Días de hospital

Mi padre está en casa. Le han dado de alta en el hospital. Ingresó de urgencia el lunes pasado pero la cosa ha ido bien y en poquitos días nos lo han devuelto, así que, pasado el susto, estamos contentos. Como todo ha ido viento en popa, ha sido fácil estar atento a todo lo que por allí pasaba. Y pasaban muchas enfermeras (a quienes mi padre llamaba «modistillas que van siempre con la aguja, para hacer de mis brazos una tela llenica de agujeros», y les decía majas y les hacía bromas para que se rieran), y médicos, y asistentes y personal de limpieza, todos haciendo su curro con mejor o peor cara, que cada uno tiene su manera de ser, pero lo mejor que sabían: profesionales todos sin tacha.

Pasaban también los vecinos de habitación, porque hemos tenido la suerte de que al lado estaba ingresado un señor de Tauste, Jesús, que es tan majo y tan buena gente como toda su familia, en especial Orosia, su mujer: estos días Orosia ha sido una compañera tan buena… Me hablaba y trataba como si fuera una de sus hijas. No se puede dar idea de cómo se lo he agradecido ni del cariño que me inspira.

Han pasado amigos, familiares… todos con ganas de hacerle saber a mi padre, y de paso a nosotros, sus hijos, que nos quieren y nos desean lo mejor.

Así que una mala noticia, como fue el jamacuco que le dio a mi padre el lunes pasado, se ha convertido en una fuente de cosas que agradecer. La primera, el propio hospital y la labor de sus profesionales. Quizá la puñetera y resabiada crisis esté sirviendo al menos para que sepamos valorar lo que tenemos: un lujazo, señores, aunque las habitaciones sean pequeñas y estrechas, aunque las sábanas tengan roticos y las paredes desconchones en la pintura, aunque los sillones de los acompañantes sean tan duros y viejotes, que a algunos se les ve la espuma por las costuras (llevo los riñones al jerez), aunque las salas de espera sean cutres salchicheras.

Solo se me ocurre insistirle a la señora Rudi, a riesgo de ser machacona, que nos cuide lo que tenemos, que curre como está mandao por mantener y mejorar esta bendita sanidad pública. Supongo que no hace falta que le recuerde que es su obligación, pero se lo recuerdo: señora Rudi, es su obligación. La sanidad privada tiene sus dueños, gestores y gerentes; la pública es lo suyo, lo que a usted le compete, su responsabilidad, y en eso se tiene que volcar.

Gracias a todo el personal del Hospital Clínico Universitario «Lozano Blesa» de Zaragoza. Ole por vosotros. Ole con ole y con ole.

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Medias esponjas

He oído varias veces en la radio, en los últimos días, el «corte» de la intervención de Luisa Fernanda Rudi en «Los desayunos de TVE» sobre lo que se ha dado en llamar gestión combinada de la Sanidad Pública. O sea, que la atención sanitaria a cualquier ciudadano pueda hacerse tanto en hospitales públicos como privados, estableciendo la Administración autonómica convenios con estos últimos para que ello sea posible.

Ya se hace, en realidad, como ella misma comenta. Y no me parece mal: si en un momento dado se ve que «no se llega» en los hospitales públicos a atender a todo el mundo, y se generan grandes listas de espera, una solución rápida y eficaz puede ser esa. Ok.

Pero eso hay que pagarlo, ¿eh? No sale gratis. Como es natural: como cualquier otra empresa privada, el objetivo de los hospitales privados es ganar dinero, hacer negocio. Hasta ahí, todo comprensible y aceptable.

También dice Rudi que los hospitales privados gastan menos porque su gestión es más eficiente, frente al caso de cualquier gestión pública en la que se tiene más manga ancha (la expresión es mía) porque como el dinero público no es de nadie, pues todo va bien y se gasta con más alegría (otra expresión que utilizo yo, no ella).

El problema viene cuando, por un lado, se esgrime como argumento económico, en versión ahorro, para la Administración pública el recurso a lo privado; y, por otro, cuando se ponen ejemplos concretos del ahorro que se logra o se puede lograr ajustando gastos. Ahí ya su discurso se diluye, no concreta de verdad. Porque los ejemplos concretos (ya sé que repito esta palabra seguida tres veces: perdón) que pone no son nada significativos: hacer fotocopias por las dos caras o gastar menos en teléfono. Ay. Todos los problemas fueran como ése, que los solucionábamos en un pispás. Vaya, que nuestra presidenta no se ha querido mojar, y ha salido de puntillas sobre la cuestión. El ahorro, me temo, no va por ahí porque no puede ir por ahí. El ahorro va por otras vías… pero no pueden decirse, o a la población se nos pondrían los pelos como escarpias.

Los hospitales privados, lo hemos reconocido antes como algo completamente natural, van a hacer negocio, que es lo suyo. Si no, no se habrían montado. Y toooodos conocemos casos en los que alguien de nuestro entorno, o nosotros mismos, ha tenido que ser derivado a un hospital público, aunque hubiera iniciado su tratamiento por la privada, cuando las cosas pintaban mal. ¿Por qué sucede eso? Invito a la reflexión sobre el tema: ¿es porque los hospitales públicos gastan más de la cuenta o porque no escatiman en gastos cuando está en juego la vida de alguien?

Puede que a la Administración pública le resulte útil, práctico y rápido, como he dicho antes, recurrir en determinados casos a la privada para dar un buen servicio, pagando a tocateja por ello. Y me parece bien, lo digo de nuevo. Lo que no me parece bien es que se ponga como ejemplo de gestión a la sanidad privada, criticando por tanto a la pública, que es la suya, la de Rudi y la mía, la de todos. La sanidad pública será siempre deficitaria, igual que la educación, porque no están para hacer negocio, sino para prestar un servicio. Un servicio que pagamos todos religiosamente, con dinero nuestro y no de nadie, para tenerlo cuando nos haga falta y, solidariamente, cuando les haga falta a los demás.

