Monsieur Menjón in concert

El próximo viernes día 26, a las 20:30 h, el genial pianista Alberto Menjón Bohanna dará un concierto en la Casa de Cultura de Tauste.

No se lo pueden perder: será lo mejor que han visto los siglos. Iba a añadir la consabida coletilla «ni esperan ver los venideros», pero no, claro: quedan por venir muchos más conciertos de este joven y brillante artista, que no es que vayan a ser igual de buenos, sino que irán in crescendo.

Cuando Alberto esté, dentro de unos años, en el culmen de su fama, podrán jactarse de haber asistido a éste su primer concierto en solitario. «Yo estuve allí», dirán con orgullo.

Actualización: ¡aquí está el programa!

Primera Parte

J. S. Bach: Das Wohltemperierte Klavier, Teil I:
Præludium & Fuga XIII a 3 voci, BWV 859

L. van Beethoven: Sonata nº 5 en do, Op. 10/1
I. Allegro molto e con brio
II. Adagio molto
III. Prestissimo

S. Rachmaninov: Étude-Tableau en mi bemol, Op. 33/5
Étude-Tableau en mi bemol, Op. 39/5
Étude-Tableau en Re, Op. 39/9

Segunda Parte
(en conmemoración del 2º centenario del nacimiento de Chopin)

F. Chopin: Estudio póstumo nº 1 en do #
Polonesa en La, Op. 40/1
Polonesa en fa #, Op. 44
Balada en La bemol (nº 3), Op. 47 

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Los misterios de Ateca

Estuve el viernes en Ateca con unos amigos y me volví con varios misterios en la cámara y en la recámara:

1.- ¿Por qué la torre de su iglesia, preciosa ella de verdad, tiene una planta tan desganguillada e irregular, y está retorcida en alzado?

Miren la cornisa de la parte baja, más desviada que pa qué.

2.- ¿Por qué al arquitecto restaurador le dio, recientemente, por quitar todos los platos antiguos de cerámica que la decoraban, y todos los fustes de las columnillas, y los sustituyó por piezas planas, chatas y modernas?

 

 

3.- ¿Qué hace en los anejos de la iglesia, en concreto en el cuarto de la caldera de la calefacción, una momia escondida en un hueco de la pared (minifaldera y con un escapulario sobre el pecho, para más señas)?

4.- ¿Quién fue el original escultor que hizo esta escultura (¡que me encantaaaaaa!), mezcla de San Roque, Santiago y Fred Astaire?

Estoy que vivo sin vivir en mí…

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Ángel Betoré y la Historia

Mi tío Miguel Gato, padre de Miguelgato, me dio el otro día las fotocopias de este número de la revista «La Linterna», de 1936, en el que se relata un crimen que sucedió entonces en Tauste. La portada es preciosa, divertida; pero la noticia es horrenda. Habla de uno de esos crímenes que hasta hoy, por desgracia, se siguen cometiendo a decenas, y son los de los maridos que matan a sus mujeres cuando éstas les dejan o amenazan con dejarles.

Recuerdo que conocí esta noticia a través de los cuidados álbumes de Ángel Betoré: nos los prestó a los chavales del instituto, quienes, espoleados por el magisterio de nuestro profe Joaquín Vispe, empezamos a interesarnos por las tradiciones, el habla, el arte, la historia y las historias de nuestro pueblo. Aquellos álbumes llegaron a mi casa una noche, cuajados de fotografías y dibujos, de primorosos textos escritos con una caligrafía peculiar, casi «de diseño». Era un pequeño mundo recogido, espigado y guardado con mimo.

Me impresionó, pues lo guarda bien mi memoria. Sin querer, me enseñó que «la historia», que por entonces ya me atraía mucho, es algo profundo y vivo que se extiende más allá (o más acá) de los nombres de los grandes personajes, las fechas de las batallas y los hitos de la civilización.

Sé que todo eso también tiene importancia. Me lo recordó de manera imborrable el único suspenso de mi vida: me lo puso Guillermo Fatás (luego querido; en ese momento concreto, no) nada más desembarcar en la Universidad, cuando, en el examen de Historia de primero, ante el tema «La crisis del siglo III», yo le conté de todo excepto lo que había pasado con los emperadores romanos en ese tiempo (y anda que no pasaron cosas). Cuando fui a revisar la nota, me entregó mi examen. En el margen superior había anotado: «Cañamazo político ausente totalmente».

Me costó reconocer que tenía razón. Lo uno no va sin lo otro… pero tampoco lo otro va sin lo uno. Supongo que me había calado demasiado el punto de vista que descubrí en los álbumes de Betoré. Unos álbumes que sólo habían estado un par de noches en mi casa…

Estos días se rinde homenaje, en la Casa de Cultura de mi pueblo, a su recuerdo y a su trabajo. Yo quiero sumarme a él desde aquí. Porque su nombre se suma al de los dos profesores que he nombrado aquí, Vispe y Fatás, en la tarea de hacerme enfocar bien el estudio de la Historia. De la que forman parte los emperadores romanos, el trillo y la siega, las pirámides, las trirremes, la forma de las casas, la mujer asesinada en mi pueblo, los documentos de los archivos y hasta la enfermera de la portada de «La Linterna».

