio de Sigena, no afectó a los bienes muebles».

Esta afirmación es falsa y cualquiera puede comprobarlo: solo hay que acudir a los boletines donde se recogió tal declaración, y para ello no es necesario más que buscar en internet, porque en la página del BOE se pueden consultar las publicaciones históricas. La declaración del Monasterio de Sigena como Monumento Nacional está aquí, y esto es lo que dice:

“Vista la moción elevada a este Ministerio por la Comisión provincial de Monumentos históricos y artísticos de Huesca, en solicitud de que sea declarado Monumento nacional el Real Monasterio de Sigena, sito en dicha provincia, y de conformidad con los informes emitidos por las Reales Academias de la Historia y de Bellas Artes de San Fernando,

S.M. el Rey (q. D. g.) ha tenido a bien disponer se declare Monumento nacional el Real Monasterio de Sigena, sito en término de Villanueva de Sigena, en la provincia de Huesca, comprendiendo dicha declaración de Monumento Nacional el templo, el claustro y su sala capitular, el palacio prioral, el refectorio, el dormitorio antiguo, la sala de la Reina y la parte subsistente de la fortificación, quedando desde el momento de tal declaración bajo la tutela del Estado”.

Obsérvese que la declaración se hacía «de conformidad con los informes emitidos por las Reales Academias de la Historia y de Bellas Artes de San Fernando»; bien, pues esos informes se publicaron poco después en dos boletines oficiales: uno, en la Gaceta de Madrid (antecedente del Boletín Oficial del Estado) el 12 de abril de 1923, y puede consultarse aquí; otro, el del Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes, de 27 de abril, que he consultado en papel, y que es idéntico.

El informe de la Academia de Bellas Artes de San Fernando se basa en otro de la propia Comisión Provincial de Monumentos de Huesca, completísimo, que sirve a los académicos matritenses para dictaminar lo siguiente:

«resulta una completa monografía cuya última parte señala de tal modo sus elementos estéticos, que debe ser muy tenida en cuenta para todo dictamen: sólo la sala capitular, por su originalísima decoración y espléndida policromía de sus pinturas murales, por sus artesonados de riquísimos entrelaces mudéjares, portadas y esculturas, debe ser estimada como ejemplar único y sobresaliente en el arte hispano, pudiéndose decir otro tanto de la sala prioral y de la llamada de la Reina. No menos notables resultan los retablos, sillería y sepulcros que asimismo contiene».

Por todo ello, esta Academia estima que el Monasterio de Sigena, en la provincia de Huesca, tan interesante por su historia como valioso por el caudal artístico que atesora, es digno por todos conceptos de ser declarado Monumento nacional para sus especiales efectos».

Todavía es más explícito el informe de la Real Academia de la Historia, que enumera los méritos históricos del Monasterio junto con los artísticos, con más detalle. Habla del panteón real, del panteón de las religiosas, de las pinturas murales, la sala capitular, las urnas sepulcrales, las techumbres mudéjares, la sala prioral… y concluye:

«Guardan el Monasterio y su iglesia obras varias, artísticas y de recuerdo histórico, además de las enumeradas partes, todas ellas integrantes del Monumento, cuales son, entre otras, retratos de las nobles Prioras y retablos, de los cuales menester es citar el del Panteón Real […]. Tales son, en breve síntesis apuntados, los méritos que distinguen al Monasterio de Sigena entre las egregias fundaciones y construcciones bellamente exornadas, y que justifican con creces la petición formulada por la Comisión de Monumentos de Huesca de que éste de que se trata sea declarado nacional».

El que tenga ojos para leer, que lea. Y el que no quiera leer o pase por alto lo que dicen las publicaciones oficiales, que no juzgue. Porque, después de leer esto, atreverse a afirmar que los bienes de Sijena «no tendrían la condición de Bien de Interés Cultural porque la Real Orden de 28 de marzo de 1923 […] no afectó a los bienes muebles», Y QUE CUELE, deja la categoría de la sentencia del TC a la altura del betún.