Seguramente se podrá ahorrar, no digo que no. En fotocopias y en teléfono. Y en más cosas: mi prima Carmen estuvo hace poco ingresada en el Hospital Clínico de Zaragoza y se partía de risa, igual que el resto de los pacientes ingresados, cuando veía a las enfermeras afanándose en cortar por la mitad las esponjas con las que asean cada mañana a los enfermos. «Nada, que nos dicen que hay que ahorrar», comentaban viendo el escojono general.

Un hospital público tiene que tener una buena gestión, desde luego. Y ha de evitar gastos superfluos, por supuesto que sí. Pero a mí nunca me ha dado la impresión de que ni en el Clínico, ni en el Miguel Servet, ni en la Maternidad, ni en los centros de salud, ni en los de especialidades de zona, que son los que (por suerte) he usado o visitado más asiduamente, haya lujos asiáticos de ningún color. ¿De verdad que es ahí donde hay que recortar porque los gastos tontos son escandalosos? A mí se me ocurren varios otros sitios de la Administración donde poder meter la tijera sin ocasionar quebrantos notables al ciudadano. A la cabeza de cualquiera le vienen enseguida al menos media docena de sitios.

A la sanidad pública déjenmela en paz, por favor, y no la minusvaloren ni critiquen su gestión comparándola con los establecimientos creados para hacer negocio, porque jamás se podrán comparar. Y si en lo único que podemos recortar es en fotocopias, teléfonos y esponjas, la verdad es que podemos sentirnos orgullosos, muy orgullosos, de lo que tenemos.

Yo habría agradecido, sinceramente, a Luisa Fernanda Rudi que hubiera defendido, aun reconociendo cosas mejorables, lo que a ella le toca gestionar, que es lo público. Y que hubiera dicho en la tele que apuesta por ello y que se va a remangar como ella sabe hacerlo para que en Aragón tengamos la mejor atención posible, gestionada de la mejor manera posible, sin desmerecerla comparándola con la privada.

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El cuidado del patrimonio, un ejemplito

Manuel Iglesias Costa, tío de nuestro hasta hace poco presidente aragonés, publicó en los años 80 un estudio fantástico sobre las iglesias románicas del Alto Aragón oriental, esto es, del Sobrarbe hasta la raya con Lérida. Por razones de trabajo, me lo estoy empapuzando comme il faut y descubriendo muchísimas cosas; entre otras, la pasión que este hombre sentía por su tierra, que se trasluce a cada paso en el texto, escrito verdaderamente con amor. Jopé, qué tío. Bravo por él.

Ribagorzano de pura cepa, no es sospechoso de anticatalanismo. Sé poco de él, pero por lo que trasluce en sus escritos parece un hombre de paz. No echa leña ni romericos al fuego en lo que cuenta. Pero lo cuenta porque así es. Y me ha llamado la atención este pequeño pasaje en la introducción a su obra monumental antes citada, referida al Archivo de la antigua Catedral de Roda:

La dispersión de los fondos acumulados y la falta de un estudio diplomático completo hacen difícil su consulta, ya que una parte del archivo, la de mayor interés, fue trasladada a Lérida al suprimirse aquel cabildo, donde permanece aún sin catalogar y revisar debidamente. [El subrayado es mío.]

O sea, que a finales de los 80 el valiosísimo Archivo de Roda estaba en Lérida desde hacía siglos sin catalogar y revisar debidamente. ¿Pero no somos los aragoneses los desidiosos, los que no cuidamos nuestro patrimonio? ¿No se nos «recuerda» a cada pasito que si no se hubieran llevado las cosas a Lérida nos las habríamos dejado perder porque somos así de parcholos y estalentaos, incultos etc.?

Bueno, pues el valiosísimo –insisto– Archivo de Roda no está en un pueblete hecho ciscos, dejao de la mano de dios y sin presupuesto, sino en la sede de todo un obispado culto y atento a la preservación del patrimonio desde la gloriosa época del obispo Messeguer, allá por las últimas décadas del XIX. Cierto que han pasado una veintena larga de años desde que Manuel Iglesias escribió esas líneas, pero… ¿se han catalogado, revisado y publicado convenientemente sus fondos?

Que me parece que si en mi casa cuecen habas…

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De 40 años acá

Este era mi libro de lectura en 1º de EGB (con seis años, o sea, hace 40):

Y estas, las dos primeras páginas:

Estas son las dos primeras páginas del libro de mi hija Julia, en 1º de Primaria (fue también el libro que llevó, hace tres años, mi hijo mayor, Joaquín):

En algunas cosas (muchas, me atrevería a decir) hemos ido p’alante. Pero en otras…

Hoy por hoy, la escolarización no es obligatoria hasta los 6 años, así que en Infantil no es obligatorio tampoco, como objetivo de la etapa (que son tres cursos, ni más ni menos), que los niños aprendan a leer. Pero la mayoría de los chicos, a veces incluso al margen de los profes, aprenden a leer porque quieren. Tienen curiosidad, preguntan… ¿Qué pone aquí, mamá?

Lo han hecho mis dos hijos, y los dos son «normales», en el sentido de que no destacan especialmente sobre el resto. Son listos, sí, mucho (qué os voy a decir yo, que soy su madre), pero tendríais que ver a la mayoría de los compañericos… ¡más agudos que el hambre! También hay algunos que van más despacio, y esos reciben su apoyo. Pero leo cosas como esta, y me pregunto: ¿qué ocurre, que enseñar a leer y a escribir pronto a los niños es contraproducente para su desarrollo? No me lo puedo creer: pasan 6 horas diarias en el cole, en tres años que dura el ciclo de Infantil. Da tiempo para todo: para asambleas, para ver germinar las patatas, para dialogar, para jugar, para darle a la plastilina, para aprender a leer. Sin necesidad de presiones. Y la cuestión es que son ellos los que lo demandan… Mamá, ¿qué pone aquí?

Yo creo, simplemente, que estamos echando a perder un caudal enorme de curiosidad y ganas, de espíritu de aprendizaje, de necesidad de entender el mundo que les rodea, para cuya comprensión necesitan herramientas. Yo no quiero sapientines ni robots: quiero un desarrollo acorde con lo que ellos mismos piden y necesitan. Y un libro que cuenta una historia es mejor que uno que no cuenta nada. Se desorientan, se pierden. Se aburren.

