De 40 años acá

Este era mi libro de lectura en 1º de EGB (con seis años, o sea, hace 40):

Y estas, las dos primeras páginas:

Estas son las dos primeras páginas del libro de mi hija Julia, en 1º de Primaria (fue también el libro que llevó, hace tres años, mi hijo mayor, Joaquín):

En algunas cosas (muchas, me atrevería a decir) hemos ido p’alante. Pero en otras…

Hoy por hoy, la escolarización no es obligatoria hasta los 6 años, así que en Infantil no es obligatorio tampoco, como objetivo de la etapa (que son tres cursos, ni más ni menos), que los niños aprendan a leer. Pero la mayoría de los chicos, a veces incluso al margen de los profes, aprenden a leer porque quieren. Tienen curiosidad, preguntan… ¿Qué pone aquí, mamá?

Lo han hecho mis dos hijos, y los dos son «normales», en el sentido de que no destacan especialmente sobre el resto. Son listos, sí, mucho (qué os voy a decir yo, que soy su madre), pero tendríais que ver a la mayoría de los compañericos… ¡más agudos que el hambre! También hay algunos que van más despacio, y esos reciben su apoyo. Pero leo cosas como esta, y me pregunto: ¿qué ocurre, que enseñar a leer y a escribir pronto a los niños es contraproducente para su desarrollo? No me lo puedo creer: pasan 6 horas diarias en el cole, en tres años que dura el ciclo de Infantil. Da tiempo para todo: para asambleas, para ver germinar las patatas, para dialogar, para jugar, para darle a la plastilina, para aprender a leer. Sin necesidad de presiones. Y la cuestión es que son ellos los que lo demandan… Mamá, ¿qué pone aquí?

Yo creo, simplemente, que estamos echando a perder un caudal enorme de curiosidad y ganas, de espíritu de aprendizaje, de necesidad de entender el mundo que les rodea, para cuya comprensión necesitan herramientas. Yo no quiero sapientines ni robots: quiero un desarrollo acorde con lo que ellos mismos piden y necesitan. Y un libro que cuenta una historia es mejor que uno que no cuenta nada. Se desorientan, se pierden. Se aburren.

Julia miraba, el primer día de curso, las dos primeras páginas de su libro de lectura y me decía, confusa: Pero mamá, ¿esto qué es?

Lo mismo me pregunto yo.

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Alberto Menjón, en el Auditorio de Zaragoza

El viernes, día 14, a las 19:30, Alberto Menjón tocará en la Sala Galve del Auditorio.

Estamos contando las horas. Será maravilloso.

Información en la web del Auditorio.

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La mala fe y las subastas

Hace dos años el Ministerio de Cultura adquirió en subasta, por 9.500 euros, una tabla perteneciente a un retablo gótico que se presentaba como «de escuela aragonesa» (ver). Tanto la Generalitat catalana como el Gobierno de Aragón habían mostrado interés por ella, al objeto de destinarla al Museo de Lérida, en un caso, y al de Barbastro en el otro, de manera que el Ministerio pidió a las dos administraciones autonómicas que presentaran un informe técnico que justificara sus pretensiones y los criterios sobre los que se basaban para querer quedársela.

Presentados los informes, ninguno pareció definitivo al Ministerio, que encargó otro por su cuenta al IPCE (Instituto de Patrimonio Cultural de España, antes llamado IPHE); y basándose en este último determinó, en abril del 2010, ceder aquella tabla gótica a Aragón.

Al conocer la noticia, en Lérida saltaron las alarmas: el 25 de mayo el Diario Segre publicó el artículo «Una obra que pedía Lleida, para Aragón» (el texto completo en catalán, aquí) y tres días después salió otro («El litigio y las subastas«) firmado por Alberto Velasco, conservador del Museo de Lleida y autor del informe de la parte catalana, que estaba indignadísimo. Este artículo es el que casualmente leí yo algún tiempo después, al buscar por la red datos sobre otro tema relacionado con los bienes aragoneses en Lérida.

El relato de los hechos que hacía el sr. Velasco dejaba en muy mal lugar a los aragoneses; pero les confieso que en un primer momento me sentí abochornada más que otra cosa, pues considerando que el autor es especialista en pintura medieval, di credibilidad a sus palabras.

No a todas, sin embargo. Había un dato que chirriaba muchísimo, sobre todo viniendo de un especialista como él. Afirmaba Alberto Velasco que se había dado cuenta de que aquella tabla, un Calvario, no era de un «anónimo aragonés», sino de

un pintor con nombre y apellido. Se trata de Pedro Espallargues, un maestro activo en las tierras de Lérida y en la Franja a finales del siglo XV, con retablos ejecutados para las localidades de Enviny, Son, Unarre, Vilac y Abella de la Conca.

(También realizó retablos para muchos otros pueblos aragoneses, pero vaya, dejémoslo de momento.)

Alberto Velasco decía, además, que al proceder a realizar el informe técnico para la valoración del Ministerio había encontrado «evidencias que demostraban que la tabla podía ser originaria de la iglesia leridana de Son«. En ese pueblo, en efecto, se conserva un retablo de estilo similar al del pintor de la tabla subastada, al que le faltan las tablas correspondientes a la parte baja (el banco o predela), algunas conservadas en los museos Maricel de Sitges y Diocesano de la Seo de Urgel, y otras desaparecidas.

Prosigue el artículo de Velasco:

Lo que yo proponía en mi informe es que la tabla vendida en Madrid fuera, precisamente, uno de estos compartimentos desaparecidos. Y lo hacía con argumentos muy muy contundentes, entre ellos la correspondencia exacta de medidas con las tablas de Sitges y de la Seo de Urgel.

Y se preguntarán, ¿cómo es que si había pruebas tan evidentes, la pieza se ha acabado entregando a Aragón? Yo también me lo pregunto, y más después de haber tenido acceso al informe que se redactó desde el gobierno aragonés. Lo califico de informe con mucha benevolencia, ya [que] tenía una página y pico de extensión, con un argumentario increíblemente débil, y estaba firmado por alguien no especialista en pintura gótica. Lo más «interesante» de este texto era que justificaba que la tabla procedía, cómo no, de Barbastro. Pero eso no es todo. Lo más surrealista es que se argumentaba que la tabla formaba parte de un retablo del que se conservan tres compartimentos en el Ayuntamiento barbastrense. Utilizo la palabra «surrealista» porque, atención, estos compartimentos no son obra de Espallargues sino de un pintor anónimo denominado Maestro de Vielha. En definitiva, un auténtico disparate y una opinión absolutamente tendenciosa que tenía como único objetivo hacer proceder la tabla, fuera como fuese, de Barbastro. Ciertamente, me sorprende ver cómo se puede llegar a manipular la evidencia y tergiversar la historia de una forma tan chapucera, y que encima, cuele sin problemas. Y después hablan de «mala fe».

Dardos envenenados aparte, puede que se hayan dado cuenta de dónde está el dato que chirría, porque es evidente no ya para cualquier titulado en historia del arte, sino para cualquier aficionado: la tabla que se subastó en Madrid era un Calvario; y los calvarios en un retablo no están nunca en el banco, en la parte baja, sino en el ático o remate. No todos los retablos culminan con un Calvario, hay excepciones; pero por más que me esfuerzo no encuentro ni un solo ejemplo de retablo que tenga esa escena en el banco, como pretende el señor Velasco… con el único argumento de que le coinciden las medidas.