¿Ustedes lo ven? Yo también. ¿Por qué no lo vieron los magistrados del Constitucional, si saben de Derecho mil veces más que ustedes o yo?

Lo que se ha expuesto no se puede obviar porque es crucial para que luego el TC pueda decir que Aragón pisó las competencias de Cataluña en materia de protección del patrimonio. Aunque, como dice ese Tribunal en su sentencia, Aragón no pudiera argumentar nada sobre una venta efectuada en enero de 1983, porque sus competencias sobre patrimonio le fueron transferidas en octubre de ese mismo año –que ya es casualidad que la cosa fuera tan por los pelos–, da igual: la Generalitat debería haber notificado su intención de compra al Estado, porque igualmente existía el derecho de retracto en este caso. Es más, se deja bien claro en la declaración de 1923 (reléanlo, que lo pone más arriba), que el monumento quedaba, a partir de entonces, bajo la tutela del Estado. Respecto de las ventas hechas en 1992 desde luego que Aragón tenía derecho a hacerlo.

En el momento en que se hizo la primera compra (insisto: la fundamental y más importante), que fue enero de 1983, estaba en vigor la Ley de Patrimonio de 1933, que afirma, en su título tercero, que los objetos muebles que fueran propiedad del Estado o de los organismos regionales, provinciales o locales, y también de las instituciones eclesiásticas, no se podían vender a particulares; sí a las entidades que se acaban de enumerar entre ellas mismas, pero siempre «dando cuenta a las Juntas locales o Superior del Tesoro Artístico», que eran entidades dependientes de la Dirección General de Bellas Artes. Y eso no se hizo. La Generalitat NO lo hizo. Compró los bienes sin avisar a Aragón pero tampoco al Estado, ergo incumplió la ley.

La Generalitat sabía perfectamente que estaba comprando bienes que gozaban de una protección legal específica y que estaban bajo tutela del Estado (que iba a pasar a ser de Aragón en pocos meses, pues el traspaso de las competencias estaba en marcha) y después de otra Comunidad Autónoma, como Monumento Nacional que eran. No nos vengan con milongas.

Pero el TC le ha dado la razón. Injustamente. No sé qué habrá movido a los señores magistrados a actuar así, pero desde luego no ha sido la voluntad de hacer justicia.

En cualquier caso, la sentencia señala que las cuestiones que atienden «a eventuales vicios de legalidad en el proceso de enajenación» deben ventilarse en los Tribunales ordinarios. Eran bienes en depósito y pertenecen, como parte integrante e indisoluble de él, a un Monumento Nacional. Su venta no puede hacerse así como así ni a la chita callando. Así que hala, a arremangarse.

Eso, sí, advertencia de cara al futuro: ojo con los depósitos que, por muy claras que estén las leyes, luego se los queda el depositario y vete a reclamar, que ya vemos lo que pasa.

 

 

 

 

 

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La sentencia y la incoherencia

No soy abogada pero sé leer. Y aunque los textos jurídicos suelen ser unos pestiños de tomo y lomo (ya podrían cuidar un poco la forma nuestros letrados), con una buena dosis de paciencia y, si se me apura, un ibuprofeno, acaban pudiéndose entender.

En la sentencia del Tribunal Constitucional sobre los bienes de Sijena que compró la Generalitat hay una incoherencia de calado y no hace falta saber Derecho para detectarla, solo seguir el sentido de lo que se dice. A ver si lo sé explicar bien y clarito, o se me podrá acusar de lo mismo que acabo de afearles yo a los juristas.

El TC expone varios fundamentos jurídicos sobre los que basa luego su sentencia. En lo principal de ellos estima que el fondo del asunto, lo que debe tratar de dilucidar en este caso el Tribunal, es un conflicto de competencias; no si la venta procedía o no, o si estaba bien o mal hecha, se ajustaba o no a la legalidad, ni tampoco determinar la titularidad de esos bienes o su condición de protección legal; eso queda expresamente fuera. Entiende entonces que es solo en la cuestión de las competencias de uno y otro donde le corresponde juzgar. Acto seguido, afirma que las dos partes han actuado «con la legitimidad constitucional» que les confieren sus respectivos estatutos. Y entonces se anima a analizar a ver si una de las dos, Cataluña o Aragón, se ha extralimitado en su actuación.