Ángel Betoré, in memoriam.

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Poblet, el puzzle

Estuvimos el viernes en los monasterios de Rueda y Poblet. Una gozada. Surgen muchas historias que contar, pero la primera va a ser la cita de varios fragmentos de un capítulo del libro Arte y Guerra Civil, de Luis Monreal Tejada (1999), publicado por La Val de Onsera, que el autor dedica a la trabajosísima reconstrucción de Poblet y a sus artífices.

Va la cita, que se inicia en el punto en el que, tras la Desamortización de Mendizábal (1835) el monasterio, como prácticamente todos los demás del país, queda abandonado:

En agosto de aquel año 1835 ya se habían dispersado todos los monjes, sin que las autoridades civiles hubieran tomado ninguna medida para la salvaguarda del monumento. El P. Agustín Altisent, en su documentada Historia de Poblet da detallada cuenta de las vicisitudes por las que pasaron los religiosos, a partir del momento en que quedó desierto todo el dominio cisterciense populetano. El archivo trasladado y dividido, la biblioteca saqueada, los huesos de los monarcas sacados de sus tumbas rotas y esparcidos por la iglesia. Más tarde Mosén Serret, cura de la iglesia de Espluga de Francolí, en unión de Pedro Gil, recogieron los restos dispersos, ocultándolos en el templo de la Espluga durante algún tiempo y trasladándolos después para su guarda en la catedral de Tarragona.

En aquel desbarajuste de huesos se ha creído poder reconocer los despojos de dos insignes personajes. Se atribuyeron los huesos más largos a Jaime I, por la fama de su aventajada estatura. Y se supuso que correspondía a Carlos príncipe de Viana un cuerpo momificado al que faltaba un brazo, amputado según se dice por los barceloneses, antes de enviar el cadáver a Poblet, a fin de conservar ese miembro como reliquia.

Durante unos años, trabajaron ávidamente en el sagrado recinto cuantos excavadores clandestinos quisieron, en busca de los supuestos tesoros de los monjes. O bien, aficionados a las antigüedades que arrancaban sin miramiento estatuillas y otros fragmentos escultóricos, visibles hoy muchos de ellos en museos y colecciones de todo el mundo. Se vendían falsos planos de emplazamiento de tesoros, facilitados por algún monje según los timadores. Gente incauta los compraba e invertía más o menos dinero en abrir tumbas y agujerear paredes sin resultado. […]

Todavía hay que mencionar los destructores por saña, que colaboraron en la tarea de convertir en miles y miles de cascotes la riqueza escultórica en piedra y en alabastro que constituía la magnífica decoración de Poblet. […]

En 1844 se crearon las Comisiones Provinciales de Monumentos y la de Tarragona tomó a su cargo la custodia y vigilancia de los monasterios de Poblet y Santes Creus, disponiendo para ello de escasísimos recursos económicos. Aún así, años más tarde había realizado algunos trabajos de limpieza y ordenación de las ruinas.

[…]

La situación fue mejorando paulatinamente bajo los cuidados de la Comisión de Monumentos de Tarragona, cuya presidencia recayó hacia 1925 en un personaje singular, don Eduardo Toda y Güell, que había sentido la llamada de Poblet siendo un niño. Recorrió todo el mundo durante los largos años de su carrera diplomática y regresó a residir la última década de su vida en el propio monasterio, donde murió dando el relevo a los monjes del Císter.

Fue él quien llevó a Poblet al rey Alfonso XIII y consiguió el Real Decreto de 14 de junio de 1930 por el que se creaba el Patronato del Monasterio de Poblet, cuyo presidente fue Toda. […] Ya presidente del primer patronato, empieza su labor reconstruyendo la antigua casa del maestro de novicios, en el jardín de la clausura, ante un bello estanque. Será la casa del Patronato, en la que su presidente se quedó a vivir. Su presencia en Poblet es cotidiana y por ello de máxima eficacia, dedicado por entero a esta obra. Va consiguiendo, poco a poco, ayudas económicas y realizando restauraciones parciales. Sobre todo en los lugares más visibles, como la iglesia y su retablo mayor, el claustro con el templete de la fuente, la gran cocina monástica, etc.

Tiene un ayudante que se ha trasladado también desde Reus para vivir en Poblet. Lo conocí bien y jamás supe su apellido e ignoré todo respecto a su familia. Se llamaba simplemente Joanet. Era un buen picapedrero con habilidades de escultor. De tipo bajo y ancho, casi cuadrado, humilde, callado y sonriente. […]

¿Qué hacía Joanet en el maltrecho monasterio? Recogía trozos de piedra. Había llenado de grandes mesas formadas por tableros sobre caballetes las dobles naves que habían sido, y vuelven a ser, biblioteca y archivo. Sobre ellas ponía y clasificaba, observando materiales y formas, todos los  trozos dispersos. Este del retablo de Forment, el otro del sobreclaustro, uno de las tumbas reales, aquel de las cámaras funerarias de los Cardona, etc. Agrupados así, cada uno en su mesa, Joanet pasaba horas y horas mirándolos y dándoles vueltas. De pronto hallaba dos fracturas que coincidían y al juntar sugerían una figura que acaso posteriores hallazgos iban a completar. Y cuando llegaba a este resultado, volvía a colocar la estatua o el relieve en los lugares para donde habían sido hechos. Nadie que no lo viera entonces puede imaginar la inmensidad de aquel abrumador rompecabezas.