Julia miraba, el primer día de curso, las dos primeras páginas de su libro de lectura y me decía, confusa: Pero mamá, ¿esto qué es?

Lo mismo me pregunto yo.

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Alberto Menjón, en el Auditorio de Zaragoza

El viernes, día 14, a las 19:30, Alberto Menjón tocará en la Sala Galve del Auditorio.

Estamos contando las horas. Será maravilloso.

Información en la web del Auditorio.

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La mala fe y las subastas

Hace dos años el Ministerio de Cultura adquirió en subasta, por 9.500 euros, una tabla perteneciente a un retablo gótico que se presentaba como «de escuela aragonesa» (ver). Tanto la Generalitat catalana como el Gobierno de Aragón habían mostrado interés por ella, al objeto de destinarla al Museo de Lérida, en un caso, y al de Barbastro en el otro, de manera que el Ministerio pidió a las dos administraciones autonómicas que presentaran un informe técnico que justificara sus pretensiones y los criterios sobre los que se basaban para querer quedársela.

Presentados los informes, ninguno pareció definitivo al Ministerio, que encargó otro por su cuenta al IPCE (Instituto de Patrimonio Cultural de España, antes llamado IPHE); y basándose en este último determinó, en abril del 2010, ceder aquella tabla gótica a Aragón.

Al conocer la noticia, en Lérida saltaron las alarmas: el 25 de mayo el Diario Segre publicó el artículo «Una obra que pedía Lleida, para Aragón» (el texto completo en catalán, aquí) y tres días después salió otro («El litigio y las subastas«) firmado por Alberto Velasco, conservador del Museo de Lleida y autor del informe de la parte catalana, que estaba indignadísimo. Este artículo es el que casualmente leí yo algún tiempo después, al buscar por la red datos sobre otro tema relacionado con los bienes aragoneses en Lérida.

El relato de los hechos que hacía el sr. Velasco dejaba en muy mal lugar a los aragoneses; pero les confieso que en un primer momento me sentí abochornada más que otra cosa, pues considerando que el autor es especialista en pintura medieval, di credibilidad a sus palabras.

No a todas, sin embargo. Había un dato que chirriaba muchísimo, sobre todo viniendo de un especialista como él. Afirmaba Alberto Velasco que se había dado cuenta de que aquella tabla, un Calvario, no era de un «anónimo aragonés», sino de

un pintor con nombre y apellido. Se trata de Pedro Espallargues, un maestro activo en las tierras de Lérida y en la Franja a finales del siglo XV, con retablos ejecutados para las localidades de Enviny, Son, Unarre, Vilac y Abella de la Conca.

(También realizó retablos para muchos otros pueblos aragoneses, pero vaya, dejémoslo de momento.)

Alberto Velasco decía, además, que al proceder a realizar el informe técnico para la valoración del Ministerio había encontrado «evidencias que demostraban que la tabla podía ser originaria de la iglesia leridana de Son«. En ese pueblo, en efecto, se conserva un retablo de estilo similar al del pintor de la tabla subastada, al que le faltan las tablas correspondientes a la parte baja (el banco o predela), algunas conservadas en los museos Maricel de Sitges y Diocesano de la Seo de Urgel, y otras desaparecidas.

Prosigue el artículo de Velasco:

Lo que yo proponía en mi informe es que la tabla vendida en Madrid fuera, precisamente, uno de estos compartimentos desaparecidos. Y lo hacía con argumentos muy muy contundentes, entre ellos la correspondencia exacta de medidas con las tablas de Sitges y de la Seo de Urgel.

Y se preguntarán, ¿cómo es que si había pruebas tan evidentes, la pieza se ha acabado entregando a Aragón? Yo también me lo pregunto, y más después de haber tenido acceso al informe que se redactó desde el gobierno aragonés. Lo califico de informe con mucha benevolencia, ya [que] tenía una página y pico de extensión, con un argumentario increíblemente débil, y estaba firmado por alguien no especialista en pintura gótica. Lo más «interesante» de este texto era que justificaba que la tabla procedía, cómo no, de Barbastro. Pero eso no es todo. Lo más surrealista es que se argumentaba que la tabla formaba parte de un retablo del que se conservan tres compartimentos en el Ayuntamiento barbastrense. Utilizo la palabra «surrealista» porque, atención, estos compartimentos no son obra de Espallargues sino de un pintor anónimo denominado Maestro de Vielha. En definitiva, un auténtico disparate y una opinión absolutamente tendenciosa que tenía como único objetivo hacer proceder la tabla, fuera como fuese, de Barbastro. Ciertamente, me sorprende ver cómo se puede llegar a manipular la evidencia y tergiversar la historia de una forma tan chapucera, y que encima, cuele sin problemas. Y después hablan de «mala fe».

Dardos envenenados aparte, puede que se hayan dado cuenta de dónde está el dato que chirría, porque es evidente no ya para cualquier titulado en historia del arte, sino para cualquier aficionado: la tabla que se subastó en Madrid era un Calvario; y los calvarios en un retablo no están nunca en el banco, en la parte baja, sino en el ático o remate. No todos los retablos culminan con un Calvario, hay excepciones; pero por más que me esfuerzo no encuentro ni un solo ejemplo de retablo que tenga esa escena en el banco, como pretende el señor Velasco… con el único argumento de que le coinciden las medidas.

Es posible que sea cierto que tenga «evidencias que demuestran» que esa tabla perteneció al retablo de Son, «argumentos muy muy convincentes» y «pruebas tan evidentes»; pero si las tiene, ¿por qué no las aporta, en lugar de limitarse a hablar de una coincidencia de medidas? Qué quieren que les diga, a mí eso sí me parece un argumento débil…

Mosqueada, he buscado más información sobre el tema y he encontrado cosas interesantes que, de paso, lavan la honra profesional del autor del informe de la parte aragonesa (que no sé quién es). Lo primero, que la autoría del retablo de Son no es segura, sino atribuida; y que hay bastantes retablos por ahí, dispersos por el mundo, que guardan evidentes parecidos con éste en su estilo, que se atribuyen por igual a Pedro García de Benabarre, a Pere Espallargues y… ¿a que no saben a quién? ¡Al Maestro de Vielha! Les pongo dos imágenes, para que puedan comprobarlo. La primera es del retablo de Escalarre, atribuida a Espallargues y conservada en el Museo de Dallas; y la segunda, del retablo de Vielha, atribuido al maestro que lleva este nombre. Observen el parecido de la primera, que es un San Juan, con el San Juan que hay, como debe ser, a la derecha de Cristo en la segunda:

¿Y por qué? Pues porque tanto Espallargues como el Maestro de Vielha debieron de ser discípulos y/o miembros del taller de Pedro García de Benabarre, importante pintor oscense del siglo XV, y el estilo de los tres guarda fuertes semejanzas, hasta el punto de que sobre muchas de las obras conservadas de cualquiera de ellos se mantienen serias dudas de atribución. ¿Procede, por tanto, calificar de «surrealista» la atribución hecha por los técnicos de la DGA de la tabla subastada al Maestro de Vielha, como hace el sr. Velasco?