Es aquí donde aparece la madre del cordero.

Porque el TC reconoce que Aragón está en su derecho de tratar de recuperar el patrimonio que está fuera de su territorio, tal como se recoge en su Estatuto de Autonomía; pero que eso «choca con la competencia autonómica catalana en materia de preservación del Patrimonio, QUE HA DE ENTENDERSE [sic] que se extiende también a aquel que está en su territorio, independientemente de su origen«. De modo que, aunque no se entretiene en buscar fundamentos jurídicos sobre los que explicar por qué ha de entenderse así, concluye que es Aragón la Comunidad que se ha extralimitado en sus competencias, pues, además, el objetivo de los estatutos de ambas Comunidades Autónomas es preservar los bienes y en Cataluña están muy bien conservados.

Churras por aquí, merinas por allá, y ahora… ¡vamos, toooodas juntas!

Es lo que tiene no querer entrar en el tema de la titularidad de los bienes: que para dejar eso, que es sustancial, deliberadamente fuera, se tienen que hacer piruetas y malabarismos varios para al final no salir airoso, porque no se consigue dejarlo fuera. Si no quieres abordar la cuestión de si los bienes son unos u otros, si son de una titularidad u otra, si la venta fue o no ajustada a derecho… ¿a qué demonios viene entrar a valorar si están bien conservados?

Chas, ñeeeeec, algo cruje y chirría por ahí.

No se quiere entrar a entender sobre la titularidad de esos bienes porque son bienes aragoneses que estaban en Cataluña en depósito desde 1970, y porque formaban parte de un monasterio que estaba declarado Monumento Nacional desde 1923.

No se entra en eso y, sin embargo, el tema aparece. No se hace hincapié en él, pero aparece. Porque no puede ser de otra manera. Se intenta evitar pero es inevitable.

En los fundamentos jurídicos de la sentencia se exponen las competencias que en materia de cultura, patrimonio histórico, artístico, etc. posee Cataluña en virtud de su estatuto. Y al hacerlo se puede leer que Cataluña tiene competencias exclusivas sobre

la regulación y la ejecución de medidas destinadas a garantizar el enriquecimiento y la difusión del patrimonio cultural de Cataluña

o bien sobre

el establecimiento del régimen jurídico de las actuaciones sobre bienes muebles e inmuebles integrantes del patrimonio cultural de Cataluña

o, en general, sobre

la protección del patrimonio cultural de Cataluña.

Los bienes de Sijena ¿son patrimonio cultural de Cataluña, por mucho que llevaran 13 años depositados en su territorio cuando se produjo la primera compra (que es la gorda)? No, no son patrimonio cultural de Cataluña. Son patrimonio cultural de Aragón. Cuando se habla de «extralimitarse en sus competencias», ya no es que cruja o que chirríe, es que retumba como el trueno la incoherencia: se sentencia que Aragón se ha «extralimitado» al intentar recuperar esos bienes, pasando por alto la extralimitación cometida por Cataluña al extender sus competencias sobre bienes que no forman parte de su patrimonio cultural, tal como manda su Estatuto.

Es más, al final de la exposición de los fundamentos jurídicos queda en evidencia que esto no cuadra, y es en la referencia a que Cataluña «viene cumpliendo la señalada función de preservación del patrimonio histórico y artístico de España«. No, señores letrados del Constitucional: yo soy lega, pero la función que debe cumplir Cataluña según su estatuto, y que es la señalada en el propio texto que ustedes han compuesto, es la de proteger el patrimonio cultural de Cataluña. Ahí los que se están extralimitando son ustedes. Pero claro, no podían decir que en este caso Cataluña «cumple con la función de preservar el patrimonio cultural de Cataluña» porque eso ya habría dejado de crujir, de chirriar y de retumbar para pasar, sencillamente, a dar risa.