Cuando años más tarde se reconstruyeron los sepulcros reales, la labor de Joanet en años de búsqueda fue decisiva. Del trabajo se encargó el escultor Federico Marés, quien rehizo las estatuas yacentes guiándose por los fragmentos auténticos, que eran incrustados en ellas […]. Delante de Marés no se podía nombrar a Joanet, pues le parecía que la paciente tarea preparatoria realizada por éste ensombrecía su creación de las nuevas tumbas reales.

Joanet fue recompensado con la Medalla de la Orden de Alfonso el Sabio y creo que éste fue el único reconocimiento que obtuvo en su vida. Se la ponía en el pecho, con visible cortedad, cuando venían autoridades a alguna fiesta grande en Poblet.

De hecho, es que todavía no se le reconoce siquiera su existencia. Lo que se cuenta en los libros es más o menos parecido a esto que reproduzco a continuación, que he sacado de esta página (por cierto muy buena y de donde proceden tres de las fotos que aquí aparecen; las demás son mías):

En 1942, el Ministerio de Educación se hizo cargo de la restauración de los sepulcros reales. El proyecto era volver a emplazar los arcos escarzanos y los sarcófagos tal y como se sabía que habían existido. El arquitecto provincial responsable de la obra fue Monravá y el escultor responsable de restituir la escultura fue Federico Marés que hizo una obra insólita trabajando con los 500 fragmentos informes de alabastro que pudo reunir, procedentes de la obra original. Aun siendo tantos los fragmentos, representaban tan solo el dos por ciento de lo perdido. Marés utilizó para la restauración el alabastro procedente de Beuda en Gerona, la misma cantera que había abastecido a los artistas del siglo XIV. Durante diez años estuvo trabajando en este rompecabezas, con gran paciencia y profesionalidad.

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Autoestima

Una cita del profesor José Galiay Sarañana, en el prólogo de su libro Arte mudéjar aragonés, escrito en 1950:

Gran parte de los trabajos de arqueólogos y críticos españoles publicados al final del siglo pasado y comienzos del presente coinciden en considerar como de escasa importancia cuanto artístico de tiempos pasados conserva Aragón. Bien es verdad que este criterio tan singular y no menos parcial, reflejado en sus escritos, sigue las huellas trazadas por ciertos autores extranjeros, poco conocedores de nuestro Arte, pero bien dispuestos en ánimo y argumentos para elogiar el suyo como superior a los demás e inspirador de ellos.

No es menos cierto, porque así se prueba a través de los escritos, el poco cuidado puesto en el estudio del Arte aragonés por la mayor parte de los autores que se han ocupado de él. Casi todos lo conocen parcialmente, reducido a unas pocas obras y monumentos de fácil visita señalados como patrón de las características que han dado en llamar locales, punto de partida para establecer comparaciones no siempre bien fundadas.

Así se explica, según tales textos, que haya regiones aragonesas de gran extensión sin un solo monumento digno de cita y menos de estudio, ni una pintura notable, retablo escultórico o pieza de orfebrería por admirar, cuando, en realidad, ninguna ciudad aragonesa ni pueblo, por insignificante que sea, carecen de algo no vulgar o corriente en el terreno del Arte.

Y no hablemos del terminantísimo juicio que les merece la calidad: Arte siempre pobre y mercenario, sin carácter, ambiguo, a imitación de otros, como si Aragón, carente en todo momento de cerebros y energías o considerado como pueblo guerrero exclusivamente, sin cultura, hubiera estado de continuo a merced de gustos y tendencias de otras regiones.

Bien distinta es la opinión sustentada por quienes, después de recorrer hasta los más recónditos lugares, supieron encontrar en cualquier manifestación de Arte aragonés las mismas gallardías que en los demás de la Península, y, a veces, gestos nuevos que lo distinguen de otros.

Por nuestra parte, reconociendo en la afirmación un tanto de parcialidad o, si se quiere, de exagerado entusiasmo, jamás compartimos aquel criterio. Contrariamente, creímos siempre, por un sinfín de razones ajenas al lugar, que toda cultura llegada a Aragón sufrió, cuando no prematuramente a la larga, la influencia del país, modificándose su pureza hasta el extremo de adquirir caracteres propios de nuestra cultura. Buena prueba son las particularidades de los estilos ojival, mudéjar y renacimiento aragoneses, que ya comienzan a ser considerados como modos distintos de los similares de otras regiones.

Afortunadamente aquel concepto, infundado y erróneo, va desvaneciéndose…

Desechado por equívoco el concepto de mezquindad atribuido a toda manifestación de Arte aragonés, y reconocida la influencia que ejerció nuestra cultura sobre las distintas arribadas, imprimiéndoles características singulares, debe admitirse nuestra posibilidad creadora como explicación de ciertas particularidades que presentan algunos de nuestros monumentos, de los cuales fueron puestos en duda sus orígenes aragoneses.