Es posible que sea cierto que tenga «evidencias que demuestran» que esa tabla perteneció al retablo de Son, «argumentos muy muy convincentes» y «pruebas tan evidentes»; pero si las tiene, ¿por qué no las aporta, en lugar de limitarse a hablar de una coincidencia de medidas? Qué quieren que les diga, a mí eso sí me parece un argumento débil…

Mosqueada, he buscado más información sobre el tema y he encontrado cosas interesantes que, de paso, lavan la honra profesional del autor del informe de la parte aragonesa (que no sé quién es). Lo primero, que la autoría del retablo de Son no es segura, sino atribuida; y que hay bastantes retablos por ahí, dispersos por el mundo, que guardan evidentes parecidos con éste en su estilo, que se atribuyen por igual a Pedro García de Benabarre, a Pere Espallargues y… ¿a que no saben a quién? ¡Al Maestro de Vielha! Les pongo dos imágenes, para que puedan comprobarlo. La primera es del retablo de Escalarre, atribuida a Espallargues y conservada en el Museo de Dallas; y la segunda, del retablo de Vielha, atribuido al maestro que lleva este nombre. Observen el parecido de la primera, que es un San Juan, con el San Juan que hay, como debe ser, a la derecha de Cristo en la segunda:

¿Y por qué? Pues porque tanto Espallargues como el Maestro de Vielha debieron de ser discípulos y/o miembros del taller de Pedro García de Benabarre, importante pintor oscense del siglo XV, y el estilo de los tres guarda fuertes semejanzas, hasta el punto de que sobre muchas de las obras conservadas de cualquiera de ellos se mantienen serias dudas de atribución. ¿Procede, por tanto, calificar de «surrealista» la atribución hecha por los técnicos de la DGA de la tabla subastada al Maestro de Vielha, como hace el sr. Velasco?

Item más: las tablas que se conservan en el Ayuntamiento de Barbastro, que según Maricarmen Lacarra proceden de la iglesia del antiguo hospital de San Julián y Santa Lucía de esta ciudad, y que se atribuyen al Maestro de Vielha, guardan estrechas semejanzas tanto con las figuras de San Juan que les he mostrado antes como con las del Calvario que se representaron en la tabla subastada y adjudicada a Aragón. Lamento no tener mejor foto que esta, pero les animo a que busquen por su cuenta y lo comprueben:

Les recuerdo ahora que Albert Velasco califica esta atribución de «surrealista», y a los argumentos presentados, de «increíblemente débiles» y de «auténtico disparate», para concluir en que lo escrito en el informe era «una opinión absolutamente tendenciosa que tenía como único objetivo hacer proceder la tabla, fuera como fuera, de Barbastro». Habla también de tergiversación chapucera de la historia y de mala fe…

El tono de su artículo es tan contundente que de primeras tal vez no se repara en su absoluta falta de argumentos. Así que quienes aprovechan cualquier cosa para dar en cabeza a los aragoneses dieron por buena su versión, esta sí tendenciosa, y así se pudieron leer en los días siguientes airadas declaraciones sobre el tema por parte del presidente de la Diputación de Lérida, Jaume Gilabert, calificando de «grave error» la decisión del Ministerio de Cultura de «donarlo» a Aragón (cosa que también es incierta: el Gobierno de Aragón es quien paga la tabla, no el Ministerio; lo que éste hace es cedérsela por derecho de tanteo, no gratis), y achacando esa decisión a «partidismo de Madrid». En la prensa, por supuesto, se daba ya por sentada la atribución de esa tabla a Espallargues (¿basándose en qué?) y su pertenencia al retablo de la iglesia de Son.

También se pudieron leer ataques muy groseros hacia Aragón por parte de algunos indocumentados, que nos dicen que «de jóvenes robábamos melones, para practicar» y que lo sucedido con este tema es «de crónica de quinquis». Para que luego digan que los que insultamos somos nosotros.

El artículo de Alberto Velasco concluye afirmando:

Se ha cometido una grave injusticia y se ha acabado engrosando el patrimonio público aragonés gracias a la manipulación, las malas artes y la mentira. Alguno habría de dar explicaciones.

Eso me gustaría a mí: que «alguno» diera explicaciones de por qué, en lugar de dar argumentos sobre su hipótesis (pues lo suyo no pasa de ser eso: una hipótesis), se dedica a verter acusaciones, algunas muy graves, y a poner en entredicho el trabajo y la honorabilidad de los técnicos de la administración aragonesa, callándose lo que no le interesa, dando una visión tan sesgada… «y después hablan de mala fe.»

El caso es que el artículo de este señor sí que «coló»: a finales de diciembre de 2010, cuando la Diputación de Lérida se hizo con otro fragmento de retablo atribuido al mismo pintor, se comentaba en la prensa, como de pasada, que la Generalitat de Cataluña había impugnado la resolución del Ministerio que otorgaba la tabla gótica del Calvario a Aragón.

Me gustaría saber en qué ha quedado todo este asunto, si es que se ha resuelto ya, o qué vida lleva el caso, si aún está sin resolver. Porque si han atendido a los «argumentos» de Velasco… tendrá cuajo que sigamos hablando de mala fe.

NOTA BENE: les sugiero que echen un vistazo a la biografía que de Espalargues (sic) publica la página del Museo del Prado, donde aparece este pintor como oriundo de «Benabarre, Lérida». Y, de paso, les sugiero que consideren la posibilidad de que esa «villa de Molins que no se ha podido localizar» como patria chica de Espallargues, y que algunos interpretan como Molins de Rei (!), pudiera ser la pequeña localidad de Los Molinos de Betesa, en la Ribagorza. El «problema» de su origen, que se lee en algunos repertorios, no parece tal.

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…que tire la primera piedra

Ya he dicho varias veces aquí que me molesta sobremanera que a los aragoneses nos tachen de desidiosos respecto de la conservación de nuestro patrimonio, y aún más que nos tachemos de ello nosotros mismos. Nuestro expediente no es, desde luego, para enmarcar; pero tampoco es peor que el de otros. Como muestra, un botón: vean lo que escribía el historiador del arte Josep Pijoan (una biografía más completa, en catalán, aquí) en el tomo de la monumental obra Summa Artis dedicado al arte gótico (pag. 547), sobre el mercadeo y expolio de obras de arte en nuestro país:

Los objetos más preciosos que se pudieron trasladar se han exportado, y el saqueo ha ocurrido en nuestro tiempo. Las leyes regulando su exportación no eran muy estrictas y, además, se exportaban de contrabando sin dificultad; los intelectuales, que debían haber defendido el patrimonio artístico, fueron remisos, apáticos, pesimistas… Se reducían a protestar con un artículo de periódico que no pudiera ofender a nadie, cuando los objetos estaban ya en una tienda de anticuario de París o Londres.

El autor de este libro fue durante cuatro años -¡sólo cuatro años!- miembro de la Junta de Museos de Barcelona; pero ya no fue reelegido, por su impaciencia. Pudo ver cómo se exportaban de la Cataluña catalanista objetos de gran valor artístico e histórico, y hasta disponiendo de recursos -pues la Junta entonces ya tenía presupuesto crecido para adquisiciones-, las estatuas y retablos se escamoteaban, porque, al decir de la mayoría, «de aquello» siempre quedaría bastante.

No está mal la autocrítica: algunos deberían practicarla de vez en cuando. Y otros, no pasarse.