En otra cosa se extralimita el TC, así como quien no quiere la cosa, y es en algo que se ha dicho ya antes pero en lo que insisto porque es muy gordo: nadie le ha pedido a ese Tribunal que determine hasta dónde alcanzan las competencias de Cataluña en materia de patrimonio cultural e histórico-artístico, pero lo hace y lo hace porque sí, sin justificación ni base jurídica ni nada de nada, al decir, y repito, que ha de entenderse que la competencia autonómica catalana en esta materia «se extiende a aquel [patrimonio]que está en su territorio, independientemente de su origen«. Y remite en este punto, expresamente, al artículo 127 del Estatuto catalán; pero yo leo y releo ese artículo y no encuentro por ninguna parte nada que haga referencia a eso ni de donde se pueda deducir lo que deduce, gratuitamente, el Tribunal. ¿Dónde leen sus señorías nada parecido?

Oigan ustedes, no traten este punto tan a la ligera que esto puede tener consecuencias muy graves si sienta jurisprudencia (lo que sería alucinante). Consecuencias que a nadie se le escapan porque no son esos los únicos bienes que tiene Cataluña en su territorio y que NO forman parte de SU patrimonio cultural. Lo que me pregunto yo es si, precisamente porque a nadie se le escapan, esa cosita está puesta ahí muy conscientemente. Tanto como para que a Cataluña no le importe, en este caso, que el TC, ese mismo TC que hasta ahora era un organismo invalidado de todo punto por politizado, «nido de fachas», etc., etc., etc. se extralimite en sus competencias y le diga hasta dónde puede llegar en este tema, que no era lo que se juzgaba.

Esta es la incoherencia gorda de esta sentencia, que sigo llamando incoherencia reprimiendo mis ganas de llamarla algo bastante más gordo. Pero quedan aún varias «incoherencicas», que trataré, espero, en otro tercer post sobre este tema. Este ya ha salido, de nuevo, bastante ladrillo. También en la misma sentencia aparece bien clara la «rendija» que nuestros tímidos gobernantes aragoneses andan buscando. Incluso hay una mentira como un piano.

Así que… continuará.

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Días de hospital

Mi padre está en casa. Le han dado de alta en el hospital. Ingresó de urgencia el lunes pasado pero la cosa ha ido bien y en poquitos días nos lo han devuelto, así que, pasado el susto, estamos contentos. Como todo ha ido viento en popa, ha sido fácil estar atento a todo lo que por allí pasaba. Y pasaban muchas enfermeras (a quienes mi padre llamaba «modistillas que van siempre con la aguja, para hacer de mis brazos una tela llenica de agujeros», y les decía majas y les hacía bromas para que se rieran), y médicos, y asistentes y personal de limpieza, todos haciendo su curro con mejor o peor cara, que cada uno tiene su manera de ser, pero lo mejor que sabían: profesionales todos sin tacha.

Pasaban también los vecinos de habitación, porque hemos tenido la suerte de que al lado estaba ingresado un señor de Tauste, Jesús, que es tan majo y tan buena gente como toda su familia, en especial Orosia, su mujer: estos días Orosia ha sido una compañera tan buena… Me hablaba y trataba como si fuera una de sus hijas. No se puede dar idea de cómo se lo he agradecido ni del cariño que me inspira.

Han pasado amigos, familiares… todos con ganas de hacerle saber a mi padre, y de paso a nosotros, sus hijos, que nos quieren y nos desean lo mejor.

Así que una mala noticia, como fue el jamacuco que le dio a mi padre el lunes pasado, se ha convertido en una fuente de cosas que agradecer. La primera, el propio hospital y la labor de sus profesionales. Quizá la puñetera y resabiada crisis esté sirviendo al menos para que sepamos valorar lo que tenemos: un lujazo, señores, aunque las habitaciones sean pequeñas y estrechas, aunque las sábanas tengan roticos y las paredes desconchones en la pintura, aunque los sillones de los acompañantes sean tan duros y viejotes, que a algunos se les ve la espuma por las costuras (llevo los riñones al jerez), aunque las salas de espera sean cutres salchicheras.