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"Orache", contribución a la R.A.T.A.

Hace ya días, mi hermano me comentaba en un mensajico: 

«¿No te resulta curioso el parecido (fonético, claro) de «orache» con la palabra francesa que significa tormenta? 

orage  (De l’ancien français ore (vent)) 

  1. Perturbation atmosphérique, ordinairement de peu de durée, qui se manifeste par un vent impétueux, de la pluie ou de la grêle, des éclairs et du tonnerre. 

Qué bonitas son las palabras. Ésta me gusta, orache, aunque tenga el sentido de «viento frío» o «mal tiempo», que es lo que significa en mi pueblo. «¡Ah, qué orache!», se dice, sobre todo cuando sales a la calle y te encuentras con la ciercera, o con el aire frío y revuelto mezclado con lluvia; o bien al entrar a un sitio cálido y cerrado, dejando el mal tiempo al otro lado de la puerta.

Es divertido jugar con las palabras. Que se lo pregunten a Miguel Mena, si no, aunque su especialidad son los juegos con los topónimos (me encanta su sección de «Toponimia nimia» en la radio). Pero voy descubriendo que a los lingüistas y a los académicos también les encanta jugar con su ciencia. Como muestra, vean lo que me he encontrado buscando por ahí la palabra «orache», que en castellano es «oraje» y en catalán «oratge»: 

Esta es la primera definición que da el Diccionario de la Real Academia Española, en su edición de 1832. O, al menos, es la primera que se registra en la web oficial de la RAE. En 1843 ya se indicaba que era una palabra antigua, y en 1884 aparece con su primera etimología: se dice que viene “del fr. orage«.

Sin embargo, en 1914 se afirma que viene “de un derivado del latín aura, viento»: 

En 1956 se introduce la indicación de la voz en catalán y se varía otra vez, un poco, la etimología: 

En 1984 se añade al francés y al catalán el provenzal como forma de origen, aunque se sigue manteniendo el significado antiguo de la palabra, si bien se le añade una segunda acepción, completamente nueva: «estado del tiempo», en general:

Y a partir de 1992 se elimina del todo el significado tradicional de la palabra, aunque ya no varía su etimología, que sigue derivando del francés, el catalán y el provenzal a través del latín: 

Hasta llegar a hoy, en que la acepción nueva de la palabra ha pasado a ser la vigente, mientras que «borrasca» o «temporal» queda como significado en desuso: 

oraje. (De las formas cat., prov. y fr., der. del lat. *auraticum).

1. m. Estado del tiempo, temperatura, etc.
2. m. desus. borrasca (? temporal en tierra).

Sin embargo, en catalán la palabra «oratge» no tiene la misma etimología y no deriva de auraticum sino de ora

oratge [s. XIV; de ora] m 1 Vent. // 2 esp Vent terral. // 3 Temps, estat de l’atmosfera. Avui fa molt bon oratge.

Y, a todas estas, ¿qué pasa con nuestro orache?

No tengo el diccionario de Andolz, sólo el de Moneva y Puyol, de los años 20 (que editó Xordica), y el de José Pardo Asso, de los años 30 (que editó Gara). Moneva recoge acepciones de diversos lugares de Aragón, todas con el significado de «tiempo ventoso y frío, revuelto, viento fresco excesivo, tiempo desapacible…»; mientras que Pardo Asso, para quien la palabra deriva de «aura, viento», significa

Oraje, temperie, temperatura sin calificar o significando el sentido en que lo dicen por el tono de la voz: ¡Qué orache! Dicho con contento indica que la temperatura es agradable; pronunciado con desagrado significa lo contrario. Hay quien le da el significado preciso de viento fresco, cuando es excesivo.

Ese «hay quien» del final sería uno de mi pueblo, fijo.

Octavio Sierra Sangüesa, para hacer su Vocabulario general de las Cinco Villas de Aragón (2003), no debió de estar en Tauste documentándose, pues de hacerlo no habría puesto como significado de «orache»

Generalización sobre el estado atmosférico, por ello va acompañado de los adjetivos: buen o mal.

En Tauste no hay que ponerle adjetivo: sería como decir que hace «buen mal tiempo» o «mal mal tiempo».

Para terminar, vamos al Biquizionario (palabra que, por cierto, nos pongamos como nos pongamos, es bien fea) y nos enteramos de que allí «orache» deriva «D’o latín oraticum, con o sennificato igual» y que quiere decir

  • Tiempo metiorolochico.
  • Airet suau. [N. del T.: «Airecillo suave»]
  • Aunque en alguna página del mismo Biquizionario se indica que viene «del latín a través del occitano»…

    Huy. Y parecían serios, los académicos, jejeje…

    En fin. Como diría Cano…

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    La Sanantonada

    Hacía años que no bajaba a la hoguera de San Antón en mi pueblo. Tuve la suerte de hacerlo ayer y me sentí feliz.