Sobre el tema de los responsables, ya sé que me repito, pero aun así no me resisto a decirlo de nuevo: qué fácil es machacar a los pueblos, que casi nunca pudieron defenderse y que sin embargo fueron los únicos que pusieron resistencia cuando se enteraron de que se les llevaban las piezas de las iglesias. Más que fácil, es gratis. Y qué pocas veces nos metemos con los verdaderos culpables, que fueron quienes tenían la cultura suficiente como para apreciar el valor de aquellas piezas y/o la pasta (más que suficiente, sobrada) para llevárselas. Por no hablar del poder para autorizar o protagonizar los expolios, o para beneficiarse de ellos.

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La portada de San Miguel de Uncastillo

Hace años, en mi única (hasta ahora) visita al Louvre, vi que las cartelas que acompañaban a la mayoría de las piezas de la sección de Antigüedades Egipcias informaban al respetable de que aquello se trataba de una «Donación del gobierno egipcio».

Casi me tuve que salir, de las arcadas. «Mais oui, mais oui, avec plaisir!«, imagino que dirían los egipcios de principios del XIX, encantados de la vida al ver cómo franceses e ingleses recogían amablemente todo ese montón de trastos viejos, miles y miles de piezas, que constituían los restos materiales de su antigua y brillante civilización, y se los llevaban de allí. Seguro, seguro, seguro que fue así. Agradecidos que estarían, es más, de que se rescatara todo aquel tesoro de sus estúpidas manos, que a buen seguro lo iban a echar a perder, y se lo conservaran en hermosas salas con la temperatura y humedad adecuadas, después de restaurarlas y todo.

Donación del gobierno egipcio… Hacen falta bemoles.

¿Nos suena esto de algo, a los aragoneses?

Hay un caso memorable, el de la portada de la iglesia románica de San Miguel de Uncastillo, que hoy figura como «donación» en su ubicación actual, el Museo de Bellas Artes de Boston; pero se trata de la donación de un particular, un tal Francis Bartlett: véanlo aquí.

Oficialmente, en efecto, fue ese señor quien donó la susodicha portada al museo. Pero se trataba de un apaño, de una trampa. Estas cosas suelen ser así, no se puede decir que sea literalmente mentira lo que se afirma, aunque el trasfondo del asunto sea muy otra cosa. Yo me acabo de enterar de las peripecias del caso de la portada de San Miguel y todavía estoy alucinando, así que se lo cuento a ustedes, p’a que alucinen también.

En realidad no lo cuento yo: lo cuenta muy bien y con detalle Eva María Alquézar en un artículo que publicó en la revista Seminario de Arte Aragonés hace once años. Les resumo lo fundamental porque resulta del mayor interés saber dos cosas: una, que el pueblo se opuso a que le despojaran de aquella portada; y otra, que en definitiva se trató de una exportación ilegal de una pieza de nuestro patrimonio histórico, llevada a cabo por el propietario de una librería de Barcelona, Salvador Babra.

En fecha desconocida, quizá con los líos desamortizadores del XIX, la iglesia de San Miguel se cerró al culto y se cedió o traspasó al Ayuntamiento de Uncastillo. Pero a comienzos de 1915 alguien se interesó por ella y el cura regente del pueblo, Carlos Quintilla, informó al pueblo de que estaba tramitando su venta. Como la situación era un poco indefinida, porque el edificio era y no era de la Iglesia, el cura ofreció dar al Ayuntamiento la mitad del importe de la venta.

En los plenos municipales se armó un cierto revuelo y el primer paso fue tratar de averiguar, con seguridad, cuál era el propietario legal de aquel inmueble, si la Iglesia o el pueblo. Mientras estaban en ello, consultando al obispo y a otras instancias, pasados unos meses el rector Quintanilla vino a presentarse de nuevo en la localidad con la mitad del importe de la venta, que ya había sido realizada: cuatrocientas pesetas.

El revuelo se convirtió en indignación. Copio lo que dice Eva Alquézar:

el consistorio decidió no aceptarlas [las 400 ptas] y solicitar al obispo la anulación de la venta, ya que se había hecho a espaldas del pueblo, existiendo muchos vecinos que pretendían optar a su compra. Se pidió que se vendiese la iglesia al Ayuntamiento, por la misma cantidad o mayor.

Como siempre, las protestas del pueblo no fueron escuchadas y la venta devino definitiva. O, al menos, lo fue la de su parte más interesante para los coleccionistas: la bella portada románica, cuajada de esculturas de gran singularidad iconográfica. De lo sucedido posteriormente, que se llevó con un oscurantismo tremendo, se deduce que la iglesia fue cedida en arriendo a particulares, que la convirtieron en vivienda; pero ya sin la portada, que fue desmontada piedra a piedra y trasladada a Barcelona, a un almacén del librero Salvador Babra.

Babra no quiso en ningún momento que nadie viera aquel tesoro; ni mucho menos los anticuarios y representantes oficiales de museos catalanes, para que no le presionaran con enojosas cuestiones legales. Él lo que quería era venderla en el extranjero, cabe suponer que porque esperaba que le pagaran mejor. Pasaron varios años de tentativas (William Randolph Hearst, por ejemplo, declinó la oferta) y para cuando se planteó la venta al Museo de Boston, en 1927, ya las leyes impedían la exportación de este tipo de bienes.

Babra había cambiado varias veces de ubicación la portada, para despistar. Y no estamos hablando de un libro o de una pieza cualquiera, sino de centenar y medio de grandes embalajes que pesaban toneladas. Las piedras venerables estuvieron sujetas a golpes, sucesivos traslados de acá para allá y almacenamientos en naves portuarias con un ambiente ideal, húmedo y salino.

Con todo el sigilo posible se llevaron, entretanto, las negociaciones con los agentes de Boston, en una peripecia novelesca que pone de manifiesto que tanto el vendedor como los agentes y los responsables del museo americano eran perfectamente conscientes de que estaban cometiendo un delito.

En ningún momento los bostonianos del museo tomaron parte activa directa en el asunto, sino siempre a través de intermediarios; se planeó el traslado de las voluminosas cajas desde el puerto de Tarragona al de Marsella; se acordó con unos transportistas marselleseses toda la operación…

Las gestiones para la compraventa se encaminaron de tal modo que, en caso de problemas con las autoridades españolas, se pudiese alegar que la portada había sido adquirida por el museo cuando ésta se encontraba ya en Francia. El director del museo americano, Charles H. Hawes, no fue directamente a ver el objeto de sus negociaciones, sino que sólo lo examinó a través de fotografías y de intermediarios. Se acordó que, en caso de decidir afirmativamente la adquisición, enviaría al señor Babra un telegrama con la palabra Accept, firmando con un seudónimo: Musart o Jean.

[…]

A mediados de octubre [de 1928] se decide la compra y la firma Rice & Co. de Boston se encarga de contactar con Gondrand Frères, Société Française de Transports, el contacto en Marsella para el transporte de la portada a los Estados Unidos, evitando que ni el museo de Boston ni Babra tengan relación directa con esta empresa francesa: se insiste en pedirles discreción y rapidez en la ejecución de su labor. La adquisición fue costeada por Francis Bartlett (37.500$), quien donó la portada al museo.

Ale, hop. Prueba superada. La última pieza del rocambolesco episodio fue ese Bartlett que compró «la mercancía» para luego donarla y que la operación apareciese, a ojos ajenos y hasta hoy, totalmente limpia.