Item más: las tablas que se conservan en el Ayuntamiento de Barbastro, que según Maricarmen Lacarra proceden de la iglesia del antiguo hospital de San Julián y Santa Lucía de esta ciudad, y que se atribuyen al Maestro de Vielha, guardan estrechas semejanzas tanto con las figuras de San Juan que les he mostrado antes como con las del Calvario que se representaron en la tabla subastada y adjudicada a Aragón. Lamento no tener mejor foto que esta, pero les animo a que busquen por su cuenta y lo comprueben:

Les recuerdo ahora que Albert Velasco califica esta atribución de «surrealista», y a los argumentos presentados, de «increíblemente débiles» y de «auténtico disparate», para concluir en que lo escrito en el informe era «una opinión absolutamente tendenciosa que tenía como único objetivo hacer proceder la tabla, fuera como fuera, de Barbastro». Habla también de tergiversación chapucera de la historia y de mala fe…

El tono de su artículo es tan contundente que de primeras tal vez no se repara en su absoluta falta de argumentos. Así que quienes aprovechan cualquier cosa para dar en cabeza a los aragoneses dieron por buena su versión, esta sí tendenciosa, y así se pudieron leer en los días siguientes airadas declaraciones sobre el tema por parte del presidente de la Diputación de Lérida, Jaume Gilabert, calificando de «grave error» la decisión del Ministerio de Cultura de «donarlo» a Aragón (cosa que también es incierta: el Gobierno de Aragón es quien paga la tabla, no el Ministerio; lo que éste hace es cedérsela por derecho de tanteo, no gratis), y achacando esa decisión a «partidismo de Madrid». En la prensa, por supuesto, se daba ya por sentada la atribución de esa tabla a Espallargues (¿basándose en qué?) y su pertenencia al retablo de la iglesia de Son.

También se pudieron leer ataques muy groseros hacia Aragón por parte de algunos indocumentados, que nos dicen que «de jóvenes robábamos melones, para practicar» y que lo sucedido con este tema es «de crónica de quinquis». Para que luego digan que los que insultamos somos nosotros.

El artículo de Alberto Velasco concluye afirmando:

Se ha cometido una grave injusticia y se ha acabado engrosando el patrimonio público aragonés gracias a la manipulación, las malas artes y la mentira. Alguno habría de dar explicaciones.

Eso me gustaría a mí: que «alguno» diera explicaciones de por qué, en lugar de dar argumentos sobre su hipótesis (pues lo suyo no pasa de ser eso: una hipótesis), se dedica a verter acusaciones, algunas muy graves, y a poner en entredicho el trabajo y la honorabilidad de los técnicos de la administración aragonesa, callándose lo que no le interesa, dando una visión tan sesgada… «y después hablan de mala fe.»

El caso es que el artículo de este señor sí que «coló»: a finales de diciembre de 2010, cuando la Diputación de Lérida se hizo con otro fragmento de retablo atribuido al mismo pintor, se comentaba en la prensa, como de pasada, que la Generalitat de Cataluña había impugnado la resolución del Ministerio que otorgaba la tabla gótica del Calvario a Aragón.

Me gustaría saber en qué ha quedado todo este asunto, si es que se ha resuelto ya, o qué vida lleva el caso, si aún está sin resolver. Porque si han atendido a los «argumentos» de Velasco… tendrá cuajo que sigamos hablando de mala fe.

NOTA BENE: les sugiero que echen un vistazo a la biografía que de Espalargues (sic) publica la página del Museo del Prado, donde aparece este pintor como oriundo de «Benabarre, Lérida». Y, de paso, les sugiero que consideren la posibilidad de que esa «villa de Molins que no se ha podido localizar» como patria chica de Espallargues, y que algunos interpretan como Molins de Rei (!), pudiera ser la pequeña localidad de Los Molinos de Betesa, en la Ribagorza. El «problema» de su origen, que se lee en algunos repertorios, no parece tal.

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…que tire la primera piedra

Ya he dicho varias veces aquí que me molesta sobremanera que a los aragoneses nos tachen de desidiosos respecto de la conservación de nuestro patrimonio, y aún más que nos tachemos de ello nosotros mismos. Nuestro expediente no es, desde luego, para enmarcar; pero tampoco es peor que el de otros. Como muestra, un botón: vean lo que escribía el historiador del arte Josep Pijoan (una biografía más completa, en catalán, aquí) en el tomo de la monumental obra Summa Artis dedicado al arte gótico (pag. 547), sobre el mercadeo y expolio de obras de arte en nuestro país:

Los objetos más preciosos que se pudieron trasladar se han exportado, y el saqueo ha ocurrido en nuestro tiempo. Las leyes regulando su exportación no eran muy estrictas y, además, se exportaban de contrabando sin dificultad; los intelectuales, que debían haber defendido el patrimonio artístico, fueron remisos, apáticos, pesimistas… Se reducían a protestar con un artículo de periódico que no pudiera ofender a nadie, cuando los objetos estaban ya en una tienda de anticuario de París o Londres.

El autor de este libro fue durante cuatro años -¡sólo cuatro años!- miembro de la Junta de Museos de Barcelona; pero ya no fue reelegido, por su impaciencia. Pudo ver cómo se exportaban de la Cataluña catalanista objetos de gran valor artístico e histórico, y hasta disponiendo de recursos -pues la Junta entonces ya tenía presupuesto crecido para adquisiciones-, las estatuas y retablos se escamoteaban, porque, al decir de la mayoría, «de aquello» siempre quedaría bastante.