Solo se me ocurre insistirle a la señora Rudi, a riesgo de ser machacona, que nos cuide lo que tenemos, que curre como está mandao por mantener y mejorar esta bendita sanidad pública. Supongo que no hace falta que le recuerde que es su obligación, pero se lo recuerdo: señora Rudi, es su obligación. La sanidad privada tiene sus dueños, gestores y gerentes; la pública es lo suyo, lo que a usted le compete, su responsabilidad, y en eso se tiene que volcar.

Gracias a todo el personal del Hospital Clínico Universitario «Lozano Blesa» de Zaragoza. Ole por vosotros. Ole con ole y con ole.

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Medias esponjas

He oído varias veces en la radio, en los últimos días, el «corte» de la intervención de Luisa Fernanda Rudi en «Los desayunos de TVE» sobre lo que se ha dado en llamar gestión combinada de la Sanidad Pública. O sea, que la atención sanitaria a cualquier ciudadano pueda hacerse tanto en hospitales públicos como privados, estableciendo la Administración autonómica convenios con estos últimos para que ello sea posible.

Ya se hace, en realidad, como ella misma comenta. Y no me parece mal: si en un momento dado se ve que «no se llega» en los hospitales públicos a atender a todo el mundo, y se generan grandes listas de espera, una solución rápida y eficaz puede ser esa. Ok.

Pero eso hay que pagarlo, ¿eh? No sale gratis. Como es natural: como cualquier otra empresa privada, el objetivo de los hospitales privados es ganar dinero, hacer negocio. Hasta ahí, todo comprensible y aceptable.

También dice Rudi que los hospitales privados gastan menos porque su gestión es más eficiente, frente al caso de cualquier gestión pública en la que se tiene más manga ancha (la expresión es mía) porque como el dinero público no es de nadie, pues todo va bien y se gasta con más alegría (otra expresión que utilizo yo, no ella).

El problema viene cuando, por un lado, se esgrime como argumento económico, en versión ahorro, para la Administración pública el recurso a lo privado; y, por otro, cuando se ponen ejemplos concretos del ahorro que se logra o se puede lograr ajustando gastos. Ahí ya su discurso se diluye, no concreta de verdad. Porque los ejemplos concretos (ya sé que repito esta palabra seguida tres veces: perdón) que pone no son nada significativos: hacer fotocopias por las dos caras o gastar menos en teléfono. Ay. Todos los problemas fueran como ése, que los solucionábamos en un pispás. Vaya, que nuestra presidenta no se ha querido mojar, y ha salido de puntillas sobre la cuestión. El ahorro, me temo, no va por ahí porque no puede ir por ahí. El ahorro va por otras vías… pero no pueden decirse, o a la población se nos pondrían los pelos como escarpias.

Los hospitales privados, lo hemos reconocido antes como algo completamente natural, van a hacer negocio, que es lo suyo. Si no, no se habrían montado. Y toooodos conocemos casos en los que alguien de nuestro entorno, o nosotros mismos, ha tenido que ser derivado a un hospital público, aunque hubiera iniciado su tratamiento por la privada, cuando las cosas pintaban mal. ¿Por qué sucede eso? Invito a la reflexión sobre el tema: ¿es porque los hospitales públicos gastan más de la cuenta o porque no escatiman en gastos cuando está en juego la vida de alguien?

Puede que a la Administración pública le resulte útil, práctico y rápido, como he dicho antes, recurrir en determinados casos a la privada para dar un buen servicio, pagando a tocateja por ello. Y me parece bien, lo digo de nuevo. Lo que no me parece bien es que se ponga como ejemplo de gestión a la sanidad privada, criticando por tanto a la pública, que es la suya, la de Rudi y la mía, la de todos. La sanidad pública será siempre deficitaria, igual que la educación, porque no están para hacer negocio, sino para prestar un servicio. Un servicio que pagamos todos religiosamente, con dinero nuestro y no de nadie, para tenerlo cuando nos haga falta y, solidariamente, cuando les haga falta a los demás.