Hay más detalles jugosos en todo este asunto, como la participación, aconsejando a los posibles compradores, de los grandes hispanistas Walter S. Cook y Arthur Kingsley Porter, a quienes se tiene poco menos que en un altar por haber «puesto en valor» internacionalmente (ya, ya vemos) el arte medieval español; o como el desastroso estado en el que llegaron las piezas a Boston, donde se volvieron locos para montar aquel gigantesco puzzle para tener que volver a desmontarlo poco después, dado el deterioro que presentaban las piedras (y es que los años que pasó la portada junto al mar no le debieron de sentar precisamente bien).

El caso es que, salvo Eva María Alquézar Yáñez, nadie más se ha metido con todos esos grandes prohombres que intervinieron en la cuestión: ni con el Museo de Boston, ni con sus intermediarios, ni con el librero-marchante catalán ni con nuestros simpáticos e hipervalorados hispanistas americanos. Pero con el pueblo de Uncastillo, sí. Se han cargado las tintas contra los particulares que reconvirtieron la iglesia en vivienda, se les ha acusado a ellos de vender la portada, se acude una y otra vez al p… sambenito que arrastramos los aragoneses como incultos, desidiosos, dejados… pese a que esos incultos, desidiosos y dejados fueron los únicos, los únicos, que protestaron, mientras los cultísimos prohombres que sabían «valorar» el arte iban a lo suyo.

Qué fácil es machacar al que no puede defenderse ni hacernos daño. Vean aquí (hacia el final de la página) la defensa de una uncastillana ante la que me quito el sombrero.

Todos los estudios sobre el tema, el de Eva Alquézar incluido, concluyen que esa portada es imposible de recuperar, pues que han pasado tantos años y está la cosa tan enmarañada. Bueno. Los egipcios están consiguiendo que les devuelvan cosas que los americanos se llevaron hace muchas décadas, lo mismo que los peruanos con el expolio de Macchu Picchu. Aquí no es que haya eggs, es que ni siquiera nos lo planteamos. Y es pena.

La propia página del Museo de Boston, se la vuelvo a enlazar para que no la busquen, afirma que «La historia de la propiedad no es definitiva ni completa, y está actualmente en revisión por los conservadores e investigadores del museo». Es más, advierten que la ficha es antigua y que no necesariamente refleja la situación real del objeto ni el conocimiento que sobre ella tiene el propio museo, que la está revisando.

Somos más timoratos nosotros que ellos. Mandan narices.

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Desidia en la catedral de Barcelona

He dicho muchas veces que me revienta, por injusta, la acusación a los aragoneses de desidiosos, de que no sabemos cuidar nuestro patrimonio artístico. Se nos ha dicho muchas veces esto en relación al largo «conflicto de los bienes», e incluso ha habido aragoneses que se han mostrado de acuerdo, para mi estupor.

No diré que no se hayan cometido pifias en Aragón, por activa o por pasiva. Pero lo mismo ha pasado y pasa también en otros lugares de España y del mundo todo. Que levante la mano el pueblo (entendido como «concepto pueblo», no como localidad concreta) que no se haya dejado caer una iglesia, no se haya vendido un retablo o un cáliz a un anticuario, al que no le hayan robado alguna pieza de sus obras antiguas en toda su historia, o que no haya cubierto de chafarrinones ultrabarrocos alguna joya gótica. Por un poner.

¿A qué viene eso de marcarnos a fuego el sambenito de «desidiosos» a los aragoneses? 

Para que se vea que en todas partes cuecen habas, y en algunas a calderadas, os traduzco un fragmento del libro  «El salvament del patrimoni artístic catalá durant la guerra civil«, de Miquel Joseph i Mayol (1971). Se trata del relato de un episodio de salvamento artístico llevado a cabo en los primeros días de la guerra por la Sección de Monumentos de la Generalitat, que procuró poner a salvo de la quema todo lo que pudo. Esto es lo que cuenta de lo realizado en la catedral de Barcelona:

Personal especializado se ocupó de desmontar los grandes retablos góticos, las grandes estructuras barrocas y parte del mobiliario del culto […].

Después se procedió a una minuciosa limpieza: recogieron todos los trastos viejos, especialmente gran cantidad de madera inservible que se había acumulado a lo largo de los años y cualquier otro tipo de materiales inútiles, inflamables, para evitar el peligro de incendio y la integridad de la grandiosa construcción de la Seo.

Durante la limpieza se descubrieron diversos objetos de valor completamente desconocidos: un cofre árabe, de marfil, del siglo XIV; una magnífica espada, con la inscripción que da fe de haber pertenecido al condestable de Portugal, y, entre otras piezas, un retablo que resultó ser obra de Jaume Huguet, una de las mejores de la escuela catalana del siglo XV, el cual, vuelto del revés, de cara a la pared, servía como respaldo del banco de una capilla. Convenientemente restaurado en el taller del museo, el retablo recobró su magnificencia.

Se trataba de los restos del retablo de la capilla de San Bernardino, que hoy se conservan en el Museo de la Catedral. Me ha costado lo mío identificarlo, pues toda la bibliografía que tengo a mi alcance se cuida muy mucho de contar la peripecia sufrida por esta obra.

Ya ven, pues: en el principal templo de la capital barcelonesa, al cargo de canónigos de nivel, y no de simples párrocos de aldea, con recursos suficientes y no abandonado de la mano de dios en un remoto enclave rural, tenían una obra maestra del gótico hecha trozos, utilizada como respaldo de un banco.

Y, sin saber cómo ni dónde, ni siquiera conscientes de que existían, tenían también por allí una arqueta de marfil del XIV y la espada del condestable de Portugal…

¿Qué se diría de los aragoneses si esto hubiera pasado en la Seo? Buenooooo…

Pues de ahí viene el título del post, deliberadamente provocador. No pretendo decir que en la catedral barcelonesa fueran particularmente desidiosos; sólo hacer ver que nadie tiene derecho a tirar la primera piedra. Basta de paternalismos y de ínfulas de superioridad que llevan implícitas un profundo desprecio.

Mañana seguimos con otro ejemplo, éste muy sangrante; porque el que viene contado no es una excepción.

Y vaya desde aquí una tremenda colleja, una que deje a Amparo Baró a la altura del barro, hacia todos esos aragoneses que son los primeros en tirar por tierra nuestra autoestima y nuestro orgullo.

[Por cierto que el tal Joseph i Mayol… menuda pieza. Otro día comentaremos algo sobre él.]

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Apeles Fenosa, gracias

Durante la Guerra Civil hubo mucha gente, mucha, que se dedicó a destrozar el patrimonio o a robarlo: porque sí, como muestra de ‘venganza’ por odio largamente acumulado contra la Iglesia, para lucrarse con el expolio o porque, al decidir un bombardeo, si no importaban las vidas mucho menos habían de importar las piedras.

Pero también hubo otra mucha gente, mucha, que se afanó por salvar todo lo posible, y que a veces se jugaron el pescuezo en el empeño. Sobre estas aventuras se han hecho en los últimos años varios documentales, organizado exposiciones y escrito libros, si bien me parece que es una epopeya aún no suficientemente conocida, y menos agradecida.

Se ha hecho famosa la operación de salvamento de los cuadros del Museo del Prado, pero de lo que ocurrió en la mayor parte de España todavía no se sabe apenas nada. Desde luego, en Aragón estamos casi ayunos de noticias.