No está mal la autocrítica: algunos deberían practicarla de vez en cuando. Y otros, no pasarse.

Sobre el tema de los responsables, ya sé que me repito, pero aun así no me resisto a decirlo de nuevo: qué fácil es machacar a los pueblos, que casi nunca pudieron defenderse y que sin embargo fueron los únicos que pusieron resistencia cuando se enteraron de que se les llevaban las piezas de las iglesias. Más que fácil, es gratis. Y qué pocas veces nos metemos con los verdaderos culpables, que fueron quienes tenían la cultura suficiente como para apreciar el valor de aquellas piezas y/o la pasta (más que suficiente, sobrada) para llevárselas. Por no hablar del poder para autorizar o protagonizar los expolios, o para beneficiarse de ellos.

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La portada de San Miguel de Uncastillo

Hace años, en mi única (hasta ahora) visita al Louvre, vi que las cartelas que acompañaban a la mayoría de las piezas de la sección de Antigüedades Egipcias informaban al respetable de que aquello se trataba de una «Donación del gobierno egipcio».

Casi me tuve que salir, de las arcadas. «Mais oui, mais oui, avec plaisir!«, imagino que dirían los egipcios de principios del XIX, encantados de la vida al ver cómo franceses e ingleses recogían amablemente todo ese montón de trastos viejos, miles y miles de piezas, que constituían los restos materiales de su antigua y brillante civilización, y se los llevaban de allí. Seguro, seguro, seguro que fue así. Agradecidos que estarían, es más, de que se rescatara todo aquel tesoro de sus estúpidas manos, que a buen seguro lo iban a echar a perder, y se lo conservaran en hermosas salas con la temperatura y humedad adecuadas, después de restaurarlas y todo.

Donación del gobierno egipcio… Hacen falta bemoles.

¿Nos suena esto de algo, a los aragoneses?

Hay un caso memorable, el de la portada de la iglesia románica de San Miguel de Uncastillo, que hoy figura como «donación» en su ubicación actual, el Museo de Bellas Artes de Boston; pero se trata de la donación de un particular, un tal Francis Bartlett: véanlo aquí.

Oficialmente, en efecto, fue ese señor quien donó la susodicha portada al museo. Pero se trataba de un apaño, de una trampa. Estas cosas suelen ser así, no se puede decir que sea literalmente mentira lo que se afirma, aunque el trasfondo del asunto sea muy otra cosa. Yo me acabo de enterar de las peripecias del caso de la portada de San Miguel y todavía estoy alucinando, así que se lo cuento a ustedes, p’a que alucinen también.

En realidad no lo cuento yo: lo cuenta muy bien y con detalle Eva María Alquézar en un artículo que publicó en la revista Seminario de Arte Aragonés hace once años. Les resumo lo fundamental porque resulta del mayor interés saber dos cosas: una, que el pueblo se opuso a que le despojaran de aquella portada; y otra, que en definitiva se trató de una exportación ilegal de una pieza de nuestro patrimonio histórico, llevada a cabo por el propietario de una librería de Barcelona, Salvador Babra.

En fecha desconocida, quizá con los líos desamortizadores del XIX, la iglesia de San Miguel se cerró al culto y se cedió o traspasó al Ayuntamiento de Uncastillo. Pero a comienzos de 1915 alguien se interesó por ella y el cura regente del pueblo, Carlos Quintilla, informó al pueblo de que estaba tramitando su venta. Como la situación era un poco indefinida, porque el edificio era y no era de la Iglesia, el cura ofreció dar al Ayuntamiento la mitad del importe de la venta.

En los plenos municipales se armó un cierto revuelo y el primer paso fue tratar de averiguar, con seguridad, cuál era el propietario legal de aquel inmueble, si la Iglesia o el pueblo. Mientras estaban en ello, consultando al obispo y a otras instancias, pasados unos meses el rector Quintanilla vino a presentarse de nuevo en la localidad con la mitad del importe de la venta, que ya había sido realizada: cuatrocientas pesetas.

El revuelo se convirtió en indignación. Copio lo que dice Eva Alquézar:

el consistorio decidió no aceptarlas [las 400 ptas] y solicitar al obispo la anulación de la venta, ya que se había hecho a espaldas del pueblo, existiendo muchos vecinos que pretendían optar a su compra. Se pidió que se vendiese la iglesia al Ayuntamiento, por la misma cantidad o mayor.

Como siempre, las protestas del pueblo no fueron escuchadas y la venta devino definitiva. O, al menos, lo fue la de su parte más interesante para los coleccionistas: la bella portada románica, cuajada de esculturas de gran singularidad iconográfica. De lo sucedido posteriormente, que se llevó con un oscurantismo tremendo, se deduce que la iglesia fue cedida en arriendo a particulares, que la convirtieron en vivienda; pero ya sin la portada, que fue desmontada piedra a piedra y trasladada a Barcelona, a un almacén del librero Salvador Babra.

Babra no quiso en ningún momento que nadie viera aquel tesoro; ni mucho menos los anticuarios y representantes oficiales de museos catalanes, para que no le presionaran con enojosas cuestiones legales. Él lo que quería era venderla en el extranjero, cabe suponer que porque esperaba que le pagaran mejor. Pasaron varios años de tentativas (William Randolph Hearst, por ejemplo, declinó la oferta) y para cuando se planteó la venta al Museo de Boston, en 1927, ya las leyes impedían la exportación de este tipo de bienes.

Babra había cambiado varias veces de ubicación la portada, para despistar. Y no estamos hablando de un libro o de una pieza cualquiera, sino de centenar y medio de grandes embalajes que pesaban toneladas. Las piedras venerables estuvieron sujetas a golpes, sucesivos traslados de acá para allá y almacenamientos en naves portuarias con un ambiente ideal, húmedo y salino.

Con todo el sigilo posible se llevaron, entretanto, las negociaciones con los agentes de Boston, en una peripecia novelesca que pone de manifiesto que tanto el vendedor como los agentes y los responsables del museo americano eran perfectamente conscientes de que estaban cometiendo un delito.