    Mis hijos disfrutaron tanto o más que yo; sobre todo Joaquín, el mayor, que se dio vida él solo por allí, corriendo por todas partes con los demás chicos, quemando palitos en las hogueras pequeñas… ¡jugando con fuego, y él solo!

    Por la noche, volviendo a casa, nos preguntó que por qué «otros días de enero» no habíamos ido a esa fiesta… «Mama, ¡qué bien me lo he pasado hoy!», me dijo, sondormido, al meterse a la cama.

    Yo también estaba contenta. No recordaba ya la magia que tiene esa noche, el buen ambiente que se crea, la charla con mis amigos de siempre…

    ¡Viva San Antón! Y felicidades a Manolo, sanantonero de pro…

    [La imagen está tomada de aquí.]
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    Amigas de libro

    Esta tarde he ido a la biblioteca para devolver un libro, sin intención de llevarme otro. Pero desde una estantería me ha mirado Rebeca, así que me lo he cogido en honor a Patricia Esteban.

    De vuelta a casa, me he metido en la Librería General. Tampoco era para comprar libros, sino material escolar. Pero me he acercado al mostrador a preguntar algo y allí encima alguien se había dejado Decidme cómo es un árbol. También me miraba. Así que me lo he comprado, claro. Éste, en honor a Marta Navarro.

    Digo yo que si no habrán estado juntas estas brujas hoy…

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    El "capriccio" de Contini

    El viernes pasado fui a ver, con permiso del Cabildo y con tres amigos, el interior de la torre de la Seo. “Ya verás”, me dijeron ellos antes de entrar; “tendrás la impresión de que estás dentro de la torre de Tauste”.

    Y así fue. Yo tenía noticia de que dentro de la imponente torre barroca de la catedral se conservaba “algo” de la torre antigua, pero no imaginaba que lo que se conserva es una torre prácticamente completa, que llega hasta lo que hoy es el cuerpo de campanas, imagínense la altura:

    Torre_de_La_Seo b copia

    Se dan cuenta, ¿no? ¡Un pedazo de torre impresionante… dentro de otra torre!

    Es una torre como la de Tauste, sí, o como la de San Pablo, que son primas hermanas: octogonal, de gruesos muros de ladrillo, con una estructura medieval muy característica que consiste en disponer una especie de “torre doble”, es decir, una interior y otra exterior que la envuelve, de manera que entre ambas se deja espacio para la caja de escaleras.

    C:Documents and SettingsUSUARIOMis documentosPARA SEGURIDAD

    (El dibujo es de Jaime Carbonel.)

    La parte barroca de la torre zaragozana consiste simple y llanamente, y hasta que se acaba la torre de ladrillo oculta, en “forrar” literalmente la antigua. Se ve claramente cuando te asomas por las ventanas: aquí acaba la torre de ladrillo y aquí, pegadito, va el “forro” de la torre nueva, de un espesor mínimo comparado con la gruesa estructura antigua.

    Yo no tenía ni idea de que esto existiese (para mi vergüenza o mi cabreo: ¿cómo ha podido pasarme esto, siendo “de arte”?). Supongo que mucha gente lo desconocerá igual que yo, así que por eso lo cuento. Por eso y porque me temo que, visto lo visto, habría que reconsiderar un poco (un poco bastante) la historia constructiva de ese monumento.

    De entrada, y que yo sepa, no hay apenas estudios que aborden el tema monográficamente. El único que existe (si estoy equivocada, agradecería que me lo hicieran saber) es un breve aunque denso trabajo que publicó Ángel Canellas en 1975, y nadie ha vuelto sobre ello en profundidad. Aparte de eso, lo único que encuentro en obras actuales son referencias breves, que además se limitan a describir la torre por el exterior, nunca por el interior. El propio trabajo de Canellas tampoco lo hace, pues se centra en el análisis de la documentación que hay en La Seo.

    [Modo malvado ON:

    De hecho, un párrafo de ese trabajo me ha hecho dudar de que el propio Canellas visitara la torre y la viera con sus ojos, porque lo que dice es:

    No es aventurado imaginar que la primitiva torre fue el minarete de la vieja mezquita y que la planta de éste se apoyaba aproximadamente en el solar de la actual torre, donde quedan algunos restos de su planta, a lo que parece octogonal. En este caso la vieja torre de La Seo debía parecerse a las muy conocidas de Alagón o de Tauste.

    Jopé, “algunos restos de su planta”, dice que quedan… ¡una torre entera, nada menos!

    Modo malvado OFF.]

    Sobre la documentación resumida por Canellas se estableció en su día que la torre antigua de la catedral se había derribado en 1680-1681 y que, después de múltiples tanteos y problemas, discusiones y proyectos rechazados o rehechos, se alzó la que hoy vemos, diseñada por el famoso arquitecto italiano Gian Battista Contini. La obra constructiva definitiva se inició en 1686 y concluyó en 1704.