Por eso me gustaría compartir con vosotros un episodio protagonizado por el escultor catalán Apeles Fenosa, que intervino en el rescate de algunas piezas aragonesas. Es una entrevista que le hicieron, en diciembre de 1936, en la revista Mirador. Os reproduzco algunos fragmentos, y luego comentamos. La cita es larga, pero merece la pena leerla. Y luego añado un par de reflexiones.

En fin, otro «post-tocho» de los míos… pero creo que el tema es interesante y da mucho juego.

El artículo se titula «Cataluña ha salvado en Aragón un tesoro artístico«, y son palabras de Apeles Fenosa:

–Nosotros procuramos salvar el tesoro artístico de Huesca y de Zaragoza, superando en todo lo posible la destrucción de la guerra y de la revolución. Procuramos salvarlo y, después, acabada la guerra, lo devolveremos, restaurado y hechas las obras necesarias de conservación, al pueblo de Aragón, como homenaje, como prenda de hermandad y de solidaridad del pueblo catalán –ha dicho el escultor Apeles Fenosa, miliciano de Cataluña, valiente luchador de nuestra causa, salvador, hoy, de un inmenso tesoro artístico en la provincia de Huesca.

[…]

–Es una tarea ingrata y que no es comprendida por el pueblo. Un día me matarán, confundiéndome con un ladrón, con un aprovechador del pillaje. Ingrata por culpa de los que no comprenden. Ingrata por culpa de los de mala fe y de los ignorantes, y de los que sabiendo lo que vale todo esto, sin haber hecho nada para salvarlo, cuando lo ven salvado te acusan de ladrón y de vampiro de un pueblo.

>He recibido una carta –se explica— de un individuo que nos acusa, a todos los catalanes, de aprovecharnos de las circunstancias actuales para expoliar a un pueblo que no sabe lo que tiene. Nos trata de fenicios, de piratas del arte y no sé de cuántas cosas más. Como el de esta carta hay muchos. Pero ellos no han hecho nada por ayudarnos; nada para salvar nada. Son los eternos criticadores e incapaces, por cobardía, de emprender esta tarea por su cuenta.

>Llegamos a Grañén cuando se partían los trozos de un retablo magnífico, espléndido, para hacer leña. Trozo a trocito lo recogimos, aprovechando hasta la última astilla. Pero lo mejor, lo más valioso, ya está perdido.

>En Lanaja, ya el viento se habrá llevado las cenizas de un importantísimo tesoro, de un extraordinario tesoro conocido en todo el mundo. Hemos salvado tan sólo dos retablos muy buenos de principios del siglo XV- Yo sé que la historia me ha de agradecer las angustias y malos ratos que pasé para salvarlos.

>En Tardienta, “Shum” salvó algunas cosas y estuvieron a punto de fusilarlo. No lo comprendían.

>A Pallaruelo de Monegros llegué un mediodía con el coche de un médico, pues mientras hay tanta gente haciéndose los chulos, nosotros estamos salvando millones y millones y no tenemos forma de encontrar un vehículo. Encontré un retablo formidable de diez metros de alto, desmontado y en el patio del Comité. ¡Lo querían para hacer leña en el invierno! Después de pelearme con todo el mundo y de pasar casi por fascista, conseguí meter tres piezas dentro de la iglesia. El Comité me prometió que pondría el resto a salvo de la lluvia, mientras yo iba a buscar un medio de transporte. Temía la lluvia; fui todo lo deprisa que pude, pero llegué en el preciso momento en que estallaba una tormenta y casi deshacía el retablo. Entonces, el Comité, al que yo había prometido maestro y biblioteca, no me dejó coger el retablo mojado porque decía que quería a cambio una camioneta. “Pero si esto para vosotros no vale nada; lo dejáis que se moje y se estropee”, les dije. “Para nosotros no; pero vale para leña. Se ve que para usted vale mucho. Páguelo, pues”. Y como no tenía una camioneta que darles, allí se quedó el retablo. ¿Qué valor representaba? Era una joya y, bajo la lluvia y el sol, no quedará nada.

>En las cercanías de Barbastro. Tres meses de revolución. Cartas escritas protestando airadas de los supuestos expolios. Pues bien: en la iglesia de San Francisco encontré ocho retablos que no cambiaría por ningún Fra Angélico. Estaban mezclados con la leña para quemar. Avisé a las autoridades para que salvaran aquello. Vino un individuo y, en lugar de ayudarme a encontrar los trozos que faltaban, avisó al Comité diciendo que allí había un tipo que quería robarles un tesoro. Un tesoro que hacía tres meses que estaba allí para leña y del cual ya habían quemado parte.

>Y después, todavía, los incomprensivos de Cataluña. Aparte del PSU y de otros compañeros que comprenden estas cosas, y de un pequeño apoyo por parte de la Generalitat, ¡cuántas amarguras! ¡cuántas indignidades! De Lérida a Igualada, llevando un cargamento de retablos, nos persiguieron a tiros. Sabían lo que llevábamos y se lo querían quedar.

>Tenemos intención de devolver solemnemente, restaurados y conservados, los retablos aragoneses. Esto pertenece a un pueblo y tiene derecho a tenerlo. Cataluña tendrá el honor de haberlo salvado, haciendo una obra de civismo. Crearemos en Aragón un Museo de Arte Aragonés. Ya tengo casi el sitio escogido. Creo que lo conseguiremos. Pero si la desconfianza crece, se lo tendremos que devolver tal como está. Y dejar que se pierda todo este tesoro. Ellos se lo habrán ganado. Pero a pesar de todo, creo que sabrán comprender nuestro esfuerzo y, a la vez, la honorabilidad de nuestras intenciones. Y que no permitirán que unos tesoros que pueden constituir su orgullo el día de mañana, desaparezcan lastimosamente en mitad de las pasiones que, justificadamente, despierta la lucha antifascista.

Nuestro trabajo y nuestros desvelos se verán recompensados con creces el bendito día en que podamos hacer la ofrenda al pueblo de Aragón, juntamente con su libertad, de los grandes tesoros artísticos, hechas las obras precisas de restauración y conservación, como una prueba bien patente de solidaridad y hermandad.

 Todas las obras que nombra Fenosa, de Grañén, de Lanaja, de Pallaruelo de Monegros… están conservadas en su lugar o en los museos de Huesca o Zaragoza. Así que volvieron. Fenosa se peleó con la incomprensión de todos: de los milicianos y comités, de los aprovechados del camino… bueno, ya lo relata él con mucha viveza, harto de pelearse contra todos y contra todo, lleno de buenas intenciones… que jamás se cumplieron y que tal vez pecan de paternalismo (mucho me temo que agrandado por el redactor de la noticia), pero que yo me creo, después de conocer su biografía y sus historias en el exilio. Porque tuvo que exiliarse, claro.

Él dice, en un momento: «Yo sé que la historia me ha de agradecer las angustias y malos ratos que pasé para salvarlos». Pero nadie le agradeció nada, que yo sepa. Ahora ya es tarde, pero quizá debería honrarse su memoria.

Es odioso que a los aragoneses nos traten de descuidados, desidiosos con lo nuestro, paletos… y todas esas lindezas que nos regalan nuestros vecinos catalanes de vez en cuando (y que nosotros mismos nos adjudicamos demasiado a menudo; es buena la autocrítica, aunque malsano automachacarse de esa forma); pero también es igualmente odioso que nosotros tildemos a nuestros vecinos catalanes a toda hora de ladrones, aprovechados y jetas.