En ningún momento los bostonianos del museo tomaron parte activa directa en el asunto, sino siempre a través de intermediarios; se planeó el traslado de las voluminosas cajas desde el puerto de Tarragona al de Marsella; se acordó con unos transportistas marselleseses toda la operación…

Las gestiones para la compraventa se encaminaron de tal modo que, en caso de problemas con las autoridades españolas, se pudiese alegar que la portada había sido adquirida por el museo cuando ésta se encontraba ya en Francia. El director del museo americano, Charles H. Hawes, no fue directamente a ver el objeto de sus negociaciones, sino que sólo lo examinó a través de fotografías y de intermediarios. Se acordó que, en caso de decidir afirmativamente la adquisición, enviaría al señor Babra un telegrama con la palabra Accept, firmando con un seudónimo: Musart o Jean.

[…]

A mediados de octubre [de 1928] se decide la compra y la firma Rice & Co. de Boston se encarga de contactar con Gondrand Frères, Société Française de Transports, el contacto en Marsella para el transporte de la portada a los Estados Unidos, evitando que ni el museo de Boston ni Babra tengan relación directa con esta empresa francesa: se insiste en pedirles discreción y rapidez en la ejecución de su labor. La adquisición fue costeada por Francis Bartlett (37.500$), quien donó la portada al museo.

Ale, hop. Prueba superada. La última pieza del rocambolesco episodio fue ese Bartlett que compró «la mercancía» para luego donarla y que la operación apareciese, a ojos ajenos y hasta hoy, totalmente limpia.

Hay más detalles jugosos en todo este asunto, como la participación, aconsejando a los posibles compradores, de los grandes hispanistas Walter S. Cook y Arthur Kingsley Porter, a quienes se tiene poco menos que en un altar por haber «puesto en valor» internacionalmente (ya, ya vemos) el arte medieval español; o como el desastroso estado en el que llegaron las piezas a Boston, donde se volvieron locos para montar aquel gigantesco puzzle para tener que volver a desmontarlo poco después, dado el deterioro que presentaban las piedras (y es que los años que pasó la portada junto al mar no le debieron de sentar precisamente bien).

El caso es que, salvo Eva María Alquézar Yáñez, nadie más se ha metido con todos esos grandes prohombres que intervinieron en la cuestión: ni con el Museo de Boston, ni con sus intermediarios, ni con el librero-marchante catalán ni con nuestros simpáticos e hipervalorados hispanistas americanos. Pero con el pueblo de Uncastillo, sí. Se han cargado las tintas contra los particulares que reconvirtieron la iglesia en vivienda, se les ha acusado a ellos de vender la portada, se acude una y otra vez al p… sambenito que arrastramos los aragoneses como incultos, desidiosos, dejados… pese a que esos incultos, desidiosos y dejados fueron los únicos, los únicos, que protestaron, mientras los cultísimos prohombres que sabían «valorar» el arte iban a lo suyo.

Qué fácil es machacar al que no puede defenderse ni hacernos daño. Vean aquí (hacia el final de la página) la defensa de una uncastillana ante la que me quito el sombrero.

Todos los estudios sobre el tema, el de Eva Alquézar incluido, concluyen que esa portada es imposible de recuperar, pues que han pasado tantos años y está la cosa tan enmarañada. Bueno. Los egipcios están consiguiendo que les devuelvan cosas que los americanos se llevaron hace muchas décadas, lo mismo que los peruanos con el expolio de Macchu Picchu. Aquí no es que haya eggs, es que ni siquiera nos lo planteamos. Y es pena.

La propia página del Museo de Boston, se la vuelvo a enlazar para que no la busquen, afirma que «La historia de la propiedad no es definitiva ni completa, y está actualmente en revisión por los conservadores e investigadores del museo». Es más, advierten que la ficha es antigua y que no necesariamente refleja la situación real del objeto ni el conocimiento que sobre ella tiene el propio museo, que la está revisando.

Somos más timoratos nosotros que ellos. Mandan narices.

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Desidia en la catedral de Barcelona

He dicho muchas veces que me revienta, por injusta, la acusación a los aragoneses de desidiosos, de que no sabemos cuidar nuestro patrimonio artístico. Se nos ha dicho muchas veces esto en relación al largo «conflicto de los bienes», e incluso ha habido aragoneses que se han mostrado de acuerdo, para mi estupor.

No diré que no se hayan cometido pifias en Aragón, por activa o por pasiva. Pero lo mismo ha pasado y pasa también en otros lugares de España y del mundo todo. Que levante la mano el pueblo (entendido como «concepto pueblo», no como localidad concreta) que no se haya dejado caer una iglesia, no se haya vendido un retablo o un cáliz a un anticuario, al que no le hayan robado alguna pieza de sus obras antiguas en toda su historia, o que no haya cubierto de chafarrinones ultrabarrocos alguna joya gótica. Por un poner.

¿A qué viene eso de marcarnos a fuego el sambenito de «desidiosos» a los aragoneses? 

Para que se vea que en todas partes cuecen habas, y en algunas a calderadas, os traduzco un fragmento del libro  «El salvament del patrimoni artístic catalá durant la guerra civil«, de Miquel Joseph i Mayol (1971). Se trata del relato de un episodio de salvamento artístico llevado a cabo en los primeros días de la guerra por la Sección de Monumentos de la Generalitat, que procuró poner a salvo de la quema todo lo que pudo. Esto es lo que cuenta de lo realizado en la catedral de Barcelona:

Personal especializado se ocupó de desmontar los grandes retablos góticos, las grandes estructuras barrocas y parte del mobiliario del culto […].

Después se procedió a una minuciosa limpieza: recogieron todos los trastos viejos, especialmente gran cantidad de madera inservible que se había acumulado a lo largo de los años y cualquier otro tipo de materiales inútiles, inflamables, para evitar el peligro de incendio y la integridad de la grandiosa construcción de la Seo.