    Los estudiosos actuales, cuando citan (brevemente) la existencia de la torre interna, lo achacan a una curiosa y última pervivencia del mudéjar ya en plena época barroca. Pero eso no puede ser: esa torre es una torre antigua. ¡Sólo hay que verla! Además, no tiene sentido que se decida hacer una torre nueva, para más inri diseñada por un arquitecto italiano que en su vida pisó Zaragoza, y se decida hacerla calcadita a las que se hacían por estas tierras en época medieval. Que no, que no: que las torres barrocas nuevas no se hacían así, caramba. Mírense ustedes cualquier otra, y luego me cuentan.

    Además, hubo una voz anterior al estudio de Canellas, aunque éste no la cita, que sí había tenido en cuenta la existencia de esta torre: fue el arquitecto y profesor Francisco Íñiguez, por cierto muy vinculado a Aragón y a sus monumentos, que en 1937 publicó nada menos que el artículo donde se hablaba, por primera vez, del mudéjar aragonés. Y en él aludió a la existencia de esta torre, de la que decía que había podido ser alminar en sus primeros cuerpos, pues la fecha para catalogarla como mudéjar «parece demasiado remota», pues decía que su existencia se remontaba al menos a 1280 (fecha que no he sabido comprobar). Tras él han seguido una estela en fechas actuales autores como Agustín Sanmiguel, Javier Peña, José Miguel Pinilla y, más recientemente, Jaime Carbonel, que defienden sus postulados (y de esto ya hablaremos más adelante, en otro post).

    Leo y releo la documentación que aporta Canellas y me surgen algunas reflexiones que expongo aquí, con dos ventajas: una, que no pretendo pontificar sino sembrar la duda; y otra, que cualquier argumento que apoye o rechace lo que va expuesto será bienvenido, porque de lo que se trata aquí es de avanzar en el conocimiento de esta historia, sin más. Una historia que, a lo que veo, no está bien estudiada o, desde luego, de estarlo, lo que no está es divulgada, porque alguien que tiene interés en conocerla, como es mi caso, no encuentra prácticamente nada.

    Vayamos al asunto:

    1.- A finales del siglo XIV existía ya una torre-campanario en La Seo. Aparece de pasada en la documentación, pero aparece.

    2.- En el siglo XVI seguía existiendo (sigue saliendo en los documentos) aunque su apariencia se desconoce, pues en las pinturas y dibujos que quedan de esa época y de la centuria siguiente (las conocidas de Wyngaerde y Mazo, más otra parecida a esta última que cita Canellas pero que el Ayuntamiento, aunque tuvo oportunidad de adquirirla en 1952, se la dejó pasar), no queda claro si era cuadrada, hexagonal u octogonal; al menos, su parte superior, que es lo único que se ve.

    La de Wyngaerde:

    zaragoza wyngaerde trocito

    La de Mazo:

    Vista_de_Zaragoza_en_1647 trocito

    De la otra no tenemos imagen: ¡kagüen! Dice Canellas, que sí la vio, que «se observa la torre de La Seo algo más baja que el cimborrio; solamente el cuerpo superior al parecer es hexagonal u octogonal».

    3.- A comienzos de 1680 se mandan reconocer los cimientos de la  torre para poder subir a ella la campana Valera, que debía de pesar un tonelaje, por ver si aguantaba. Se revisan los cimientos y, al parecer, se dice que estaban inservibles “para reconstruir sobre ellos”. Finalmente, el cabildo afirma que la torre “amenaza ruina” y se dispone el derribo del chapitel.

    4.- En noviembre de ese año se inician los trabajos para desmontar las campanas y montarles un soporte provisional a base de pilares, y derribar la vieja torre. El 12 de diciembre aún estaban con el tema de las campanas. Pero para el 10 de enero afirma Canellas que “ya debía estar derribada la vieja torre” y que “de inmediato se abrieron zanjas para reconocer los primitivos cimientos de la torre” (cosa extraña: ¿no se había dado la misma orden un año antes y el resultado de ese reconocimiento había sido mandar derribar la torre por ruina?).

    5.- Es raro que en tan poco tiempo se derribe un cacho de torre como la que debía de haber: ojo, que era la de la catedral principal de Aragón, no la de un pueblete.

    6.- En esta segunda revisión de los cimientos se abrió una zanja y “se optó por mantenerlos, pero reforzándolos”. ¿Pero no habíamos quedado en que eran inservibles?

    7.- Lo que se quita de la torre vieja son piedras, que se guardan celosamente para reaprovecharlas en la obra nueva, y no ladrillos.

    8.- En julio de 1681 se inician las obras de refuerzo de los cimientos y de inicio del alzado de la torre, con piedra. Poco después, las obras quedan paradas y se inicia un complicado periodo de varios años en los que se suceden los proyectos rechazados por no ser suficientemente sólidos, hasta que se aceptan las trazas hechas por Contini, que aún hubo de modificarlas después de aceptadas (por cierto, reduciendo el grosor de los muros, y no aumentándolo).

    9.- En 1686 se envía a dos maestros de obras a que hagan un examen técnico que revise los cimientos de dos torres de Zaragoza, la Nueva y la de San Pablo, que curiosamente eran clavadas a la que se conserva dentro de La Seo, “para que opinasen si sería necesario ampliar los [cimientos] existentes o si bastarían para soportar los diseños que se han hecho y traído de Roma”. Y se llegó al acuerdo de que sí eran suficientes.