Lo del litigio de los «bienes de la Franja», como lo de otros bienes que no entran en ese litigio pero que habrían debido hacerlo, como los de Sijena, es un caso que se ha envenenado malamente y con malas artes, pero eso no debe hacernos generalizar a la brava. (Aunque, eso sí, yo seguiré afilando el colmillo con los responsables de cualquier expolio de nuestro patrimonio: una cosa no quita la otra.)

En lo poco que vale, vaya desde aquí mi sincero agradecimiento a Apeles Fenosa. Gracias, amigo: bendita sea tu memoria. También, y junto contigo, mi agradecimiento y admiración al chófer que protagonizó este hecho que una vez contaste (y que he extraído de aquí):

Un día, en un pueblo de Aragón, [Apeles Fenosa] fue denunciado por unos traficantes que habían organizado un golpe con el POUM-28 porque creyeron que era un sacerdote. El camión estaba cargado y listo para arrancar. Apel·les se encontraba solo con el chófer. No iban armados. Se pusieron en camino para volver a Barcelona. A cierta distancia del pueblo fueron detenidos, en la montaña, entre Tàrrega y Cervera. Uno de los bandidos subió al camión y se sentó entre el chófer y Apel·les. Armado con un revólver, exigió al conductor que cambiara de dirección para poder encontrarse con sus cómplices, que le esperaban para robar el cargamento. Cuando el camión llegó a un lugar muy peligroso —una curva sobre un precipicio—, el chófer dejó el volante, cruzó los brazos y ordenó al bandido que tirara el arma. Y lo hizo inmediatamente. Apel·les me contaba a menudo este momento trágico; sentía una viva admiración hacia el chófer que, arriesgando sus vidas, salvó el cargamento.

No sabemos su nombre ni su procedencia, pero simboliza a todos los que en aquella maldita guerra se la jugaron por salvar «cuatro tablas viejas». Muchas cosas se perdieron pero… ¡cuántas otras se salvaron!

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Abundando en el tema…

Conviene leerse este artículo:

L’Arxiu de la Corona d’Aragó. Diferents arxius sota un mateix nom

Lo publicó en marzo de 2007 Joan Antoni Jiménez, presidente de la Associació d’Arxivers de Catalunya, y me han interesado en él varias cosas:

1) Que él mismo comenta, al principio del artículo, que el hecho de la inclusión de la mención al «Archivo Real de Barcelona» en el redactado de la disposición correspondiente del Estatut «puede ser discutible» (pag. 1, tercer párrafo).

2) Que el pie de foto de la primera página dice: «La constitución del patronato del Archivo de la Corona de Aragón no resuelve la cuestión de la ubicación de los fondos diversos que lo integran«, o sea que no hablamos de manera vaga ni metafórica cuando decimos que el archivo se va a desgajar. No se trata solo de un mero cambio de titularidad o de protagonismo en la gestión, sino de sacar del archivo la mayor parte de sus fondos.

3) Que recoge fil per randa las conclusiones de la publicación que en varias ocasiones enlacé ayer, la de Ramon Planes y Albet, en relación a cuáles deben ser los fondos regidos por el Patronato, cuáles por la Generalitat y el Estado conjuntamente, y cuáles solo por la Generalitat. Conclusiones que, aun siendo muy discutibles, han sido despreciadas olímpicamente por la Generalitat, que ningunea a sus propios técnicos.

y 4) Que, para ostentar un cargo de tanta relevancia en este tema como el de ser presidente de la Asociación de Archiveros, D. Joan Antoni Jiménez demuestra tener muy poquito claras las cosas, y desde luego se hace un barullo impresionante con la historia. Vean, si no, este fragmento que reproduzco, traducido (pag. 2, segundo párrafo):

Si repasamos la historia de la formación de este archivo, veremos que en los inicios, hacia los siglos IX-X, cuando su nombre era Archivo Real de Barcelona, custodiaba la documentación de los condes de Barcelona y de los reyes de la casa de Barcelona, como también la de sus sucesores en el título condal hasta la unión con Aragón.

Creo que no se pueden decir más burradas en menos líneas. Y no las dice mi vecino del quinto, ni uno que pasaba, ni un troll en un foro: las dice, les recuerdo, el presidente de los archiveros catalanes.

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ACA-bóse

Hace años, mi hermano devolvió a Plaza y Janés una «Enciclopedia Escolar» que había comprado para los críos porque en el tomo de Historia se hablaba todo el rato de la «Corona catalano-aragonesa», de los «conde-reyes de Cataluña-Aragón» y lindezas parecidas, amén de numerar a los monarcas aragoneses por el ordinal cambiado «a la catalana». Recuerdo que la genealogía de los reyes de Aragón quedaba reducida a una birria churrutera: todo era de Navarra o de Catalunya, pero de ese territorio marciano que resulta que está enmedio, y para el que solo caben calificativos despectivos, al parecer no se sabía nada.

A raíz de aquello me publicaron en el Heraldo un artículo titulado «Aragón se esfuma de la Historia«, en el que recordaba que fue en mis años de Instituto, y gracias a mi querido profesor Joaquín Vispe, cuando me enteré de que nuestros vecinos orientales iban borrando, a poc a poc, de forma sutil pero insidiosa, los rastros de la presencia aragonesa en la historia medieval para acrecentar y magnificar así la suya.

Me ilustraron aquel artículo con un baturro vaporoso tocando la bandurria.

Y en algo así nos estamos quedando: aquel dibujico fue profético.

Hace muchos años que la Generalitat catalana y los profesores, intelectuales y técnicos de incontestable adhesión al régimen van haciendo una labor —a poc a poc— en diversos frentes para consumar un expolio hondo y definitivo de lo aragonés: se trata de ir introduciendo su «nova visió històrica» en libros (sobre todo, los de enseñanza), publicaciones académicas, folletos turísticos, medios de comunicación… de manera que va calando, a poc a poc, en todo el Estado una serie de conceptos que ningunean, o mejor, anulan por completo el protagonismo aragonés en la historia medieval hispana.

Finalmente se ha dado el paso al corazón de la bestia y esta vez no se ha hecho a poc a poc, sino a més a més y a la brava: va a desgajarse, aún no sabemos cómo pero seguro que no a favor del rigor histórico, el Archivo de la Corona de Aragón.

En Cataluña llevan años y años preparando el tema. Se cuenta para ello con una ventaja enorme: casi nadie sabe, ni le preocupa, de qué cognio estamos hablando ni qué más da el rollo malayo ése de unos papeles viejos. ¿Archivos? Buah, menudo coñazo: que los quemen, oiga.

Y, bueno, pues con ese desprecio han contado para conseguir que se haya armado una trifulca horrorosa, pesada, omnipresente y larguísima sobre el tema de que si Cataluña era nación o no lo era, mientras que de tapadillo y a lo somarda, sin ocupar un puñetero titular en primera página, ni un minuto en la tele ni en la radio, se ha liquidado de un plumazo el sentido y la integridad del Archivo de la Corona de Aragón. Hala, a cascala.

Un titular en el Heraldo, otro (por supuesto, no en portada, a qué fin) en El País, algún comentario desde la carcundia, y pasado mañana a otra cosa. Sobre todo, teniendo en cuenta que ahora mismo se acaba de dar «un revés a Cataluña» con el tema de los bienes, y no es buen momento para que la opinión pública esté receptiva ante «otra queja de los pesaos de los aragoneses, que siempre se están quejando por todo, qué cargantes ya con Cataluña, aj».