Durante la limpieza se descubrieron diversos objetos de valor completamente desconocidos: un cofre árabe, de marfil, del siglo XIV; una magnífica espada, con la inscripción que da fe de haber pertenecido al condestable de Portugal, y, entre otras piezas, un retablo que resultó ser obra de Jaume Huguet, una de las mejores de la escuela catalana del siglo XV, el cual, vuelto del revés, de cara a la pared, servía como respaldo del banco de una capilla. Convenientemente restaurado en el taller del museo, el retablo recobró su magnificencia.

Se trataba de los restos del retablo de la capilla de San Bernardino, que hoy se conservan en el Museo de la Catedral. Me ha costado lo mío identificarlo, pues toda la bibliografía que tengo a mi alcance se cuida muy mucho de contar la peripecia sufrida por esta obra.

Ya ven, pues: en el principal templo de la capital barcelonesa, al cargo de canónigos de nivel, y no de simples párrocos de aldea, con recursos suficientes y no abandonado de la mano de dios en un remoto enclave rural, tenían una obra maestra del gótico hecha trozos, utilizada como respaldo de un banco.

Y, sin saber cómo ni dónde, ni siquiera conscientes de que existían, tenían también por allí una arqueta de marfil del XIV y la espada del condestable de Portugal…

¿Qué se diría de los aragoneses si esto hubiera pasado en la Seo? Buenooooo…

Pues de ahí viene el título del post, deliberadamente provocador. No pretendo decir que en la catedral barcelonesa fueran particularmente desidiosos; sólo hacer ver que nadie tiene derecho a tirar la primera piedra. Basta de paternalismos y de ínfulas de superioridad que llevan implícitas un profundo desprecio.

Mañana seguimos con otro ejemplo, éste muy sangrante; porque el que viene contado no es una excepción.

Y vaya desde aquí una tremenda colleja, una que deje a Amparo Baró a la altura del barro, hacia todos esos aragoneses que son los primeros en tirar por tierra nuestra autoestima y nuestro orgullo.

[Por cierto que el tal Joseph i Mayol… menuda pieza. Otro día comentaremos algo sobre él.]

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Apeles Fenosa, gracias

Durante la Guerra Civil hubo mucha gente, mucha, que se dedicó a destrozar el patrimonio o a robarlo: porque sí, como muestra de ‘venganza’ por odio largamente acumulado contra la Iglesia, para lucrarse con el expolio o porque, al decidir un bombardeo, si no importaban las vidas mucho menos habían de importar las piedras.

Pero también hubo otra mucha gente, mucha, que se afanó por salvar todo lo posible, y que a veces se jugaron el pescuezo en el empeño. Sobre estas aventuras se han hecho en los últimos años varios documentales, organizado exposiciones y escrito libros, si bien me parece que es una epopeya aún no suficientemente conocida, y menos agradecida.

Se ha hecho famosa la operación de salvamento de los cuadros del Museo del Prado, pero de lo que ocurrió en la mayor parte de España todavía no se sabe apenas nada. Desde luego, en Aragón estamos casi ayunos de noticias.

Por eso me gustaría compartir con vosotros un episodio protagonizado por el escultor catalán Apeles Fenosa, que intervino en el rescate de algunas piezas aragonesas. Es una entrevista que le hicieron, en diciembre de 1936, en la revista Mirador. Os reproduzco algunos fragmentos, y luego comentamos. La cita es larga, pero merece la pena leerla. Y luego añado un par de reflexiones.

En fin, otro «post-tocho» de los míos… pero creo que el tema es interesante y da mucho juego.

El artículo se titula «Cataluña ha salvado en Aragón un tesoro artístico«, y son palabras de Apeles Fenosa:

–Nosotros procuramos salvar el tesoro artístico de Huesca y de Zaragoza, superando en todo lo posible la destrucción de la guerra y de la revolución. Procuramos salvarlo y, después, acabada la guerra, lo devolveremos, restaurado y hechas las obras necesarias de conservación, al pueblo de Aragón, como homenaje, como prenda de hermandad y de solidaridad del pueblo catalán –ha dicho el escultor Apeles Fenosa, miliciano de Cataluña, valiente luchador de nuestra causa, salvador, hoy, de un inmenso tesoro artístico en la provincia de Huesca.

[…]

–Es una tarea ingrata y que no es comprendida por el pueblo. Un día me matarán, confundiéndome con un ladrón, con un aprovechador del pillaje. Ingrata por culpa de los que no comprenden. Ingrata por culpa de los de mala fe y de los ignorantes, y de los que sabiendo lo que vale todo esto, sin haber hecho nada para salvarlo, cuando lo ven salvado te acusan de ladrón y de vampiro de un pueblo.

>He recibido una carta –se explica— de un individuo que nos acusa, a todos los catalanes, de aprovecharnos de las circunstancias actuales para expoliar a un pueblo que no sabe lo que tiene. Nos trata de fenicios, de piratas del arte y no sé de cuántas cosas más. Como el de esta carta hay muchos. Pero ellos no han hecho nada por ayudarnos; nada para salvar nada. Son los eternos criticadores e incapaces, por cobardía, de emprender esta tarea por su cuenta.

>Llegamos a Grañén cuando se partían los trozos de un retablo magnífico, espléndido, para hacer leña. Trozo a trocito lo recogimos, aprovechando hasta la última astilla. Pero lo mejor, lo más valioso, ya está perdido.

>En Lanaja, ya el viento se habrá llevado las cenizas de un importantísimo tesoro, de un extraordinario tesoro conocido en todo el mundo. Hemos salvado tan sólo dos retablos muy buenos de principios del siglo XV- Yo sé que la historia me ha de agradecer las angustias y malos ratos que pasé para salvarlos.

>En Tardienta, “Shum” salvó algunas cosas y estuvieron a punto de fusilarlo. No lo comprendían.