    10.- En septiembre de ese año 1686 se da finalmente inicio a las obras. La documentación sobre su desarrollo en los años posteriores es muy prolija, y presenta una particularidad: hasta 1692 no se nombra para nada el ladrillo. Los primeros años fueron obra de contratar canteros, mandar traer y cortar piedra, ajustar y asentar sillares, procurar que la piedra fuera buena… y sólo en 1692 se empiezan a contratar carretadas y carretadas de ladrillos, ahora contados por decenas de millares, para los cuerpos superiores. ¿Y de los cientos de miles de ladrillos que componen la obra de la torre interior, qué? Esos no aparecen por ningún lado… y a fe que habrían tenido que aparecer.

    En fin: que acabo de resumir una sorpresa, un misterio o una zozobra, o todo junto, en diez puntos. Les parecerá a ustedes que me ha quedado un post largo, pero les juro por lo más sagrado que lo mío me ha costado hacerlo breve, y que me dejo muchas cosas en el tintero.

    Lo que yo pienso, en definitiva, es que lo que se reconoció y derribó en 1680 fue la parte alta de la torre, que el resto se dejó intacto porque servía y no era menester derribarlo, porque además hacerlo hubiera sido carísimo además de innecesario, y que los sucesivos replanteos y problemas se derivaron del hecho de que había que adaptar el nuevo diseño a lo existente, reforzarlo, adecuarlo… pero hacerlo servir.

    Además, adviertan ustedes que toda esta historia no va sobre un rollo erudito o para especialistas: se trata de nuestro patrimonio, señores, que habría que reivindicar, estudiar profundamente y dar a conocer como se debe.

    Caramba… ¡que se trata de la torre de nuestra primera catedral!

    Nota bene: el título de este post es de los amigos con los que hice la visita a la torre, y hace referencia a la imposibilidad de que a Contini, romano él y sin conocimiento ninguno de nuestro pasado constructivo, pudiera tener la idea de crear una torre que reprodujese tan exactamente en su interior las medievales aragonesas, como así parece estar aceptado oficialmente. De ellos les hablaré en otro post más adelante, porque es una buena historia, ya verán…

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    Aragón: sólo nos falta ser feos

    Le digo a mi marido que me he agarrao un cabreo monumental leyendo el manual de Paleografía que nos han recomendado en la Universidad y se me troncha:

    –¿Pero cómo es posible que te cabrees leyendo un manual de Paleografía?

    Mi santo entiende que me cabree con los temas pantaneros, con los políticos de modondanga, con las declaraciones extemporáneas de la Iglesia, con los informes tontos sobre malasombradas, o con la prensa. Pero vaya, con un libro que se supone que trata de enseñar cómo era la letra de los documentos antiguos…

    Sin embargo sí, sí: menudo cabreo llevo con el trato que se da a Aragón en ese libro. Es simplemente vergonzoso.

    Copio unas líneas del capítulo que trata sobre los códices de escritura visigótica, ya verán:

    La penuria de ejemplares conservados, escritos en Aragón antes de mitad del siglo XII, es desesperante. Salvo los pocos que proceden del Monasterio de San Juan de la Peña, no encontramos ejemplares de escritura visigótica de códices. El fenómeno resulta más inexplicable sabiendo que los monasterios en aquellas tierras fueron como enjambre, y más numerosos que en las del Oeste. Sin embargo, parece que en el orden cultural resultaron mucho menos florecientes, lo cual nos permite concluir que, aun admitiendo la existencia de manuscritos -hoy perdidos- realizados en partes de Aragón a contar del siglo VIII, su número y su calidad debieron de quedar muy por bajo de los de Castilla, León y Cataluña.

    Acto seguido cita brevemente los varios códices pinatenses, datados entre los siglos X y XI, sin darles mayor importancia.

    Y añade que parece razonable aceptar que durante los siglos VIII y IX

    hubiera en estas regiones pirenaicas alguna producción de manuscritos, seguramente escasa y pobre.

    Mosquea que, sin más ni más, se suponga que los monasterios aragoneses, pese a ser muchos, fueran pobres culturalmente. Mosquea que, ante la ausencia de manuscritos conservados, se diga que fueron pocos, pobres y de mala calidad, e incluso que fueron mucho peores que los castellanos, leoneses y catalanes. ¿En qué se basan estas afirmaciones?

    antifonario san juan de la peña

    Pero lo más sangrante es que, ante la escasez o inexistencia de documentación escrita en otras partes de la Península, la interpretación que dan los autores de este libro es muy otra.

    Por ejemplo, después de afirmarse que «hasta el siglo XI no aparecen códices de los que nos conste absolutamente haber sido escritos en Cataluña«, las conclusiones «verosímiles, cuando no del todo seguras» que se extraen sobre lo ocurrido en este territorio son las siguientes:

    1. A raíz de la conquista franca debieron empezar a importarse desde el país vecino cantidad considerable de códices […]. Lo sorprendente es que de tales manuscritos importados no sabemos exactamente que se conserve ahora alguno.