Seguramente se podrá ahorrar, no digo que no. En fotocopias y en teléfono. Y en más cosas: mi prima Carmen estuvo hace poco ingresada en el Hospital Clínico de Zaragoza y se partía de risa, igual que el resto de los pacientes ingresados, cuando veía a las enfermeras afanándose en cortar por la mitad las esponjas con las que asean cada mañana a los enfermos. «Nada, que nos dicen que hay que ahorrar», comentaban viendo el escojono general.

Un hospital público tiene que tener una buena gestión, desde luego. Y ha de evitar gastos superfluos, por supuesto que sí. Pero a mí nunca me ha dado la impresión de que ni en el Clínico, ni en el Miguel Servet, ni en la Maternidad, ni en los centros de salud, ni en los de especialidades de zona, que son los que (por suerte) he usado o visitado más asiduamente, haya lujos asiáticos de ningún color. ¿De verdad que es ahí donde hay que recortar porque los gastos tontos son escandalosos? A mí se me ocurren varios otros sitios de la Administración donde poder meter la tijera sin ocasionar quebrantos notables al ciudadano. A la cabeza de cualquiera le vienen enseguida al menos media docena de sitios.

A la sanidad pública déjenmela en paz, por favor, y no la minusvaloren ni critiquen su gestión comparándola con los establecimientos creados para hacer negocio, porque jamás se podrán comparar. Y si en lo único que podemos recortar es en fotocopias, teléfonos y esponjas, la verdad es que podemos sentirnos orgullosos, muy orgullosos, de lo que tenemos.

Yo habría agradecido, sinceramente, a Luisa Fernanda Rudi que hubiera defendido, aun reconociendo cosas mejorables, lo que a ella le toca gestionar, que es lo público. Y que hubiera dicho en la tele que apuesta por ello y que se va a remangar como ella sabe hacerlo para que en Aragón tengamos la mejor atención posible, gestionada de la mejor manera posible, sin desmerecerla comparándola con la privada.

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El cuidado del patrimonio, un ejemplito

Manuel Iglesias Costa, tío de nuestro hasta hace poco presidente aragonés, publicó en los años 80 un estudio fantástico sobre las iglesias románicas del Alto Aragón oriental, esto es, del Sobrarbe hasta la raya con Lérida. Por razones de trabajo, me lo estoy empapuzando comme il faut y descubriendo muchísimas cosas; entre otras, la pasión que este hombre sentía por su tierra, que se trasluce a cada paso en el texto, escrito verdaderamente con amor. Jopé, qué tío. Bravo por él.

Ribagorzano de pura cepa, no es sospechoso de anticatalanismo. Sé poco de él, pero por lo que trasluce en sus escritos parece un hombre de paz. No echa leña ni romericos al fuego en lo que cuenta. Pero lo cuenta porque así es. Y me ha llamado la atención este pequeño pasaje en la introducción a su obra monumental antes citada, referida al Archivo de la antigua Catedral de Roda:

La dispersión de los fondos acumulados y la falta de un estudio diplomático completo hacen difícil su consulta, ya que una parte del archivo, la de mayor interés, fue trasladada a Lérida al suprimirse aquel cabildo, donde permanece aún sin catalogar y revisar debidamente. [El subrayado es mío.]

O sea, que a finales de los 80 el valiosísimo Archivo de Roda estaba en Lérida desde hacía siglos sin catalogar y revisar debidamente. ¿Pero no somos los aragoneses los desidiosos, los que no cuidamos nuestro patrimonio? ¿No se nos «recuerda» a cada pasito que si no se hubieran llevado las cosas a Lérida nos las habríamos dejado perder porque somos así de parcholos y estalentaos, incultos etc.?

Bueno, pues el valiosísimo –insisto– Archivo de Roda no está en un pueblete hecho ciscos, dejao de la mano de dios y sin presupuesto, sino en la sede de todo un obispado culto y atento a la preservación del patrimonio desde la gloriosa época del obispo Messeguer, allá por las últimas décadas del XIX. Cierto que han pasado una veintena larga de años desde que Manuel Iglesias escribió esas líneas, pero… ¿se han catalogado, revisado y publicado convenientemente sus fondos?

Que me parece que si en mi casa cuecen habas…

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