>A Pallaruelo de Monegros llegué un mediodía con el coche de un médico, pues mientras hay tanta gente haciéndose los chulos, nosotros estamos salvando millones y millones y no tenemos forma de encontrar un vehículo. Encontré un retablo formidable de diez metros de alto, desmontado y en el patio del Comité. ¡Lo querían para hacer leña en el invierno! Después de pelearme con todo el mundo y de pasar casi por fascista, conseguí meter tres piezas dentro de la iglesia. El Comité me prometió que pondría el resto a salvo de la lluvia, mientras yo iba a buscar un medio de transporte. Temía la lluvia; fui todo lo deprisa que pude, pero llegué en el preciso momento en que estallaba una tormenta y casi deshacía el retablo. Entonces, el Comité, al que yo había prometido maestro y biblioteca, no me dejó coger el retablo mojado porque decía que quería a cambio una camioneta. “Pero si esto para vosotros no vale nada; lo dejáis que se moje y se estropee”, les dije. “Para nosotros no; pero vale para leña. Se ve que para usted vale mucho. Páguelo, pues”. Y como no tenía una camioneta que darles, allí se quedó el retablo. ¿Qué valor representaba? Era una joya y, bajo la lluvia y el sol, no quedará nada.

>En las cercanías de Barbastro. Tres meses de revolución. Cartas escritas protestando airadas de los supuestos expolios. Pues bien: en la iglesia de San Francisco encontré ocho retablos que no cambiaría por ningún Fra Angélico. Estaban mezclados con la leña para quemar. Avisé a las autoridades para que salvaran aquello. Vino un individuo y, en lugar de ayudarme a encontrar los trozos que faltaban, avisó al Comité diciendo que allí había un tipo que quería robarles un tesoro. Un tesoro que hacía tres meses que estaba allí para leña y del cual ya habían quemado parte.

>Y después, todavía, los incomprensivos de Cataluña. Aparte del PSU y de otros compañeros que comprenden estas cosas, y de un pequeño apoyo por parte de la Generalitat, ¡cuántas amarguras! ¡cuántas indignidades! De Lérida a Igualada, llevando un cargamento de retablos, nos persiguieron a tiros. Sabían lo que llevábamos y se lo querían quedar.

>Tenemos intención de devolver solemnemente, restaurados y conservados, los retablos aragoneses. Esto pertenece a un pueblo y tiene derecho a tenerlo. Cataluña tendrá el honor de haberlo salvado, haciendo una obra de civismo. Crearemos en Aragón un Museo de Arte Aragonés. Ya tengo casi el sitio escogido. Creo que lo conseguiremos. Pero si la desconfianza crece, se lo tendremos que devolver tal como está. Y dejar que se pierda todo este tesoro. Ellos se lo habrán ganado. Pero a pesar de todo, creo que sabrán comprender nuestro esfuerzo y, a la vez, la honorabilidad de nuestras intenciones. Y que no permitirán que unos tesoros que pueden constituir su orgullo el día de mañana, desaparezcan lastimosamente en mitad de las pasiones que, justificadamente, despierta la lucha antifascista.

Nuestro trabajo y nuestros desvelos se verán recompensados con creces el bendito día en que podamos hacer la ofrenda al pueblo de Aragón, juntamente con su libertad, de los grandes tesoros artísticos, hechas las obras precisas de restauración y conservación, como una prueba bien patente de solidaridad y hermandad.

 Todas las obras que nombra Fenosa, de Grañén, de Lanaja, de Pallaruelo de Monegros… están conservadas en su lugar o en los museos de Huesca o Zaragoza. Así que volvieron. Fenosa se peleó con la incomprensión de todos: de los milicianos y comités, de los aprovechados del camino… bueno, ya lo relata él con mucha viveza, harto de pelearse contra todos y contra todo, lleno de buenas intenciones… que jamás se cumplieron y que tal vez pecan de paternalismo (mucho me temo que agrandado por el redactor de la noticia), pero que yo me creo, después de conocer su biografía y sus historias en el exilio. Porque tuvo que exiliarse, claro.

Él dice, en un momento: «Yo sé que la historia me ha de agradecer las angustias y malos ratos que pasé para salvarlos». Pero nadie le agradeció nada, que yo sepa. Ahora ya es tarde, pero quizá debería honrarse su memoria.

Es odioso que a los aragoneses nos traten de descuidados, desidiosos con lo nuestro, paletos… y todas esas lindezas que nos regalan nuestros vecinos catalanes de vez en cuando (y que nosotros mismos nos adjudicamos demasiado a menudo; es buena la autocrítica, aunque malsano automachacarse de esa forma); pero también es igualmente odioso que nosotros tildemos a nuestros vecinos catalanes a toda hora de ladrones, aprovechados y jetas.

Lo del litigio de los «bienes de la Franja», como lo de otros bienes que no entran en ese litigio pero que habrían debido hacerlo, como los de Sijena, es un caso que se ha envenenado malamente y con malas artes, pero eso no debe hacernos generalizar a la brava. (Aunque, eso sí, yo seguiré afilando el colmillo con los responsables de cualquier expolio de nuestro patrimonio: una cosa no quita la otra.)

En lo poco que vale, vaya desde aquí mi sincero agradecimiento a Apeles Fenosa. Gracias, amigo: bendita sea tu memoria. También, y junto contigo, mi agradecimiento y admiración al chófer que protagonizó este hecho que una vez contaste (y que he extraído de aquí):

Un día, en un pueblo de Aragón, [Apeles Fenosa] fue denunciado por unos traficantes que habían organizado un golpe con el POUM-28 porque creyeron que era un sacerdote. El camión estaba cargado y listo para arrancar. Apel·les se encontraba solo con el chófer. No iban armados. Se pusieron en camino para volver a Barcelona. A cierta distancia del pueblo fueron detenidos, en la montaña, entre Tàrrega y Cervera. Uno de los bandidos subió al camión y se sentó entre el chófer y Apel·les. Armado con un revólver, exigió al conductor que cambiara de dirección para poder encontrarse con sus cómplices, que le esperaban para robar el cargamento. Cuando el camión llegó a un lugar muy peligroso —una curva sobre un precipicio—, el chófer dejó el volante, cruzó los brazos y ordenó al bandido que tirara el arma. Y lo hizo inmediatamente. Apel·les me contaba a menudo este momento trágico; sentía una viva admiración hacia el chófer que, arriesgando sus vidas, salvó el cargamento.

No sabemos su nombre ni su procedencia, pero simboliza a todos los que en aquella maldita guerra se la jugaron por salvar «cuatro tablas viejas». Muchas cosas se perdieron pero… ¡cuántas otras se salvaron!

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