    (O sea: no hay manuscritos de esa época, pero como estamos seguros de que se importaron muchos, luego nos sorprendemos de que no quede ninguno.)

    2. No puede dudarse que durante el siglo IX se escribieron en los condados catalanes códices en letra visigótica o mozárabe, algunos de los cuales es casi seguro que recibirían en su escritura influencias de tipo carolingio.

    (En Aragón, esta ausencia se ha despachado de una manera bastante más expeditiva y sin tantas consideraciones: lo que ocurrió en tierras aragonesas fue que hubo una producción escasa y pobre en cantidad y calidad. Y a otra cosa.)

    Hay más conclusiones, hasta cinco, que elucubran sobre lo que fue la evolución de la letra visigótica y carolina en Cataluña, sin tener evidencias materiales a las que agarrarse. Puros supuestos. Eso sí, en tono mucho más respetuoso y digno que el usado para lo que pudo haber ocurrido en tierras aragonesas.

    Finalmente, se alude a algunos de los manuscritos «más notables y representativos» de los conservados a partir del siglo XI, «época áurea de los códices carolino-catalanes»: cita doce, en total, de los cuales tres se conservan en la catedral de Lérida… pero proceden de y fueron hechos en Roda de Isábena.

    ceremonial de Roda siglo X

    En cuanto a la «España meridional«, que así es como se llama en el libro a los territorios castellanos y andalusíes de Toledo para abajo, se lee:

    Es seguro que durante los siglos VIII, IX y X hubo una apreciable producción de manuscritos relacionados en su origen con los grupos mozárabes del Sur y, en concreto, con los de Sevilla, Toledo y Mérida que seguían siendo sedes metropolitanas, y con los de Córdoba que se había convertido en cabeza espiritual y cultural de la mozarabía. Había allí más de diez iglesias y más de quince monasterios, algunos florecientísimos, mientras que con relación a Toledo se habla de nueve iglesias, y a Mérida, de cuatro; en Sevilla su número también era corto.

    Sin embargo, los códices conservados que se suponen escritos en alguno de estos reductos mozárabes son poquísimos, y aun algunos de ellos dudosos hoy en cuanto al origen andaluz o toledano que se les ha asignado tradicionalmente.

    Nuevamente, la carencia o escasez de manuscritos tiene un tratamiento diferente: aquí no se duda de que la producción «fuera apreciable» y de que los monasterios fueran «florecientísimos».

    Un último detallito, referido a Navarra, donde también, y para variar, los manuscritos de escritura visigótica «puede decirse [que] faltan en absoluto», pero

    no porque no existieran nunca, sino por haber desaparecido no sabemos cuándo. Como muestra de la cultura y de la probable producción libraria de algunos monasterios navarros durante el siglo IX se apela tradicionalmente al viaje de San Eulogio, el célebre mártir mozárabe, que llevó consigo a Córdoba una selecta colección de códices del monasterio pirenaico de San Zacarías.

    Ese monasterio pirenaico que visitó San Eulogio y del que se llevó un buen montón de códices a Córdoba, donde faltaban, y no precisamente porque Córdoba no fuera un centro cultural de primer orden, fue el de Siresa, junto a Hecho, en Huesca, Aragón, que, en palabras de San Eulogio, iluminaba todo el Occidente y cuyos monjes, más de cien, «brillaban como estrellas del cielo».

    siresa

    Y eso que los monasterios aragoneses parece ser que no tuvieron florecimiento cultural… ¡Ole con ole y con ole!

    Yo es que me desespero.

    En fin, qué quieren que les diga: que este manual (Paleografía y diplomática, UNED, Madrid 1991, varios autores dirigidos por Tomás Marín Martínez) me parece, como mínimo, poco riguroso.

    Lo malo es que es el que recomiendan fervientemente nuestros profesores de la Universidad de Zaragoza.

    manual paleografía uned

    Para terminar, un detallito:

    En la Biblioteca Vaticana, en Roma, se conserva la denominada «Biblia de Farfa» (que, por cierto, en el manual éste de Paleografía aparece citada como «Biblia de Farba»), copiada en el siglo XI y procedente del Monasterio de Ripoll. Bueno. Pues me entero hoy de que el Ayuntamiento de este pueblo reclama al Vaticano su devolución porque, según afirma su alcaldesa, «sería un reclamo turístico brutal«. ¡¡A que molaaa!!

    Chicos, a nosotros no nos tiene en consideración ni San Pedro. Así nos pasa, que se localizan los restos intactos del rey Pedro III en su sepultura del Monasterio de Santes Creus (Tarragona) y en todos los medios aparece citado como «Pere el Gran» o «Pedro II rey de Cataluña y Aragón» (esto último, en El País, aunque luego lo corrigieron). O incluso «Pedro II rey de Aragón«, que es ya de marearse total.

    pere el gran

    O así nos pasa, también, que cada dos por tres nos vienen dando susticos con previsibles trasvases del Ebro, sin siquiera dar la información que corresponde al Gobierno de Aragón; a ver si, en una de éstas, cuela.

    ¿Despiertas, ferro? ¿O hemos claudicado ya definitivamente?

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