Pues, en fin, el del ACA (Archivo de la Corona de Aragón; aunque me juego el cuello a que esta denominación tiene los días contados) es un tema con bastante más trascendencia que la cansina consideración oficial de Catalunya como nació o como patio de vecinos.

Vean: esto es lo que acaba de validar el Tribunal Constitucional, desestimando la reclamación hecha por Aragón y Baleares, o sea, la disposición adicional decimotercera del Estatut de Catalunya:

Los fondos propios de Cataluña situados en el Archivo de la Corona de Aragón y en el Archivo Real de Barcelona se integran en el sistema de archivos de Cataluña. Para la gestión eficaz del resto de los fondos comunes con otros territorios de la Corona de Aragón, la Generalitat ha de colaborar con el Patronato del Archivo de la Corona de Aragón, con las otras comunidades autónomas que tienen allí fondos compartidos, y con el Estado, por medio de los mecanismos que se establezcan de mutuo acuerdo.

Estas escuetas líneas, que parecen nada, significan que nos hemos quedado sin archivo. No lo digo yo, lo dijo Carlos Laliena en el Heraldo hace no mucho, que guardo el recorte; y Carlos Laliena es uno de los mejores medievalistas de España:

La Generalitat parece admitir el principio de gestión compartida, pero la cláusula inicial vacía de contenido el texto, pues el Archivo Real es, justamente, el que contiene los «fondos comunes». Una vez transferido a la Generalitat, el Patronato tendría capacidad para supervisar… prácticamente nada.

Les vuelvo a copiar el texto, para que no nos perdamos: «Los fondos propios de Cataluña situados en el Archivo de la Corona de Aragón y en el Archivo Real de Barcelona se integran en el sistema de archivos de Cataluña».

Es torticero y borde mentar el Archivo de la Corona de Aragón y el «Archivo Real de Barcelona» como si fueran dos cosas separadas, que no lo son. El Archivo Real, que no era DE Barcelona sino que estaba EN Barcelona, que no es lo mismo, es una sección del ACA, justamente, como dice Laliena, la más valiosa y la que guarda principalmente (aunque desde luego no sólo) los fondos comunes de lo que fue la Corona.

Y ahora ese tesoro, uno de los fondos de documentación histórica más importantes del mundo, se va a romper: el TC ha dado vía libre a que se desgajen de él los «fondos propios de Cataluña».

¿Qué es eso de tener la jurisdicción sobre los «fondos propios» de ese Archivo? ¿Cómo se determinará cuáles son esos fondos? ¿Se elegirán los que contengan la palabra «Cataluña» en el texto? ¿Los que contengan cualquier topónimo de la actual Cataluña? ¿Los que estén firmados en Barcelona?

Si es esto último, apañados vamos, pues se generó muchísima documentación en la ciudad condal… solo que era documentación referida a toda la Corona.

Ahora ya no vale la «unidad de colección» que manda preservar el ICCOM, y a la que con voces de horrorizadas plañideras se acude, machaconamente, como excusa primordial para no devolver los bienes eclesiásticos de las parroquias aragonesas: ¡¡Toquemos a somatén!! ¡¡La unidad de colecció del Museu de Lleida, Diocesá y Comarcal es intocable!! ¡¡Uno no se puede pasar por el forro las directrices del sacrosanto ICCOM!!

Bueno, no se las puede pasar uno… salvo que se tenga peso político suficiente en Ejpaña como para hacerlo. Y Catalunya lo tiene. Así que, en este caso concreto concretito, nos olvidaremos del ICCOM. Ale, hop. El que diga lo contrario, no es porque tenga algún argumento o razón de ningún color: es que será un catalanófobo y un facha.

Lo gordo es que, rizando el rizo, sobre este tema la Generalitat ha pasado olímpicamente de las recomendaciones de sus propios archiveros, uno de los cuales, Ramón Planes i Albets, ocupa un alto cargo en la Dirección General de Patrimonio Cultural de esa misma Generalitat y es principal autor de un librito, «L’Arxiu de la Corona d’Aragó. Un nou perfil per a l’Arxiu Reial de Barcelona» (está aquí, en el num. 3 de la «colección de textos»), que por pura casualidad me leí de cabo a rabo hace unos días, mire usté por dónde.

Mientras me leía el librito en cuestión me iba subiendo por las paredes, porque en él se esboza una historia del Archivo que es pa mear y no echar gota. Con mucho tonillo pretendidamente académico y riguroso, pero falso total. Luego me entero de que es la versión imperante en Cataluña: el Archivo Real no se creó en 1318 por Jaime II, qué va, por dior: arranca de un supuesto archivo condal en el siglo IX, tesis que ha negado toda la historiografía habida y por haber con argumentaciones sólidas… pero inútiles, porque se enfrenta a la tenacidad de los jerifaltes vecinos, empeñados en mantener contra viento y marea que esto sabe a jabón pero es queso. Y a ese queso, es decir, a ese supuesto archivo condal primigenio, es al que «se irían incorporando» los registros de la Cancillería Real.

En cualquier publicación que uno se topa sobre el particular, en el ámbito catalán, se mantiene esta tesis –insisto, más falsa que un euro de veinte céntimos–, que obvia la previa existencia de archivos en San Juan de la Peña y en Sijena, y también la fecha archiconocida de creación del archivo como tal: compruébenlo en esta página, por ejemplo, aunque hay muuuuchas otras.

Que me subía por las paredes, digo, con aquel librito y sus lindezas. Me parecía una barbaridad que todo el rato (cosa que también sucede en otras muuuuuchas publicaciones) se aludiera al archivo como «el impropiamente llamado Archivo de la Corona de Aragón», que, según la historiografía catalana más divulgada, es una denominación espuria e impuesta tardíamente que no ha hecho otra cosa que confundir a la opinión pública, haciendo creer que, por el hecho de figurar en su nombre, Aragón allí pinta algo.

Porque el Archivo de la Corona de Aragón no es tal. No, señores. Es otra cosa. Es un conjunto de documentación inmenso del que, como fondos comunes, no hay más de un 30% del total. El resto, catalán de pura cepa, de la seva, que a la que te descuidas te canta Els Segadors.

Ciertamente hay muchas cosas guardadas en ese archivo que no tienen res a veure con la historia de la Corona; por ejemplo, y como anécdota, se guarda allí la documentación del Gremio de Confiteros de Barcelona. Pero es que no estamos hablando de la morralla: estamos hablando de que se pretende meter mano y desgajar una documentación valiosa que ha de servir, como se dice en el repetidamente mencionado librito, «para el proceso de reconstruccion nacional y cultural de Cataluña».

Esto es, para considerarla de muy otro modo… que no tiene nada que ver con la historia.

Aún así, esta publicación de los archiveros (que contiene muchas cosas con las que afilar el colmillo, pero no me voy a extender más, que bastante rollo llevo ya), consideraba que el Archivo Real era intocable, una parte que claramente debía regirse por el Patronato de las cuatro comunidades autónomas herederas (en fin) de la Corona aragonesa, porque sus fondos eran comunes.

Pues ni eso ha respetado el Estatut, miren ustedes: también, como ven (y pasándose por el arco del triunfo, detrás de las recomendaciones del ICCOM, las de sus propios arxivers), ha de meter su zarpa en ese fondo excepcional para gobernar en él en exclusiva, en la parte, no sabemos cuál, que se decida que es «propiamente catalana». Y no sólo decidir sobre ella, sino hasta cambiarla de sitio. Que también eso se lleva tiempo preparando a poc a poc.

Y todo esto, ¿por qué?

Pues para acrecentar les Glòries Catalanes. Y, de paso, el Arxiu Nacional de Catalunya. Pónganse en pie y llévense la mano al pecho:

Ya tienen una ley (¡del año 2001 y no nos hemos despeinao!), la de Archivos y Documentos, que declara en su artículo 20 nada menos que lo siguiente: 

1. El sistema de Archivos de Cataluña está integrado por los archivos siguientes:
a) El Archivo de la Corona de Aragón.

¡Toma castaña! Y nosotros, creyéndonos que el Constitucional sirve de algo…

Cataluña una, grande y libre. Aragón, que se esfume ya definitivamente de la historia de una puta vez. Que estoy harta de llevarme disgustos.

(Y mi hermano, devolviendo enciclopedias, el muy Quijote… ¡Vivan los baturros vaporosos!)

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No tienen pruebas

Cuando no se tiene una buena razón, un buen argumento, es frecuente que se recurra a numerosas pequeñas excusas, como si sumarlas equivaliera a tener una grande y poderosa. «No puedo ir a tal sitio porque estoy enfermo» no es lo mismo que «No puedo ir a tal sitio porque se me va a hacer tarde, y además me duele la garganta, y mi chico el pequeño tiene un cumpleaños, y no tengo nada que ponerme, y los días impares me traen mala suerte«. En este último caso, o la razón para no ir no existe o es inconfesable.

Eso es lo que les pasa a los que pretenden retrasar al máximo o negarse a devolver los bienes eclesiásticos de las parroquias aragonesas que están en el Museo de Lérida: si pudieran acreditar que las obras son suyas, lo habrían hecho hace mucho tiempo. Pero como no pueden, las excusas son muy diversas:

..que el Obispado de Lérida es legítimo dueño de las piezas y puede demostrarlo con papeles, lo que pasa es que nadie las quiere tener en cuenta, porque todos los encargados de juzgar el proceso son unos vendidos, anticatalanes o pertenecen a una oscura trama urdida por el Opus;

..que no pueden presentar la documentación porque está en una notaría de Barcelona y tenía que haber sido la jueza la que la pidiera, una jueza cuya imparcialidad es dudosa porque está pendiente de un traslado a Zaragoza;

..que, aunque no fueran los propietarios, las piezas habrían pasado a ser suyas porque las tienen en Lérida desde hace muchos años sin que nadie las haya reclamado;

..que esto no es un tema de jurisdicción eclesiástica sino civil;

..que merecen tenerlas porque si no fuera por ellos las obras se habrían perdido, pues los aragoneses no sabemos conservarlas, que somos unos paletos y unos dejaos;

..que a los sucesivos obispos de Lérida que han afirmado que las obras están en esta diócesis en calidad de depósito los había puesto ahí una especie de mano negra;

..que no se puede disgregar una colección porque lo dice el ICCOM;

..que no se puede devolver nada porque las piezas están catalogadas como patrimonio catalán;

..que no se puede devolver nada porque el Museo de Lérida ya no es solo diocesano, sino «diocesano y comarcal», y que no depende solo del obispo, sino de un patronato;

..que todo aquel que dice algo en contra de sus tesis es anticatalán y facha…

Vamos, que cuando no hay un buen agarradero se inventa uno veintisiete. Con el riesgo de contradecirse, claro.

La sentencia de la juez Beatriz Terrer es larga, pero clarísima. Un poco durilla de leer, como lo es todo el lenguaje jurídico, pero se entiende todo perfectamente: quizá al redactarla se tuvo en cuenta que se publicaría en todos lados, que la leería mucha gente, y se esforzaron en hacerla bien comprensible.

Lo bueno de esta sentencia es que no solo desestima la demanda de los Amics, diciendo que no ha lugar apelar al derecho de usucapión (tenencia pacífica y prolongada de un bien sin que nadie lo reclame) porque les faltan requisitos básicos que pide la ley, señaladamente la demostración de que esos bienes se han tenido «como dueño»; sino que, para argumentar la falta de este requisito se detallan muchos factores que demuestran que en todo este tiempo se han tenido en depósito.

También se reprocha veladamente a los Amics el descuido en presentar la documentación de la demanda: varias de las referencias que se dan en el inventario de las piezas son erróneas, están claramente confundidas o son inidentificables con nada, pues donde dice que es una talla de estuco acude uno a comprobar y se trata de un cáliz; donde dice qeu es una pintura de San Pedro resulta que en el catálogo aparece una ménsula de piedra, o donde se dice que es una escultura de San Miguel resulta que la referencia corresponde a unas tejas romanas, entre otros casos.

Para que luego nos vayan tachando a los demás de descuidados…

El tema de la tan traída y llevada «negativa de la jueza» a consultar una documentación importantísima que acredita la propiedad de esos bienes para el Obispado leridano, y de la que únicamente se dice que pesa 40 kilos, es bastante chocante. No se admitió a consulta porque no se presentó «en tiempo y forma». Yo no me puedo creer que si cuentan con una documentación que acredita la propiedad no la hayan presentado no ya para este juicio, sino en ningún momento a lo largo de los 15 años que lleva en marcha el litigio. A mí me suena a camelo, y tiene toda la pinta de no ser otra cosa que una excusa más a la que agarrarse para recurrir y continuar aplazando la devolución de los bienes sine die.

Además, se plantea una cuestión muy importante, y es que para enajenar de cualquier modo un bien eclesiástico, según manda el Derecho Canónico, ES PRECEPTIVO CONTAR CON LICENCIA DEL SUPERIOR JERÁRQUICO, que en este caso, siendo una «compraventa» realizada por un obispo, sería el Papa. Y de esas licencias, ni rastro. Ni están, ni siquiera nadie ha dicho que estén. De ello, la jueza  deduce, con buen criterio, que hay dos posibles opciones para lo ocurrido: una, que los obispos leridanos que recibieron los bienes de las parroquias lo hicieron como administradores de los mismos, con la finalidad de preservarlos o guardarlos, o con afán didáctico, pero no «en concepto de dueño», sino «manteniéndose el dominio en las parroquias»; o, dos, qeu tanto el obispo Meseguer como sus sucesores

con una evidente carencia de buena fe (por tener perfecto conocimiento de que se estaban vulnerando las normas canónicas que regían la enajenación de bienes, normas esenciales que debían ser conocidas por un obispo), realizaron con los párrocos enajenaciones no admitidas por la ley canónica, consideradas nulas por no concurrir la preceptiva licencia de la Santa Sede.

Toma ya. Y añade:

no obstando a esta conclusión el hecho de que se entregara por el obispo dinero u otros bienes sin ese valor histórico artístico a las parroquias, o se costeara por la Diócesis alguna obra en la iglesia respectiva, por cuanto esos actos entraban dentro de las facultades de administración reconocidas por el Derecho Canónico al obispo.

Después de todo esto, ¿cómo no va a desestimarse la demanda?

Digan lo que digan, esta sentencia es un varapalo tremendo para las tesis leridanas. Y ahora ya se van quedando sin excusas: ¿no tenían tanto empeño en acudir a un tribunal civil, porque muchos consideraban inválido y trasnochado todo lo que dijeran las instituciones eclesiásticas y los decretos de la Santa Sede? Pues esto es lo que les ha dicho un tribunal civil. Y de Lérida.

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